You must be a loged user to know your affinity with EuTheRocker
Críticas ordenadas por utilidad
Movie added to list
Movie removed from list
An error occurred
2
21 de agosto de 2014
21 de agosto de 2014
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Buenas, devoradores compulsivos de mi filmografía. Hoy os voy a ensañar como convertiros de manera rápida e intuitiva en el nuevo Michael Bay, es decir en mí mismo, para así poder asaltar las taquillas de todo el mundo y enriqueceros desvirtuando un precioso arte, a la vez que decepcionáis a vuestros seguidores más acérrimos; esos que defienden vuestro producto ante viento y marea, sin perder vuestro sello de identidad en el camino… bueno, mi sello de identidad.
En primer lugar, necesitáis una franquicia desgastada por el paso de las entregas. En este caso, he elegido mi mundialmente conocida saga basada en las figuras de entretenimiento infantil “Transformers”. Así pues, cogemos esta trilogía agotada y le insuflamos una nueva esencia, que básicamente consiste en repetir las fórmulas y los esquemas de las películas anteriores, pero con nuevos personajes. Nada tiene que ser demasiado nuevo, porque correríamos el riesgo de sorprender. Por ello, enfocamos el personaje de Optimus Prime desde una nueva óptica que nos lleve a su falsa reinvención como héroe vengador, recuperamos a algún antiguo amigo carismático como Bumblebee, nos sacamos de la manga un conflicto escondido hasta este momento, cuyo origen no tiene porque resultar muy convincente, e inventamos una nueva chupipandi de robots alienígenas tanto buenos como malos, que nos sirva para sacar una buena gama de figuras de acción con las que engordar los beneficios de nuestra película. Importante es también conseguir un buen presupuesto para poder hacer lo que nos salga de la punta de la imaginación, para ello colocamos en el guión momentos injustificados para colocar publicidad descarada de marcas mundialmente famosas. Muy importante esto. Recordad: los sponsors son amigos, los cinéfilos enemigos.
Una vez iniciado el proceso de creación, procedemos a determinar el objetivo concreto de nuestra cinta. Para lograr el mejor resultado posible, cogemos cualquier atisbo de coherencia y cohesión narrativa que pueda existir en nuestro guión, y procedemos a la delicada y vital acción de arrancarla de cuajo, hacerla un rollo, e incorporarla a nuestro montón de papel higiénico. Lo que nos ha quedado, es una trama insustancial a la que vamos a dar vida con un despliegue descomunal de efectos digitales, estruendo, explosiones y acción a raudales, para conseguir dejar exhaustos a los valientes espectadores que se creen mejores que yo. Todo vale, y cuando digo todo, me refiero a TODO. Olvidaos de las justificaciones temporales, si necesitáis una puesta de sol para embellecer vuestros planos, que el sol se ponga; si necesitáis que suceda algo que incremente la espectacularidad de vuestras escenas, incluidlo en la historia, nadie lo va a notar, bastante van a tener con no perderse en la marabunta de acción esquizofrénica, montada de manera desquiciante que les vais a proponer. Porque eso quiere la gente, carnaza y chicha, así que no os olvidéis de alargar estos elementos todo lo posible. En mi caso, me he marcado mis casi tres horas de metraje, y más artificio que se me ha quedado en la sala de montaje.
Así que ahora que tenemos el cuerpo de nuestra película, vamos a terminar de decorarla con un reparto que se congracie con el respetable, algo que por mí podría ser prescindible, pero que al parecer gusta entre el resto de mortales. Así que ya que nos ponemos, pues lo hacemos bien. Reciclamos a Shia LaBeouf, y colocamos en su lugar a Mark Wahlberg, un actor que gracias a su carisma, se tiene ganado a gran parte del patio de butacas. De esta manera, el héroe humano parece más maduro, aunque sus conflictos personales no deben resultar realmente interesantes, pues no nos van a ayudar mucho en el desarrollo de lo que vendrá a continuación. Para conectar con el público joven, cogemos a dos jóvenes actores que bien podrían haber cambiado sus carreras por las de modelos, para de esa manera, disponer de dos reclamos sexuales con que componer una hermosa serie de imágenes de postal que alegren la vista de hombres y mujeres. Y para completar esta parte tan aburrida del trabajo como director, cogemos a un gran actor consagrado, en este caso Stanley Tucci, y le metemos en nuestra película como payaso de turno, para espetar chistes malos a diestro y siniestro, y así, entre tiros y explosiones, tener al público riendo. Como podéis ver en mi creación, Wahlberg y Tucci, me salieron un poco rebeldes, e intentaron estar por encima de mi trabajo como director de blockbusters en algún que otro momento, pero para ser un genio como yo, hay que saber cortar las alas a cualquier talento que intente superarme. Este paso, no será tan fácil para vosotros, porque no sois yo, pero podéis intentarlo.
Y así, conseguimos nuestra nueva película. Aquí veis como me ha quedado una nueva joya de la corona que me confirma como amo y señor de la taquilla, pese a que hace poco más de un año tropecé intentando ofrecer algo de buen cine en “Dolor y dinero”. Pero esto es lo que me hace feliz, y aquí he tenido el bello detalle de enseñaros como podéis intentar imitarme. No lo lograréis, y yo seguiré haciéndome de oro, así que, buenas noches y buena suerte.
En primer lugar, necesitáis una franquicia desgastada por el paso de las entregas. En este caso, he elegido mi mundialmente conocida saga basada en las figuras de entretenimiento infantil “Transformers”. Así pues, cogemos esta trilogía agotada y le insuflamos una nueva esencia, que básicamente consiste en repetir las fórmulas y los esquemas de las películas anteriores, pero con nuevos personajes. Nada tiene que ser demasiado nuevo, porque correríamos el riesgo de sorprender. Por ello, enfocamos el personaje de Optimus Prime desde una nueva óptica que nos lleve a su falsa reinvención como héroe vengador, recuperamos a algún antiguo amigo carismático como Bumblebee, nos sacamos de la manga un conflicto escondido hasta este momento, cuyo origen no tiene porque resultar muy convincente, e inventamos una nueva chupipandi de robots alienígenas tanto buenos como malos, que nos sirva para sacar una buena gama de figuras de acción con las que engordar los beneficios de nuestra película. Importante es también conseguir un buen presupuesto para poder hacer lo que nos salga de la punta de la imaginación, para ello colocamos en el guión momentos injustificados para colocar publicidad descarada de marcas mundialmente famosas. Muy importante esto. Recordad: los sponsors son amigos, los cinéfilos enemigos.
Una vez iniciado el proceso de creación, procedemos a determinar el objetivo concreto de nuestra cinta. Para lograr el mejor resultado posible, cogemos cualquier atisbo de coherencia y cohesión narrativa que pueda existir en nuestro guión, y procedemos a la delicada y vital acción de arrancarla de cuajo, hacerla un rollo, e incorporarla a nuestro montón de papel higiénico. Lo que nos ha quedado, es una trama insustancial a la que vamos a dar vida con un despliegue descomunal de efectos digitales, estruendo, explosiones y acción a raudales, para conseguir dejar exhaustos a los valientes espectadores que se creen mejores que yo. Todo vale, y cuando digo todo, me refiero a TODO. Olvidaos de las justificaciones temporales, si necesitáis una puesta de sol para embellecer vuestros planos, que el sol se ponga; si necesitáis que suceda algo que incremente la espectacularidad de vuestras escenas, incluidlo en la historia, nadie lo va a notar, bastante van a tener con no perderse en la marabunta de acción esquizofrénica, montada de manera desquiciante que les vais a proponer. Porque eso quiere la gente, carnaza y chicha, así que no os olvidéis de alargar estos elementos todo lo posible. En mi caso, me he marcado mis casi tres horas de metraje, y más artificio que se me ha quedado en la sala de montaje.
Así que ahora que tenemos el cuerpo de nuestra película, vamos a terminar de decorarla con un reparto que se congracie con el respetable, algo que por mí podría ser prescindible, pero que al parecer gusta entre el resto de mortales. Así que ya que nos ponemos, pues lo hacemos bien. Reciclamos a Shia LaBeouf, y colocamos en su lugar a Mark Wahlberg, un actor que gracias a su carisma, se tiene ganado a gran parte del patio de butacas. De esta manera, el héroe humano parece más maduro, aunque sus conflictos personales no deben resultar realmente interesantes, pues no nos van a ayudar mucho en el desarrollo de lo que vendrá a continuación. Para conectar con el público joven, cogemos a dos jóvenes actores que bien podrían haber cambiado sus carreras por las de modelos, para de esa manera, disponer de dos reclamos sexuales con que componer una hermosa serie de imágenes de postal que alegren la vista de hombres y mujeres. Y para completar esta parte tan aburrida del trabajo como director, cogemos a un gran actor consagrado, en este caso Stanley Tucci, y le metemos en nuestra película como payaso de turno, para espetar chistes malos a diestro y siniestro, y así, entre tiros y explosiones, tener al público riendo. Como podéis ver en mi creación, Wahlberg y Tucci, me salieron un poco rebeldes, e intentaron estar por encima de mi trabajo como director de blockbusters en algún que otro momento, pero para ser un genio como yo, hay que saber cortar las alas a cualquier talento que intente superarme. Este paso, no será tan fácil para vosotros, porque no sois yo, pero podéis intentarlo.
Y así, conseguimos nuestra nueva película. Aquí veis como me ha quedado una nueva joya de la corona que me confirma como amo y señor de la taquilla, pese a que hace poco más de un año tropecé intentando ofrecer algo de buen cine en “Dolor y dinero”. Pero esto es lo que me hace feliz, y aquí he tenido el bello detalle de enseñaros como podéis intentar imitarme. No lo lograréis, y yo seguiré haciéndome de oro, así que, buenas noches y buena suerte.

4,8
4.829
5
29 de julio de 2014
29 de julio de 2014
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Érase una vez, una época de evasión y diversión. Una década donde el entretenimiento pasó a ocupar el trono del séptimo arte, postrando a sus pies a títulos de mayor calado dramático o emocional. Un tiempo en el que héroes de facciones esculpidas en pétrea roca y de músculos fraguados con sufrimiento, se convirtieron en reyes de una industria donde anteriormente se valoraba la galantería y la presencia sobrecogedora. Esos tiempos, fueron los años 80, década en la que se comenzó a acuñar de manera general el término blockbuster para designar aquellos títulos que tras su recorrido por la gran pantalla, servían de diversión a las masas en sus hogares gracias al olvidado arte del alquiler audiovisual. Esos gigantes, se han convertido ahora en maduros dioses venidos a menos que intentan rescatar un pedazo de esa gloria entre el despliegue de imaginería y pericia técnica del cine de acción actual, género que parece haber olvidado la antigua orfebrería de los efectos especiales carentes de digitalizaciones y con auténticos profesionales que se jugaban la vida para entregarnos un bocado de incredulidad insana que nos hiciera gozar.
Entre una larga nómina de nombres venidos a menos, Arnold Schwarzenegger ocupa una posición especial entre el recuerdo colectivo. Suyo es el protagonismo de muchos de los títulos más emblemáticos del cine de acción de las últimas décadas. Un actor, que si bien nunca se ha caracterizado por contruir personajes de compleja estructura emocional, si ha sabido dotar de un carisma sólido a personajes tan ilustres como Conan o Terminator. Tras su periplo político como gobernador, Arnold ha vuelto al cine de acción buscando las mieles del éxito pasado, tarea que, al igual que para compañeros suyos como Stallone, está resultando más complicada de lo que parece. Pasando por alto el contrastado éxito de la franquicia de "Los mercenarios", la cual sirve como reunión festiva de antiguos alumnos del cine de mamporro, que con cada nueva entrega provocan la algarabía de nostálgicos fanáticos de aquella época dorada del puñetazo rápido y la explosión cutre; es muy complicado encontrar títulos en la filmografía reciente de estos antiguos iconos del cine, que puedan mirar cara a cara a antiguas incursiones cinematográficas de sus protagonistas.
Schwarzenegger, lo intenta ahora con "Sabotage"; película de acción a la antigua usanza dirigida por un nombre de sobrada calidad como David Ayer. Adoptando el modus operandi argumental que hiciera famoso Agatha Cristie con sus "10 negritos", Ayer y Arnold nos proponen una aventura de acción violenta con reparto coral que se adentra en un grupo de la D.E.A. que se ve convertido en el objetivo de varios asesinatos en serie. Una premisa que aunque carece de novedades para el público, podía resultar interesante en manos de un realizador como Ayer, que en más de una ocasión ha sabido elaborar sólidas tramas policiales con argumentos manidos y desgastados. Sin embargo, se percibe una dejadez en la realización de la cinta, que lejos de desarrollar sus virtudes a través de una acción trepidante y un suspense tenso, se percibe cansina y hastiada de sí misma. Falta mucho pulso y mucho alma a una cinta que se postula como homenaje al ya citado cine de acción de los 80, hecho el cual, podía haberse aprovechado para elaborar una cinta más entretenida y autoconsciente de sus defectos. Sin embargo, Ayer no consigue sacarle jugo ni al libreto, ni a un reparto, que si bien plagado de nombres conocidos tanto en la gran pantalla como en la pequeña, parece construir sus personajes de manera monótona y sin emoción. En medio de todo este desaguisado, Schwarzenegger hace lo que mejor sabe. Vuelve a dar vida a la enésima representación del tipo duro que golpea antes de preguntar. Sin embargo, en esta ocasión, el golpe no se disfruta, pues el carisma de la estrella, se diluye entre los defectos de un conjunto que, aunque en su totalidad no resulta un completo fracaso, si es cierto que se pierde en la desgana y la ausencia de empatía.
Una cinta de acción concebida a la antigua usanza, pero que carece de ese encanto que daba a los títulos más clásicos a los que pretende emular su particular estilo y atractivo. Pues donde aquellas destacaban por sus defectos y errores envueltos en una estela de pasión por la diversión y el entretenimiento, en esta, se observa una seriedad y un rictus de inexpresividad emocional, que la aleja del público y por consiguiente, del éxito. Porque más vale ser malo en algo, ser consciente de ello, y saber reírse de uno mismo, que pretender ser bueno, autoconvencerse y rozar con ello el ridículo.
Entre una larga nómina de nombres venidos a menos, Arnold Schwarzenegger ocupa una posición especial entre el recuerdo colectivo. Suyo es el protagonismo de muchos de los títulos más emblemáticos del cine de acción de las últimas décadas. Un actor, que si bien nunca se ha caracterizado por contruir personajes de compleja estructura emocional, si ha sabido dotar de un carisma sólido a personajes tan ilustres como Conan o Terminator. Tras su periplo político como gobernador, Arnold ha vuelto al cine de acción buscando las mieles del éxito pasado, tarea que, al igual que para compañeros suyos como Stallone, está resultando más complicada de lo que parece. Pasando por alto el contrastado éxito de la franquicia de "Los mercenarios", la cual sirve como reunión festiva de antiguos alumnos del cine de mamporro, que con cada nueva entrega provocan la algarabía de nostálgicos fanáticos de aquella época dorada del puñetazo rápido y la explosión cutre; es muy complicado encontrar títulos en la filmografía reciente de estos antiguos iconos del cine, que puedan mirar cara a cara a antiguas incursiones cinematográficas de sus protagonistas.
Schwarzenegger, lo intenta ahora con "Sabotage"; película de acción a la antigua usanza dirigida por un nombre de sobrada calidad como David Ayer. Adoptando el modus operandi argumental que hiciera famoso Agatha Cristie con sus "10 negritos", Ayer y Arnold nos proponen una aventura de acción violenta con reparto coral que se adentra en un grupo de la D.E.A. que se ve convertido en el objetivo de varios asesinatos en serie. Una premisa que aunque carece de novedades para el público, podía resultar interesante en manos de un realizador como Ayer, que en más de una ocasión ha sabido elaborar sólidas tramas policiales con argumentos manidos y desgastados. Sin embargo, se percibe una dejadez en la realización de la cinta, que lejos de desarrollar sus virtudes a través de una acción trepidante y un suspense tenso, se percibe cansina y hastiada de sí misma. Falta mucho pulso y mucho alma a una cinta que se postula como homenaje al ya citado cine de acción de los 80, hecho el cual, podía haberse aprovechado para elaborar una cinta más entretenida y autoconsciente de sus defectos. Sin embargo, Ayer no consigue sacarle jugo ni al libreto, ni a un reparto, que si bien plagado de nombres conocidos tanto en la gran pantalla como en la pequeña, parece construir sus personajes de manera monótona y sin emoción. En medio de todo este desaguisado, Schwarzenegger hace lo que mejor sabe. Vuelve a dar vida a la enésima representación del tipo duro que golpea antes de preguntar. Sin embargo, en esta ocasión, el golpe no se disfruta, pues el carisma de la estrella, se diluye entre los defectos de un conjunto que, aunque en su totalidad no resulta un completo fracaso, si es cierto que se pierde en la desgana y la ausencia de empatía.
Una cinta de acción concebida a la antigua usanza, pero que carece de ese encanto que daba a los títulos más clásicos a los que pretende emular su particular estilo y atractivo. Pues donde aquellas destacaban por sus defectos y errores envueltos en una estela de pasión por la diversión y el entretenimiento, en esta, se observa una seriedad y un rictus de inexpresividad emocional, que la aleja del público y por consiguiente, del éxito. Porque más vale ser malo en algo, ser consciente de ello, y saber reírse de uno mismo, que pretender ser bueno, autoconvencerse y rozar con ello el ridículo.

5,1
23.624
6
16 de mayo de 2014
16 de mayo de 2014
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuando en el año 1954, Toho estrenó la primera película basade en el reptil más famoso de la gran pantalla, pocos podían aventurar el inicio de una carrera fulminante hacia la leyenda que se forjaría en las posteriores secuelas de "Gojira" (aquí titulada "Japón bajo el terror del monstruo"). En aquella cinta, dirigida por Ishiro Honda, se daba el pistoletazo de salida a un nuevo género que haría las delicias de millones de fanáticos nipones y de todo el globo. Hablamos sin duda del "kaiju", o más vulgarmente conocido como "cine de monstruos gigantes". Un género que el pasado año, ya recibió su particular homenaje por parte de Hollywood y Guillermo Del Toro en la excesiva y festiva "Pacific Rim".
Warner, en plena fiebre de reboots dentro de sus estudios, decide ahora romper con la caótica cinta que precede en el tiempo a la que ahora nos ocupa, la olvidable "Godzilla" de Roland Emmerich, y delega en Gareth Edwards la responsabilidad de insuflar vida otra vez más al gigante destructor de origen nuclear. Recordando el tono que impregnaba su opera prima "Monsters", Edwards juega a compaginar el caos y la destrucción del monstruo con el drama humano de una familia obligada a sobrevivir tanto a su pasado, como a su apocalíptico presente.
Esa mezcla de puntos de vista, no termina de redondear el resultado de una cinta que, por otra parte, juega muy bien algunas de sus bazas. Cuando se trata de afrontar el reto de rememorar el "kaiju" japonés, Edwards y su equipo hacen honor a las citadas secuelas niponas de Godzilla, jugando con la tensión en aumento y la destrucción dosificada para llegar a un combate final, donde el delirio pop de la batalla, se entremezcla con una dirección loable y por momentos de gran belleza plástica, dotando al conjunto de un sabor a homenaje cariñoso y respetable. Edwards no abusa del monstruo para saturar al espectador y colocarle al borde del hastío. Dosifica su presencia en pantalla para generar un síndrome de abstinencia que en el tercio final, se ve saciado con creces.
Por otra parte, el desarrollo más humano cae rendido a los pies del monstruo y no alcanza la calidad de los momentos más espectaculares de la cinta. Si bien el inicio de la tragedia parece la antesala de un ejercicio épico de catarsis familiar, donde la purga del dolor y del pasado quieren ocupar el centro de la historia, pronto, ese trasfondo de desdibuja en aras de una odisea familiar de forzados giros y con algún que otro momento donde el ridículo se roza con ganas. Del mismo modo que la trama se diluye, lo hacen también varios actores que por culpa de sus roles desaprovechados, no lucen en pantalla lo que deberían. Si bien Edwards cuenta con los soberbios Cranston y Binoche, decide prescindir de ellos, dejando el epicentro de la trama a unos Aaron Johnson y Elizabeth Olsen que parecen más preocupados en prepararse para su próximo desembarco en la secuela de "The Avengers" que en dotar de credibilidad emocional a unos papeles obligados a convivir con situaciones forzadas y excesivas.
Resulta valiente el intento de Edwards de llevar su película más allá de la orgía destructora propia de este tipo de películas. Sin embargo, la capacidad de evasión y divertimento que se esconde bajo las sombras gigantescas de este homenaje al Godzilla original, terminan por dejar el lado más emocional en un segundo plano, alejado del interés real que el monstruo suscita en el espectador. Y en una cinta que sobrepasa las dos horas de duración, ese déficit de épica diversión se traduce en un interesante ejercicio que se aleja de los notables resultados que se podrían haber alcanzado con la buena mano de un director que, por otra parte, comienza a tener experiencia sobrada en estas lides. Al menos, cabe esperar que este respeto por las esencias originales de los recientes reboots que asolan nuestras pantallas, se sigan manteniendo para deleite de fans y seguidores de tantas sagas míticas que están reformadas o en proceso de reconstrucción.
Warner, en plena fiebre de reboots dentro de sus estudios, decide ahora romper con la caótica cinta que precede en el tiempo a la que ahora nos ocupa, la olvidable "Godzilla" de Roland Emmerich, y delega en Gareth Edwards la responsabilidad de insuflar vida otra vez más al gigante destructor de origen nuclear. Recordando el tono que impregnaba su opera prima "Monsters", Edwards juega a compaginar el caos y la destrucción del monstruo con el drama humano de una familia obligada a sobrevivir tanto a su pasado, como a su apocalíptico presente.
Esa mezcla de puntos de vista, no termina de redondear el resultado de una cinta que, por otra parte, juega muy bien algunas de sus bazas. Cuando se trata de afrontar el reto de rememorar el "kaiju" japonés, Edwards y su equipo hacen honor a las citadas secuelas niponas de Godzilla, jugando con la tensión en aumento y la destrucción dosificada para llegar a un combate final, donde el delirio pop de la batalla, se entremezcla con una dirección loable y por momentos de gran belleza plástica, dotando al conjunto de un sabor a homenaje cariñoso y respetable. Edwards no abusa del monstruo para saturar al espectador y colocarle al borde del hastío. Dosifica su presencia en pantalla para generar un síndrome de abstinencia que en el tercio final, se ve saciado con creces.
Por otra parte, el desarrollo más humano cae rendido a los pies del monstruo y no alcanza la calidad de los momentos más espectaculares de la cinta. Si bien el inicio de la tragedia parece la antesala de un ejercicio épico de catarsis familiar, donde la purga del dolor y del pasado quieren ocupar el centro de la historia, pronto, ese trasfondo de desdibuja en aras de una odisea familiar de forzados giros y con algún que otro momento donde el ridículo se roza con ganas. Del mismo modo que la trama se diluye, lo hacen también varios actores que por culpa de sus roles desaprovechados, no lucen en pantalla lo que deberían. Si bien Edwards cuenta con los soberbios Cranston y Binoche, decide prescindir de ellos, dejando el epicentro de la trama a unos Aaron Johnson y Elizabeth Olsen que parecen más preocupados en prepararse para su próximo desembarco en la secuela de "The Avengers" que en dotar de credibilidad emocional a unos papeles obligados a convivir con situaciones forzadas y excesivas.
Resulta valiente el intento de Edwards de llevar su película más allá de la orgía destructora propia de este tipo de películas. Sin embargo, la capacidad de evasión y divertimento que se esconde bajo las sombras gigantescas de este homenaje al Godzilla original, terminan por dejar el lado más emocional en un segundo plano, alejado del interés real que el monstruo suscita en el espectador. Y en una cinta que sobrepasa las dos horas de duración, ese déficit de épica diversión se traduce en un interesante ejercicio que se aleja de los notables resultados que se podrían haber alcanzado con la buena mano de un director que, por otra parte, comienza a tener experiencia sobrada en estas lides. Al menos, cabe esperar que este respeto por las esencias originales de los recientes reboots que asolan nuestras pantallas, se sigan manteniendo para deleite de fans y seguidores de tantas sagas míticas que están reformadas o en proceso de reconstrucción.

5,1
30.182
6
5 de abril de 2014
5 de abril de 2014
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
La Biblia, dejando de lado interpretaciones teológicas e implicaciones religiosas, y enfocando su carácter desde el punto de vista más literario posible, sobre todo en los pasajes del Antiguo Testamento, se nos ha presentado como una serie de relatos cargados de misticismo, fantasía, personajes de presencia sobrenatural y supraterrenal, y una gran importancia de la épica en sus narraciones. Muchas de sus historias, están protagonizadas por auténticos héroes, que incluso en más de una ocasión, presentan poderes, al más puro estilo cómic de la actualidad. Y pese a que pueda resultar atrevida esta última comparación, no creo que sea equivocada, pues si bien en muchas de las viñetas más famosas de nuestro siglo se ha planteado la dicotomía héroe-deidad (con casos como el de Superman), muchas de las adaptaciones para la gran pantalla del libro sobre el que se sustentan dos de las religiones más poderosas de la historia, abordan ese problema desde una vertiente más humana.
En ese punto entre el Dios y el hombre en que la comunicación parece romperse se sitúa la última película de Darren Aronofsky. Adaptando para la gran pantalla el mito de Noé y el diluvio universal que sirvió para purgar a la humanidad del mal que la estaba corrompiendo, tema que cobra vigencia en nuestro turbio presente, el realizador aborda su primera superproducción de una manera titubeante, quedándose a medio camino entre su particular estilo, y el blockbuster al uso.
Echando la vista atrás y recordando otras adaptaciones de distintos episodios del Antiguo Testamento, resulta fácil observar una serie de patrones que en la época dorada de este género, se repitieron con mejores o peores resultados, siendo el mejor ejemplo de este género la legendaria "Los diez mandamientos" de Cecil B. Demille con Charlton Heston en el papel de Moisés. Estamos hablando de superproducciones de presupuestos desorbitados, con diseños de producción sobrecogedores, un marcado carácter épico, un gran sentido del espectáculo y poca implicación moral en los resquicios del relato. "Noé" en muchos momentos de su metraje, pretende seguir estos cánones, convirtiendo su propuesta en un exagerado ejercicio de entretenimiento que copia o plagia elementos de otros grandes blockbusters actuales sin piedad, buscando conseguir una película hormonada acorde a los tiempos que corren en los grandes taquillazos de los últimos años. Un paso en falso para un Aronofsky que no termina de dominar ese género ostentoso en recursos y medios. Pues si bien la cinta se muestra grandiosa y poderosa, es en los momentos de mayor pretendida épica, cuando la película llega a rozar el ridículo en algunos compases.
Mucho más cómodo se encuentra el director de "Cisne Negro" en la vertiente más personal de la cinta. En un tono más cercano a sus anteriores películas, el drama familiar y moral que se desarrolla alrededor de Noé, consigue elaborar imágenes de una hermosa plasticidad y una bien pretendida evocación mística en las que el realizador consigue poner sobre el papel algunos dilemas éticos e incluso algunos planteamientos religiosos más que interesantes. En la cercanía de unas interpretaciones correctas como la de Russell Crowe o Logan Lerman, o maravillosas como las de las bellas Jennifer Connelly y Emma Watson, es cuando la película gana puntos y llega a presentar escenas tan maravillosas como la visión personal del director sobre el mito de la creación, uno de los mejores momentos del filme para el que esto suscribe.
Es en la lucha personal del individuo con Dios cuando Aronofsky más convence, dejando una impresión artificial y fría cuando enfrenta al colectivo contra los elementos. "Noé" se salva por las tragedias de sus protagonistas y hace aguas en su sentido más épico. Y es que estamos ante una película que pese a tener a un director grande detrás, que por momentos sabe lo que quiere, no puede evitar que su barco se descompense en las mal pretendidas aras de la gloria. Así que no queda más que agradecer ese tono intimista de muchos momentos del film, y pedir a un director de demostrada maestría, que evite en la medida de lo posible futuras incursiones en un cine despersonalizado que no le sienta nada bien a su particular y personal estilo.
En ese punto entre el Dios y el hombre en que la comunicación parece romperse se sitúa la última película de Darren Aronofsky. Adaptando para la gran pantalla el mito de Noé y el diluvio universal que sirvió para purgar a la humanidad del mal que la estaba corrompiendo, tema que cobra vigencia en nuestro turbio presente, el realizador aborda su primera superproducción de una manera titubeante, quedándose a medio camino entre su particular estilo, y el blockbuster al uso.
Echando la vista atrás y recordando otras adaptaciones de distintos episodios del Antiguo Testamento, resulta fácil observar una serie de patrones que en la época dorada de este género, se repitieron con mejores o peores resultados, siendo el mejor ejemplo de este género la legendaria "Los diez mandamientos" de Cecil B. Demille con Charlton Heston en el papel de Moisés. Estamos hablando de superproducciones de presupuestos desorbitados, con diseños de producción sobrecogedores, un marcado carácter épico, un gran sentido del espectáculo y poca implicación moral en los resquicios del relato. "Noé" en muchos momentos de su metraje, pretende seguir estos cánones, convirtiendo su propuesta en un exagerado ejercicio de entretenimiento que copia o plagia elementos de otros grandes blockbusters actuales sin piedad, buscando conseguir una película hormonada acorde a los tiempos que corren en los grandes taquillazos de los últimos años. Un paso en falso para un Aronofsky que no termina de dominar ese género ostentoso en recursos y medios. Pues si bien la cinta se muestra grandiosa y poderosa, es en los momentos de mayor pretendida épica, cuando la película llega a rozar el ridículo en algunos compases.
Mucho más cómodo se encuentra el director de "Cisne Negro" en la vertiente más personal de la cinta. En un tono más cercano a sus anteriores películas, el drama familiar y moral que se desarrolla alrededor de Noé, consigue elaborar imágenes de una hermosa plasticidad y una bien pretendida evocación mística en las que el realizador consigue poner sobre el papel algunos dilemas éticos e incluso algunos planteamientos religiosos más que interesantes. En la cercanía de unas interpretaciones correctas como la de Russell Crowe o Logan Lerman, o maravillosas como las de las bellas Jennifer Connelly y Emma Watson, es cuando la película gana puntos y llega a presentar escenas tan maravillosas como la visión personal del director sobre el mito de la creación, uno de los mejores momentos del filme para el que esto suscribe.
Es en la lucha personal del individuo con Dios cuando Aronofsky más convence, dejando una impresión artificial y fría cuando enfrenta al colectivo contra los elementos. "Noé" se salva por las tragedias de sus protagonistas y hace aguas en su sentido más épico. Y es que estamos ante una película que pese a tener a un director grande detrás, que por momentos sabe lo que quiere, no puede evitar que su barco se descompense en las mal pretendidas aras de la gloria. Así que no queda más que agradecer ese tono intimista de muchos momentos del film, y pedir a un director de demostrada maestría, que evite en la medida de lo posible futuras incursiones en un cine despersonalizado que no le sienta nada bien a su particular y personal estilo.

7,2
74.131
8
26 de marzo de 2014
26 de marzo de 2014
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Los relatos y su grandeza se conciben con la estructura arquitectónica de un edificio: el planteamiento se comporta como la base sobre la que se cimenta el peso de la obra, el nudo hace crecer la historia ladrillo a ladrillo hasta la altora que el autor-arquitecto desea, para terminar coronándolo con el desenlace, que se erige cual bóveda elegante y majestuosa en el caso de las obras maestras, o que se transforma en un techo plano y tosco en las narraciones convencionales. Sin embargo, la virtud que empasta cada una de esas partes entre ellas y consigo mismas, pese a depender de la genialidad del mago creador, escapa a su control comportándose como un ente ajeno y poderoso del que depende el resultado final de todo el proceso narrativo. El cemento que todo lo cohesiona es la vinculación del oyente en el relato; la fusión del receptor con las vicisitudes de una historia que hasta el momento anterior a su inicio, era completamente ajena al individuo.
Toda esta diatriba pseudoeducativa no responde a ningún anhelo personal de megalomanía pretenciosa; tan solo pretende ser la base sobre la que argumentar mi defensa de un soberbio narrador como es Wes Anderson. Poseedor de un estilo propio y fácilmente reconocible, nos encontramos con un director que vuelve a deleitarnos con una lección de gran cine donde todo el poder de su imaginación campa a sus anchas componiendo unas imágenes de una potencia visual que hablan por sí mismas, a la vez que el guión, que el mismo firma, deleita las inquietudes de la audiencia. Hablar de "El gran hotel Budapest", es referirse a una obra notable que destaca dentro de la filmografía de su particular autor por la cercanía de un reparto coral encabezado por un magnífico Ralph Fiennes y un soberbio y sorprendente Tony Revolori. Como sublimes anfitriones, ambos actores nos invitan a descubrir la magia de una historia que acaricia con sutileza la realidad de la época de entreguerras, aportando una sobredosis de surrealismo adictiva y divertida que convierte a la cinta en un deleite para los sentidos. La imaginería visual propia de Anderson campa a sus anchas trazando un lienzo colorido y perfecto por el que sus solitarios personajes plasman sus problemáticas personales en tono de comedia ligera que se evapora instantáneamente en la memoria colectiva como un ejercicio cinematográfico de alta calidad.
Anderson, amado por la crítica y por sus fans incondicionales, e inaccesible para el público más ávido de convencionalismos, crea su obra más popular y fácil de visionar, a la vez que regala su historia más personal y emocionante encontrando a la perfección el punto perfecto entre su visión surrealista de la realidad, y el entretenimiento con alma de una historia con las hechuras de los grandes relatos. Una película maravillosa que se disfruta desde el primer segundo, y que invita a revisionarla una y miles de veces.
Toda esta diatriba pseudoeducativa no responde a ningún anhelo personal de megalomanía pretenciosa; tan solo pretende ser la base sobre la que argumentar mi defensa de un soberbio narrador como es Wes Anderson. Poseedor de un estilo propio y fácilmente reconocible, nos encontramos con un director que vuelve a deleitarnos con una lección de gran cine donde todo el poder de su imaginación campa a sus anchas componiendo unas imágenes de una potencia visual que hablan por sí mismas, a la vez que el guión, que el mismo firma, deleita las inquietudes de la audiencia. Hablar de "El gran hotel Budapest", es referirse a una obra notable que destaca dentro de la filmografía de su particular autor por la cercanía de un reparto coral encabezado por un magnífico Ralph Fiennes y un soberbio y sorprendente Tony Revolori. Como sublimes anfitriones, ambos actores nos invitan a descubrir la magia de una historia que acaricia con sutileza la realidad de la época de entreguerras, aportando una sobredosis de surrealismo adictiva y divertida que convierte a la cinta en un deleite para los sentidos. La imaginería visual propia de Anderson campa a sus anchas trazando un lienzo colorido y perfecto por el que sus solitarios personajes plasman sus problemáticas personales en tono de comedia ligera que se evapora instantáneamente en la memoria colectiva como un ejercicio cinematográfico de alta calidad.
Anderson, amado por la crítica y por sus fans incondicionales, e inaccesible para el público más ávido de convencionalismos, crea su obra más popular y fácil de visionar, a la vez que regala su historia más personal y emocionante encontrando a la perfección el punto perfecto entre su visión surrealista de la realidad, y el entretenimiento con alma de una historia con las hechuras de los grandes relatos. Una película maravillosa que se disfruta desde el primer segundo, y que invita a revisionarla una y miles de veces.
Más sobre EuTheRocker
Cancelar
Limpiar
Aplicar
Filters & Sorts
You can change filter options and sorts from here