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Críticas 291
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
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5 de febrero de 2015 1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un paso tras otro, con el polvo anegando los pulmones y el sudor limpiando nuestras angustias. Así es como cada uno de nosotros conseguimos forjar nuestras leyendas personales. Día a día, acercándonos cada vez más a nuestra meta personal, nuestro objetivo soñado y largamente anhelado. Porque la vida es una lucha contante contra los elementos en un camino plagado de obstáculos por el que transitar, resulta a veces más difícil que la opción de sentarse en la cuneta, y darlo todo por perdido. Sin embargo, entre ese enjambre de complicaciones que van apareciendo, y que a quien más y a quien menos, más de una vez han tocado de lleno, se esconden pequeñas lecciones sobre las que poder construir un atajo que nos lleve directos a la felicidad. Renegar de nuestros errores y tratar de sepultarlos con toneladas de lamentos, sólo consiguen convertirnos en seres más débiles ante la adversidad. cada golpe recibido o cada paso en falso dado, sirve para evolucionar y convertirlo en una virtud a nuestro favor. Muchas veces de los mayores fracasos, nacen los mejores sueños.

Con esa filosofía, Jean-Marc Vallée pone su cámara al servicio de la historia real de Cheryl Strayed, y basándose en el libro en el que esta estadounidense narraba su periplo por el territorio norteamericano, el director de "Dallas Buyers Club" propone un viaje catártico con el que purgar nuestras angustias. A través del rostro de Reese Witherspoon, asistimos a un relato vertebrado en forma de capítulos en los que el personaje de Cheryl, se va tropezando con pequeños obstáculos, encuentros y desencuentros, que le permiten revisar su vida, su pasado, presente y futuro, para alcanzar el objetivo de evolucionar como persona hacia un nuevo estado de autoconvencimiento emocional. Un viaje plagado de vicisitudes que, gracias el bello rostro de Witherspoon, consigue llegar al espectador con un gran trabajo por parte de la actriz. Personalmente, la prefiero en "En la cuerda floja", sin embargo, en "Alma Salvaje", la rubia intérprete despliega su talento al servicio de una narración obligada a girar alrededor de su personaje. Y la actriz, lejos de amedrentarse, se echa el peso de la cinta a sus espaldas y la lleva con una solvencia más que notable. Ella es el centro y motor de una película en la que muchos se empeñan en señalar a Laura Dern como el otro pilar básico, si bien un servidor no ve en el personaje maternal interpretado por Dern un rol que vive a la sombra de una historia en la que apenas tiene espacio para desatarse, entregando una interpretación que, si bien muestra calidad y entrega, no merece tantos elogios como los que ha llegado a obtener.

El mérito aquí es de Witherspoon y de Jean-Marc Vallée. El director consigue que una historia donde las situaciones tópicas y recurrentes de este tipo de films, tenga más alma de la que se podría esperar. El director sabe como conjurar los elementos a través de un correcto uso del encuadre y la iluminación, haciendo de la película un hermoso relato de viaje que consigue transmitir la angustia de su protagonista, y su sensación de desventaja ante la belleza de un mundo por descubrir.

Una película que sin duda, se puede comparar con "Into the wild", de Sean Penn, tanto por argumento como por intención, y que en comparación, sale reforzada por la capacidad del director para eludir los mensajes moralistas vacíos, y conseguir centrarse en el doloroso proceso de catarsis al que asistimos. Una cinta correcta que esta lejos de ser una obra maestra, pero que merece un visionado por su correcta ejecución, y necesario mensaje.
30 de diciembre de 2014 1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Que de motivos nos ha dado el 2014 para estar orgullosos del cine español. La comedia se ha topado con gigantes como "Ocho apellidos vascos"; el thriller con las maravillosas "La isla mínima" o "El niño"; incluso el cine de animación se ha visto impulsado por la energía de "Mortadelo y Filemón contra Jimmy el cachondo". La variedad de propuestas, y la calidad de las mismas, demuestran el excelente estado de forma de una industria que está deseando resurgir de sus propias cenizas a golpe de buen hacer y de reinvención. Una reinvención que viene muchas veces desde la búsqueda en los orígenes del cine de género, y en la pérdida de los complejos a la hora de tratar los temas desde un prisma liberado de los clichés de nuestro cine, recurriendo a ellos incluso para satirizarlos, o convertirlos en un recurso más para aumentar el ritmo de la narración.

Juanfer Andrés y Esteban Roel, criados a la luz del Instituto del Cine de Madrid, nos proponen en su debut, un viaje a los infiernos más oscuros del thriller psicológico con una propuesta que funciona como un cocktail de estilos donde, cada una de sus partes, busca estar bien medida y compensada, algo que no se consigue en los 90 minutos que dura la cinta, pero que sin embargo, deja unas sensaciones más que interesantes tras su visionado. Con un constante cruce de referencia cinéfilas que el espectador no puede ignorar, se contruye un relato que se convierte en un correcto ejercicio que entretiene e inquieta, aunque no resulte memorable. Lo que sí hace, es demostrar muchas cosas a los escépticos del cine español.

"Musarañas", demuestra en primer lugar una loable falta de complejos, sinónimo de valentía en su propuesta. Atreviéndose a arrancar con el drama de tintes religiosos, la cinta va girando hacia el angustioso thriller psicológico que excava en las desquiciadas mentes de su protagonista y sus víctimas, para terminar cayendo en una mezcla bizarra entre el terror más sangriento, y el vodevil más grotesco. Para ello, sus directores se sirven de una inconmensurable Macarena Gómez, excesiva y desgarradora a partes iguales. Su personaje, se echa el peso del relato a las espaldas, y gestiona el tempo de la narración con sus miradas y sus salidas de tono. Siniestra, demente y frágil; la interpretación de Macarena es, sin duda, lo mejor de una película donde, el resto del reparto, no se conforma con mantenerse a la sombra, y tratan de asomar la cabeza como pueden ante la brillante labor de la protagonista. Así, nos encontramos ante una excelente Nadia de Santiago, que sabe mantener el tipo en los duelos con Macarena, y que cuando no tiene que lidiar con la bestia de la pantalla que es la Gómez, sabe devorar la cámara con su candidez y fortaleza; o un Hugo Silva que acepta su rol como el tercero en discordia, y ejerciendo de galán castizo, deja paso a las dos reinas de la película sin esconder sus virtudes.

Todo ello, hace de "Musarañas" un ejercicio donde la cordura no tiene lugar, ahondando de manera notable en las cicatrices de sus protagonistas para justificar sus acciones. Unas acciones que terminan por resultar escesivamente caricaturizadas, y que se salen del excelente tono contenido con que empieza la película; pero que, aunque no convenzan a muchos por su desmesura y descontrol, sacando a la historia de los cauces que su propia cohesión interna establece, demuestra la falta de complejos de unos realizadores cuya carta de presentación nos deja a la espera de nuevas y atrevidas propuestas que llevarnos a la memoria visual.
12 de diciembre de 2014 1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
El paso de los años, ha convertido el debut cinematográfico de Ridley Scott, "Los duelistas" (1977), en una especie de premonición para lo que a posteriori sería la carrera de un director que, al igual que los dos protagonistas de aquel título, siempre está en continua lucha entre dos mitades, alimentando de esa manera las ansias y los elogios de sus más acérrimos defensores, a la vez que con cada nuevo título, permite a sus detractores que carguen sus tintas con las más ácidas críticas. Scott es un director en duelo constante entre la grandeza de algunos de sus títulos, y la alarmante decadencia de otros. Su último título, "Exodus: dioses y hombres", funciona como un buen puñado de leña para seguir avivando la batalla alrededor de un director obligado a reafirmarse título tras título.

Retomando el mito de Moisés, y la huida del pueblo judío de Egipto, hecho que, ante la falta de documentación histórica más allá de los relatos religiosos que giran en torno a este personaje, debemos considerar ficticio, Scott nos ofrece un ejercicio de desmesura capaz de deslumbrar en su producción, y de no saciar el apetito de los que pretendan ahondar en el corazón de un título que vive a caballo de dos maneras de entender el cine. Por un lado, resulta imposible no comparar este título, con las grandes superproducciones del Hollywood clásico, con directores como Cecil B. Demille, realizador de la, hasta ahora, más aclamada versión del Éxodo que ha visto el séptimo arte, o William Wyler a la cabeza. La grandeza de los decorados, y el aroma a artesanía que desprende el Egipto de Scott, nos transportan a esos tiempos de cartón piedra y trabajos manuales para construir enormes imperios capaces de asombrar en la gran pantalla. Con el desierto de Almería, o la isla de Fuerteventura, como parajes idóneos para esta labor, el diseño de producción se convierte en el mejor protagonista posible para una cinta que justifica el desembolso de dinero en una puesta en escena grandiosa que merece ser contemplada en el gran lienzo de la sala de cine. Pero no solo el decorado es hermoso. El maquillaje y el vestuario, maravillan por su ostentoso poderío; los efectos visuales, aprovechan los recursos actuales para crear las imágenes más poderosas y evocadoras del poderoso imperio faraónico, y todo ello, nos sumerge en una recreación capaz de asombrar a las generaciones que no han llegado a disfrutar "Los diez mandamientos" como la maravilla de su época que fue, modernizando un género que el propio Scott revitalizó con "Gladiator".

Pero donde aquel título, que le granjeó éxito y premios, jugaba sus bazas a una impresionante puesta en escena, junto con una historia de traiciones y venganzas capaz de convencer al gran público, "Exodus: Dioses y hombres", sucumbre al mayor defecto de su realizador: la falta de mesura en el rodaje, con el correspondiente peligro de perder magia en la sala de montaje. Porque la última obra de Ridley Scott, se sabe corta en un metraje que necesita mucho más para alcanzar a rozar la complejidad de una historia más complicada que lo que nos intenta ofrecer. Reduciendo el conflicto dramático a una simple lucha héroe - villano, en el camino, los matices que hacen a esta historia grandiosa y legendaria, se pierden en la constante persecución de la grandeza visual. De partida, el personaje de Moisés, carece de momentos de auténtico dramatismo que nos permitan ahondar en la psicología del hebreo. Christian Bale, hace lo que puede con un papel que ha sido maltratado en esta versión que ha llegado a nuestras pantallas, intuyéndose que su papel, al igual que otros como el de Aaron Paul o Sigourney Weaver, han sido recortados en exceso para conseguir una cinta que convenciera a realizador y productores. El personaje de Josué, es de esta manera, una triste comparsa desaprovechada, carente de matices, motivaciones, y conflictos internos que se pasea por la pantalla como si de un simple escudero de Moisés se tratara. Este es uno de los muchos casos que, dentro de esta problemática, se ven en la película. Por otra parte, y aunque se adviertan síntomas parecidos a los ya mencionados, el persoaje que más destaca en esta epopeya, es el interpretado por Joel Edgerton, que consigue, con su paso por la pantalla, transmitir por momentos la sensación de angustia de su personaje, enfrentado directamente a conflicto dios-hombre, en su propia persona.

Y al igual que los personajes se desdibujan, la trama se embarrunta, atropeyándose las escenas, con unos saltos temporales y unas elipsis que, lejos de funcionar como recursos narrativos, atropellan la trama, arrojándola a un inevitable fracaso que consigue hacer olvidar las virtudes artísticas de una película que no sabe gestionar todas sus partes por igual.

Es de aplaudir toda la labor de recreación y toda la artesanía desplegada en la cinta de Ridley Scott, algo que, sin duda, puede justificarnos a muchos el visionado de este título, sobre todo, en la gigantesca perspectiva que otorga la pantalla de la sala de cine. Sin embargo, Ridley Scott vuelve a ser víctima de su propia desmesura, con una película que funciona como un iceberg, sin mostrarnos más que una parte de todo su arte... o por lo menos, eso queremos pensar los defensores de este director, mientras esperamos la llegada de un montaje más fiel a la visión de un realizador que jugando a ser dios, muchas veces comete errores muy humanos.
3 de noviembre de 2014 1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
El cine de animación, vive una época convulsa en la que su máxima ambición, es conseguir reciclarse para llegar a unas nuevas generaciones que han abandonado hace tiempo la candidez y la ingenuidad de la artesanía del trazo fino que hizo las delicias de generaciones que ya parecen perdidas en los albores de la historia, cuando realmente el tiempo no ha volado tan deprisa. Sin embargo, la tecnología, y el acceso a ellas, ha hecho que los más pequeños de la casa, exijan para sí mismos, títulos donde la espectacularidad de los medios digitales, estén por encima del cálido colorido y del dulce trazado de una fábula clásica. Por ello, la irrupción de estudios como Laika, devuelven a la animación pequeños atisbos de esperanza para recuperar ese genuino cariño del cine hecho con las manos y desde el corazón.

Si con "Los mundos de Coraline" demostraron una capacidad de evocación imaginativa sorprendente, desentrañando un mundo onírico que bebía de la escuela Burtoniana, a la vez que se atrevía a asomarse a los vericuetos surrealistas de un Lewis Carrol a través del espejo; con "El alucinante mundo de Norman" consiguieron elaborar una historia de mimbres más sencillos, pero con un complejo entramado emocional capaz de ahondar con gran acierto en los temores y miedos de una infancia atormentada. Ambos títulos, gozaban además de una factura técnica que bebía de la magia artesanal del stop-motion, a la vez que incoporaba algún que otro elemento digital, para adecuar ambas cintas a los tiempos que corren.

"Los Boxtrolls" su nueva propuesta, sigue esa estela de éxito en lo que a calidad de la cinta se refiere, si bien, su nueva película flaquea en algunos puntos donde sus compañeras de estudio se hacían muy fuertes. "Los Boxtrolls" se trata de una película que bebe directamente de los orígenes del cine, más concretamente del impresionismo alemán al que homenajea en la forma, e incluso en el contenido. Una lección de historia del cine para los más pequeños que los más mayores no pueden dejar pasar. El diseño de los personajes, o los decorados, respiran los ambientes y las formas de esa mítica obra de Wiene, "El gabinete del doctor Caligari", con un colorido y un uso de las atmósferas y los colores que evocan ese cine de principios de siglo que, en su contenido, ya sea en el título mencionado, o en títulos legendarios como los que giraban alrededor del tenebroso Mabuse de Fritz Lang, anticipaban la llegada de un régimen devastador que destruiría la moralidad y la fe en la raza humana durante su poder. De ese mismo modo, "Los boxtrolls", tiene mucho de alegoría política contra los régimenes autoritarios y las purgas atroces que se cometieron en nombre de razas superiores. Un relato que, pese a ese trasfondo tenebroso y aterrador, consigue ofrecer las aventuras, el ritmo, y la diversión suficientes para que los más pequeños disfruten con estos pequeños personajes habitantes del cartón deshechado.

La pega, porque la hay, es que con ese trasfondo tan oscuro, el guión y la historia principal de la película, parecen desdibujados en una trama que parece arrancar a medias en el primer tercio de la película. Sin embargo, no se puede dejar de valorar la valentía de un relato con mensaje, que huye de banalidades y estúpidas reiteraciones argumentales; y que sobre todo, es capaz de poner la imaginación y la artesanía al servicio de una historia que, gracias al trabajo de tantísimos profesionales, consiguen hacernos recordar una etapa cinéfila sorprendente, a la vez que vuelven a despertar al niño que todos tenemos dentro.
26 de agosto de 2014 1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
El cine hecho con valentía y buen gusto, siempre será bienvenido y bien valorado por todas aquellas hordas de cinéfilos ávidos de experiencias que nos impulsen a renovar nuestra pasión por el séptimo arte. Steven Knight, autor que ya nos había demostrado su valía con guiones como el de "Promesas del este", realiza en "Locke", su propuesta tras las cámaras y al mando del libreto, un ejercicio de estilo que sin duda, se encuentra entre lo mejor del presente curso cinematográfico.

Y eso que no estamos ante la mejor película del año. Pero la propuesta de esta película, la originalidad de su tratamiento y lo arriesgado de su puesta en escena, son motivos más que suficientes para sentir admiración por una cinta sorprendente y emocionante a partes iguales. Construida como un thriller, el libreto esboza una trama alejada de cualquier cliché del género, construyendo su drama en base a elementos emocionales que huyen descaradamente de los tópicos del cine de suspense. La tensión nace de las entrañas, de lo más profundo del ser humano, y se desangra por los poros de una historia donde los fantasmas del pasado, y de nuestros errores, son el peligro que acecha detrás de cada curva de la carretera por la que discurre todo el metraje de la obra.

Una película que se construye de manera sólida gracias a su buen guión, y a la interpretación sobrecogedora de un excelente Tom Hardy. Un Hardy que se sabe consciente del peso que tiene que llevar sobre sus hombros, cargando con el protagonismo absoluto de la cinta, y con el 95 % de los planos de un film donde el actor inglés se deja la piel, y cada gramo de sus emociones en construir un soberbio Ivan Locke, que lejos de los excesos que las condiciones de la trama le podrían haber permitido, presenta una contención y una presencia tan grandes, que escapan a cualquier tipo de loa posible. Más que un "tour de force", lo que Hardy realiza en "Locke" es una demostración perfecta de interpretación, y de realidad; todo unido en la caracterización de un individuo obligado a desangrar sus errores y virtudes delante de una cámara que le mide el pulso desde la complejidad de la cercanía más próxima.

Y así, con Knight y Hardy demostrando una valentía, inusual en el cine actual, disfrutamos de una película imperfecta, pero maravillosa. Un auténtico bocado de maestría cinematográfica para los amantes de una arte que ante títulos como este, demuestra su constante capacidad de reinvención desde sus propias bases.
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