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Críticas de Chris Jiménez
Críticas 2.194
Críticas ordenadas por utilidad
3
8 de mayo de 2017
1 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
"¡Uno ya no va a estar seguro ni en su casa!". Es el grito de desesperación de David y el que seguro lanzaron otros como él al enterarse de la llegada de una ley que ponía patas abajo la situación conyugal tradicional en España.

Tengo que empezar diciendo que cuando un subgénero cinematográfico se pone de moda en una época o país determinado y de repente una cantidad tremenda de directores quieren tomar parte en él, con fines mayormente comerciales, resulta difícil distinguir entre una película y otra (a no ser que el responsable sea un genio inimitable), pues el estilo, los esquemas e incluso el mismo equipo artístico se comparte. Un buen ejemplo de esta situación la viviría el que fue uno de los cineastas más interesantes y a la vez más irregulares del cine español: Joan Bosch.
Un hombre sin una seña de identidad propia que se atrevió con el policíaco, el "western" e incluso el terror y que, llegada la Transición y el adiós a la censura, practicó, como otros colegas de profesión, la comedia de enredo de humor grueso y tintes eróticos. "Caray con el Divorcio" fue su penúltimo trabajo que, escrito por él mismo, poco o nada se conseguiría distinguir de los que en el momento realizaba Mariano Ozores, y más si contaba con algunos de sus actores fetiche, en especial Fernando Esteso, a quien Bosch, viendo el tremendo éxito que generaba en taquilla, no dudó en usar como reclamo perfecto para el público, y en una historia que le venía como anillo al dedo.

Historia que empieza, como bien se afirma, cuando en el verano de 1.981 el divorcio se recupera en el país después de 45 años de derogación con el inicio de la Dictadura, ley propuesta por el ministro de justicia Fernández Ordóñez que vino acompañada de polvaredas de polémica y la oposición de los miembros más conservadores del Gobierno y de la Iglesia; como era lógico en el cine esta situación tan explosiva estaría presente en la comedia, siendo "El Divorcio que Viene", "¡Qué Gozada de Divorcio!" o "El Primer Divorcio" (éstas dos últimas de Ozores) buenos ejemplos de ello.
Bosch toma ejemplo y nos trae otra fábula del tema, protagonizada por David, un abogado de vida profesional estable pero vida privada conflictiva, y en extremo: ha tenido dos hijos con dos amantes, Laly y Susana, y su esposa actual, Angélica, nada sabe de esto. Pero su desfachatez sin límites, sinvergonzonería y sobre todo su suerte se terminan cuando la nueva ley del divorcio se promulga, y es que las dos primeras, desoladas y desesperadas, se unen para trazar un plan que haga confesar a David ante su mujer y conseguir lo último que éste quiere hacer: pedir el divorcio. Será sin duda la peor parte de un argumento casi plagiado de "¡Qué Gozada de Divorcio!", estrenada un año antes.

Argumento que por otro lado acumula los mismos patrones, tópicos y clichés que cualquiera de los divertidos vodeviles del responsable de "Yo Hice a Roque III". Mientras Bosch hace hincapié en defender el derecho de la mujer ante la nueva ley, llena las situaciones cómicas de un humor desenfadado y al mismo tiempo ácido y negro como el carbón, convirtiendo en maestro de ceremonias de todas ellas a David, ser repulsivo y desagradable a la altura de Nerón, del que el espectador sólo puede desear una muerte horrible a manos de sus dos amantes como en las tragedias griegas.
A partir de sufrir un "shock" tras su encuentro con Susana, éste decide fingirse amnésico y regresar a casa con su mujer, su tío y su suegro (tan golfos y repelentes como él), quien está en plena recuperación por un accidente de coche sufrido tiempo atrás; este será el escenario único de los equívocos, mentiras, falsas apariencias y confesiones que se irán desarrollando. El problema es que Bosch no tiene el talento para el humor del sr. Ozores, y el ofrecido aquí es demasiado negro o demasiado absurdo, y de algún modo no consigue equilibrarse, además de que intenta provocar la risa con las pérfidas maniobras de un protagonista tan excesivamente cínico, rastrero y misógino, en las que implica a su amigo Mario, es cosa difícil de lograr.

El enredo y el erotismo van degenerando hacia el puro disparate, con las carreras de David "obligado" a acostarse con las dos mujeres en una especie de homenaje salido de tono a Benny Hill y el cambio repentino que éstas experimentan (primero se las trata de víctimas a las cuales se debe compadecer y luego de viciosas oportunistas, demostrándose que todos los personajes, hombres y mujeres, son unos hipócritas caraduras) unido a uno de los desenlaces más idiotas e incoherentes de cuantos se hayan visto en el cine español, todo por obra y gracia de Bosch, quien traspasa con él los límites de lo estúpido.
Si bien a Esteso el rol de golfo le viene a la perfección, Ozores se encargaba de adornar a sus personajes de cierto toque de simpatía o torpeza que le hiciera más agradable de cara al público, sin embargo Bosch le da un papel que desde el principio hasta el final será cobarde, hipócrita, escurridizo y retorcido, alguien al que no apetece ver ni oír. Junto a él tendremos a los siempre agradables Ricardo Merino, Rafael Alonso, Agustín González y Manuel Alexandre, esa maravillosa María Luisa Ponte y a las guapísimas María Salerno, Vanessa Hidalgo y Nadine Rochex (en la que Ozores se fijaría y poco después introduciría en sus trabajos).

Con algunos puntos divertidos y unos buenos secundarios, el film no da lo que uno espera; cuando parece que al protagonista le cae lo que se merece el guión hace malabares y él consigue salirse con la suya (el final sangriento y triste que todos queremos que tenga nunca llegará, por desgracia).
Bosch quiso, lo intentó, pero no le salió bien; con Mariano todo habría sido distinto, o por lo menos algo mejor. Puedo jurar que se trata de una de las comedias menos agradables de ver dentro del cine del "destape".
Chris Jiménez
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5
26 de noviembre de 2023
0 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
En la gran New York se arremolinan ya muchos héroes, pero entre los recovecos mugrientos y oscuros de Hell's Kitchen sólo uno reparte la justicia necesaria para acabar con el Mal.
Nuestro diablo de la guardia, el hombre sin miedo, pintoresco y enigmático como él solo. Por fin vamos a verle en acción...si merece o no la pena es otro cómic.

Yo al menos no puedo olvidar el primer número de "Daredevil", aunque la publicación que estaba en mis manos fuera una reedición española y no la original de 1.964; mucho colorido propio de la época pero en entornos callejeros poco halagüeños, aquello era una Manhattan sin brillo, y los morados y azules de los escenarios nocturnos dominaban con fuerza, igual que el amarillo, rojo y negro de aquel extrañísimo traje temprano que lucía Matt, quien creció como un niño acosado, sin un modelo paterno a seguir y que no se iba a convertir en un héroe dicharachero como mi amigo y vecino Spider-man.
Murdock, cuando se calzaba su horripilante atuendo lo hacía para reclamar justicia a base de violencia, era todo un anti-héroe torturado, era furtivo, por supuesto fuerte, pero también muy débil; Stan Lee, Bill Everett y Jack Kirby crearon un concepto interesante, más para adolescentes que niños. Sin embargo aún hoy día me cuesta creer que sus peripecias aguantaran tanto tiempo y no acabase condenado al ostracismo por los lectores, pues si algo destaca de "Daredevil" es la ingente cantidad de dibujantes y guionistas que pasaron por su universo en el transcurso de los años y las décadas, cada uno con sus propias ideas, hasta hacerlo totalmente irreconocible...

Así que, si apareciese una adaptación para el cine, que es pensarlo y da miedo, ¿en qué etapa se centraría? ¿Sólo en la original, donde el escritor era primordialmente Lee?, ¿o a partir de llegar el joven Gerry Conway, que decidió poner al héroe en San Francisco y añadir brochazos de ciencia-ficción y fantasía?, ¿o cuando, tras la breve cancelación a finales de los '90, se lanzó una nueva historia creada por el mismísimo Kevin Smith?, ¿o (y esa era la mejor opción) cuando aterrizó Frank Miller en la casa en 1.979 y encauzó un poco la dirección con sus imaginativas ideas y visión única antes de que se fuera a la quiebra?
Pues ninguna de las mencionadas, sino todas juntas. Y el proyecto de traer "Daredevil" a imagen real halla su perfecto reflejo en el dibujo, primero por la misma cantidad de vueltas y personal que estuvo implicado desde que se pensara en ello en 1.997, y luego por la irregularidad del argumento resultante; lógico si el elegido para la dirección fue un señor llamado Mark Steven Johnson, quien venía, sorpresa, de escribir y realizar comedias y dramas. ¿Pero a qué mente brillante se le ocurrió tal ocurrencia? No iba a ser lo más increíble del asunto, pues le seguiría un reparto de no creerlo...empezando por el entonces jovencito, guapo y prometedor Ben Affleck para encarnar a Murdock (y esto fue cosa de Kevin Smith, ¿saben?)

Al menos tanto el actor como el director decían ser "fans absolutos del cómic". La figura del diablo rojo sujetando la cruz de la iglesia como en las viñetas de "Guardian Devil" es un gran ejemplo, y la que empieza la historia, situada ya en su mismo clímax, con Matt moribundo y preparado para lanzarnos a un "flashback" muy largo disfrazado de confesión a un cura que le socorre, y ya podemos apreciar una oscuridad envolvente alrededor, esto no tiene nada que ver con "Spider-man". Dicha vuelta atrás presenta más o menos una recreación del origen, aunque sin la tergiversada mirada que proyectó Miller en él.
Es decir, la esencia es trágica, dramática, acorde con los tonos apagados de la fotografía de Ericson Core, pero Jack Murdock no maltrata a su hijo...es más bien una suerte de tío Ben echado a perder; por desgracia tanto en el montaje final como en el extendido todo se explica de manera concisa y se salta directamente de la infancia del personaje a su edad adulta (obviándose por completo el entrenamiento que recibiría del clan ninja, introducido también por Miller). Pero hay algo en la concepción de Johnson que chirría y trae dudas: por un lado la presencia del drama, los escenarios sombríos y una violencia potente al estilo David Fincher...por otro la incorporación de humor y salidas de tono que divagan al absurdo.

Es este el secreto de la particularidad de "Daredevil" dentro de las adaptaciones de superhéroes en aquellos inicios del 2.000: su mezcla disonante de conceptos.
Johnson imita los ambientes oscuros, los excesos del melodrama, ya presentes en "X-Men", asimismo esos toques adultos heredados del cine de los '90...pero lo revuelve entre situaciones cercanas a la levedad que Raimi imprimió en "Spider-man", o dejando que lo disparatado se apropie de la función.

(CONTINÚA LA CRÍTICA EN ZONA SPOILER)

Echando la vista atrás muchos miran a "Daredevil" con recelo, algunos con odio; tal vez sea la época, que delimitó mucho su extraño y desigual tono, que la ha dejado en tierra de nadie, entre lo que se había hecho en el cine de superhéroes y lo que se haría. Pero incluso a pesar de las críticas negativas su taquilla superó por mucho su presupuesto; la verdad es que ha logrado mantenerse más digna que otros títulos del momento ("Los Cuatro Fantásticos", "Catwoman"...).
Y posee algo que ninguno de ellos tiene, algo que a los que vimos la película en nuestra preadolescencia nos marcaría por siempre: esa secuencia surrealista, innecesaria y metida con calzador donde Garner, en ropas de heroína de "wuxia", daba vueltas por el aire golpeando y rajando sacos de boxeo, mientras Matt se preparaba también para el combate, ¡y a ritmo del "Bring Me to Life" de Evanescence! Legendario es decir poco. De hecho todo el cine de superhéroes y de acción de comienzos del 2.000 se podría resumir perfectamente en dicha escena...
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Chris Jiménez
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6
21 de agosto de 2023
0 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
La carretera australiana, inabarcable, un espacio donde pueden suceder los eventos más sorprendentes.
El sol abrasador, la paranoia y la sensación de muerte. Encuentros extraños, dos hombres enfrentados, un misterio irresoluble, la muerte en los talones...

Todo esto viene a colación de que no sólo DePalma figura como el cineasta admirador de Hitchcock por excelencia; ahí está Richard Franklin, pero casi nadie se acuerda de él, al menos no los fans del cine australiano. Es menester reivindicar la extraña experiencia de "Patrick", una de las obras de terror más fascinantes de los años '70, pese al fracaso nacional; tiempo después, mientras ejercía de productor para "El Lago Azul", elaboraba junto a su colega Everett DeRoche un guión fuertemente inspirado en "La Ventana Indiscreta", que éste ya usó para la mencionada historia del asesino encamado con telequinesis.
Con la escrita en pocos días "Road Games" la apuesta subió y AVCO Embassy se convirtió en la distribuidora, lo que significó para el dúo una serie de problemas que casi resulta en la cancelación de la producción, siendo el detonante la presión por incluir dos actores norteamericanos para afianzar el éxito internacional. Una primera opción fue Sean Connery pero terminó Stacey Keach de protagonista, a quien conocemos nada más empezar; su Quid es un camionero al que le gusta hablar, muchísimo, y no dejará de hacerlo durante los 100 minutos de metraje.

Elocuente, arrogante e irritante, tendría todos los trazos de un personaje "hitchcockiano" si fuese más elegante. Y Franklin juega bien sus cartas con este inicio frente a un motel de carretera, donde la guapa de turno muere a manos de un tipo misterioso durante una secuencia de gran potencia visual y estética que encajaría bien en la filmografía de Argento. Ya hay un villano y un candidato a héroe, que se miran y tientan a través de una ventana; la observación y la sospecha serán claves a partir de ahora. El fallo de DeRoche fue haber estado despierto durante días mientras concebía el guión, ya que alucinó igual que le sucede a Quid.
Eso explica la tremenda y fastidiosa irregularidad de una trama con más baches que esas autovías de Nullarbor Plain y donde se abre lo que parece ser una intriga basada en el juego del gato y el ratón. El maestro Brian May ofrece su estimulante música a la cacería que inicia Quid por descubrir los tejemanejes del supuesto psicópata que todo el mundo busca; versión de L.B. Jefferies que cambia su silla de ruedas por un mostrenco de Mercedes Benz NG-73, este camionero parlanchín espía y es espiado, tomado por culpable por una policía idiota, acosado por un puñado de paletos que evidencian una violenta hostilidad xenófoba, contribuyendo a densar esa atmósfera en cuyos pliegues sudorosos y asfixiantes nos enfrasca el director.

Ahora el camionero asesino de "El Diablo sobre Ruedas" pasa a ser víctima de otro asesino, asediado desde todas partes. Pero es la sensación de extrañeza lo que pesa sobre "Road Games", abriéndose ante el parabrisas del camión un escenario casi irreal, cercano a la experiencia onírica, subrayado por los colores terrosos y las inventivas visuales de Vincent Monton. Y ello se extiende a la forma de los personajes y sus interacciones, que con la mayor naturalidad profieren unos diálogos absolutamente increíbles, de una incoherencia tan absurda que pareciera intencionada.
Digamos que divagan en el ingenio afilado y poético de Hitchcock y el estilo delirante empapado en ácido del que Hooper hacía gala en sus primeras obras, pero no es sino el humor negro que subyace al propio estilo de DeRoche y Franklin, el que retuerce los códigos del suspense y los lleva a otro nivel de extravagancia. La influencia del maestro británico prosigue su camino, no en un desvío, más bien en un bache argumental: Jamie Curtis revela ser la joven que continuamente espera a que la recoja Quid, cual fantasma de la carretera; pero, repitiendo su papel de autoestopista de "La Niebla", viene a aparecer tras haber pasado casi 40 minutos (y los personajes secundarios menos convencionales de la Historia del cine).

¿Para qué? Para absolutamente nada de nada; ni tendrá un romance con el protagonista ni jugará un papel importante en la continua caza al asesino, es un ser impersonal cuya distancia con el anterior le hace más inquietante aún. Él es el punto clave y lo que mueve la historia desde el principio; Curtis, en honor a su madre Janet Leigh, se convierte en una potencial víctima del homicida (el tributo "hitchcockiano" se extiende no sólo a un retrete enfocado en primer plano sino a una revista sobre el director que veremos dentro del camión; ni DePalma ha acumulado tantas referencias al maestro...).
¿Víctima? ¡¿Y qué sabemos?! La intención de Franklin era que el público fuese un paso por delante del pobre Quid, pero poco a poco quedamos tan perdidos como él, tanto que también alucinaremos con cuerpos desmembrados y conejos ensangrentados de no tomar un respiro. La idea es difuminar el papel de la autoestopista hasta no saber muy bien por qué y para qué ha aparecido, intercalando situaciones confusas y giros sin explicación. Por suerte el desbarajuste narrativo se encauza al dejar esta tierra baldía de espectros y pesadillas e ir a territorio urbano, brindándonos uno de esos clímax intensos y originales que por siempre se recuerdan.

Nada mejor podría decirse del duelo entre el camión y la furgoneta en esos callejones estrechos, con un coche de policía de por medio como alivio casi humorístico al clima de violencia exhibido...por desgracia el tiempo de rodaje era limitado y Franklin no logró una resolución satisfactoria.
Incluso los de AVCO exigieron filmar otra para hacerlo todo más impactante y enigmático. Pero no todos los australianos alucinaron igual y la película, la más cara realizada en el país hasta la fecha, se estampó en taquilla...lo que no importó para catapultar definitivamente la popularidad del nativo de Melbourne...
Chris Jiménez
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6
4 de marzo de 2021
0 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Nos situamos en el epicentro de una sociedad derruida hasta los cimientos, donde todo atisbo de esperanza es reducido a cenizas con cada conflicto que se origina entre las diferentes clases y razas.
¿Hay tiempo para creer en ilusiones? Un nacimiento puede ser necesario.

Viajamos así a una distopía veraz teniendo en cuenta los incontables cataclismos a nivel sociopolítico a los cuales nos hemos resignado estos últimos años; tecnología avanzada, preservación del arte y la cultura, enaltecimiento y defensa de los derechos humanos a todos los niveles (de credo, de raza, de sexo, de opinión), todo ello mientras reina la injusticia, la corrupción política, la censura, el crimen, la ignorancia. Las nuevas generaciones van camino de su destrucción y todo ello es culpa nuestra, los responsables de toda erradicación de esperanza para preservar la historia.
A grandes rasgos esa era la visión, negra y ácida, planteada por Phyllis D. James en su novela "Children of Men" cuando dejó a un lado las clásicas fábulas de misterio y detectives con las que tenía acostumbrados a sus lectores; en 1.992 nos regaló uno de los más demoledores tratados de ficción en cuanto a desintegración de la Humanidad, y extraño era que no surgiese una adaptación cinematográfica. Pero llegó, a comienzos de un siglo XXI cambiando por el 11-S y la Guerra de Iraq, decisivo en el discurso que adquirió a través de una maduración impuesta por los más de cinco guionistas implicados en el proyecto.

Uno de ellos fue el mismo que se encargaría de su dirección, un Alfonso Cuarón recién llegado de su éxito con la tercera entrega (y la mejor) de la saga de Harry Potter, que decidió, en un ejercicio reprochable, no leer el libro y desarrollar la historia conforme a sus influencias y pensamientos. Sucedió exactamente lo mismo que con "¿Sueñan los Androides con Ovejas Eléctricas?" cuando tras muchos filtros pasó a ser "Blade Runner": se respeta el escenario y la idea original trastocando absolutamente todo lo demás, incluso el año de los hechos (de 2.021 a 2.027).
Se elimina la narración subjetiva de Theodore, su parentesco con el nuevo dictador de Inglaterra Xan Lyppiatt (Nigel en el film), se reduce el profundo análisis de clases sociales dispuesto por James y convierte al grupo de disidentes de Julian en una banda terrorista cercana a la de "12 Monos" (con la que se establecen no pocos paralelismos). Sin las reflexiones personales del protagonista ni la profundización en su trágico pasado apoyando los acontecimientos, el Theo de Clive Owen pasa a ser una especie de burocrático Rick Deckard más impertérrito y neutral que afronta sin pasión ni veracidad una misión hecha para poner a prueba su cinismo, su nihilismo sobre el sucio y corrupto mundo que habita.

Y resulta irónica su postura (frío cual témpano de hielo) cuando Cuarón pone todo su empeño en hacer de su obra un puñetazo visual dirigida al inconsciente y las emociones del espectador, con su vertiginosa e hiperrealista técnica documental que capta al vuelo los hechos y nos los estampa en la cara sin concesiones a la sensibilidad (del mismo modo que Iñárritu, por poner un ejemplo de coetáneo suyo). Otro punto vital para considerar imperfecta la versión del director es el relegar la idea principal (la peligrosa infertilidad de los seres humanos) para tratar otros temas que resultan menos interesantes.
Temas destinados a conectar con el público actual (el que vio la película allá por 2.006): la corrupción política, los conflictos internacionales, la lucha perpetua de clases y lo más destacado, la inmensa ola de inmigración de países tercermundistas, que se alza como primera preocupación para Cuarón. Su discurso es así extenuante, plomizo, un sermón de concieciación que cuesta soportar las casi dos horas de metraje (a mí no ha de convencerme de que la inmigración ilegal es una de las grandes lacras de esta sociedad...); y esto termina afectando a una de las claves del libro de modo imperdonable.

Porque si el objetivo es concienciar al público (al blanco y de clase media-alta...se entiende, ¿verdad?), ¿por qué no hacer que sea una joven negra llamada Kee ("clave") la última chica embarazada del Planeta? Y Julian pierde su privilegio, pues en el libro el niño (que no la niña) es de Julian; pero al cineasta no le interesa que sea una mujer adulta blanca nuestra última esperanza (haga el favor de convencerme, sr. Cuarón, de esta interesante decisión suya). De este modo es como Theo se involucra en toda una trepidante aventura para proteger a la chica de múltiples peligros (cosa que ya había visto en la italiana "2.019: Tras la Caída de New York", realizada dos décadas antes y más divertida que la que nos ocupa).
A esa virgen de la era moderna con la que el mexicano hasta se permite una broma sobre el tema (porque también hace caso omiso de toda la simbología y metáfora bíblico-religiosa del libro); obviando este fusilamiento de claves que enriquecían el texto original sólo resta disfrutar del excitante, desasosegante y realmente duro espectáculo visual que nos brinda el film, sobresaliendo el trabajo de fotografía de Emmanuel Lubezki y esos elaborados y extensos planos-secuencia que llevan sin duda la firma del estilo salvaje de Cuarón (a la hora de la verdad, ni Kubrick ni Welles hubieran rodado mejor el del asalto en la carretera).

Tras Owen sólo se gana mi respeto el siempre magnífico Michael Caine, impagable de amable y nostálgico "hippie" (¿por qué en todas estas películas ha de repetirse este personaje concreto?). Y reconozco que me hubiera gustado ver a Julianne Moore, actriz por quien profeso gran admiración, en el papel de la nada carismática (pero nada) Clare Ashitey.
Los críticos y festivales se deshicieron con la película, como es lógico, pero la taquilla no respondió igual, y sólo funcionó relativamente bien. No es que haya quedado infravalorada, es que no merece más elogios de los que le dieron...quizás hubiera sido diferente de respetar la novela.
Chris Jiménez
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2
3 de diciembre de 2020
0 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
La Inteligencia Artificial invade cada vez más nuestras vidas y no es un secreto el que pueda reemplazar la mente y el cuerpo humanos...
¿Quién iba a pensar que pudiera surgir un romance entre un joven de cerebro plano y una copia virtual de la chica a la que amó en vida? A mí, señoras y señores...no me interesa lo más mínimo.

Nunca me cansaré de decirlo: no hay proyecto, ni cinematográfico ni televisivo, que Takashi Miike no pueda afrontar. Nunca en la Historia del cine nos hemos cruzado con un director tan extremadamente versátil y prolífico y con tal entusiasmo por catar todos los géneros que brinda su profesión; ni siquiera Johnnie To (otro todoterreno a quien se le conoce más por sus "thrillers" de acción). Lo cierto es que, pese a descender el nivel de calidad de sus obras en líneas generales (parece que sólo le apetece hacer "live actions"), nos sigue sorprendiendo a día de hoy.
A finales de los '90 su nivel de producción, dividido entre la industria del cine y el vídeo, era enorme. "The Bird People in China" le da por fin el ansiado reconocimiento y sus galones de cineasta de pleno derecho; entonces TBS y Shochiku le contratan con el objetivo de dirigir un film-vehículo para catapultar la fama de dos grupos musicales (algo que se lleva haciendo desde tiempos remotos), en este caso de jóvenes "idols": SPEED y Da Pump (el primero compuesto por chicas, el segundo por chicos). Para tal empresa Miike adapta "Andromedia", una novela romántica de ciencia-ficción de Kozy Watanabe, contando con sus colaboradores Itaru Era y Masa Nakamura.

¿Podemos esperar de esto algo con verdadera sustancia? Pues más bien no; de hecho el que tenga valor para posicionarse ante esto se topará con una de las películas más irregulares, estrafalarias y confusas de toda la carrera del japonés (y de esas tiene muchas, ¿eh?). A un curioso prólogo cargado de baratos efectos visuales muy de aquella época (qué mal han envejecido estos efectos...) directamente sacado de "Ghost in the Shell", se nos introduce en lo que parece ser una historia de adolescentes sobria y sensible...
Demasiado si sopesamos quién está tras la cámara. Dicha historia se centra en la relación de Yu y Mai, dos amigos desde la infancia a quienes poco les queda para dar el paso e iniciar un romance; en resumen, seremos testigos de bonitos recuerdos, interacciones muy humanas y algunas tensiones en el grupo de amigos por los celos (ni que el tal Yu fuera Mickey Rourke...). Pero la trama da un salto cualitativo con la aparición de un camión (espectacular secuencia, todo hay que decirlo) en plena carretera que por desgracia atropella a Mai; Miike podría haber seguido con un drama serio pero el libro de Watanabe le obliga a introducir la ciencia-ficción.

Sabremos a partir de ahí, pese a una información no del todo comprensible, que el padre de Mai, Toshihiko, es un científico de una extraña corporación informática donde se "copia" los recuerdos de un ser humano y los traslada a un modelo digital hecho a su imagen; Naomi Kawase empieza a cruzarse con temas propios de las obras de K. Dick y otros títulos como "Días Extraños" y "Johnny Mnemonic". También es cierto que el contraste de estilos entre Nakamura ("The Bird People in China"), quien trabaja más la parte dramática, y Era ("Full-metal Yakuza"), abocado a la fantasía, se da de tortas todo el rato.
Insisto, se podría haber seguido una línea seria, incluso tras el inicio de esa oscura trama cuyo detonante es el deseo de la corporación de hacerse con la investigación de Toshihiko, ¡incluso después de saber que dicha empresa está dirigida por un ser estrafalario con pintas de "punky" hawaiano y que quiere dominar el Mundo! (¿?)...pero Miike no tira por ahí. Desde que la copia de Mai es lanzada al ciberespacio y termina en manos de Yu, se desata el delirio y se desboca hacia una incongruencia de cariz invasivo, sobre todo al comenzar la cacería de Yu y su reencontrada amante digital, tanto en el ciberespacio como en el mundo real.

Pero sobre todo cuando toman partido sus amigos, cuyas imbéciles intervenciones elevan la comedia al absurdo de "Austin Powers" (si alguien lo duda que vea la descacharrante persecución y la caída por el precipicio) y que recuerda a films anteriores de Miike, como "Osaka Tough Guys" (sin embargo incluso aquél era más gracioso); de hecho el absurdo toca techo con un videoclip metido con calzador del grupo de chicos (lo lógico tras caer por un barranco, ¡ponerse a bailar!) Lo más confuso es la mezcla de estilos: romance, suspense, violencia, aventura y ese humor de barraca de feria estorbando en los momentos más inoportunos. Todo vale.
De ahí que se pierda el interés por un producto que sólo sabe decaer en su propio delirio y llevarnos a una disparatada última parte llena de acción e influencias de Shinya Tsukamoto que parece querer tomarse demasiado en serio, retornando cuando menos nos lo esperamos al estilo sensible del inicio; piruetas argumentales que llegan a fundir los plomos. Kenji Harada y la líder de SPEED, Hiroko Shimabukuro, dan el pego en sus papeles pese a su estratosférica falta de carisma, como los demás adolescentes implicados. Las mejores partes se las llevan los veteranos Tsunehiko Watase, Tomoro Taguchi y un amenazante Naoto Takenaka; al mejor y más interesante personaje, el hermano de Mai, le da vida Ryo Karato.

Y para rematar, la impagable participación de Kippei Shiina y el aclamado director de fotografía Christopher Doyle, en el rol del chiflado jefe de los villanos. Lo que podría haber sido un oscuro y profundo drama sobre las enfermizas relaciones entre el ser humano y la I.A. acaba mutando en un subproducto comercial para jóvenes de coeficiente intelectual negativo.
Al terminar la película se queda uno en estado catatónico, sin saber si reír o llorar...pero con las ganas de estampar el sofá contra el televisor muy presentes. Gracias a Dios después de esto vendría "Blues Harp".
Chris Jiménez
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