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España España · Barcelona
Críticas de Rómulo
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Críticas 355
Críticas ordenadas por utilidad
7
30 de mayo de 2020
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Up in the Air

“Nadie es monedita de oro pa’ caerle bien a todos”, reza un dicho mexicano. Y ya se sabe que estas máximas o refranes normalmente aciertan pues fueron acuñados en el transcurso de cientos de años de sabiduría popular. Pero todo aforismo esconde alguna excepción. Y a una de esas excepciones responde, sin ningún género de dudas, el actor estadounidense George Clooney al que alguna divinidad debió distinguir con dones negados a la mayoría de los mortales. Porque además de encantador y atractivo, suma la cualidad de ser un extraordinario actor galardonado con cuatro Globos de Oro, dos Oscar y un BAFTA a lo largo de su ya dilatada carrera. A punto de cruzar el umbral del nada apetecible club de los sesentones, Clooney conserva intacto gran parte de su saludable aspecto físico e inmaculadas las virtudes que lo han convertido en uno de los intérpretes más solicitados por la industria cinematográfica.
De nuevo Netflix me ofrece la oportunidad de disfrutar de su cautivadora presencia en “Up in the Air”, una película del director canadiense Jason Reitman filmada en 2009 y autor también de la estupenda “Juno” estrenada dos años antes.
Bajo la falsa apariencia de una desenfadada comedia, subyace el doloroso entramado de un drama social que contamina las relaciones de trabajo entre empresas y empleados e invita, al mismo tiempo, a una profunda introspección sobre la legítima opción de cada cual en la que cimentar su incierto futuro. La búsqueda de la felicidad como opción determinante nos somete a un constante ejercicio de elección sin que ello garantice necesariamente el horizonte soñado. De forma que la incertidumbre forma parte consustancial de la vida misma y, nos guste o no, deberemos asumir las imprevisibles consecuencias de nuestros actos por mucho que éstos hayan sido juiciosamente planificados.
Para variar, George Clooney despliega el amplio abanico de sus encantos, se muestra seductor, exhibe sus dotes de gran histrión y resulta tan convincente como entrañablemente cercano a pesar de que el personaje que interpreta debería resultarnos -una prueba más de su poder hipnótico- odioso y, hasta cierto punto, repugnante. Por cierto, muy bien acompañado de Vera Farmiga, con la que compone un dúo de granujas delirantemente armónico.
Sin duda, mis improbables lectores, se van a divertir e incluso puede que se les escape alguna sonora carcajada pero, si afinan la mirada, tras la delgada cortina que cubre su engañoso atrezzo argumental, encontrarán serias razones para la reflexión y la duda.

Emilio Castelló Barreneche
Rómulo
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8
28 de diciembre de 2019
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Los dos papas

"Soy infalible cuando hablo 'ex cathedra', pero nunca lo haré." El Papa Juan XXIII.

Pueden contarse con los dedos de las manos, y aún me sobraría alguno, el número de papas que renunciaron a su cargo en vida en los dos mil años de historia de la Iglesia Católica. El penúltimo de ellos fue Gregorio XII y desde entonces han pasado 600 años. El último se materializó en la figura del alemán Ratzinger que en su coronación tomó el nombre de Benedicto XVI. Ese mismo año, el 2013, ciñó la tiara pontificia su sucesor, el actual papa Francisco, de nacionalidad argentina y de apellido Bergoglio.
Pues bien, en el intervalo de tiempo en el que discurre este relevo papal, el brasileño Fernando Meirelles ha realizado una hermosa y emotiva película basada en hechos reales. A pesar de que Ratzinger desconfía del cardenal Bergoglio por el insalvable antagonismo de sus idearios, lo cita en su residencia de Castel Gandolfo para revelarle un gran secreto que nadie conoce: su decisión irrevocable de abandonar la curia romana.
Como es fácil imaginar, ante un hecho tan trascendente como excepcional, la sorpresa del cardenal argentino es mayúsculo. A partir de ahí tiene lugar una íntima conversación, en ocasiones áspera e incómoda, entre dos personajes cuyas opiniones teológicas, filosóficas y políticas colisionan, en ocasiones, de manera frontal. Sin embargo, Ratzinger está convencido de que el candidato más idóneo para sustituirle al frente de la Santa Sede no es otro que Bergoglio, al que considera capaz de llevar a cabo los profundos cambios que la Iglesia necesita.
Y aunque este cronista no comulga con las tesis doctorales de la jerarquía eclesiástica ni con las de ninguna otra religión, debo de reconocer que es un verdadero placer asistir a un debate civilizado entre dos hombres sumamente inteligentes y de una gran estatura intelectual. Verlos argumentar, contraargumentar, evadir respuestas, tratar grandes temas de Estado, arrodillarse para orar afligidos por las grandes responsabilidades que pesan sobre sus hombros y descender después a los asuntos más mundanos como bailar, comer pizza, ver fútbol, bromear (“¿Como se suicida un argentino?” se pregunta Bergoglio “Lanzándose desde la cima de su ego!”responde él mismo), ironizar, reír o disfrutar de una copa de buen vino, supone una extraordinaria oportunidad de descubrirlos en su versión más entrañable y humana como nunca antes había sucedido.
Compartir con ellos la belleza de los espacios interiores como la Capilla Sixtina -donde desde hace siglos tienen lugar los cónclaves en los que el Colegio Cardenalicio elige al nuevo Jefe de la Iglesia- o las lujosas estancias de Castel Gandolfo con las valiosas maravillas que las decoran, rodeado de idílicos jardines enmarcados en un paisaje de ensueño junto al lago Albano, es un lujo que debemos al mágico poder del cine.
Dos inmensos actores, Anthony Hopkins en el papel de Raztinger y Jonathan Pryce como Bergoglio, logran el milagro -Dios siempre echa una mano para apoyar una noble causa- de la transfiguración. El parecido físico, sobre todo en el caso de Bergoglio, es ciertamente asombroso, haciéndonos olvidar a los intérpretes para ver únicamente la gloriosa potestad de sus eminencias en un prodigioso fenómeno de metamorfosis.
Tomen asiento, relájense y disfruten durante dos horas de la extraordinaria lucidez que ilumina la mente de dos jerarcas de la Iglesia. Porque la inteligencia, despojada de todo espejismo metafísico, es una virtud que conlleva necesariamente valores como la tolerancia, flexibilidad, comprensión y, por qué no, la pragmática posición que requiere la renuncia de tus intereses en aras de un bien mayor. Y de paso, mis improbables lectores, es muy probable, como me pasó a mí, que salgan habiendo aprendido algo.

Emilio Castelló Barreneche
Rómulo
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8
16 de diciembre de 2019
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Blue Jasmine

¿Por qué razón no vi en su momento “Blue Jasmine”? Pues en verdad, mis improbables lectores, no encuentro explicación plausible a no ser que mi proverbial despiste haya sido la causa de tan lamentable olvido teniendo en cuenta, sobre todo, la incondicional veneración que siento por este genial cineasta que es Woody Allen.
Y vuelve una vez más a seducirme la envidiable capacidad de este hechicero para abducirme durante hora y media y mantenerme hipnóticamente inmovilizado en esa intrincada red en la que envuelve sus portentosas historias.
Pero el plato estrella de este formidable banquete tiene un delicioso sabor australiano y se llama Cate Blanchett. No en vano, esta bellísima, seductora y excepcional actriz se encuentra entre el reducido grupo de intérpretes que ha sido distinguido con los cuatro grandes galardones del cine: dos Óscar, tres BATFA, tres Globos de Oro y tres Premios del Sindicato de Actores y, curiosamente, cabe añadir que, con su exquisita actuación en “Blue Jasmine”, hizo pleno.
El desconcertante personaje de Jasmine que defiende Blanchett es de una complejidad endiablada. A cualquier actriz del mundo, por muy avezada y apta que ésta se reconozca en la profesión, debiera producirle auténtico vértigo enfrentar un reto de tan gran dificultad. Sin embargo Blanchett se mueve como pez en el agua. Sobrevive empastillada y sumergida en el alcohol; llora y ríe -en ocasiones casi de forma simultánea- como poseída de una extraña criatura; pasa de la tristeza a la euforia o de la depresión al optimismo en cuestión de segundos y huye de la realidad con la misma facilidad que regresa a ella. Porque la insustancial banalidad de la opulencia donde estaba cómoda y felizmente instalada Jasmine ha saltado en mil pedazos y bajo esta desgraciada circunstancia se explica la angustiosa crisis existencial por la que atraviesa. De las lujosas tiendas de marca en la 5ª Avda., de los exclusivos restaurantes de tres estrellas y de las ostentosas fiestas y reuniones de la alta sociedad neoyorkina, Jasmine ha pasado a pedir asilo en el destartalado apartamento en el que malvive su hermana Ginger -genialmente personificada por una divertidísima Sally Hawkins- en un suburbio de la ciudad de San Francisco.
Allen imprime un ritmo endiablado al guion, lo que obliga al espectador a mantenerse en continua alerta; situaciones, diálogos, banda sonora y localizaciones se sitúan en el más alto nivel de excelencia; mezcla el humor y el drama con la misma desenfadada actitud sin por ello renunciar a la profunda reflexión que algunas de las escenas plantean y, finalmente, pasa continuamente -sin recurrir al flashback- de un tiempo narrativo a otro sin vulnerar la legibilidad del relato.
No sé si “Blue Jasmine” es la mejor realización del maestro neoyorquino, pero no creo equivocarme al afirmar que está entre las más brillantes de su extensa bibliografía y que la indescriptible y asombrosa actuación de la australiana Cate Blanchett eleva la película, para cualquier cinéfilo, a la categoría de imprescindible.

Emilio Castelló Barreneche
Rómulo
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7
3 de diciembre de 2019
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Dobles vidas

No puedo evitar sentir auténtica adoración por esa mujer, icono ya e inevitable referencia del cine francés, que es Juliette Binoche. Y no olvidaré jamás que mi platónico flechazo ocurrió de manera instantánea cuando la vi por primera vez, hace ahora 28 años, en “Los amantes del Pont-Neuf”, paradójicamente el más antiguo de los puentes de París, cuando era una joven venteañera exultante
de descaro, vitalidad y talento. Entonces, tuve la seguridad de que asistía al nacimiento de una gran actriz y más adelante en la prodigiosa triología “Azul”, “Blanco” y “Rojo” del director polaco Kieslowski, prematuramente fallecido, confirmé esta certeza. Mi incondicional admiración nunca disminuyó sobre todo después de que una cautivadora y audaz forastera acompañada de su hija se presentara en Lansquenet, un encantador pueblecito francés perdido en alguna página olvidada del tiempo, para endulzar la vida de sus habitantes.
Ahora, el director Olivier Assayas, la incluye (no es primera vez) en “Dobles vidas”, junto a un selecto grupo de formidables actores entre los que se encuentran Guillaume Canet, Olivia Ross, Christa Theret y Antoine Reinartz. Y, una vez más, me maravilla la elegancia, tanto argumental como la puesta en escena, de muchas de las películas del cine francés, su muy particular y desenfadada forma de concebir la vida, el civilizado razonamiento que les permite trocar el drama en comedia y, en general, esa sofisticada e inteligente manera de resolver muchos de los conflictos domésticos que inevitablemente se nos presentan a lo largo de nuestra existencia.
Me toca muy de cerca, por razones de mi andadura profesional, la excitante historia que nos cuenta Assayas en “Dobles vidas”. Entre editores y autores anda el juego, sus tormentosas relaciones y constantes desaveniencias, las muy humanas y comprensibles diferencias entre la rentabilidad y el valor intelectual de la obra con las que frecuentemente colisionan los interes de ambos dejando al descubierto sus numerosas contradicciones. Una película donde el interés de lo que se dice, por su abrumadora actualidad, a través de unos diálogos que se suceden a velocidades endiabladas, solapa, sin llegar a opacarlo, el indiscutible atractivo de la trama; nos somete a un estimulante y necesario ejercicio de reflexión, el mundo cambia a tal velocidad que nos sorprende con el paso cambiado, las nuevas tecnologías nos obligan a plantearnos nuevas estrategias si queremos sobrevivir en cualquiera de las actividades -y la edición y publicación de libros tal y como las hemos conocido hasta ahora no son una excepción- que ocupan y exigen nuestros mejores esfuerzos.
Y entre la espesa niebla que nos rodea, siempre nos quedará Juliette Binoche, que vuelve a brillar con ese incandescente fulgor que siempre ilumina a las estrellas, aunque este último párrafo, mis improbables lectores, resulte insultantemente cursi.

Emilio Castelló Barreneche
Rómulo
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8
26 de noviembre de 2019
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Le Mans ‘66

A veces tengo serias dificultades para calificar una película. Porque cuando me entretiene, emociona y durante dos horas y media de metraje permanezco hipnotizado, pasmosmente aislado del mundo que me rodea, como cuando era un niño viendo cortos de Tom y Jerry, pierdo mi capacidad de análisis. Y este es el caso de “Le Mans ‘66”, un apasionante relato que firma el director neoyorkino James Mangold.
Y no puedo evitar evocar un par de maravillosas películas del mismo género que permanecen adheridas a mi memoria como un recién nacido al pecho de su madre. Una de ellas es la inolvidable “Grand Prix”, con un estupendo James Garner al frente del reparto y a pese haber transcurrido 53 años desde su estreno aún puedo tatarear la notas de su formidable banda sonora; y la otra “Las 24 horas de Le Mans”, de 1971, en la que el mítico actor Steve McQueen al volante de su espectacular Porche 911S, nos hace revivir toda la emoción y dramatismo que transmiten las carreras de coches.
“Le Mans ‘66”, sustentado en un sobresaliente guion, reproduce la fascinante historia en la que la pionera y poderosa empresa Ford, que acusaba una sensible caída de sus ventas en la década de los 60, decide fabricar un coche capaz de competir con la imbatible casa Ferrari en los circuitos internacionales, y tratar de superar así su impensable atonía.
Sorprende su didactismo, lo que añade mayor interés al relato, porque Mangold nos descubre las interioridades de un universo casi siempre impermeable y hermético; nos descubre la tremenda presión que sufre un piloto, sus dudas y arriesgadas decisiones, la gran responsabilidad que conlleva conducir al éxito una máquina prodigiosa en la que ha volcado todo su talento, tiempo y esfuerzo un excepcional equipo de diseñadores e ingenieros y en cuyo proyecto se han invertido muchos millones de dólares; y, finalmente, el conocimiento exhaustivo que el timonel requiere de un vehículo tan delicado y complejo como una pieza de relojería para sentir su respiración, atento a cada ruido o quejido del motor como si fuese una prolongación de su propio organismo a sabiendas de que el más mínimo error lo puede llevar al desastre.
Las altas esferas del poder empresarial, más inclinadas, en ocasiones, a mantener su estatus que a resolver los verdaderos problemas que dificultan el proyecto, la incondicional y casi heróica entrega del equipo técnico ajeno a cualquier otro interés que no sea el de culminar su ambicioso objetivo y las copiosas dosis de adrenalina que liberamos en cada trepidante secuencia de las carreras, forman el trípode en el que se sostiene esta espectacular película.
Y dos reconocidos actores de la talla de Matt Damon, siempre contenido y creible, y Christian Bale, histríonico e indisciplinado, en los papeles de Carroll Shelby y Ken Milles respectivamente, derimen sus diferencias para afrontar unidos el reto, prácticamente imposible, en su épica cruzada.

Emilio Castelló Barreneche
Rómulo
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