Para ver esta película se necesita paciencia, aunque tiene la ventaja de que, al menos en algunos tramos de su interminable duración, se puede ver haciendo otra cosa, como limpiarse los zapatos, regar las plantas o hacer ganchillo. Porque no hay muchos diálogos. Y en muchos momentos la cámara fija ayuda.
Por lo demás la vida cotidiana de la tal Jeanne es apasionante. Y el hijo, Silvain, es un portento de laconismo y de sobriedad.
Todo en tiempo real. No se nos ahorra detalle alguno. La elipsis apenas no existe.
Detalles y detalles. Los paños de cocina están un poco como medio sucios, que es como suelen estar.
En lo que no estoy de acuerdo es en que lava los platos al día siguiente. Yo, Jeanne, los lavo poco después de usarlos.
Si se tiene paciencia, la película te atrapa en su prolongada monotonía. Y una vez dentro, olvidándote de tu tiempo real, se podría seguir, no ya tres horas, sino todo el día.
La madre y el hijo son perfectos. Ella apaga siempre la luz, al salir de una estancia, aunque poco después tenga que volver a entrar. Ahorro de energía.
Película hipnótica, que no sé si será de las mejores pero resulta tan intrigante, en su cotidianidad, que casi asusta..

En mi opinión, aquí Carné pinchó en hueso. También Prévert en los diálogos, aunque no son de él solo. Una ambientación del siglo XV bastante ridícula. El castillo es de cartón piedra. La trama dicen que es una leyenda medieval, pero se podría contar en una hora, al máximo y aquí nos largan dos, con muchas escenas prescindibles.
La solución quiere ser poética y se queda casi en una cursilería.
Eso de hacer intervenir al diablo en las películas rara vez se ha hecho con categoría. Aquí el personaje es completamente risible, sin que esa sea la intención.
Le pongo, con todo, un 5 por ser de mi admirado Carné.

A pesar de la buena puesta en escena, del vestuario y de la fotografía lo que queda es poca cosa.
Una falsa puesta al día de la Revolución Francesa con un protagonismo del pueblo que nunca tuvo. Un tirano enseguida, Robespierre y después un dictador, Napoleón.
Todo mezclado con una historia de amor, un tanto sórdida. Y mucho fanatismo disfrazado de libertad.
El actor que hace de Luis XVI más bien flojo.

Típico ejemplo de la mentalidad de conspiración, aunque esta vez desde la izquierda. Todo es malo en el candidato de la derecha, no hay democracia, los Usa gobernados por el consejo nacional de seguridad, la nación en manos de los fabricantes de armas.... Si así fuera todo se habría venido abajo hace años.
La película marea un poco por la técnica del documental.
El guión tiene fallos garrafales, como la insinuación de que el candidato o su entorno organiza un atentado contra él mismo para ganar unas elecciones. Se le va la mano, defecto común a mucho cine americano.

Curas buenos, iglesia mala. Individuos santos, instituciones perversas. Galileo Galilei... Ya está bien de los tópicos. Y además sin intentar siquiera entender, desde dentro, que es el catolicismo, sino conformándose con unos manidos clichés. Reconozco que, salvo algunas pocás excepciones, el cine argentino me parece, como buena parte de la cultura porteña, redicho, retórico. También Darín. Es un cine que empalaga, al que le falta inmediatez, naturalidad.
Esta película incide en eso del modo más flagrante. Nunca conmueve, a pesar de que lo intenta por todos los medios, incluso los muy vistos.