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Críticas de Chris Jiménez
Críticas 2.210
Críticas ordenadas por utilidad
8
6 de marzo de 2017
0 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
La maquinaria que factura billones de dólares al año y que nos hechiza con sus estrellas, su lujo, sus luces de neón y su cine es en realidad una fosa séptica donde para pagar por cada de una de esas cosas obliga al que lo hace a hundirse en toneladas de miseria y estiércol, y al final lo hace con gusto...

Esta maquinaria se llama Hollywood y el verla despedazada en pantalla ya no es en absoluto un tema original, ni siquiera escandaloso; ¿sentirán un placer masoquista los privilegiados que por esas lindes caminan y medran al ver la imagen que muchas veces ofrecen de ellos en ciertos títulos condenatorios? Deben hacerlo pues este tipo de cine (el "arde Hollywood") no existiría; y eso es lo más paradójico. David Cronenberg, que se vino reciclando y modernizando desde mediados del 2.000, se encarga de introducirse en el podrido seno de la ciudad de las estrellas como las larvas en los cuerpos de sus personajes de "Shivers", y removerse en su interior hasta hacer explotar sus tripas.
"Maps to the Stars" esperó mucho tiempo para hacerse realidad, como casi todos los guiones del autor Bruce Wagner, un experto en hacer sangrar a la comunidad de donde, por otro lado, es nativo; la última obra del director era la distante e insoportable "Cosmopolis", con la que compartirá no pocos puntos. Sobre todo tiene a ese mejorado Robert Pattinson en la piel de un chófer de ambigua personalidad encerrando un álter-ego del propio Wagner; pero no es el protagonista, sino una extranjera, ya en tierra de nadie antes de aterrizar en la soleada Los Angeles: Agatha, y que exhibe el precioso pero para la ocasión malformado rostro de Mia Wasikowska.

El pequeño microcosmos en el que nos mete de cabeza el director comprende dos historias paralelas: la de una familia extremadamente disfuncional (los Weiss) y la de una actriz madura en horas bajas (Havana). Disecciona así todos los recovecos de un Hollywood figurado como máquina de fantasmas y cantera de conspiraciones y secretos, pero utiliza un proceso algo diferente del de Lynch en "Mulholland Drive" (cuya Betty es el homólogo de esta Agatha); aquél disponía un submundo de monstruos que articulaban y manipulaban la realidad exterior desde las sombras, cargando la historia de una desasosegante tensión difusa.
El canadiense observa Los Angeles, lugar de proyección e idealización por excelencia, con sus monstruos pululando en el exterior y, lo que es peor, pretendiéndose gente corriente, viviendo de gestos, miradas y palabras de hipocresía; frialdad pura entre los falsos y muy modernos oropeles donde refugiar sus trastornos, neurosis, miedos, decadencias y fracasos. Un buen ejemplo: el padre (Stafford) distante que sólo piensa en su prestigio como autor mientras su retoño de 13 años (Ben) es un desgraciado drogadicto que se pasea por ahí cual hijo de capo de la mafia.

Sensacional es la naturalidad del guión para atrapar a todos sus protagonistas en un anillo de Moebius donde ambos lados giran como los rostros intercambiables de una misma realidad, y el final se une al principio en un círculo infinito; la dualidad de los personajes como clave esencial del guión. Cargando la atmósfera de cierta sutileza puramente sensorial cercana a la imaginería de Lynch o Polanski, el cineasta se sirve del humor más negro y satírico para disponer los juegos de espejos y dobles que ingeniosamente construye Wagner, con la pareja de hermanos Agatha/Ben figurando la misma relación enfermiza que sus propios padres (delirios de incesto que resultará un tema espinoso para el espectador fácil de escandalizar).
Por otro lado la obsesión de Havana de suplantar a su propia madre, cuyo fantasma será el instigador de sus pesadillas, y que se sirve de la tragedia familiar y los elementos del fuego, el propio cine y el poema de Paul Éluard como conductores entre la actriz acabada y la joven recién llegada, un todo cuyos dos hemisferios interactúan sin cesar; de por medio los fantasmas de dos niños simbolizando un presagio desastroso. Agatha y Ben, torturados en su presente, están atrapados entre los espíritus del pasado (Stafford y Christina) y los del futuro (Cam y Roy).

Mientras, todos hacen del sadismo, la culpa y la degeneración una parte importante de sus vacuas existencias, curándose en pomposas reuniones sociales, desaforadas relaciones amorosas y psicóticas terapias que no llevan a ningún sitio, porque el destino juega en contra y es un arma poderosa. Durante el último acto, Cronenberg, algo que lleva haciendo toda su vida, nos rasga los hígados con violentos actos cuyo incentivo es la pura maldad humana y la locura en su máxima expresión; al final la visión es inmisericorde y así el público acaba harto, desquiciado y empachado con unos personajes con los que resulta imposible comprender y empatizar.
Reverso amargo y áspero de "Get Shorty" y un buen tributo a los clásicos que se burlaban así de maquiavélicamente de las debilidades del Hollywood dorado. Wasikowska y una pérfida Julianne Moore llevan todo el peso del film a sus espaldas, pero ni que decir que Pattinson, John Cusack, Justin Kelly y sobre todo Evan Bird se amoldan bien a sus ruines papeles; técnicamente destacan los ambientes fríos y a un tiempo elegantes que otorga la mano de Peter Suschitzky a la fotografía, dando a la cruda realidad una dimensión de extrañeza que tanto fascina como repugna.

Al ser una producción independiente pasó con rapidez a ser pieza de culto; ni de lejos cubrió en taquilla el coste de realización pero encantó en festivales y a la mayoría de críticos especializados. Cronenberg sabía que no hacía un film para las masas...
Y menos para las que se tragan sin pestañear todos los irracionales "blockbusters" salidos como churros de su fábrica de sueños preferida. Me sitúo así entre los que opinan que ésta es una de sus mejores obras de su etapa madura.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Chris Jiménez
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5
3 de marzo de 2017
0 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tras un "thriller" de la talla de "Instinto Básico" salieron en los '90 muchos films similares y que explotaban el filón de aquella, desarrollando truculentas tramas de fuerte carga erótica.

Pero esta película parece que se pierde o que repite esquemas, o que no logra cuajar, quizás por su previsibilidad, quizás por sus actores, aunque tiene nada menos que al genial Chazz Palminteri y a la increíble "femme fatale" Linda Fiorentino, que ya deslumbró lo suyo en "La Última Seducción".

Eso es "Jade", quizá un intento de repetir la de John Dahl, pero que no lo consigue, aunque no se le puede quitar mérito a la trama y al ritmo, correctamente llevado por el veterano Friedkin, con su bien desplegada acción, tensión y giros, que, de haber sido mejor conducidos, sí habrían causado el impacto que inicialmente se esperaba.
Chris Jiménez
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2
27 de febrero de 2017
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El catalán De la Loma siempre fue un hombre con muchas narices y carácter, y sus obras hablan por sí solas; experto en la acción, la crudeza y el movimiento, ya distrajo lo suficiente al público con sus fábulas "noir" y ásperos "thrillers" de sabor americano.

En el instante en que fallece Francisco Franco y España entra en un inesperado periodo de transición, a su cine le pasa lo mismo que a esa sociedad reprimida durante tantos años: que explota; "Perros Callejeros" inicia realmente el cine "quinqui", abrasiva y bruta visión de lo que era la Barcelona más suburbial del momento a través de una joven generación absolutamente condenada al abismo. Es la comunidad donde mejor se vive el paso de una etapa a otra; con la legalización de los partidos comunistas, las elecciones de 1.977 y la llegada de la Constitución, se puede decir que la libertad ha llegado, cosa que los jóvenes confunden con libertinaje.
De la Loma desea captar ese ambiente, el de las llamadas Jornadas Libertarias celebradas en el parque Güell; vuelve a dirigir su mirada a la calle, pero esta vez deja los caminos polvorientos del extrarradio y los desvencijados suburbios y se mete de cabeza en el centro de la ciudad, para explorar con lupa a esa (contra)cultura juvenil que ha surgido. Sin embargo, donde lo conseguía en su anterior película gracias a la acción, al suspense, al relato policíaco y a la crítica social, fracasa estrepitosamente en "Nunca en Horas de Clase", enfocando la historia alrededor de los colegios de pago y sus estudiantes, pero proclamando la total corrupción en ellos.

Su modelo es la Angélica a la que da vida Nadia Windell, nacida de familia de clase media-alta, se muestra ante sus padres y maestros como una señorita muy digna y respetuosa, pero sólo se oculta mostrándose, pues no tarda en dejar salir su "yo" verdadero de rastrera, hipócrita y zorra repulsiva, sobre todo al llegar la noche. Una noche que pertenece a una chavalada empapada de las modas que han entrado del extranjero, las ideas "liberales", el sexo desenfrenado sin pasión y la droga, antes de la llegada de la heroína; por desgracia el director no construye una trama auténtica sobre la que sostener las sórdidas, depravadas y no poco caricaturescas secuencias que nos lanza a los ojos como puñales.
Básicamente veremos deambular de acá para allá a la protagonista junto a su panda de amigas por pubs y discotecas atestados de humo, alcohol y sudor a la caza de hombres maduros. ¿Y por qué? Porque De la Loma se empeña en hacernos ver la debilidad de los hombres pre-Transición contra la juventud posfranquista, un duelo de sexos donde ellos quedan como viejos pervertidos, cobardes y patéticos y ellas como ingeniosas mujeres fatales que saben aprovechar su atractivo para robar el dinero a los anteriores; pero el guión no hace distinciones entre hombres y mujeres: todos y cada uno de ellos está tocado por lo abominable y detestable, todos huyen, se esconden o se arrastran y no hay coraje ni dignidad que valga.

Una de las situaciones alrededor de la cual más se centra el "argumento" es una ridícula apuesta de Angélica con una compañera: lograr seducir al benevolente y permisivo director del colegio, quien desarrollará un especial interés en ella. Entre estas correrías y fechorías urbanas, un sistema educativo fracasado que no puede permitirse aplicar la mano dura debido a la democracia y al progreso liberal de la sociedad, y unos padres que simbolizan la arcaica tradición de una generación dormida e ignorante con respecto a la siguiente, sus hijos, rebeldes e incombustibles. Pero De la Loma relata todo esto desde un punto de vista tan satírico y agresivo como grotescamente cómico.
Es como si revirtiera la esencia más desenfadada y cachonda del cine del destape, capitaneada por Mariano Ozores (queda plasmado en ese tramo en el que el mismísimo José Luis López Vázquez, que no quiero saber cómo llegó aquí, es engañado por Angélica...uno de los mitos de dicho cine, el macho español, maduro y curtido que se ha equivocado de película, pues termina vencido por la jovencita, quien, en una de las suyas, se habría llevado a la cama con total sumisión), y pervirtiera las hazañas discotequeras y las aventuras juveniles de las muy influyentes "Fiebre del Sábado Noche" y "American Graffiti".

Pero el catalán lo hace sin ninguna gracia, acudiendo a la tediosa repetición y a la mofa autoparódica, y lo peor de todo: dejándose mil millones de cabos sin atar, de subtramas y personajes sin desarrollar cuando la película se acerca peligrosamente a un final descacharrante que es también un guantazo en la cara del progreso social. Cuando ese Carlos Ballesteros como el director promulga a viva voz y con total desparpajo la caída total de los valores morales, la corrupción del sistema, la celebración de la perversión, el final de la decencia, en resumen:
La victoria de la democracia, que va par a la del libertinaje. Entre las subidas de tono, unos diálogos llenos de trasnochada jerga adolescente, un humor socarrón y alocado que no pega ni con cola en esa trama sin sustento, confusa, a medio contar y cogida con pinzas, y un pobre reparto que se presta a interpretar a una retahíla de personajes aborrecibles, éste podría ser uno de los títulos más aburridos y torpes del "quinqui", aunque ni siquiera podría encajarse en este subgénero como tal.

De la Loma se redimiría por esta chapuza con la secuela de "Perros Callejeros" al año siguiente, la mejor de la trilogía.
Chris Jiménez
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8
27 de febrero de 2017
0 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Al igual que Víctor Érice, Iván Zulueta o Gonzalo Suárez, Agustí Villaronga Riutort es un planeta extraño e indescifrable dentro del universo del cine español.
Apareció con la fuerza de una supernova y ese impacto inicial todavía sigue perdurando, gracias sobre todo a sus primeras y más arriesgadas obras.

Apegado desde pequeño a la pasión por las artes visuales, cursará estudios en Barcelona y ejercerá de profesor antes de experimentar en el formato del cortometraje; se le ve de actor en el "cine quinqui", poco ha pasado de los 30 y ya se embarca en un proyecto más ambicioso, que le costará cinco años y muchos disgustos. La idea de alguien indefenso a merced del Mal se cruza con su interés por la leyenda negra de la figura histórica Gilles de Montmorency-Laval (quien fue ejecutado por los horribles asesinatos y abusos de niños); unas obsesiones acerca del sadismo y la crueldad que plasma sin ninguna concesión ni prejuicio pero que le vale el rechazo de todos los productores.
Hasta que llega Teresa Enrich con una fe ciega en su idea, e invierte capital de su propio bolsillo para financiar lo que a todas luces parece la crónica de una muerte anunciada, pues nada hace pensar que algo así sea capaz generar beneficio comercial; el nativo de Mallorca pasará por rodajes interrumpidos, discusiones con el equipo, pérdida de fondos, el peligroso deterioro del escenario único donde filman (algún que otro fin de semana de forma ilegal) y otras calamidades con tal de llevar a buen puerto una ópera prima cuyo punto de partida se sitúa sobre un momento devastador de la Historia: la hegemonía del nazismo.

Juega un papel decisivo la completa fortaleza del espectador, al que se pone a prueba ya desde el inicio en una situación incómoda y vomitiva, desafiante de la persistencia retiniana: en un lugar derruido y solitario un hombre fotografía a un niño desnudo colgado que en su martirologio ha soportado brutales maltratos y aún le queda la muerte. Todo este prólogo transpira suciedad, angustia y perversidad del más alto orden, y ya nos pone sobre aviso de que este cineasta español es distinto de todos los demás; una ruptura en la sobriedad con que se rueda tan insoportable ritual de tortura se da al temblar la cámara que graba desde el exterior...y que no es sino el punto de vista de un tercero.
El director adopta la mirada cómplice y el placer "voyeur" "hitchcockianos" como en "Psicosis", y nos fuerza a tomar parte (al estar en plano subjetivo) cuando ese observador irrumpe en el escenario y recoge el diario del responsable, quien, en un acto desesperado y cobarde, decide lanzarse desde la azotea del edificio. Podría ser que el crimen, por lo menos, ha obtenido una compensación; es así y no es así, ya que aquel repulsivo personaje reaparece, tras un margen temporal enorme, tetrapléjico e incubado en un pulmón de acero, y cuidado por su esposa Griselda y la criada de su bonita mansión.

Pudiera ser que el tipejo en cuestión, este Gilles moderno llamado Klaus, va a ser el protagonista de un drama íntimo donde reflexione sobre todos sus crímenes cometidos durante la guerra, postrado como el Pedro de "Mar Adentro"...pero lo cierto es que nuestra visión de él está más próxima al bebe-saurio de "Cabeza Borradora", un ser espantoso, de una fuerte presencia y olor que remueve el estómago y que succiona la energía vital de los presentes. No puede ser el protagonista, sino una presencia extraña, un chico que se cuela en la casa como el Terence Stamp de "Teorema" (en este y otros aspectos Pasolini es una gran influencia): dispuesto a cambiar las vidas de todos sus moradores.
Angelo no hace honor a su nombre porque más bien le rodea un aura demoníaca que no se muestra pero se intuye brotar desde esos impasibles pliegues del semblante de David Sust, amigo del cineasta y actor no profesional, lo cual le hace alguien más misterioso e imprevisible. Pero es una presencia que viene a viciar la ya de por sí viciada atmósfera del lugar, asfixiada por el espacio que ocupa el armatoste que sostiene a Klaus y por el agrio carácter de Griselda, criatura pérfida atrapada en las garras de un marido inútil e invadida por la desafección a la que ha estado condenada tanto tiempo.

Esto le permite ejercer sin problemas la violencia contra los que la rodean, en especial su pobre hija Rena; en realidad la clave del horror de "Tras el Cristal" se base en el poder para ejercer la violencia y el dolor sobre otros, y regocijarse en él con el mayor de los placeres. Angelo se descubre pronto, y esto debería haber sido retrasado en el guión para generar mejor el suspense alrededor de su persona; supuestamente enfermero personal de Klaus durante su estancia en el hospital, este joven se esfuerza en crear un vínculo con él sometiéndole a un juego de sumisión sin la más mínima compasión.
Pero la compasión en esta historia es algo que brilla por su ausencia pues Villaronga perfila el entorno más amoral e indigno imaginable, y uno no se equivocaría al afirmar que en esta obra se dan las mayores muestras de crueldad del cine español en toda su Historia (y esto es decir mucho...). El muchacho, conociendo de sobras el turbio pasado de ese despojo humano, practicará una retorcida inversión de roles y, en eso que podríamos llamar su "camino de venganza", adopta el papel que él tenía y le deja en un estado indefenso y frágil (máxime cuando su unión con la vida depende únicamente de un cable) que manejará a su gusto, así que ahora el monstruo asesino de niños no es sino un niño frente a otro monstruo.

(CONTINÚA LA CRÍTICA EN ZONA SPOILER)

El caso es que ya han pasado tres décadas y ni esa fuerza visual ni su tremenda representación de la violencia siguen dejando indiferente a nadie.
Y nunca lo hará esta rareza fílmica de nuestra patria, este híbrido inclasificable que le sale al director de las tripas y acaba penetrando en nuestro inconsciente para removerlo sin piedad. Ninguno de sus films futuros se pondrá a la misma altura.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Chris Jiménez
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1
21 de febrero de 2017
0 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ella asesina, que nosotros limpiamos la sangre. Vertiginosa fábula de frivolidad femenina elevando a las alturas el concepto de carisma por psicopatía, sensualidad por locura...

Con Miguel Martí uno se pregunta cómo cierta gente ha llegado a dedicarse al cine y, lo peor, seguir haciéndolo tras evidenciar su nulo talento aunque buena intención, gente como Fred O. Ray, Uwe Boll, Jim Wynorski o Jay Chandrasekhar; es inevitable pensarlo si se tiene en cuenta que el debut del madrileño fue la indigerible "Slam" a comienzos del milenio. Pero el hombre tuvo la suerte de continuar, y MediaPro quiere colaborar con él (¿quién les habría amenazado?) ofreciéndole para la ocasión un guión del incorregible Paco Cabezas, quien venía de fracasar en su intento de "thriller" por Argentina, "Aparecidos".
Un guión donde el hombre, después de una noche de empacho de comedias y horror "teen", regurgitó todas esas referencias y las vomitó sobre un montón de papeles, que es básicamente lo que hace su criatura "Sexy Killer" con el público. Atención al inicio del film y las orgullosas apariciones de compañías que van desde Tv3, Antena 3 y Warner Bros. a organismos como el Ministerio de Cultura, el Instituto Catalán de Industria Cultural y el Gobierno cántabro...y la primera secuencia que lo abre es un vestuario con un puñado de chicas desnudas; es decir, dinero privado y, lo peor, de las arcas públicas, se ha invertido en ésto.

En esto y en ver a un subnormal con el traje del asesino de "Scream" en una situación extraída de "Scary Movie"; Cabezas y Martí se lo han pasado bien parodiando la parodia de una parodia, lo que harán hasta el final. Torrente cinéfilo a los ojos, el corazón y el hígado; el comienzo hace lo que el "Impacto" de DePalma: llevarnos a creer que ésta va a ser otra de asesinos que destripan chavalas; las intenciones se revelan cuando Bárbara se persona orgullosa como la asesina por excelencia ante nosotros, y es que "Sexy Killer" es muy libre, muy alocada, muy gamberra, muy experimental.
¿Y saben? Lo peor que puede hacer una obra así es convencerse de que es graciosa...y no serlo en absoluto; Martí opera con esa pretenciosidad tan propia de los de capital graduados en cine, aprovechados de los "enchufes" y la suerte y que se jactan de que es arte lo que hacen, y de pata negra. El salero cordobés de Macarena Gómez la permite transmutarse en una chula irritante y poderosa que disfruta de su fuerza física, gusto por la hemoglobina y psicopatía en su envoltura de grimosa cursilería, cuando realmente sólo es un descerebrado pastiche de Patrick Bateman, Mallory Knox, la Gabriela de "Curdled" y las heroínas de acción a lo Lara Croft y Alice Abernathy.

Con la ultraviolencia por bandera conocemos en "flashbacks" las perversas hazañas de esta pija del Infierno con la que Cabezas pretende desmitificar (a estas alturas de la Historia, ya ven) el concepto y contexto de "psychokiller", plasmado por el director a través de una chillona estética "pop" que se colma de litros de sangre, humor burdo y absurdo y una colección de instantes "teen U.S.A." nada agradables, inscritos en una trama que sale de "American Psycho", ahogada por el imaginario de "Jawbreaker", quizás de "Heathers", con la impronta visual de "Asesinos Natos" y Besson, y donde rebosa la mala leche y cinefilia "freak" de Tarantino, Rodríguez y Álex de la Iglesia.
Todo ello saturado de diálogos y personajes cuya edad mental se equipara a los de "Club Desmadre" o una de esas bazofias de la saga "-Movie", mientras guionista y director pretenden crear una complicidad con el espíritu rebelde y juvenil del espectador por medio del surrealismo psicotrópico que tan bien sienta al cine de Kitamura, Sono y Miike; pero aquí la acumulación de disparates lleva al tedio y la desesperación, y no ejecutados desde el humor, sino desde el ridículo, así que la risa pasa a ser vergüenza ajena. Un sufrido Paco León, el único que me ha caído en gracia, cae en decir que tanta muerte se hace pesado, que el público espera algo original...

En efecto, pero esperando la originalidad nos damos de bruces con que Bárbara no la desea (¿han visto alguna vez a un personaje cuyos principios se contradigan tanto con la película que protagoniza?); no es original la historieta del chaval científico "freak" (César Camino, inaguantable) que se enamora de la tía más popular de la facultad y ella resulta ser la más rara de todas, pero los artífices de ésto pensaban que para sorprender al público basta con una vuelta de tuerca rocambolesca. Rodríguez supo hacerlo y encajarlo de manera deliciosa en "Abierto Hasta el Amanecer"...
Tras tanto metraje desarrollado, el estallido "zombie", con un poquito de Raimi, Peter Jackson y Romero aquí y allá, cruza los límites de lo patético, más aún al tener que presenciar en pantalla la muerte actoral de un Ángel de Andrés López demasiado benevolente al aparecer en un producto como este (no se sabe qué hace aquí, la verdad). Patético en general por hacer naufragar al caos argumental y fílmico en un mar de CGI y bromas al nivel de adolescentes de 3.º de E.S.O.; ni la confusa música, ni la atropellada edición, ni la efectista fotografía, nada se salva en términos técnicos...pero mucho menos en términos interpretativos.

Podemos deleitarnos y echar el cocido con algunos de los individuos más "de moda" en cuanto a cine y series españolas, quienes fracasan en su intento de humor, y es que exceso, autoparodia y sobreactuación no tienen que ser sinónimo de gracioso (salvo Paco León, que se lleva mi aplauso). ¿Y al final qué pasó? Que se estampó en cines, y la mayoría de los críticos la detestaron...
Sí, usaron dinero público, de los impuestos de usted y míos, y lo tiraron a la basura...pero de haber tenido éxito se habría convertido en un título a imitar con la creencia de salvación para el cine comercial español. Así que, ¿nos alegramos o nos disgustamos?, sea como sea este "pseudofilm" no satisface al espectador ni de una forma ni de otra.
Chris Jiménez
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