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Miniserie

2,4
2.487
2
29 de octubre de 2010
29 de octubre de 2010
6 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Producto absolutamente coyuntural y facilón que supone el debut de la joven produtora catalana Brutal Media, con unos cuantos proyectos en desarrollo (un par de largos para cine, Confesiones de una estrella del porno y El vendedor del tiempo, y otro par de TV- movies, Bulldog y Volveremos). Un experimentado Joaquín Oristrell escribe y dirige esta historia, más cercana al universo rosa que a una recreación histórica propiamente dicha; todo desprende un aura como de amateurismo cutre y pobretón, tan bienintencionado como carente de talento, quedándose el espectador con la impresión de haber asistido a un quiero y no puedo bastante alejado de otras producciones por el estilo, dentro de la escasa filmografía española que se ha atrevido a contar cosillas de la Familia Real, a la que siempre se ha acercado más bien con una timidez rayana en la autocensura (y con una infinita diferencia de calidad con ejemplos de otros países, como la excelente The Queen británica).
Tal vez por la premura con la que parece haber sido rodada la trama, el conjunto parece afectado por defectos imperdonables, como la elección del elenco, a pesar de contar con actores tan renombrados como Marisa Paredes y Juanjo Puigcorbé. Estos, en el papel de los Reyes, desentonan hasta el punto de resultar risibles, ya que ni fisonómicamente son adecuados para sus papeles ni interpretativamente están lucidos, dotando la primera a la Reina de un acento francés un tanto rarito, y el segundo encarnando al Rey como un señor gangoso, chaparreto y un tanto atontolinado. Ignoro si estas personas son así en la realidad, pero ambos roles parecen más bien propios de una parodia televisiva que de un producto serio y meditado. Fernado Gil, como el Príncipe Felipe, está más acertado, después de haberse "entrenado" en asuntos reales tras interpretar a un joven Juan Carlos en Alfonso, el Príncipe maldito, mientras que la única actriz del casting verdaderamente eficaz en su cometido es Amaia Salamanca, notable en su rol de la Princesa Letizia.
En resumidas cuentas, producción de gusto amerengado destinado al consumo de un público poco exigente.
Tal vez por la premura con la que parece haber sido rodada la trama, el conjunto parece afectado por defectos imperdonables, como la elección del elenco, a pesar de contar con actores tan renombrados como Marisa Paredes y Juanjo Puigcorbé. Estos, en el papel de los Reyes, desentonan hasta el punto de resultar risibles, ya que ni fisonómicamente son adecuados para sus papeles ni interpretativamente están lucidos, dotando la primera a la Reina de un acento francés un tanto rarito, y el segundo encarnando al Rey como un señor gangoso, chaparreto y un tanto atontolinado. Ignoro si estas personas son así en la realidad, pero ambos roles parecen más bien propios de una parodia televisiva que de un producto serio y meditado. Fernado Gil, como el Príncipe Felipe, está más acertado, después de haberse "entrenado" en asuntos reales tras interpretar a un joven Juan Carlos en Alfonso, el Príncipe maldito, mientras que la única actriz del casting verdaderamente eficaz en su cometido es Amaia Salamanca, notable en su rol de la Princesa Letizia.
En resumidas cuentas, producción de gusto amerengado destinado al consumo de un público poco exigente.

5,6
2.723
4
23 de enero de 2009
23 de enero de 2009
6 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Inteligente, cuando menos, el peculiar estreno en España de la última obra del señor Stone: tras la emisión televisada de la investidura de Barack Obama, probablemente sospechando que atraería muchos más espectadores que un estreno "normal" en salas de cine.
Obviando esto, me parece un ejemplo más del particular vía crucis del director, cuya obra se compone de mediocridades de diverso calibre desde su última peli sólida, Nixon, que ya tiene trece años. Pienso que la cosa arrastra un lastre importante, al ser un pseudo biopic de un personaje de la más rabiosa actualidad; tampoco ayuda el contar con un guión vulgar, a cargo de Stanley Weiser (quien ya colaborara con Stone en Wall Street), que oscila nebulosamente entre ser fiel a hechos constatables (el pasado alcohólico del personaje, sus devaneos con la religión, entre otros datos biográficos variopintos), la sátira (el episodio de la galleta, la musiquilla de Robin Hood en diversas escenas), la saga familiar (la relación con su padre, con su mujer, Laura, las envidias con su hermano Jeb), incluso ciertas licencias narrativas (todas las escenas en las que se toman decisiones presidenciales parecen directamente inventadas o, al menos, de una credibilidad discutible).
Resulta desacertada, o al menos cuestionable, la elección caprichosa de los distintos ámbitos temporales sobre los que se quiere poner el acento, descartando la última de las tres patas fundamentales de una historia como ésta: nacimiento, auge y caída del personaje; se insinúa el fin, pero no se desarrolla. Es todo como precipitado, como si hubiera prisa por cumplir unos plazos de entrega, lo que da al conjunto una sensación de obra inacabada, de boceto fallido y con mucho por pulir.
Sólo destacaría el aspecto interpretativo, la excelente elección de actores, destacando el esfuerzo de Josh Brolin como el protagonista, y lo inmensos que están James Cromwell como Bush Sr., Richard Dreyfuss como Dick Chaney, o Thandie Newton como la Rice, entre otros.
Para finalizar, me gustaría destacar la sensación que me ha dejado: un "quiero y no puedo", una indecisión sobre si meterse o no en camisas de once varas, navegando difusamente entre la tempestad y la calma, y he echado profundamente de menos un latigazo a la estructura del poder como el que dio Kubrick hace casi cinco décadas con su Teléfono Rojo.
Obviando esto, me parece un ejemplo más del particular vía crucis del director, cuya obra se compone de mediocridades de diverso calibre desde su última peli sólida, Nixon, que ya tiene trece años. Pienso que la cosa arrastra un lastre importante, al ser un pseudo biopic de un personaje de la más rabiosa actualidad; tampoco ayuda el contar con un guión vulgar, a cargo de Stanley Weiser (quien ya colaborara con Stone en Wall Street), que oscila nebulosamente entre ser fiel a hechos constatables (el pasado alcohólico del personaje, sus devaneos con la religión, entre otros datos biográficos variopintos), la sátira (el episodio de la galleta, la musiquilla de Robin Hood en diversas escenas), la saga familiar (la relación con su padre, con su mujer, Laura, las envidias con su hermano Jeb), incluso ciertas licencias narrativas (todas las escenas en las que se toman decisiones presidenciales parecen directamente inventadas o, al menos, de una credibilidad discutible).
Resulta desacertada, o al menos cuestionable, la elección caprichosa de los distintos ámbitos temporales sobre los que se quiere poner el acento, descartando la última de las tres patas fundamentales de una historia como ésta: nacimiento, auge y caída del personaje; se insinúa el fin, pero no se desarrolla. Es todo como precipitado, como si hubiera prisa por cumplir unos plazos de entrega, lo que da al conjunto una sensación de obra inacabada, de boceto fallido y con mucho por pulir.
Sólo destacaría el aspecto interpretativo, la excelente elección de actores, destacando el esfuerzo de Josh Brolin como el protagonista, y lo inmensos que están James Cromwell como Bush Sr., Richard Dreyfuss como Dick Chaney, o Thandie Newton como la Rice, entre otros.
Para finalizar, me gustaría destacar la sensación que me ha dejado: un "quiero y no puedo", una indecisión sobre si meterse o no en camisas de once varas, navegando difusamente entre la tempestad y la calma, y he echado profundamente de menos un latigazo a la estructura del poder como el que dio Kubrick hace casi cinco décadas con su Teléfono Rojo.

5,6
55.234
7
23 de septiembre de 2008
23 de septiembre de 2008
6 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ridley Scott, James Cameron, David Fincher y Jean-Pierre Jeunet; cuatro pelis, cuatro estilos diferentes, todas con un nivel aceptable y algo que aportar, y cada una con un sello personal inconfundible. Me encantaría que todos los directores con talento del mundo tuvieran su propia secuela de Alien: se podría establecer un turno, y cada año que le tocara a uno continuar el trabajo que dejó el anterior.
Ésta que nos ocupa está plagada de agujeros de guión, acientificidades, y soluciones "sospechosas", pero poco importa, porque el francés Jeunet ha dejado la impronta de su cine en la mejor saga de ficción: ayudado por su habitual colaborador en la fotografía, Darius Khondji, nos pinta un ambiente sórdido, de amarillos y verdes en el que todo parece enfermo de alguna u otra manera. Curiosamente, el único personaje que tiene pintas de estar sano es un robot de segunda generación, sensiblero y pacifista (Annalee, es decir, Winona). Todo se engloba en esa imaginería extraña y goticista típica del director, que rodea a la prota de un conjunto de tipos de lo más particular, como esos piratas espaciales (amiguetes de Jeunet, Dominique Pinon, Ron Pealman, etc), para contarnos una historia absolutamente gore y escatológica, plagada de sensualidad perversa y de toques de humor surrealista.
Ripley, como no, es el eje fundamental que articula todo, pero Sigourney vuelve a dar otra imposible vuelta de tuerca a su personaje, que se había suicidado en Fiorina 161; aquí a la pobre Ellen la clonan, tras siete desastrosos intentos, uniéndose con su némesis (una perversión absoluta), y deambulando por esa cacería en que se resume la trama con una cierta ambivalencia, propia de su naturaleza mitad humana mitad alien.
En definitiva, un revival psicodélico y arriesgado que hay que pillar en su justo punto (la primera vez que la vi no me gustó en absoluto).
Ésta que nos ocupa está plagada de agujeros de guión, acientificidades, y soluciones "sospechosas", pero poco importa, porque el francés Jeunet ha dejado la impronta de su cine en la mejor saga de ficción: ayudado por su habitual colaborador en la fotografía, Darius Khondji, nos pinta un ambiente sórdido, de amarillos y verdes en el que todo parece enfermo de alguna u otra manera. Curiosamente, el único personaje que tiene pintas de estar sano es un robot de segunda generación, sensiblero y pacifista (Annalee, es decir, Winona). Todo se engloba en esa imaginería extraña y goticista típica del director, que rodea a la prota de un conjunto de tipos de lo más particular, como esos piratas espaciales (amiguetes de Jeunet, Dominique Pinon, Ron Pealman, etc), para contarnos una historia absolutamente gore y escatológica, plagada de sensualidad perversa y de toques de humor surrealista.
Ripley, como no, es el eje fundamental que articula todo, pero Sigourney vuelve a dar otra imposible vuelta de tuerca a su personaje, que se había suicidado en Fiorina 161; aquí a la pobre Ellen la clonan, tras siete desastrosos intentos, uniéndose con su némesis (una perversión absoluta), y deambulando por esa cacería en que se resume la trama con una cierta ambivalencia, propia de su naturaleza mitad humana mitad alien.
En definitiva, un revival psicodélico y arriesgado que hay que pillar en su justo punto (la primera vez que la vi no me gustó en absoluto).

6,4
36.525
7
6 de agosto de 2008
6 de agosto de 2008
6 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Me ha gustado la película, sí, señor; Darabont adapta por tercera vez una obra de King, demostrando que es uno de los directores que mejor le ha sabido encontrar el punto al genio de Maine, del que soy fiel lector. El realizador de Cadena Perpetua ha logrado plasmar el habitual "toque Lovecraft" que tiene gran parte de la obra del escritor, homenajeando a su vez al cine de serie B de los 50 y 60.
La peli tiene varios niveles, lo que hace que verla sea un placer: a pesar de que las pretensiones iniciales del director se encaminaban a un rodaje en blanco y negro, que resultaría perfecto, la fotografía en color y la aparición de los bichos "ultradimensionales" (a los que se otorga un origen típico de cualquier peli de zombies, mutantes, etc, que se precie) no impiden que, a la vez, la historia se mueva por otros frentes mucho más interesantes, como la propia malignidad de la especie humana cuando está sometida a una situación extrema: no es infrecuente que un grupo de personas se encuentren en un ámbito claustrofóbico en el que tienen que enfrentarse a amenazas desconocidas procedentes del exterior (como en la magnífica REC), pero lo que sí es realmente original es darle la vuelta a esto, y desear salir al exterior, con la posibilidad de que los bichos se te merienden, antes que quedarte en el súper conviviendo con unos humanos bastante más peligrosos; el personaje de la señorita Carmody, la loca beata adicta al apocalipsis, es importante para esto, aunque para mí su evolución (y sobre todo la extrema rapidez con la que gana adeptos a su causa) merecería quizás un encierro mucho mayor que un par de días.
La peli quizás esté demasiado plagada de altibajos, probablemente debidos a sus servidumbres comerciales, sobre todo en su tramo medio: frente a la obviedad de bichos malos (siempre es mejor sugerir que mostrar), Darabont opone un retrato minucioso de casi todos los personajes, como por ejemplo el típico líder que suele surgir en estas situaciones, pero al que aquí resulta, por decirlo finamente, un tanto peligroso el seguirlo, no es el habitual héroe omnipotente que suele molestar bastante en otras producciones semejantes. También el niño es un niño, se pasa media peli durmiendo o llorando, sintiendo miedo, sin caer en los habituales estereotipos de prepúber tan valiente como irreal.
Pero lo que revaloriza en extremo la peli es el tramo final, espléndido, arriesgado, desesperanzador y pesimista, en el que la música de fondo, la fotografía, los silencios y miradas de los personajes en busca del más allá de la niebla, se conjugan en un último artificio narrativo realmente soberbio, de los que pocos he visto.
La peli tiene varios niveles, lo que hace que verla sea un placer: a pesar de que las pretensiones iniciales del director se encaminaban a un rodaje en blanco y negro, que resultaría perfecto, la fotografía en color y la aparición de los bichos "ultradimensionales" (a los que se otorga un origen típico de cualquier peli de zombies, mutantes, etc, que se precie) no impiden que, a la vez, la historia se mueva por otros frentes mucho más interesantes, como la propia malignidad de la especie humana cuando está sometida a una situación extrema: no es infrecuente que un grupo de personas se encuentren en un ámbito claustrofóbico en el que tienen que enfrentarse a amenazas desconocidas procedentes del exterior (como en la magnífica REC), pero lo que sí es realmente original es darle la vuelta a esto, y desear salir al exterior, con la posibilidad de que los bichos se te merienden, antes que quedarte en el súper conviviendo con unos humanos bastante más peligrosos; el personaje de la señorita Carmody, la loca beata adicta al apocalipsis, es importante para esto, aunque para mí su evolución (y sobre todo la extrema rapidez con la que gana adeptos a su causa) merecería quizás un encierro mucho mayor que un par de días.
La peli quizás esté demasiado plagada de altibajos, probablemente debidos a sus servidumbres comerciales, sobre todo en su tramo medio: frente a la obviedad de bichos malos (siempre es mejor sugerir que mostrar), Darabont opone un retrato minucioso de casi todos los personajes, como por ejemplo el típico líder que suele surgir en estas situaciones, pero al que aquí resulta, por decirlo finamente, un tanto peligroso el seguirlo, no es el habitual héroe omnipotente que suele molestar bastante en otras producciones semejantes. También el niño es un niño, se pasa media peli durmiendo o llorando, sintiendo miedo, sin caer en los habituales estereotipos de prepúber tan valiente como irreal.
Pero lo que revaloriza en extremo la peli es el tramo final, espléndido, arriesgado, desesperanzador y pesimista, en el que la música de fondo, la fotografía, los silencios y miradas de los personajes en busca del más allá de la niebla, se conjugan en un último artificio narrativo realmente soberbio, de los que pocos he visto.

6,4
17.041
9
16 de febrero de 2008
16 de febrero de 2008
6 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Soberbia segunda película de Robert de Niro tras la cámara, después de la interesante Una Historia del Bronx; aquí procede a adaptar un gran guión de Eric Roth, convirtiéndolo en una obra densa, compleja y larga para el standard habitual de las producciones contemporáneas.
Lo que podría pasar por una peli cansina, aburrida y en la que no pasa demasiado, se nos muestra como un retrato íntimo, o más bien intimista, acerca de las interioridades del espionaje en general y de la CIA en particular, a través del personaje de Edward Wilson, sobriamente interpretado por Matt Damon, quien va escalando poco a poco en el escalafón de la "inteligencia" estadounidense, al mismo tiempo que se va construyendo dicho sistema, y abarcando dos décadas largas de la historia de ese país. Esto, en vez de ser narrado en plan biopic, una sucesión de hechos centrados en un personaje, se construye de manera brillante, en la que es tan importante lo que hace Wilson como las consecuencias que tiene para su vida personal y familiar, y su devenir entre esos dos campos tan diferentes. El relato se complica, con una serie de flash backs, de giros y vueltas, de escenas no explicadas, de llamadas de atención al espectador, que debe ser activo para enterarse bien de todo, constituyendo una de las mejores películas del 2006. De Niro se apoya también en un plantel de lujo: Angelina, William Hurt, Pesci, Alec Baldwin, Turturro, etc, es decir, un conjunto de secundarios que hacen fenomenalmente su parte, la excelente fotografía de Robert Richardson, la música de James Horner, y todo ello protegido además por la producción de Coppola, garantía de que no hubo más tijeretazos de la cuenta.
Lo que podría pasar por una peli cansina, aburrida y en la que no pasa demasiado, se nos muestra como un retrato íntimo, o más bien intimista, acerca de las interioridades del espionaje en general y de la CIA en particular, a través del personaje de Edward Wilson, sobriamente interpretado por Matt Damon, quien va escalando poco a poco en el escalafón de la "inteligencia" estadounidense, al mismo tiempo que se va construyendo dicho sistema, y abarcando dos décadas largas de la historia de ese país. Esto, en vez de ser narrado en plan biopic, una sucesión de hechos centrados en un personaje, se construye de manera brillante, en la que es tan importante lo que hace Wilson como las consecuencias que tiene para su vida personal y familiar, y su devenir entre esos dos campos tan diferentes. El relato se complica, con una serie de flash backs, de giros y vueltas, de escenas no explicadas, de llamadas de atención al espectador, que debe ser activo para enterarse bien de todo, constituyendo una de las mejores películas del 2006. De Niro se apoya también en un plantel de lujo: Angelina, William Hurt, Pesci, Alec Baldwin, Turturro, etc, es decir, un conjunto de secundarios que hacen fenomenalmente su parte, la excelente fotografía de Robert Richardson, la música de James Horner, y todo ello protegido además por la producción de Coppola, garantía de que no hubo más tijeretazos de la cuenta.
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