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Críticas ordenadas por utilidad
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7,9
12.241
6
20 de mayo de 2025
20 de mayo de 2025
0 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hildy Johnson está rodeada de señores viejos y gordos que vociferan sarcásticos y se burlan de la manera más maliciosa de un pobre hombre condenado a la horca mientras juegan a las cartas. ¿Qué tendrá que ver esa bella y distinguida señorita con ellos?
Pues que es exactamente la misma bestia sin sentimientos, una periodista, lo que pasa es que lo disimula mejor.
Como predican las leyendas el convertir al Hildebrand de la sensacional obra de teatro de Charles MacArthur y Ben Hecht "The Front Page" en una mujer sucedió porque casualmente el diálogo fue leído por la secretaria de Howard Hawks durante las pruebas de casting de una nueva adaptación del texto que éste tenía muchas ganas de hacer, pasando por un proceso de producción y de reescritura del material original bastante complicado. Y tal vez no hacía falta volver a revisar dicho material que tan bien se llevó a la gran pantalla diez años antes, pero las novedades y un reparto de lujo parecían justificarlo.
"Luna Nueva" comienza su historia de otro modo, incluyendo un aviso inicial (los hechos que vamos a presenciar no se corresponden en absoluto con la realidad) que evidentemente huele a censura de Código Hays a kilómetros, planteando su primera desemejanza con la versión previa "pre-Code" de Lewis Milestone. Pero una cosa es cierta: Hawks nos regala una pieza maestra en 15 minutos, donde el nuevo personaje de Hildy, encarnado por una enérgica Rosalind Russell que fue de las últimas consideradas por los productores para interpretar el papel, entra cual apisonadora a la redacción de su periódico con el único objetivo de despedirse de la profesión.
La cámara de Hawks se mueve veloz y dinámica, una serie de brillantes travellings filman la sala de prensa en pleno bullicio, una enorme maquinaria de gritos, movimientos y ruido constante, sin música que valga. Walter Burns, el tirano jefe del periódico, es ahora un caradura siniestramente encantador en la piel de Cary Grant. Esa sonrisa de sinvergüenza que hechiza sin remedio es única. Pero la Hildy de Russell no se deja impresionar y una batalla inmisericorde de sexos domina la escena, de frases de odio lanzadas a la velocidad de las balas, fruto de un ingenioso recurso de guión y de la improvisación que el director permitió.
La antigua relación jefe-trabajador es ahora una relación (ex-)matrimonial irónicamente mucho más venenosa que la de la obra original, lo que da pie a hacer de esto una pura y dura "screwball comedy" no lejos de la anterior colaboración de Hawks y Grant "La Fiera de mi Niña". Sarcasmo idiota y atracción masoquista magnificados por una técnica innovadora de filmación. Entretenimiento norteamericano clásico de primer orden. Cine, en todo su esplendor. Por desgracia algún día tiene que aparecer la trama imaginada por MacArthur y Hecht...y cuando lo hace la cosa empieza a irse al traste.
De repente en el asunto de divorcios, bodas y una nueva vida de Hildy y Walter creada por el guión de Charles Lederer, donde se incluye un Ralph Bellamy de pánfilo prometido, se cuela la muy oscura y triste historia de Earl Williams, que al parecer ha asesinado accidentalmente a un policía y está a la espera de su ejecución. Y resulta difícil pensar en comedia y estar a la espera de los hilarantes rifirrafes de la pareja protagonista tras la visión macabra de esa horca en plena noche esperando a su víctima o de la pobre chica que se deshace en lágrimas ante la inerte presencia de los periodistas.
La maliciosa y más directa manera de enfocarlo, y el humor negro de la obra original, incluso de la de Milestone, era más coherente, al no haber subtrama romántica. Aquí estamos viendo literalmente dos películas: una tonta comedieta de enredo y un negro melodrama social cargado de sátira, y no se complementan; cuando Hawks nos encierra en esa salita con Hildy, los buitres de sus compañeros y luego el huido Williams la atmósfera rezuma angustia y mala ostia, no comedia ligera, a lo que ayuda la corrosiva descripción de estos miserables fabricantes de desinformación y cháchara sensacionalista y la piara de hipócritas y oportunistas políticos que también quieren su pedazo del pastel.
Las dos historias se estorban y superponen del mismo modo que los diálogos de los personajes. La comedia desapareció sin dejar rastro cuando éstos, antipáticos pero carismáticos al principio, se han ido convirtiendo en unos monstruos aborrecibles e insoportables, incluyendo, y es lo peor, a la pareja. Grant puede seguir haciendo reír con sus ocurrencias, porque tiene ese don mágico, pero Hildy, que tan decisiva, fuerte e independiente se autoproclamaba, no tarda en ir sucumbiendo a las baratas tretas de su ex-marido, y ya deja de interesar.
No es una mujer especial, es una miserable y tonta más. Bellamy da mucha lástima, igual que su personaje y todas las penurias por las que le hace pasar la película, que durante el último tramo sólo acumula a un montón de idiotas berreando en el mismo espacio hasta llevarlo al insoportable caos. La enérgica técnica y la arriesgada forma de Hawks se ahoga en su propio exceso; habría que esperar otros 34 años para la mejor adaptación de la obra original, de la mano de Billy Wilder...
Pues que es exactamente la misma bestia sin sentimientos, una periodista, lo que pasa es que lo disimula mejor.
Como predican las leyendas el convertir al Hildebrand de la sensacional obra de teatro de Charles MacArthur y Ben Hecht "The Front Page" en una mujer sucedió porque casualmente el diálogo fue leído por la secretaria de Howard Hawks durante las pruebas de casting de una nueva adaptación del texto que éste tenía muchas ganas de hacer, pasando por un proceso de producción y de reescritura del material original bastante complicado. Y tal vez no hacía falta volver a revisar dicho material que tan bien se llevó a la gran pantalla diez años antes, pero las novedades y un reparto de lujo parecían justificarlo.
"Luna Nueva" comienza su historia de otro modo, incluyendo un aviso inicial (los hechos que vamos a presenciar no se corresponden en absoluto con la realidad) que evidentemente huele a censura de Código Hays a kilómetros, planteando su primera desemejanza con la versión previa "pre-Code" de Lewis Milestone. Pero una cosa es cierta: Hawks nos regala una pieza maestra en 15 minutos, donde el nuevo personaje de Hildy, encarnado por una enérgica Rosalind Russell que fue de las últimas consideradas por los productores para interpretar el papel, entra cual apisonadora a la redacción de su periódico con el único objetivo de despedirse de la profesión.
La cámara de Hawks se mueve veloz y dinámica, una serie de brillantes travellings filman la sala de prensa en pleno bullicio, una enorme maquinaria de gritos, movimientos y ruido constante, sin música que valga. Walter Burns, el tirano jefe del periódico, es ahora un caradura siniestramente encantador en la piel de Cary Grant. Esa sonrisa de sinvergüenza que hechiza sin remedio es única. Pero la Hildy de Russell no se deja impresionar y una batalla inmisericorde de sexos domina la escena, de frases de odio lanzadas a la velocidad de las balas, fruto de un ingenioso recurso de guión y de la improvisación que el director permitió.
La antigua relación jefe-trabajador es ahora una relación (ex-)matrimonial irónicamente mucho más venenosa que la de la obra original, lo que da pie a hacer de esto una pura y dura "screwball comedy" no lejos de la anterior colaboración de Hawks y Grant "La Fiera de mi Niña". Sarcasmo idiota y atracción masoquista magnificados por una técnica innovadora de filmación. Entretenimiento norteamericano clásico de primer orden. Cine, en todo su esplendor. Por desgracia algún día tiene que aparecer la trama imaginada por MacArthur y Hecht...y cuando lo hace la cosa empieza a irse al traste.
De repente en el asunto de divorcios, bodas y una nueva vida de Hildy y Walter creada por el guión de Charles Lederer, donde se incluye un Ralph Bellamy de pánfilo prometido, se cuela la muy oscura y triste historia de Earl Williams, que al parecer ha asesinado accidentalmente a un policía y está a la espera de su ejecución. Y resulta difícil pensar en comedia y estar a la espera de los hilarantes rifirrafes de la pareja protagonista tras la visión macabra de esa horca en plena noche esperando a su víctima o de la pobre chica que se deshace en lágrimas ante la inerte presencia de los periodistas.
La maliciosa y más directa manera de enfocarlo, y el humor negro de la obra original, incluso de la de Milestone, era más coherente, al no haber subtrama romántica. Aquí estamos viendo literalmente dos películas: una tonta comedieta de enredo y un negro melodrama social cargado de sátira, y no se complementan; cuando Hawks nos encierra en esa salita con Hildy, los buitres de sus compañeros y luego el huido Williams la atmósfera rezuma angustia y mala ostia, no comedia ligera, a lo que ayuda la corrosiva descripción de estos miserables fabricantes de desinformación y cháchara sensacionalista y la piara de hipócritas y oportunistas políticos que también quieren su pedazo del pastel.
Las dos historias se estorban y superponen del mismo modo que los diálogos de los personajes. La comedia desapareció sin dejar rastro cuando éstos, antipáticos pero carismáticos al principio, se han ido convirtiendo en unos monstruos aborrecibles e insoportables, incluyendo, y es lo peor, a la pareja. Grant puede seguir haciendo reír con sus ocurrencias, porque tiene ese don mágico, pero Hildy, que tan decisiva, fuerte e independiente se autoproclamaba, no tarda en ir sucumbiendo a las baratas tretas de su ex-marido, y ya deja de interesar.
No es una mujer especial, es una miserable y tonta más. Bellamy da mucha lástima, igual que su personaje y todas las penurias por las que le hace pasar la película, que durante el último tramo sólo acumula a un montón de idiotas berreando en el mismo espacio hasta llevarlo al insoportable caos. La enérgica técnica y la arriesgada forma de Hawks se ahoga en su propio exceso; habría que esperar otros 34 años para la mejor adaptación de la obra original, de la mano de Billy Wilder...

6,7
22.558
8
13 de diciembre de 2024
13 de diciembre de 2024
0 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tenía 10 años. Frente a él desfilaban decenas de viejos soldados de la 2.ª Guerra Mundial conmemorándose el Día de la Independencia, un puñado de pobres diablos con los cuerpos mutilados, los nervios a flor de piel y las miradas perdidas.
Lejos de asustarle las imágenes de aquellos veteranos hechos polvo, una llama ardía en su interior. <<Esos hombres dieron sus piernas, sus brazos, sus vidas por su país, deberían estar orgullosos>>. Pero Ronald Lawrence Kovic era tan sólo un niño...
Un niño que no sabía absolutamente nada, y que fue criado sin saber absolutamente nada, y menos en un hogar dominado por una madre irlandesa ultraconservadora. Ronald, como otros tantos de su generación, fue expuesto y manipulado, en una época crítica para la sociedad norteamericana en la que enseñaban en las escuelas técnicas para esconderse y sobrevivir a los bombardeos comunistas; y cuando el niño se convirtió en un joven estalló el conflicto en Vietnam, EE.UU. entró en una guerra, y se necesitaban a hombres decididos a defender la patria...y eso es todo lo que él y los jóvenes de toda la nación sabían.
Para ellos, en aquel lugar remoto, morían compatriotas a manos de comunistas y había que ir y luchar. Tal vez ni sabían dónde cojones estaba Vietnam, pero eran manipulados y reclutados. Lo que no tenía en cuenta Ronald (que el muy imbécil volvió a su hogar en Massapequa sólo para regresar a cumplir un segundo servicio al poco tiempo) es lo que siempre debería tener en cuenta un soldado: el efecto del impacto de una bala en el cuerpo. En el cine de acción una bala traspasa la piel de un personaje y no sucede nada; Ronald creció viendo a John Wayne y Gary Cooper, tipos duros que seguían en pie. Pero una bala en la vida real es diferente, y él sintió ese impacto...
El niño que soñó que un día sería un hombre y moriría por su patria, henchido de gloria, quedó con un despojo de cuerpo que no se movía de cintura para abajo. En el hospital de Da Nang se despierta sobre sus vómitos, sin poder moverse, entre gritos y sangre; no es la idea de un héroe, pese a una Estrella de Bronce y un Corazón Púrpura. Las descripciones y la prosa del luego "best-seller" "Born on the 4th of July" dolerán al lector sensible y le darán escalofríos; Kovic se desnuda y escribe sobre el dolor, su dolor, el que se apoderó de él después de que una bala le hiciera pedazos el pie y otra le dañase la médula espinal de por vida.
Habría sido la ocasión perfecta en aquellos finales de los '70, cuando los conflictos en Vietnam empezaron a recrearse en el cine, adaptar la novela...por desgracia Oliver Stone se enfrentó a un proyecto, al principio pensado para Al Pacino, que parecía no llegar a ninguna parte, entre desacuerdos en el guión, falta de financiación y otros problemas. Más de una década de maduración se necesitó y el ascenso de aquel joven guionista al estatus de gran cineasta, a lo que contribuyó su primera obra maestra, también testimonio personal sobre la guerra.
Se podría decir que "Nacido el 4 de Julio" es la mitad que le faltaba a "Platoon". Aquélla ya empezaba con el joven Chris Taylor que interpretó Charlie Sheen llegando a la zona de guerra, nunca veíamos su pasado como civil y universitario, aunque nos hablaba de ello, pero aquí accedemos a ese pasado de primera mano en la piel de otro. Tal vez Stone se deje llevar por el artificio del sentimentalismo y presente la infancia y adolescencia de Ronald sumida en una bucólica atmósfera, casi "spielbergiana", suspendida en un tiempo de felicidad aparentemente infinita.
Y es que tenemos que hacernos a la idea de lo maravilloso que era el pasado del protagonista, un niño sano y guapo cualquiera en su típico, pequeño y soleado pueblo norteamericano cualquiera. De adolescente tiene la cara de Tom Cruise, que refleja vitalidad e ilusiones, sin embargo la cabeza de ese Ronald ya está carcomida por las gilipolleces de la obligación religiosa y la manipulación de las fuerzas militares; Stone no disimula el poder de esa manipulación, y el instante en que dos oficiales de la marina se presentan en el instituto de Ronald para hablar de un montón de paparruchas pseudopatrióticas a los chicos es el perfecto ejemplo.
(CONTINÚA LA CRÍTICA EN ZONA SPOILER)
Por otra parte, la estructura del argumento sufre bastante por culpa de algunas grandes elipsis y la forma en que deja atrás a personajes importantes de la vida del protagonista, en especial Donna; no existió realmente, pero ya que fue incluida en el guión, y teniendo a la maravillosa Kyra Sedgwick en el reparto, podrían haberla aprovechado de una manera digna. El episodio más desconcertante y menos efectivo es la corta estancia en México, un desperdicio (en el que participa Willem Dafoe) de situaciones y diálogos sin sentido que no afecta absolutamente nada al resto de la historia...
Pero esto es compensado por el duro realismo de Stone y la entrega de Cruise, quien convence más que nunca en el papel cuando carga contra la hipocresía de los gobernantes del país, ante un Nixon que no quiere saber nada del asunto, ante una multitud que le tilda de traidor; la furia de su discurso se siente en las tripas. El director firma (con algunas concesiones, para qué engañarnos) otra pieza icónica de su filmografía y una de las más contundentes representaciones que ha hecho el cine sobre la Guerra de Vietnam, y en especial sus consecuencias.
Lejos de asustarle las imágenes de aquellos veteranos hechos polvo, una llama ardía en su interior. <<Esos hombres dieron sus piernas, sus brazos, sus vidas por su país, deberían estar orgullosos>>. Pero Ronald Lawrence Kovic era tan sólo un niño...
Un niño que no sabía absolutamente nada, y que fue criado sin saber absolutamente nada, y menos en un hogar dominado por una madre irlandesa ultraconservadora. Ronald, como otros tantos de su generación, fue expuesto y manipulado, en una época crítica para la sociedad norteamericana en la que enseñaban en las escuelas técnicas para esconderse y sobrevivir a los bombardeos comunistas; y cuando el niño se convirtió en un joven estalló el conflicto en Vietnam, EE.UU. entró en una guerra, y se necesitaban a hombres decididos a defender la patria...y eso es todo lo que él y los jóvenes de toda la nación sabían.
Para ellos, en aquel lugar remoto, morían compatriotas a manos de comunistas y había que ir y luchar. Tal vez ni sabían dónde cojones estaba Vietnam, pero eran manipulados y reclutados. Lo que no tenía en cuenta Ronald (que el muy imbécil volvió a su hogar en Massapequa sólo para regresar a cumplir un segundo servicio al poco tiempo) es lo que siempre debería tener en cuenta un soldado: el efecto del impacto de una bala en el cuerpo. En el cine de acción una bala traspasa la piel de un personaje y no sucede nada; Ronald creció viendo a John Wayne y Gary Cooper, tipos duros que seguían en pie. Pero una bala en la vida real es diferente, y él sintió ese impacto...
El niño que soñó que un día sería un hombre y moriría por su patria, henchido de gloria, quedó con un despojo de cuerpo que no se movía de cintura para abajo. En el hospital de Da Nang se despierta sobre sus vómitos, sin poder moverse, entre gritos y sangre; no es la idea de un héroe, pese a una Estrella de Bronce y un Corazón Púrpura. Las descripciones y la prosa del luego "best-seller" "Born on the 4th of July" dolerán al lector sensible y le darán escalofríos; Kovic se desnuda y escribe sobre el dolor, su dolor, el que se apoderó de él después de que una bala le hiciera pedazos el pie y otra le dañase la médula espinal de por vida.
Habría sido la ocasión perfecta en aquellos finales de los '70, cuando los conflictos en Vietnam empezaron a recrearse en el cine, adaptar la novela...por desgracia Oliver Stone se enfrentó a un proyecto, al principio pensado para Al Pacino, que parecía no llegar a ninguna parte, entre desacuerdos en el guión, falta de financiación y otros problemas. Más de una década de maduración se necesitó y el ascenso de aquel joven guionista al estatus de gran cineasta, a lo que contribuyó su primera obra maestra, también testimonio personal sobre la guerra.
Se podría decir que "Nacido el 4 de Julio" es la mitad que le faltaba a "Platoon". Aquélla ya empezaba con el joven Chris Taylor que interpretó Charlie Sheen llegando a la zona de guerra, nunca veíamos su pasado como civil y universitario, aunque nos hablaba de ello, pero aquí accedemos a ese pasado de primera mano en la piel de otro. Tal vez Stone se deje llevar por el artificio del sentimentalismo y presente la infancia y adolescencia de Ronald sumida en una bucólica atmósfera, casi "spielbergiana", suspendida en un tiempo de felicidad aparentemente infinita.
Y es que tenemos que hacernos a la idea de lo maravilloso que era el pasado del protagonista, un niño sano y guapo cualquiera en su típico, pequeño y soleado pueblo norteamericano cualquiera. De adolescente tiene la cara de Tom Cruise, que refleja vitalidad e ilusiones, sin embargo la cabeza de ese Ronald ya está carcomida por las gilipolleces de la obligación religiosa y la manipulación de las fuerzas militares; Stone no disimula el poder de esa manipulación, y el instante en que dos oficiales de la marina se presentan en el instituto de Ronald para hablar de un montón de paparruchas pseudopatrióticas a los chicos es el perfecto ejemplo.
(CONTINÚA LA CRÍTICA EN ZONA SPOILER)
Por otra parte, la estructura del argumento sufre bastante por culpa de algunas grandes elipsis y la forma en que deja atrás a personajes importantes de la vida del protagonista, en especial Donna; no existió realmente, pero ya que fue incluida en el guión, y teniendo a la maravillosa Kyra Sedgwick en el reparto, podrían haberla aprovechado de una manera digna. El episodio más desconcertante y menos efectivo es la corta estancia en México, un desperdicio (en el que participa Willem Dafoe) de situaciones y diálogos sin sentido que no afecta absolutamente nada al resto de la historia...
Pero esto es compensado por el duro realismo de Stone y la entrega de Cruise, quien convence más que nunca en el papel cuando carga contra la hipocresía de los gobernantes del país, ante un Nixon que no quiere saber nada del asunto, ante una multitud que le tilda de traidor; la furia de su discurso se siente en las tripas. El director firma (con algunas concesiones, para qué engañarnos) otra pieza icónica de su filmografía y una de las más contundentes representaciones que ha hecho el cine sobre la Guerra de Vietnam, y en especial sus consecuencias.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
El guión también inventa una novia, Donna, para dar al protagonista una razón más para hacerse el héroe. El sueño termina con un último beso que será el paso a la tan ansiada edad adulta; una noche de sexo hubiese sido más satisfactoria y significativa que viajar a primera línea de batalla.
Robert Richardson da a las imágenes unos peculiares tonos naranjas, muy intensos, Stone nos acerca al Infierno, de nuevo a través del punto de vista de Ronald. Este episodio dentro de la propia guerra es corto, pero también poderoso, y el perfeccionista estilo que embellecía las imágenes de "Platoon" es sustituido por tambaleantes secuencias de nervio y confusión.
Niños y mujeres frente a la cámara, sangrando o muertos, el director quiere que lo veamos como lo debió ver el auténtico Ronald: de frente y sin poder mirar a otro lado. Dos balas en su cuerpo finiquitan el combate en Enero de 1.968 y la 2.ª parte se desarrolla dentro del hospital de soldados. "Hay un hombre sin piernas que grita de dolor, gime como un niño, sangra sin parar por los muñones que una vez fueron sus piernas, y agita los brazos sobre el pecho, en un estado de aturdimiento semiconsciente", describe la novela. Estos pasajes ya hacen daño, pero el director quiere que lo sintamos como lo sintió el auténtico Ronald: igualmente, de frente y sin poder mirar a otro lado.
En las películas sobre la guerra siempre hay secuencias dentro de hospitales, eso no es nada sorprendente. Lo sorprendente es cómo dilata el guión el tiempo de recuperación, para que sepamos lo que provoca el impacto de esa bala, no sólo a nivel físico, sino también a nivel psicológico. Después del milagro de "Rain Man", Cruise estaba destinado a encarnar papeles más serios, y éste es su salto definitivo como actor dramático; a la vista de Kovic, invitado de honor al rodaje, Cruise se mete en su piel, a conciencia, se olvida y nos olvidamos de la estrella apuesta que fue en esa imbecilidad previa llamada "Cocktail".
El cambio en el personaje se expresa entre una producción repulsiva de fluidos corporales y una indignación transformada en rabia, y aunque lentamente este cambio es visceral. El odio de la sociedad estadounidense hacia la guerra acrecienta este sentimiento en Ronald, lejos de los cambios que el país está experimentando. La 3.ª parte de la historia, se podría decir, y la más larga, trata el regreso a casa y la reintegración del veterano; la cámara de Stone se detiene unos segundos en las caras de los familiares y vecinos y enfoca a sus ojos, que no se atreven a mirarle directamente.
Qué sutileza la del director. Lo que era admiración por un joven sano es ahora compasión por un lisiado, pero el personaje aún no evoluciona de un modo que el público pueda simpatizar con él; tenemos que permanecer cerca para ser testigos de su crecimiento, porque al llegar el patriotismo fanático sigue siendo su guía, luego el orgullo y la arrogancia, ahora es un "outsider" sin escapatoria de su silla ni del mundo que le rodea, todo lleno bien de ex-soldados inválidos, bien de jóvenes traidores a la patria, igual que su propio hermano. Una mirada extendida.
El desfile en que participa es un reflejo torcido de aquel que presenció de niño. Las caras de enfado y resentimiento de los civiles son la expresión de las portadas del Chicago Tribune, que el 5 de Abril de 1.969 mostraba a 20.000 protestantes contra la guerra, o la revista Life, que expuso a todos los caídos en acto de servicio la semana del 28 de Mayo aquel mismo año. Es una guerra que nadie entiende y que todos ya odian.
El llanto de un bebé en la lejanía saca a Ronald de su orgulloso discurso. El tiempo, las heridas, la toma de conciencia le transforman, asistimos a las protestas con quien antes era un soldado fiel a su patria, ahora un hombre enfurecido.
Robert Richardson da a las imágenes unos peculiares tonos naranjas, muy intensos, Stone nos acerca al Infierno, de nuevo a través del punto de vista de Ronald. Este episodio dentro de la propia guerra es corto, pero también poderoso, y el perfeccionista estilo que embellecía las imágenes de "Platoon" es sustituido por tambaleantes secuencias de nervio y confusión.
Niños y mujeres frente a la cámara, sangrando o muertos, el director quiere que lo veamos como lo debió ver el auténtico Ronald: de frente y sin poder mirar a otro lado. Dos balas en su cuerpo finiquitan el combate en Enero de 1.968 y la 2.ª parte se desarrolla dentro del hospital de soldados. "Hay un hombre sin piernas que grita de dolor, gime como un niño, sangra sin parar por los muñones que una vez fueron sus piernas, y agita los brazos sobre el pecho, en un estado de aturdimiento semiconsciente", describe la novela. Estos pasajes ya hacen daño, pero el director quiere que lo sintamos como lo sintió el auténtico Ronald: igualmente, de frente y sin poder mirar a otro lado.
En las películas sobre la guerra siempre hay secuencias dentro de hospitales, eso no es nada sorprendente. Lo sorprendente es cómo dilata el guión el tiempo de recuperación, para que sepamos lo que provoca el impacto de esa bala, no sólo a nivel físico, sino también a nivel psicológico. Después del milagro de "Rain Man", Cruise estaba destinado a encarnar papeles más serios, y éste es su salto definitivo como actor dramático; a la vista de Kovic, invitado de honor al rodaje, Cruise se mete en su piel, a conciencia, se olvida y nos olvidamos de la estrella apuesta que fue en esa imbecilidad previa llamada "Cocktail".
El cambio en el personaje se expresa entre una producción repulsiva de fluidos corporales y una indignación transformada en rabia, y aunque lentamente este cambio es visceral. El odio de la sociedad estadounidense hacia la guerra acrecienta este sentimiento en Ronald, lejos de los cambios que el país está experimentando. La 3.ª parte de la historia, se podría decir, y la más larga, trata el regreso a casa y la reintegración del veterano; la cámara de Stone se detiene unos segundos en las caras de los familiares y vecinos y enfoca a sus ojos, que no se atreven a mirarle directamente.
Qué sutileza la del director. Lo que era admiración por un joven sano es ahora compasión por un lisiado, pero el personaje aún no evoluciona de un modo que el público pueda simpatizar con él; tenemos que permanecer cerca para ser testigos de su crecimiento, porque al llegar el patriotismo fanático sigue siendo su guía, luego el orgullo y la arrogancia, ahora es un "outsider" sin escapatoria de su silla ni del mundo que le rodea, todo lleno bien de ex-soldados inválidos, bien de jóvenes traidores a la patria, igual que su propio hermano. Una mirada extendida.
El desfile en que participa es un reflejo torcido de aquel que presenció de niño. Las caras de enfado y resentimiento de los civiles son la expresión de las portadas del Chicago Tribune, que el 5 de Abril de 1.969 mostraba a 20.000 protestantes contra la guerra, o la revista Life, que expuso a todos los caídos en acto de servicio la semana del 28 de Mayo aquel mismo año. Es una guerra que nadie entiende y que todos ya odian.
El llanto de un bebé en la lejanía saca a Ronald de su orgulloso discurso. El tiempo, las heridas, la toma de conciencia le transforman, asistimos a las protestas con quien antes era un soldado fiel a su patria, ahora un hombre enfurecido.
1 de septiembre de 2023
1 de septiembre de 2023
0 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una aventura que concluye con semejante línea no puede ser mala, ¿a que no? Y esta es una de esas aventuras que nos hace viajar a tiempos donde las cosas se tomaban con más gracia que actualmente.
Porque muy pocas veces, el fin del Mundo fue tan divertido.
Bueno...lo de "divertido" hay que pensarlo un par de veces antes de afirmarlo tan a la ligera. La experiencia de "World Gone Wild" es, cuando menos, curiosa; el llegar a ella es por pura casualidad, igual que llegó un Michael Paré de 27 años en un descanso de la serie "Houston Knights", y que de repente se encontraba filmando en el desierto de Tucson a temperaturas infernales en un proyecto de lo más pintoresco, levantado entre los productores Robert Rosen y Donald Klune con más de 3 millones de dólares para la pequeña compañía Apollo Pictures, activa durante los '80.
Es lógico comprender la desorientación del joven; por allí, en una zona inhóspita de Arizona, rondaban junto a él un Bruce Dern que hacía bromas con todo el mundo, la un poco perdida "teenager star" del momento Catherine Stewart y Stuart Goddard, el icono del "british new wave" gracias a su Adam & The Ants, diciendo que a él le había enseñado a actuar Terence Stamp (sí, claro...). Y para rematar les dirige el afiliado a la televisión Lee Katzin, que dejaría obras interesantes como "The Salzburg Connection", "Salvajes" o la desfasada "The Phynx", aunque su nombre suena más conocido por ser quien contrató Steve McQueen para la fallida epopeya de "Le Mans".
En fin, ¿qué podría esperarse de esta troupe? En principio una fábula ambientada, como bien explica Dern, en un mundo destruido a causa de la guerra entre las potencias norteamericana y soviética (se sabe porque son los '80). Es esta época de futuros post-nucleares y ya sabemos cómo va el asunto; entonces Dern termina, "Todo se ha ido a la mierda", y lo siguiente es la locura en su plenitud, cuesta abajo. ¿Por qué el fin del Mundo cuando de repente nos encontramos en lo que podría ser el callejón más chungo de Sunset Boulevard?, y con "heavy metal" a todo trapo.
Primer salto narrativo, hacia una especie de comuna del desierto donde hay agua, porque eso es lo que escasea, pero el escenario es el mismo que el de "Mad Max II"; sus habitantes son más idiotas, más amish, ¡a los niños se les imparte clase en un autobús!, y no piensan en defenderse de los soldados sin conciencia de Goddard, que encarna al villano más ridículo de todos los tiempos, con sus ínfulas de gran líder, sonrisa de delincuente psicópata y un manual de manipulación escrito por Charles Manson. Y en ese instante, cuando de la nada emerge Bruce Dern, atravesando con un plato el cuello de uno de sus esbirros, ya sabes por qué derroteros irá esto...
Esto va por la vía de la parodia, la más descarada que se pueda imaginar, solo que al unirse a escenas dramáticas y dosis de ultraviolencia queda una mezcla bizarra y descompensada. Otro salto narrativo, a Sunset Boulevard 2.087; Paré también sale de la nada, y su personaje es el hermano risueño del Cody de "Calles de Fuego", de la cual Katzin pretende copiar para esta parte de la trama en escenario urbano...aunque trama poca. Básicamente Dern y Stewart, a la que en términos mentales le falta media hora de cocción, piden ayuda al fornido Paré para defenderles de los asaltantes.
Y a él se unirán otros coloridos personajes sin que se nos dé ningún motivo, sólo para tomar el agua y los alimentos. Pero esta casual revisión de "Los Siete Samuráis" se lleva a cabo con un grupo que es más bien la versión festivo-comiquera de "El Equipo "A" ": Dern vendría a ser un "Hannibal" "hippy" tan duro como locuaz, e incluso filosófico cuando quiere, Julius Carry es "B.A." con mallas moradas, Paré es claramente Peck, y Murdock ese Rick Podell haciendo de pistolero de feria obsesionado por el alcohol. Anthony James es un loco caníbal que pasa por ahí y se une a estos...pues porque les falta uno más y ya está.
Todo pasa porque tiene que pasar, en un contexto de comedia disparatada donde las verdaderas estrellas son los diálogos, al estilo de lo que escribiría Shane Black en uno de sus días tontos, pero no, su autoría es de un desconocido Jorge Zamacona que debió tomarse el mismo brebaje que Dern se prepara en el film. Tampoco hay tiempo para subtramas u otras intrigas, todo va a ritmo veloz; el protagonista se va y vuelve al mismo sitio con esta tropa y el villano llega, va y vuelve también, dos veces. Punto. Ni hay persecuciones por el desierto ni grandes momentos.
Las congregaciones y discursos lavacerebros no se dan mucho en pantalla y el romance entre Paré y Stewart nunca se consuma. Quedan las muertes violentas, explosiones por doquier, desnudos, secuencias de acción que evidencian un presupuesto invertido y sobre todo el humor, las interacciones de los caricaturescos personajes, que van cada uno por su lado, las frases lapidarias y reacciones gratuitas sin venir a cuento (poco más hay que decir al ver a Stewart bromeando sobre una foto de McQueen (¡sorpresa!) o a Dern regañando a Paré por no disparar a tiempo, con una frase para la Historia: "Magia funcionar mejor con arma cargada, gilipollas").
Podría haberse hecho algo serio a lo "Warlords of the 21st Century". No, "World Gone Wild" sigue la línea paródica y desenfadada de títulos de la época como "El Guerrero del Mundo Perdido", "América 3.000" o "Los Nuevos Bárbaros", pero con muchísimo menos carisma, incluso éstas tienen mejor solución de continuidad que la que nos ocupa.
Mejor hubiera sido sentar a un italiano en la silla del director.
Porque muy pocas veces, el fin del Mundo fue tan divertido.
Bueno...lo de "divertido" hay que pensarlo un par de veces antes de afirmarlo tan a la ligera. La experiencia de "World Gone Wild" es, cuando menos, curiosa; el llegar a ella es por pura casualidad, igual que llegó un Michael Paré de 27 años en un descanso de la serie "Houston Knights", y que de repente se encontraba filmando en el desierto de Tucson a temperaturas infernales en un proyecto de lo más pintoresco, levantado entre los productores Robert Rosen y Donald Klune con más de 3 millones de dólares para la pequeña compañía Apollo Pictures, activa durante los '80.
Es lógico comprender la desorientación del joven; por allí, en una zona inhóspita de Arizona, rondaban junto a él un Bruce Dern que hacía bromas con todo el mundo, la un poco perdida "teenager star" del momento Catherine Stewart y Stuart Goddard, el icono del "british new wave" gracias a su Adam & The Ants, diciendo que a él le había enseñado a actuar Terence Stamp (sí, claro...). Y para rematar les dirige el afiliado a la televisión Lee Katzin, que dejaría obras interesantes como "The Salzburg Connection", "Salvajes" o la desfasada "The Phynx", aunque su nombre suena más conocido por ser quien contrató Steve McQueen para la fallida epopeya de "Le Mans".
En fin, ¿qué podría esperarse de esta troupe? En principio una fábula ambientada, como bien explica Dern, en un mundo destruido a causa de la guerra entre las potencias norteamericana y soviética (se sabe porque son los '80). Es esta época de futuros post-nucleares y ya sabemos cómo va el asunto; entonces Dern termina, "Todo se ha ido a la mierda", y lo siguiente es la locura en su plenitud, cuesta abajo. ¿Por qué el fin del Mundo cuando de repente nos encontramos en lo que podría ser el callejón más chungo de Sunset Boulevard?, y con "heavy metal" a todo trapo.
Primer salto narrativo, hacia una especie de comuna del desierto donde hay agua, porque eso es lo que escasea, pero el escenario es el mismo que el de "Mad Max II"; sus habitantes son más idiotas, más amish, ¡a los niños se les imparte clase en un autobús!, y no piensan en defenderse de los soldados sin conciencia de Goddard, que encarna al villano más ridículo de todos los tiempos, con sus ínfulas de gran líder, sonrisa de delincuente psicópata y un manual de manipulación escrito por Charles Manson. Y en ese instante, cuando de la nada emerge Bruce Dern, atravesando con un plato el cuello de uno de sus esbirros, ya sabes por qué derroteros irá esto...
Esto va por la vía de la parodia, la más descarada que se pueda imaginar, solo que al unirse a escenas dramáticas y dosis de ultraviolencia queda una mezcla bizarra y descompensada. Otro salto narrativo, a Sunset Boulevard 2.087; Paré también sale de la nada, y su personaje es el hermano risueño del Cody de "Calles de Fuego", de la cual Katzin pretende copiar para esta parte de la trama en escenario urbano...aunque trama poca. Básicamente Dern y Stewart, a la que en términos mentales le falta media hora de cocción, piden ayuda al fornido Paré para defenderles de los asaltantes.
Y a él se unirán otros coloridos personajes sin que se nos dé ningún motivo, sólo para tomar el agua y los alimentos. Pero esta casual revisión de "Los Siete Samuráis" se lleva a cabo con un grupo que es más bien la versión festivo-comiquera de "El Equipo "A" ": Dern vendría a ser un "Hannibal" "hippy" tan duro como locuaz, e incluso filosófico cuando quiere, Julius Carry es "B.A." con mallas moradas, Paré es claramente Peck, y Murdock ese Rick Podell haciendo de pistolero de feria obsesionado por el alcohol. Anthony James es un loco caníbal que pasa por ahí y se une a estos...pues porque les falta uno más y ya está.
Todo pasa porque tiene que pasar, en un contexto de comedia disparatada donde las verdaderas estrellas son los diálogos, al estilo de lo que escribiría Shane Black en uno de sus días tontos, pero no, su autoría es de un desconocido Jorge Zamacona que debió tomarse el mismo brebaje que Dern se prepara en el film. Tampoco hay tiempo para subtramas u otras intrigas, todo va a ritmo veloz; el protagonista se va y vuelve al mismo sitio con esta tropa y el villano llega, va y vuelve también, dos veces. Punto. Ni hay persecuciones por el desierto ni grandes momentos.
Las congregaciones y discursos lavacerebros no se dan mucho en pantalla y el romance entre Paré y Stewart nunca se consuma. Quedan las muertes violentas, explosiones por doquier, desnudos, secuencias de acción que evidencian un presupuesto invertido y sobre todo el humor, las interacciones de los caricaturescos personajes, que van cada uno por su lado, las frases lapidarias y reacciones gratuitas sin venir a cuento (poco más hay que decir al ver a Stewart bromeando sobre una foto de McQueen (¡sorpresa!) o a Dern regañando a Paré por no disparar a tiempo, con una frase para la Historia: "Magia funcionar mejor con arma cargada, gilipollas").
Podría haberse hecho algo serio a lo "Warlords of the 21st Century". No, "World Gone Wild" sigue la línea paródica y desenfadada de títulos de la época como "El Guerrero del Mundo Perdido", "América 3.000" o "Los Nuevos Bárbaros", pero con muchísimo menos carisma, incluso éstas tienen mejor solución de continuidad que la que nos ocupa.
Mejor hubiera sido sentar a un italiano en la silla del director.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Una cosa es cierta: sus minutos finales son un desbarre absoluto que no hay por donde coger, con la lluvia milagrosa descargando sobre los vencedores tras invocarla Dern como si fuese un gurú del desierto.
El mismo final que el de otros títulos post-apocalípticos de la época.
Este fenómeno, que no se da en más de 70 años, es rematado con la sentencia que aparece de título de esta crítica.
El desfase de los '80, ¡único para dejarnos boquiabiertos!
El mismo final que el de otros títulos post-apocalípticos de la época.
Este fenómeno, que no se da en más de 70 años, es rematado con la sentencia que aparece de título de esta crítica.
El desfase de los '80, ¡único para dejarnos boquiabiertos!

5,7
897
6
21 de agosto de 2023
21 de agosto de 2023
0 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
La carretera australiana, inabarcable, un espacio donde pueden suceder los eventos más sorprendentes.
El sol abrasador, la paranoia y la sensación de muerte. Encuentros extraños, dos hombres enfrentados, un misterio irresoluble, la muerte en los talones...
Todo esto viene a colación de que no sólo DePalma figura como el cineasta admirador de Hitchcock por excelencia; ahí está Richard Franklin, pero casi nadie se acuerda de él, al menos no los fans del cine australiano. Es menester reivindicar la extraña experiencia de "Patrick", una de las obras de terror más fascinantes de los años '70, pese al fracaso nacional; tiempo después, mientras ejercía de productor para "El Lago Azul", elaboraba junto a su colega Everett DeRoche un guión fuertemente inspirado en "La Ventana Indiscreta", que éste ya usó para la mencionada historia del asesino encamado con telequinesis.
Con la escrita en pocos días "Road Games" la apuesta subió y AVCO Embassy se convirtió en la distribuidora, lo que significó para el dúo una serie de problemas que casi resulta en la cancelación de la producción, siendo el detonante la presión por incluir dos actores norteamericanos para afianzar el éxito internacional. Una primera opción fue Sean Connery pero terminó Stacey Keach de protagonista, a quien conocemos nada más empezar; su Quid es un camionero al que le gusta hablar, muchísimo, y no dejará de hacerlo durante los 100 minutos de metraje.
Elocuente, arrogante e irritante, tendría todos los trazos de un personaje "hitchcockiano" si fuese más elegante. Y Franklin juega bien sus cartas con este inicio frente a un motel de carretera, donde la guapa de turno muere a manos de un tipo misterioso durante una secuencia de gran potencia visual y estética que encajaría bien en la filmografía de Argento. Ya hay un villano y un candidato a héroe, que se miran y tientan a través de una ventana; la observación y la sospecha serán claves a partir de ahora. El fallo de DeRoche fue haber estado despierto durante días mientras concebía el guión, ya que alucinó igual que le sucede a Quid.
Eso explica la tremenda y fastidiosa irregularidad de una trama con más baches que esas autovías de Nullarbor Plain y donde se abre lo que parece ser una intriga basada en el juego del gato y el ratón. El maestro Brian May ofrece su estimulante música a la cacería que inicia Quid por descubrir los tejemanejes del supuesto psicópata que todo el mundo busca; versión de L.B. Jefferies que cambia su silla de ruedas por un mostrenco de Mercedes Benz NG-73, este camionero parlanchín espía y es espiado, tomado por culpable por una policía idiota, acosado por un puñado de paletos que evidencian una violenta hostilidad xenófoba, contribuyendo a densar esa atmósfera en cuyos pliegues sudorosos y asfixiantes nos enfrasca el director.
Ahora el camionero asesino de "El Diablo sobre Ruedas" pasa a ser víctima de otro asesino, asediado desde todas partes. Pero es la sensación de extrañeza lo que pesa sobre "Road Games", abriéndose ante el parabrisas del camión un escenario casi irreal, cercano a la experiencia onírica, subrayado por los colores terrosos y las inventivas visuales de Vincent Monton. Y ello se extiende a la forma de los personajes y sus interacciones, que con la mayor naturalidad profieren unos diálogos absolutamente increíbles, de una incoherencia tan absurda que pareciera intencionada.
Digamos que divagan en el ingenio afilado y poético de Hitchcock y el estilo delirante empapado en ácido del que Hooper hacía gala en sus primeras obras, pero no es sino el humor negro que subyace al propio estilo de DeRoche y Franklin, el que retuerce los códigos del suspense y los lleva a otro nivel de extravagancia. La influencia del maestro británico prosigue su camino, no en un desvío, más bien en un bache argumental: Jamie Curtis revela ser la joven que continuamente espera a que la recoja Quid, cual fantasma de la carretera; pero, repitiendo su papel de autoestopista de "La Niebla", viene a aparecer tras haber pasado casi 40 minutos (y los personajes secundarios menos convencionales de la Historia del cine).
¿Para qué? Para absolutamente nada de nada; ni tendrá un romance con el protagonista ni jugará un papel importante en la continua caza al asesino, es un ser impersonal cuya distancia con el anterior le hace más inquietante aún. Él es el punto clave y lo que mueve la historia desde el principio; Curtis, en honor a su madre Janet Leigh, se convierte en una potencial víctima del homicida (el tributo "hitchcockiano" se extiende no sólo a un retrete enfocado en primer plano sino a una revista sobre el director que veremos dentro del camión; ni DePalma ha acumulado tantas referencias al maestro...).
¿Víctima? ¡¿Y qué sabemos?! La intención de Franklin era que el público fuese un paso por delante del pobre Quid, pero poco a poco quedamos tan perdidos como él, tanto que también alucinaremos con cuerpos desmembrados y conejos ensangrentados de no tomar un respiro. La idea es difuminar el papel de la autoestopista hasta no saber muy bien por qué y para qué ha aparecido, intercalando situaciones confusas y giros sin explicación. Por suerte el desbarajuste narrativo se encauza al dejar esta tierra baldía de espectros y pesadillas e ir a territorio urbano, brindándonos uno de esos clímax intensos y originales que por siempre se recuerdan.
Nada mejor podría decirse del duelo entre el camión y la furgoneta en esos callejones estrechos, con un coche de policía de por medio como alivio casi humorístico al clima de violencia exhibido...por desgracia el tiempo de rodaje era limitado y Franklin no logró una resolución satisfactoria.
Incluso los de AVCO exigieron filmar otra para hacerlo todo más impactante y enigmático. Pero no todos los australianos alucinaron igual y la película, la más cara realizada en el país hasta la fecha, se estampó en taquilla...lo que no importó para catapultar definitivamente la popularidad del nativo de Melbourne...
El sol abrasador, la paranoia y la sensación de muerte. Encuentros extraños, dos hombres enfrentados, un misterio irresoluble, la muerte en los talones...
Todo esto viene a colación de que no sólo DePalma figura como el cineasta admirador de Hitchcock por excelencia; ahí está Richard Franklin, pero casi nadie se acuerda de él, al menos no los fans del cine australiano. Es menester reivindicar la extraña experiencia de "Patrick", una de las obras de terror más fascinantes de los años '70, pese al fracaso nacional; tiempo después, mientras ejercía de productor para "El Lago Azul", elaboraba junto a su colega Everett DeRoche un guión fuertemente inspirado en "La Ventana Indiscreta", que éste ya usó para la mencionada historia del asesino encamado con telequinesis.
Con la escrita en pocos días "Road Games" la apuesta subió y AVCO Embassy se convirtió en la distribuidora, lo que significó para el dúo una serie de problemas que casi resulta en la cancelación de la producción, siendo el detonante la presión por incluir dos actores norteamericanos para afianzar el éxito internacional. Una primera opción fue Sean Connery pero terminó Stacey Keach de protagonista, a quien conocemos nada más empezar; su Quid es un camionero al que le gusta hablar, muchísimo, y no dejará de hacerlo durante los 100 minutos de metraje.
Elocuente, arrogante e irritante, tendría todos los trazos de un personaje "hitchcockiano" si fuese más elegante. Y Franklin juega bien sus cartas con este inicio frente a un motel de carretera, donde la guapa de turno muere a manos de un tipo misterioso durante una secuencia de gran potencia visual y estética que encajaría bien en la filmografía de Argento. Ya hay un villano y un candidato a héroe, que se miran y tientan a través de una ventana; la observación y la sospecha serán claves a partir de ahora. El fallo de DeRoche fue haber estado despierto durante días mientras concebía el guión, ya que alucinó igual que le sucede a Quid.
Eso explica la tremenda y fastidiosa irregularidad de una trama con más baches que esas autovías de Nullarbor Plain y donde se abre lo que parece ser una intriga basada en el juego del gato y el ratón. El maestro Brian May ofrece su estimulante música a la cacería que inicia Quid por descubrir los tejemanejes del supuesto psicópata que todo el mundo busca; versión de L.B. Jefferies que cambia su silla de ruedas por un mostrenco de Mercedes Benz NG-73, este camionero parlanchín espía y es espiado, tomado por culpable por una policía idiota, acosado por un puñado de paletos que evidencian una violenta hostilidad xenófoba, contribuyendo a densar esa atmósfera en cuyos pliegues sudorosos y asfixiantes nos enfrasca el director.
Ahora el camionero asesino de "El Diablo sobre Ruedas" pasa a ser víctima de otro asesino, asediado desde todas partes. Pero es la sensación de extrañeza lo que pesa sobre "Road Games", abriéndose ante el parabrisas del camión un escenario casi irreal, cercano a la experiencia onírica, subrayado por los colores terrosos y las inventivas visuales de Vincent Monton. Y ello se extiende a la forma de los personajes y sus interacciones, que con la mayor naturalidad profieren unos diálogos absolutamente increíbles, de una incoherencia tan absurda que pareciera intencionada.
Digamos que divagan en el ingenio afilado y poético de Hitchcock y el estilo delirante empapado en ácido del que Hooper hacía gala en sus primeras obras, pero no es sino el humor negro que subyace al propio estilo de DeRoche y Franklin, el que retuerce los códigos del suspense y los lleva a otro nivel de extravagancia. La influencia del maestro británico prosigue su camino, no en un desvío, más bien en un bache argumental: Jamie Curtis revela ser la joven que continuamente espera a que la recoja Quid, cual fantasma de la carretera; pero, repitiendo su papel de autoestopista de "La Niebla", viene a aparecer tras haber pasado casi 40 minutos (y los personajes secundarios menos convencionales de la Historia del cine).
¿Para qué? Para absolutamente nada de nada; ni tendrá un romance con el protagonista ni jugará un papel importante en la continua caza al asesino, es un ser impersonal cuya distancia con el anterior le hace más inquietante aún. Él es el punto clave y lo que mueve la historia desde el principio; Curtis, en honor a su madre Janet Leigh, se convierte en una potencial víctima del homicida (el tributo "hitchcockiano" se extiende no sólo a un retrete enfocado en primer plano sino a una revista sobre el director que veremos dentro del camión; ni DePalma ha acumulado tantas referencias al maestro...).
¿Víctima? ¡¿Y qué sabemos?! La intención de Franklin era que el público fuese un paso por delante del pobre Quid, pero poco a poco quedamos tan perdidos como él, tanto que también alucinaremos con cuerpos desmembrados y conejos ensangrentados de no tomar un respiro. La idea es difuminar el papel de la autoestopista hasta no saber muy bien por qué y para qué ha aparecido, intercalando situaciones confusas y giros sin explicación. Por suerte el desbarajuste narrativo se encauza al dejar esta tierra baldía de espectros y pesadillas e ir a territorio urbano, brindándonos uno de esos clímax intensos y originales que por siempre se recuerdan.
Nada mejor podría decirse del duelo entre el camión y la furgoneta en esos callejones estrechos, con un coche de policía de por medio como alivio casi humorístico al clima de violencia exhibido...por desgracia el tiempo de rodaje era limitado y Franklin no logró una resolución satisfactoria.
Incluso los de AVCO exigieron filmar otra para hacerlo todo más impactante y enigmático. Pero no todos los australianos alucinaron igual y la película, la más cara realizada en el país hasta la fecha, se estampó en taquilla...lo que no importó para catapultar definitivamente la popularidad del nativo de Melbourne...

6,2
2.732
2
4 de agosto de 2022
4 de agosto de 2022
0 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
"Entonces aquel alado ser de ébano
provocó que a mi lúgubre tristeza sonriera,
con la solemnidad grave y severa
que su aspecto mostrara...
"Aunque tu cresta parezca lisa y cercenada", le dije,
"no eres tú un cobarde".
"Espectral, vetusto, cuervo amenazador,
que has llegado desde las riberas nocturnas,
dime, ¿cuál es tu nombre
en la orilla de la noche de Plutón?"
Y el cuervo dijo...".
El cuervo dijo una tontería como un castillo porque nadie se tomó en serio la obra que curiosamente encumbraría a Allan Poe al verdadero reconocimiento; aun más curioso, pues no se trató de un cuento o una novela, sino de un poema, revestido con el misterio que auspicia la llegada de un pájaro al hogar de un culto y noble anónimo, teñido en tétricos recuerdos donde pesa el alma de una amada muerta antes de tiempo, Lenore. Tanta angustia y desolación produce su lectura como la descrita por el protagonista de "The Pit and the Pendulum", donde ahora la muerte, el vacío y el olvido toman la forma física de un animal que lleva a ese narrador a la locura...
¿Qué ocurrió?, lo mismo que a muchas sagas de terror a lo largo de la Historia, que el agotamiento de las fórmulas da lugar a que sus artífices busquen nuevas vías para seguir manteniendo el interés en el público, y por desgracia el humor es una de las más recurrentes. A Corman y Matheson les gustó tanto el tratamiento cómico que le dieron al segundo relato de "Historias de Terror" (versión combinada de "The Black Cat" y "The Cask of Amontillado") que esa fue su pretensión a la hora de llevar a la gran pantalla el maravilloso poema de 1.845, pues, en palabras del propio Vincent Price, era "ridícula la idea de adaptar un poema si no se hacía de este modo".
En efecto, la idea era ridícula, y más como la hicieron finalmente. Unos primeros minutos bajo la espeluznante y elegante narración de Price nos sitúan en la atmósfera de la pequeña obra, puro misterio y encanto místico, tortura por la pérdida, soledad, el protagonista anónimo aparece en sus aposentos, encerrado en dolorosos recuerdos; se mueve algo torpe, deambula esperando un sobresalto, es extraña la manera de actuar del actor. Vemos el ataúd de Lenore, un retrato, una hija, Estelle (Olive Sturgess, hermosísima), melancolía que supura de cada rincón del gran caserón.
Llega entonces el cuervo, picotea, llama, Price recita magistral las líneas, le pregunta al cuervo...y de repente el bicho empieza a soltar una retahíla de gilipolleces que hizo a mis pelos de la nuca erizarse como no lo habían hecho con las entregas previas de la saga. El hombre, ahora llamado Craven, mantiene un diálogo absurdo y delirante con el negro pájaro, parlanchín y descarado; de no haber fallecido y tratarse sólo de catalepsia, Poe habría salido de su tumba gritando blasfemias, maniatado al director, al guionista y a todo el equipo y les habría emparedado vivos tras quemarles los ojos y sacarles los hígados.
Corman y Matheson atraviesan el poema con malicia y sus secuaces se autoparodian sin pudor, esos Price y Peter Lorre que, vista su buena química humorística en el film previo, repiten tan contentos aquí, dando vida, no se lo pierdan, a dos brujos a quienes les une un temor y un odio sin parangón hacia Scarabus, maestro del ocultismo y responsable de haber convertido al segundo en cuervo. El caso es que el cuervo ya se ha ido, transformado en persona, más bien, una persona repelente e insoportable, algo que a Lorre se le da de maravilla interpretar.
La trama seguirá la aventura de éstos, junto a sus respectivos hijos (el del anterior es un jovencito Jack Nicholson quien, como Sturgess, desempeña un papel secundario inútil y sin propósito), hacia el castillo de Scarabus, mientras el guión desarrolla situaciones supuestamente graciosas que en realidad son ridículas "ad infinitum"; ese es el peor error, la ausencia de ritmo y la forma en que la película, pese a su delirio y su perfecta ambientación, sume al espectador en el sopor. Boris Karloff, quien ya apareció en una muy anterior adaptación (libre) del poema, es el más decente de este cuadro actoral psicotrópico.
Amenazador incluso cuando se permite matices cómicos, el veterano británico deslumbra como brujo malvado debido a su interpretación metódica, cosa que le hizo chocar en extremo con los alardes de improvisación de Lorre (y no fue el único); queda en suspenso la falsa muerte de Lenore, una subtrama mucho más interesante que la venganza de Bedlo y la rivalidad entre el anfitrión y Craven (más aún cuando Hazel Court se persona en escena, transformando a su Emily de "El Entierro Prematuro" en una sexy, agresiva y codiciosa "femme fatale"). El último acto es un tedioso disparate...
Esto no es una comedia de Abbott y Costello y Corman no posee talento para desenvolverse en el humor, salvo si es en el negro; un duelo de magia como clímax sólo deja entrever algo ya sabido: la maestría de Haller para las atmósferas y el estilo visual, amén de esos curiosos efectos especiales creados por el técnico experto Pat Dinga. Karloff parece abatido, cansado en todas las escenas, Lorre ebrio, y Price se deja llevar con resignación; no es que se metan a conciencia en sus personajes, es que ése era su estado emocional mientras rodaban esta bazofia, la cual obtuvo de nuevo muy buenas recaudaciones en taquilla...
No es una sorpresa. Se contó con caras muy conocidas en el género de terror haciendo cosas para las que el público no estaba preparado, dos actrices de gran carga erótica y muchos efectos y truquitos visualmente atractivos.
La crítica, como de costumbre, no se puso de acuerdo con el público; en esta ocasión, y sin que sirva de precedente, ellos tuvieron la razón. La terrible fórmula gustó a A.I.P. y produjeron un proyecto similar, "La Comedia de los Horrores", a cargo de Tourneur, a quien le salió mejor la jugada...
provocó que a mi lúgubre tristeza sonriera,
con la solemnidad grave y severa
que su aspecto mostrara...
"Aunque tu cresta parezca lisa y cercenada", le dije,
"no eres tú un cobarde".
"Espectral, vetusto, cuervo amenazador,
que has llegado desde las riberas nocturnas,
dime, ¿cuál es tu nombre
en la orilla de la noche de Plutón?"
Y el cuervo dijo...".
El cuervo dijo una tontería como un castillo porque nadie se tomó en serio la obra que curiosamente encumbraría a Allan Poe al verdadero reconocimiento; aun más curioso, pues no se trató de un cuento o una novela, sino de un poema, revestido con el misterio que auspicia la llegada de un pájaro al hogar de un culto y noble anónimo, teñido en tétricos recuerdos donde pesa el alma de una amada muerta antes de tiempo, Lenore. Tanta angustia y desolación produce su lectura como la descrita por el protagonista de "The Pit and the Pendulum", donde ahora la muerte, el vacío y el olvido toman la forma física de un animal que lleva a ese narrador a la locura...
¿Qué ocurrió?, lo mismo que a muchas sagas de terror a lo largo de la Historia, que el agotamiento de las fórmulas da lugar a que sus artífices busquen nuevas vías para seguir manteniendo el interés en el público, y por desgracia el humor es una de las más recurrentes. A Corman y Matheson les gustó tanto el tratamiento cómico que le dieron al segundo relato de "Historias de Terror" (versión combinada de "The Black Cat" y "The Cask of Amontillado") que esa fue su pretensión a la hora de llevar a la gran pantalla el maravilloso poema de 1.845, pues, en palabras del propio Vincent Price, era "ridícula la idea de adaptar un poema si no se hacía de este modo".
En efecto, la idea era ridícula, y más como la hicieron finalmente. Unos primeros minutos bajo la espeluznante y elegante narración de Price nos sitúan en la atmósfera de la pequeña obra, puro misterio y encanto místico, tortura por la pérdida, soledad, el protagonista anónimo aparece en sus aposentos, encerrado en dolorosos recuerdos; se mueve algo torpe, deambula esperando un sobresalto, es extraña la manera de actuar del actor. Vemos el ataúd de Lenore, un retrato, una hija, Estelle (Olive Sturgess, hermosísima), melancolía que supura de cada rincón del gran caserón.
Llega entonces el cuervo, picotea, llama, Price recita magistral las líneas, le pregunta al cuervo...y de repente el bicho empieza a soltar una retahíla de gilipolleces que hizo a mis pelos de la nuca erizarse como no lo habían hecho con las entregas previas de la saga. El hombre, ahora llamado Craven, mantiene un diálogo absurdo y delirante con el negro pájaro, parlanchín y descarado; de no haber fallecido y tratarse sólo de catalepsia, Poe habría salido de su tumba gritando blasfemias, maniatado al director, al guionista y a todo el equipo y les habría emparedado vivos tras quemarles los ojos y sacarles los hígados.
Corman y Matheson atraviesan el poema con malicia y sus secuaces se autoparodian sin pudor, esos Price y Peter Lorre que, vista su buena química humorística en el film previo, repiten tan contentos aquí, dando vida, no se lo pierdan, a dos brujos a quienes les une un temor y un odio sin parangón hacia Scarabus, maestro del ocultismo y responsable de haber convertido al segundo en cuervo. El caso es que el cuervo ya se ha ido, transformado en persona, más bien, una persona repelente e insoportable, algo que a Lorre se le da de maravilla interpretar.
La trama seguirá la aventura de éstos, junto a sus respectivos hijos (el del anterior es un jovencito Jack Nicholson quien, como Sturgess, desempeña un papel secundario inútil y sin propósito), hacia el castillo de Scarabus, mientras el guión desarrolla situaciones supuestamente graciosas que en realidad son ridículas "ad infinitum"; ese es el peor error, la ausencia de ritmo y la forma en que la película, pese a su delirio y su perfecta ambientación, sume al espectador en el sopor. Boris Karloff, quien ya apareció en una muy anterior adaptación (libre) del poema, es el más decente de este cuadro actoral psicotrópico.
Amenazador incluso cuando se permite matices cómicos, el veterano británico deslumbra como brujo malvado debido a su interpretación metódica, cosa que le hizo chocar en extremo con los alardes de improvisación de Lorre (y no fue el único); queda en suspenso la falsa muerte de Lenore, una subtrama mucho más interesante que la venganza de Bedlo y la rivalidad entre el anfitrión y Craven (más aún cuando Hazel Court se persona en escena, transformando a su Emily de "El Entierro Prematuro" en una sexy, agresiva y codiciosa "femme fatale"). El último acto es un tedioso disparate...
Esto no es una comedia de Abbott y Costello y Corman no posee talento para desenvolverse en el humor, salvo si es en el negro; un duelo de magia como clímax sólo deja entrever algo ya sabido: la maestría de Haller para las atmósferas y el estilo visual, amén de esos curiosos efectos especiales creados por el técnico experto Pat Dinga. Karloff parece abatido, cansado en todas las escenas, Lorre ebrio, y Price se deja llevar con resignación; no es que se metan a conciencia en sus personajes, es que ése era su estado emocional mientras rodaban esta bazofia, la cual obtuvo de nuevo muy buenas recaudaciones en taquilla...
No es una sorpresa. Se contó con caras muy conocidas en el género de terror haciendo cosas para las que el público no estaba preparado, dos actrices de gran carga erótica y muchos efectos y truquitos visualmente atractivos.
La crítica, como de costumbre, no se puso de acuerdo con el público; en esta ocasión, y sin que sirva de precedente, ellos tuvieron la razón. La terrible fórmula gustó a A.I.P. y produjeron un proyecto similar, "La Comedia de los Horrores", a cargo de Tourneur, a quien le salió mejor la jugada...
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