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Críticas de Chris Jiménez
Críticas 2.210
Críticas ordenadas por utilidad
4
21 de agosto de 2017
0 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Nueva expedición a una isla desconocida, a un mundo perdido de hace un millón de años cuando los dinosaurios dominaban La Tierra.
Monstruos, misterios, extraños homínidos, peligros naturales, ¿por qué querer marcharnos?...¿o por qué no?

Difícil escoger entre tanto. A mediados de los '70 aún continúan las excursiones a esos parajes remotos donde las edades del tiempo confluyen en un solo lugar exótico, y que llevan practicándose en el cine desde medio siglo antes; pero continúan, y no con poco éxito. La Amicus Productions es la responsable por su deseo de llevar a la gran pantalla "The Land that Time Forgot" de Edgar Burroughs, entrañable e irregular cuento de aventuras/fantasías heredero a partes iguales de Conan Doyle y Verne y primero de la Trilogía de la Isla Caprona, un caramelo para los fans del género clásico.
El antiguo editor y asistente de sonido Kevin Connor, estrenado hacía poco como director, es puesto al mando tras comprobar los ejecutivos su buen oficio para lo fantástico en "Cuentos de Ultratumba", y es un salto cualitativo en cuanto a producción, compartida con A.I.P.; el problema radica, más que nada, en el libreto, cortesía de James Cawthorn y el autor (y pionero del "cyberpunk") Michael Moorcock, quienes ya de por sí han de lidiar con una no muy sólida estructura. Sorprende por tanto no que esta historia comience en el marco histórico de la Gran Guerra, sino el tiempo que se dedica a los acontecimientos referentes.

Antes, una pequeña introducción en tierra, seguida de una muy incómoda narración en primera persona, la del protagonista Tyler, cuya tediosa voz procede de Doug McClure; Alemania y Gran Bretaña en pleno enfrentamiento acuático, cuando aparecen aquél y la mujer, Lis, rescatados en mitad del océano por unos soldados ingleses. Esta larguísima primera parte es un drama bélico de primer orden rodado con eficacia entre bancos de niebla y tomas interiores de una cierta claustrofobia; buena tensión cuando los tripulantes alemanes del U-33 son acorralados en su propio submarino.
Cambio radicalmente de dirección tras perder el rumbo. Se produce entonces la llegada al continente perdido, y nos ha costado media hora que se iba volviendo cada vez más eterna al verse desinflado casi por completo el suspense inicial; si nos centramos en el placer visual y sonoro la película es desde luego un espectáculo delicioso se mire por donde se mire, sin importar la cutrez que puedan despedir sus decorados de cartón piedra, es una cutrez entrañable y con encanto, por culpa de las creaciones monstruosas de Roger Dicken salidas del "kaiju-eiga" más baratero, los trucos visuales de Charles Staffell o la atractiva paleta de colores de la que dotan al entorno el gran operador Alan Hume y el diseñador artístico Bert Davey.

Se puede decir que la magia de las páginas de Burroughs cobra vida, y además con buenas dosis de acción e inusuales muestras de violencia (a veces escabrosa); lo que chafa las expectativas, lo que hace que se evapore la fantasía que tan bien había entrado por los ojos es el terrible guión. De primeras los roles aliados-enemigos quedan definidos, pero pasado un tiempo Tyler y Schoenvorts no sólo entablan lazos de amistad, sino que el segundo le roba el papel protagonista y de un simple capitán de submarino pasa a ser un elocuente científico.
Poco después, mientras la expedición se adentra más y más en el extraño y exótico mundo, se abren subtramas a partir de elementos muy interesantes: el misterio de las bacterias que contamina el agua del lugar; la existencia de petróleo; la razón de la convivencia de varias especies de, en principio, edades históricas distintas; la aparición de un homínido cuya evolución física individual ha dado a pie a que los habitantes de la isla se organicen en estratos sociales muy estrictos. ¿Es interesante o no? Bien, pues Burroughs precisó de una secuela, por lo que nada de esto se resolverá aquí, pero es que a los guionistas y a Connor no les importa absolutamente nada.

Con todas estas pequeñas historias y curiosidades repartidas y prefiere perderse en carreras aquí y allá, enfrentamientos con las tribus de homínidos y los propios dinosaurios, y salidas de tono infantiloides o incongruentes que le fríen a uno las neuronas (y los nervios). Porque...¿de verdad las balas de rifles y pistolas pueden atravesar la dura piel de los dinosaurios hasta matarles?, ¿y Lis, hasta ahora mujer-florero, se convierte en imprescindible al ser la única que puede comunicarse con el neanderthal?, ¿y el libreto confiere a éste tanta importancia como para cargárselo de un modo tan abrupto y delirante?
¿Se acaba aquí? No, porque...¿de verdad hemos de aguantar ese momento donde Olson y Dietz (Anthony Ainley, futura encarnación del Maestro de "Dr. Who") se pelean y los demás les animan como en un patio de colegio?, ¿y me van a salir, ya bien avanzada la película, con que un grupo de homínidos secuestra a Lis para luego no profundizarse en ello y resolverse de golpe? Y así podríamos estar todo el día. Sí que sorprende los tremendos actos de violencia de los recién llegados contra todo lo que habita la isla, monstruos o seres humanos (típico de conquistadores británicos y alemanes), y las increíbles secuencias de catástrofes naturales, donde mejor brilla también la labor de efectos especiales/visuales.

No parece ser que le importó al público, pues la película fue un éxito de taquilla, lo que animó a la productora a llevar unos años más tarde, con mismo cineasta (¿no hubiera sido Val Guest mejor elección?) y protagonista, la secuela directa de la obra del nativo de Chicago, donde se supone se resolverían todos los misterios aquí (mal) planteados.
Y una última cuestión que, pese a tratarse de un relato absurdo de aventuras, asfixia mi sentido de la lógica: ¡¿de verdad tengo que ver al triceratops soltando una lágrima después de morir?! (a Spielberg tuvo que influenciarle mucho esto...).
Chris Jiménez
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7
2 de agosto de 2017
0 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Afirmaba un tal Jean-Jacques Rousseau. Bueno y superior el hombre hecho a la civilización, quebrado por su progresismo y corrupción moral.
Nuestro héroe Carabel desea mantener su naturaleza intacta, pero esa sociedad no le deja.

Aun viéndose conectada con el periodo en que se publica, justo cuando se instaura la Segunda República, la lectura de "El Malvado Carabel" que provee Wenceslao Fernández Flórez no permanece inmóvil en un periodo concreto de la Historia de España, sino que podría servir de ejemplo en todas las épocas, sociedades, contextos y culturas; Amaro, el eterno perdedor de sus obras, aplastado por el mundo que le rodea y su derrotista condición y que, llegado a cierto punto, no tiene otro remedio que encarar todas las injusticias volviéndose contra sus principios morales, es una figura universal y perfectamente comprensible.
Fernando F. Gómez, aun tierno como cineasta pero eficaz tras la cámara y con un punto de vista muy particular del drama, sus personajes y su sociedad, deja la tragedia de época de "El Mensaje" y se sumerge en la pura y dura era actual por medio del relato del gallego, modificando en el progreso algunas de sus partes junto a su colaborador Manuel Suárez Caso para aclimatarla a la realidad de la España de mitad de los '50. Una España que puede engañar en plano general, el ofrecido por el propagandístico NODO, cuya industria y economía crece gracias al Plan de Ayuda norteamericano de 1.953, se da un aumento en los avances científicos, prosperan las reformas agrarias y se promueve la unión con países extranjeros...

Sin embargo, pese a que ya formábamos parte de la O.N.U. y el aislamiento autárquico empezó a tomar oxígeno, no se habla de la pobreza general, la crisis laboral o los incidentes a causa del levantamiento de los universitarios de Madrid contra el régimen, todo ello queda tan solapado como la figura de Amaro entre el bullicio urbano cuando la cámara se eleva por encima de la ciudad y registra ese flujo continuo de transeúntes medios que parecen caminar bajo una opresión y desasosiego constante. Mientras tanto F. Gómez adopta de maravilla el papel protagonista.
Hace de la banca original una empresa inmobiliaria a sabiendas del progreso económico que vive el país; su ataque es tanto más directo y mordaz cuanto que la convierte en un imperio del terror, regido por dos jefes explotadores que usan a sus empleados como marionetas para alimentar su egolatría y poder; una metáfora, sangrante, del gobierno en ese momento. Aun acogiéndose a los patrones clásicos del sainete y el absurdo, su visión posee la negrura del neorrealismo, hasta imprimir un aura deprimente a la atmósfera: Carabel no puede sobrevivir en un entorno tan cínico y brutal, que priva al hombre, acostumbrado a su viciada atmósfera, de poder disfrutar del aire puro exterior (terrible esta secuencia de Cardoso, vuelto a la vida con el humo del tabaco).

Eliminando los relatos secundarios más oscuros de la obra (que involucran al policía Ginesta, su desagradable esposa y la pobre Germana, fallida prostituta), la trama, expuesta por un narrador omnisciente de afilado sarcasmo que a menudo participa en calidad de conciencia interior del personaje, sigue su voluntaria transformación en favor de su propio bienestar sin buscar cambiar la sociedad exterior; desea luchar contra ella sin ataduras morales ni ningún tipo de consuelo que le reprima, ni laboral ni amoroso, encarnado en Silvia (la hermosa María Luz Galicia, madrileña de tomo y lomo).
Ésta, una zorra de amante a las órdenes de su castrense madre, sucumbe al orgullo, la ambición y la cruel exigencia, minando aún más la autoestima del pobre Amaro y empujándole al delito; pero de nuevo, aun encerrándonos en escenarios y situaciones de puro cine negro gracias a una estilizada puesta en escena (subrayando ésto con la relación de aquél y Silvia, convertida en "femme fatale” del género), F. Gómez no se inclina hacia el lado más despiadado que sugeriría la historia. El periplo de su personaje se recoge en diversas farsas, deprimentes, pero también atenuadas por el humor ligero, y a veces lo surrealista.

El episodio en el que Amaro se disfraza de ladrón de sainete y se queda observando atónito un pase de modelos es un buen ejemplo. Y aun así no se desprende nunca esa mirada llena de rabia, desesperada (la que lanza al transeúnte que se burla cuando intenta atracarle o al niño tras fracasar su plan de mendicidad), hacia una sociedad siempre erigida en contra del buen ciudadano, resignado a su amargo destino por ser incapaz de cambiar su condición, sociedad demasiado preocupada de su propio crecimiento colectivo que toma todos sus esfuerzos individuales a chufla.
Por desgracia el gesto final que elige F. Gómez resulta ambiguo, paradójico, comprensible al tratarse de un film de 1.956, pero que deja insatisfecho. Después de tanta derrota, humillación y penuria, resulta increíble que la estabilidad pueda regresar a la vida de Amaro, laboral e incluso emocional, un equilibrio además producto de una mala acción (la decisión de los repulsivos jefes de corregir el despido pero robando una parte del sueldo); le veremos a él y a Silvia fundirse de nuevo entre el gentío tras ser castigados por la sociedad simplemente por hacer algo bueno (para más inri) y aceptando que seguirán siendo los mismos aplastados y sufridores ciudadanos de a pie de siempre...

Pero si las intenciones del actor/director eran señalar la terrible situación del español de clase media-baja en su sociedad oprimida por el régimen no debería existir ningún equilibrio, ningún atisbo de futuro, ni siquiera una reconciliación, sino conservarse un mensaje mucho más pesimista y menos piadoso y moralizante.
Me sentiría más aliviado de saber que, aun sin poderlo exhibir precisamente debido a la época en la que se encontraba, ese final se rodó. Quedan en la memoria, por otro lado, las grandes actuaciones de Julia Caba Alba, Rafael Somoza, Joaquín Roa, Carmen Sánchez y Manuel Alexandre.
Chris Jiménez
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3
23 de junio de 2017
0 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
El chico se va con los suyos bajo el auspicio del sol de la tarde, quienes muy pronto se convertirían en la Gran Tribu del Norte.
Max no. Él se queda en la carretera, observando. Y aquella fue, muy acertadamente narrado, "la última vez que le vimos...". ¿Qué fue de él? No lo sabemos.

Al otrora policía no se le volvió a ver más por los límites de esa Australia post-nuclear, pero su peripecia quedó, además de como una de las películas más impactantes que un servidor vio en su inocente adolescencia, como uno de los mitos más imperecederos del cine de acción de los '80, y por ende arrasando en las taquillas de medio Mundo. George Miller quizás fue consciente de que se convirtió en el embajador de un subgénero cinematográfico en sí mismo: la ciencia-ficción post-apocalíptica, sin embargo siguió explotando el filón; en su lugar prefirió colaborar en la entrañable antología de "En los Límites de la Realidad".
Además la muerte en helicóptero de su productor y compañero de toda la vida Byron Kennedy le marca muy profundamente; pasará algún tiempo hasta que decida, así por las buenas, introducir al legendario anti-héroe en una aventura más, y aquí puede entreverse el primer error del cineasta: no se crea una historia para él, sino que se le mete con calzador en una ya creada, concretamente en homenaje a "El Señor de las Moscas", que el anterior admira. Y para no llevar a cabo la tarea solo se trae a otro colega, George Ogilvie, director especialista en teatro y televisión.

Mel Gibson, por su parte, había aparecido en varios títulos que poco o nada tenían que ver con su faceta de héroe de acción; pero regresa, sí. El largo plano aéreo de un desierto inmenso de color naranja nos devuelve al universo apocalíptico del protagonista, quien es asaltado de repente por una avioneta; y ya vemos el segundo error de Miller. Bruce Spence, que diera vida al capitán del Gyro, aparece en un personaje similar pero con un niño, su hijo, al lado, y tan intrépido como él; simpático gesto que ya empieza a delimitar por qué derroteros se moverá esta aventura.
Max, con el pelo mucho más largo y un aspecto más propio de un vagabundo del desierto nos lleva a una ciudadela donde la paz se lleva a cabo gracias al negocio y al trueque; Miller decide reestablecer un poco la barbarie y las tribus caóticas de la anterior entrega, pero en el proceso, y desconozco el por qué, introduce ráfagas de humor absurdo aquí y allá. En cierto modo desea humanizar a Max, así que ahora el antiguo guerrero silente y nihilista es más sarcástico, más compasivo, es, a todos los efectos, su versión "para todos los públicos". Le sucede como a Harry Callahan en las secuelas de su saga: que acaba convertido en una parodia de sí mismo.

Y si no se nos aclara durante una primera media hora en Bartertown (donde Miller, gracias al diseño de producción de Graham Walker y la dirección artística de Anni Browning, hace malabares para crear un ambiente futurista atractivo, sucio, áspero y violento, regalándonos además una secuencia de lucha cuerpo a cuerpo dentro de una cúpula de acero tremendamente bien filmada) lo descubriremos más tarde...pues el argumento se desvía sin previo aviso; lo lógico hubiese sido que Max se vengara contra la villana de la ciudadela (una "Aunty Entity" encarnada por Tina Turner cuya calidad interpretativa deja mucho que desear).
En lugar de eso Max vaga por el desierto y termina tropezándose con una tribu de niños perdidos cuya historia propia, por la que no hemos preguntado, consiste en el advenimiento de un mesías salvador para que los lleve a una supuesta Tierra Prometida. Esto enlaza aún más con la manía de Miller de querer hacer del protagonista un héroe legendario y con corazón...cuando ya quedó demostrado en la 2.ª parte; y se nos mete de cabeza en este entorno infantil, tierno y cálido, deudor no sólo de la gran novela de William Golding, sino de "Peter Pan" y la mojigatería "spielbergiana".

De repente se pierde tanto la esencia de las anteriores obras como el espíritu de Max; la ferocidad se evapora, no hay truculencia ni verdadera tragedia en las emociones de estos infantiles personajes, no hay instantes dramáticos que te revuelvan los intestinos, ni sensación de crudeza, ni rastro de la desasosegante atmósfera logrados previamente. Miller cambia a Peckinpah por Spielberg y, a sabiendas de la cantidad de preadolescentes que han visto sus películas, hace lo posible por comprar su aplauso, y en ello le apoya Warner Bros.; el resultado es vergonzoso a niveles tan altos que a veces uno sólo desea apartar la vista...
Apartarla para no tener que ver a Max sacando a relucir otra vez su lado paternofilial y lidiando con esa pandilla de niños absolutamente detestables (pero todos; ninguno se salva del apuñalamiento estomacal) que anhelan dejar la violencia del desierto y marchar a un lugar de paz y amor (que nosotros sabemos que no existe eso en el mundo post-apocalíptico del protagonista). Este es el resorte para hacerle regresar a Bartertown, y así volver a desarrollarse una larga secuencia climática de persecución, ahora a bordo de un tren...pero las altísimas cotas de violencia de "Mad Max II" se sustituyen por un espectáculo PG-13 sin pasión ni alma.

Gibson, buscando humanizar a su personaje, sólo consigue autoparodiarse, perder la rabia y oscuridad que le caracterizaba; de todos los actores que le acompañan sólo destaca el veterano y enano actor Angelo Rossitto, ya que Spence pierde la gracia por el camino.
Lo mejor son las fascinantes localizaciones y la fotografía de Semler; la banda sonora del músico Maurice Jarre pierde garra en comparación con la de Brian May.
El film recauda casi lo mismo que la 2.ª entrega habiéndose invertido seis veces más; así, de tan mediocre manera, se cierran las peripecias de uno de los más memorables (anti-)héroes del cine. Una lástima; ahora entiendo por qué mi padre no quiso acompañarme para esta película al contrario que las dos primeras, cuando las vi por primera vez.
Chris Jiménez
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4
23 de junio de 2017
0 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Empieza la aventura.
Un plano-general se abre sobre un bello paisaje desértico, es el espectacular Monument Valley. Allá arriba, en una de sus montañas, estamos presenciando uno de esos dramas habituales del mundo de la escalada...

Pero los diálogos entre los protagonistas y sus reacciones, amén del último plano con que se concluye la secuencia, diluye la tensión y el director logra algo que no está al alcance de cualquiera y para lo que se ha de tener un don: convertir el suspense en aburrimiento y la tragedia en comedia, todo ello involuntario; si añadimos un águila digital (¿?) sobrevolando grácilmente la pantalla ya tenemos algunos elementos para empezar a dudar y sospechar del film que vamos a ver. Aquellos protagonistas son dos de los actores más horripilantes del cine americano, unos jóvenes y entonces de moda Chris O'Donnell y Robin Tunney, y el que los "dirige" es Martin Campbell.
Neozelandés especializado en grandes presupuestos y los productos comerciales llenos de acción, su cine siempre ha carecido de personalidad e ingenio, si bien lleva reventando taquillas desde que se uniera a Pierce Brosnan en la correcta resurrección de Bond "Goldeneye", y después de hacer lo propio con "La Máscara del Zorro" se involucra en un carísimo proyecto donde ejerce de productor y podrá disfrutar de rodar en su tierra natal. Concebido como una secuela de "Máximo Riesgo", "Límite Vertical" retorna sobre un olvidado subgénero de aventuras: el alpinismo.

Y lo hace trasladándonos al K-2, que ya fuera visitado por Franc Roddam en la película que toma el nombre del colosal pico; toda la escena inicial, sin embargo, sirve para plantear este periplo como un viaje de expiación de dos hermanos, Peter y Annie, que perdieron a su padre tiempo atrás. Mientras ellos disponen el drama, el argumento utiliza de detonante algo tan poco atractivo como la obsesión de un magnate (Vaughn, a quien da vida un Bill Paxton que repite en un papel inmundo e insoportable) por llegar a la cumbre como parte de una promoción de líneas aéreas.
Gracias a Dios que la primera mitad del film pasa pronto porque se basa en la interacción de personajes, sus diálogos y desarrollo de caracteres y en ello el guión patina hasta caer más metros de los que tiene la montaña; en este elenco de estereotipos cada uno tiene su concreta y previsible función en el argumento (desde el chico valiente que se lanza a la aventura por la chica, en este caso su hermana, al tipo egoísta que termina enloquecido, pasando por los graciosos de turno que están para morir y cómo no el ermitaño de oscuro pasado que sirve de guía y lo sabe todo). Un ensamblaje perfecto y nada original donde no falta el tradicional choque entre esos alpinistas de espíritu puro y los del espectáculo público.

En la segunda mitad por fin la película coge algo de fuerza y nos lleva a la cumbre del K-2 para el rescate de Vaughn, Annie y el alpinista McLaren; y se divide en otras dos: una es la que tiene lugar en el interior de la cueva donde éstos hacen lo imposible por sobrevivir, una película de interiores claustrofóbicos, hielo en los pulmones y comida que se agota que quiere recordar la fatalidad de "¡Viven!" y será conducida al horror psicológico por culpa del personaje de Paxton (el más terrible y a la vez el más creíble e interesante de todos).
La otra es la que tiene lugar fuera, entre las laderas y explosiones de nitroglicerina, una película de naturaleza salvaje, condiciones extremas y un batiburrillo de secuencias de acción con mucho ruido, efectismo y nervio, y a la vez ninguna pasión, dudosas de lograr el impacto dramático; Campbell conoce el movimiento brusco y el ritmo frenético, pero desarrolla las situaciones de forma atropellada cuyo punto de partida suele ser un giro de guión absurdo que nos llega sin aviso...y esto mismo le sucede al narrar momentos de drama entre personajes, a lo que ayuda lo pésimo de algunas actuaciones (Izabella Scorupco, Ben Mendelsohn, Robert Taylor, con O'Donnell y Tunney a la cabeza).

El equilibrio entre emociones viscerales y precisión técnica que hubiesen logrado gente como Andrew Davis, Roger Donaldson, Phillip Noyce, Tony Scott o incluso Wolfgang Petersen, aquí se pierde, se desvanece, si bien el bueno de Campbell hace lo posible por compensar toda la incongruencia argumental con grandes dosis de espectáculo palomitero fácil de digerir, quizás demasiado descafeinado teniendo en cuenta de qué estándares "hollywoodienses" estamos tratando (y pese a eso hay ciertas secuencias que parecen fuera de lugar por su áspera violencia y tono más oscuro).
Pues "Límite Vertical" es eso, un producto de consumo rápido y fácil evacuación, aunque en el trayecto haya que comerse instantes incoherentes y esa resolución tan en la línea del cine autocomplaciente, ingenuo y predecible de Hollywood; ¿de verdad alguien esperaba que la pobrecita Annie pereciese y Peter quedase aun más atormentado? En absoluto, de hecho el guión se ha ido esforzando para transformar a Vaughn en un monstruo inhumano y así no tengamos que sentir compasión por él (hace pensar esta doble moral de los yanquis), al tiempo que un ridículo Scott Glenn se gana nuestro corazón y simpatía al realizar un acto tan heroico (regresando la película al principio).

Mientras tanto hay un poco de tolerancia y aceptación racial al colocar al ejército pakistaní, que están por ahí librando su guerra, como amables colaboradores de los americanos. Pero fue ese esmero por vapulear al público con acción sin frenos lo que le conquistó y recaudó más del triple del presupuesto invertido...
Una conquista de la cumbre asegurada para el director y Columbia Pictures, pero con el paso del tiempo el ascenso a ella se ha hecho cada vez más pesado y tedioso. Otros títulos del subgénero como "The Eiger Sanction", "Scream of Stone" o la nombrada "Máximo Riesgo" sí supieron llegar a lo más alto y resultar más gratificantes.
Chris Jiménez
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6
13 de junio de 2017
0 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cunde el pánico en las calles. Parece que las más terribles fuerzas demoníacas se han apoderado de la ciudad, con el vil deseo de corromperlo y destruirlo todo a su paso.
¿Quién será nuestro salvador?, ¿Arnold Schwarzenegger? Pues no, será un chico inocente de gran corazón; su madre es un ángel, su padre el Diablo y viene del Sur (del muy al Sur) ¡Qué Dios nos coja confesados!

El humor es el humor y es esencial en sus múltiples facetas porque hay que saber reírse sanamente de todo cuanto nos rodea; para eso se inventó la parodia, y algo que más ha sido objeto de mofa y befa (con buenas y no tan buenas intenciones) es sin duda lo referente a términos religiosos y bíblicos; "La Vida de Brian", "Santísimo Moisés" y la más moderna "Dogma" son perfectos ejemplos de ello. Adam Sandler, un cómico adorado por algunos y vilipendiado por unos cuantos más, que ya contaba varias divertidas incursiones en el cine, tuvo la idea de unirse al que sería un longevo colaborador, el actor y director Steven Brill, y plantear la pregunta de cómo habría de ser el hijo de Satán y qué haría si el planeta corriera peligro.
Si dicho personaje ha de estar encarnado por el mismo Sandler ya podemos imaginar a qué extremos de absurdo puede llegar dicho planteamiento. No nos confundamos, que haya subido a la rama de un árbol un repelente depravado cuya afición es espiar a una madre joven y atractiva (¡ni más ni menos que la Rita de "Mulholland Drive"!) es sólo el principio de una fábula de hilarante fantasía que nos arrastra, junto con el mirón, a las profundidades de un Averno tan disparatado como terrorífico. La Santísima Trinidad es así sustituida por Adrian, Cassius y Nicky, tres hermanos que esperan la buena nueva de su padre, el Diablo, quien muy pronto debe dejar el trono.

Se desatan los demonios (nunca mejor dicho) cuando los dos primeros suben a La Tierra congelando la puerta de entrada al Infierno. Sandler y Brill se explayan a gusto en su visión más bufonesca y animada de aquella venida del apocalipsis en "El Fin de los Días" (que ya era en sí una parodia de los temas que exponía), todo ello rindiendo tributo a la fantasía de serie "B" más "tromaniana" a través de un humor despojado de todo rastro de vergüenza y sentido del ridículo, en la línea de "Detroit Rock City", "Austin Powers" o quizás de los Farrelly, pero con una personalidad única y demoledoramente sincera.
Entrañable ese Nicky, eterno marginado de las "teen movies" de los '80 y sin embargo quien triunfa sobre los villanos y matones, con su romance propio para deleite del público más ñoño (¿porque en realidad hacía falta?), en este caso la dulce Valery; a él y a sus amigos (dos "heavies" de cabezas huecas, un mariquita con problemas de pronunciación y un perro que habla) seguiremos en la incansable búsqueda de sus dos hermanos, que siembran el caos en una New York pre-11-S, traduciéndose tal cruzada para reestablecer el equilibrio entre el Bien y el Mal en una serie de descacharrantes "gags" que a fuerza de ridículos nos arrancan más de una carcajada.

El encuentro inicial con el tren, el partido de baloncesto, la gran persecución del pobre protagonista por los ciudadanos o las secuencias en un Cielo de algodón de azúcar que es de no creérselo, todo desarrollándose con pasmosa velocidad hacia uno de esos finales espectaculares que todo film de fantasía para el gran público demanda, como es la monumental pelea entre Adrian y Nicky. Sin duda encomiable la labor de este pez fuera del agua que a fuerza de valor ha de superar todas sus debilidades, físicas y personales, para afrontar la satánica maldad que se cierne sobre La Tierra, ¿quién no quiere verle alzarse como el ganador y hacerse amigo de él?
Adam Sandler puede que no sea el mejor y más gracioso cómico del Mundo, pero de algún modo siempre (o en sus mejores films) logra crear un nexo de complicidad con el espectador gracias a sus personajes agradables, honestos y sencillos (como sucedía en "Ejecutivo Agresivo" o "The Waterboy"); Nicky es sin duda su mejor creación. Junto a éste disfrutamos de un reparto cuajado de estrellas y célebres personalidades de profesiones varias, todos sacando a relucir su lado más gamberro y autoparódico, desde un impagable Harvey Keitel como Satán (reemplazando a Dustin Hoffman) hasta Ozzy Osbourne (mítica aparición donde las haya).

Y pasando por Rodney Dangerfield, Rhys Ifans, Blake Clark, Jonathan Loughran, Michael McKean, Laura E. Harring, el obligatorio Rob Schneider, Patricia Arquette, Quentin Tarantino (brutal como el sufrido cura ciego), Reese Witherspoon, Carl Weathers, Jon Lovitz y muchos más. A este monumental "all-star cast" que ya quisieran muchos tener se suman un buen puñado de referencias cinéfilas, efectos especiales bastante aceptables, conscientes de su esencia cutre, una de las mejores bandas sonoras que he escuchado (con memorables temas de "rock" y "heavy") y, para los que somos de España, un doblaje delirante que eleva a la décima potencia el nivel de humor de la película.
Cuestión espinosa sin duda; para los cinéfilos y puristas (como un servidor) la V.O. es siempre la opción idónea, pero en este caso, y más si se vio el film a una edad temprana, el doblaje suele tener mayor aceptación. Si en el caso de "Kung fu Hustle" resultaba una falta de respeto absolutamente vomitiva, en el de "Little Nicky" (como en "La Vida de Brian" o "Austin Powers") no entraña un gran pesar y se disfruta muchísimo. Sandler le quita todo el espectro aterrador al satanismo y a los sermones religiosos y hace de ello una salvaje y gamberra mofa, quedando como un punto y aparte en el mosaico de la nueva comedia del siglo XXI, que tan mediocre se volvería a partir de la segunda mitad de los 2.000.

Fue defenestrada sin piedad por la mayoría de crítica y público y nominada a cinco Razzies...
¿pero eso al fin y al cabo a quién le importa?
Chris Jiménez
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