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Mauricio (Isla) Mauricio (Isla) · Vheissu
Críticas de Jean Ra
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Críticas 262
Críticas ordenadas por utilidad
7
27 de diciembre de 2008
46 de 58 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cómo queriendo replicar a esas películas que ensalzan los valores tradicionales del mundo rural, Imamura tomó a una aldea perdida en las montañas al norte de Japón para, sin escatimar apenas en crudeza, decir que no todo es entrañable y amable, que la suma de pobreza y aislamiento geográfico bien puede aproximar a una comunidad a una brutalidad casi primitiva. Aunque se sirve de ciertas metáforas visuales de animales, con las que establece unos paralelismos que asemejan a unos y a otros, son las retrógradas costumbres y las supersticiones de las que son pasto los aldeanos sus principales bazas para sostener su discurso. Las periódicas hambrunas han hecho del homicidio una medida preventiva y, al igual que los búfalos, para que el grupo pueda ir mejor, deben deshacerse obligatoriamente de sus miembros más débiles y menos productivos, por eso se abandona a los ancianos en el monte Narayama, para asegurarse el tiro, ya que en caso que les de por valorar su vida tengan la supervivencia inalcanzable. Ese alejamiento tan extremado de la civilización les permite también gozar de poder para aplicar castigos desmesurados para cortar de raíz los problemas. Sirva como ejemplo la escena más escalofriante de todas, ésa en la que una familia entera es enterrada viva por el simple hecho de robar algo de comida, una pena ejecutada con una crueldad inhumana y socialmente aceptada. O esa superstición que empuja al padre a pedirle a su hija que se acueste con todos los jóvenes para aplacar las supuestas iras del espíritu de un alma en pena, hecho impensable en el resto del país, dónde una mujer bien podía ser degradada por el simple hecho de tocar la mano de un extraño.
El sexo sirve como herramienta para remarcar el alejamiento de las convenciones sociales patente en la aldea, y no sólo por la alegría con la que se entregan a la jodienda, cosa bien sana, si no por momentos tan extraños como cuando el padre y la abuela tantean a diferentes lugareñas para concertarle un polvo (sin ánimo de compromiso) a uno de los hijos menores. Hace falta estar tronado. Mi madre hace eso y de la vergüenza me tiro de cabeza por la ventana.

La anciana Orin parece representar el símbolo de los sentimientos humanos, pues es con ella con quien únicamente se observa ternura y bondad humana en la pantalla, ejerciendo así de contraste (junto con los bellos paisajes) para equilibrar el crudo retrato rural.

La abundancia y lo explícitas de las escenas sexuales, las cuales aparentemente no parecen ser imprescindibles, y esa falta de interés por dejar claro sobre lo que se pretende hablar consiguen que en sus primeros compases la película resulte extraña y confusa, pero vale la pena concederle un poco de tiempo para finalmente ver una de las películas más insólitas, cautivadoras, desabridas y desapacibles del cine japonés, que lejos de querer aleccionar moralmente, al final reflejará hasta que extremos es capaz de llegar el ser humano para sacrificarse por sus congéneres.
Jean Ra
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9
31 de enero de 2006
39 de 47 usuarios han encontrado esta crítica útil
Lo importante es tener una buena historia y saber como contarla y Fucking Åmål es prueba fehaciente de ello. Quién necesita una fotografía preciosista, una épica banda sonora o unos rostros famosos si a cambio se cuenta con un guión excelente, una dirección acertada y unas actores verdaderamente naturales? Es con la honestidad y con la naturalidad que esta película atesora que una historia romántica consigue llegar y desprenderse de la cursilería y la ridiculez y encima no aburrir.

Estamos ante una película de adolescentes pero no se puede comparar esas americanadas tan exageradametne zafias y cargadas de absurdos; en esta película se nos muestra un desmenuzamiento muy lúcido de lo que es la adolescencia y se nos enseña a unos jóvenes perfectamente creíbles que no necesitan hacer el ridículo para transmitir algo. En verdad parece que estén sintiendo lo que les va sucediendo. Y además una historia de homosexualidad, pero que no explota su lado morboso, esta no es de esas películas. Prima la sinceridad y como muestra un botón: ese espléndido beso en la parte trasera del coche, uno de los besos más honestos y maravillosos visto en el cine.

Para mí se trata de una pequeña gran joya, una de las mejores películas románticas que he visto jamás. No se la pierdan.

Tanto se nota que me maravilló?
Jean Ra
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4
27 de noviembre de 2008
77 de 124 usuarios han encontrado esta crítica útil
Puede que Dreyer fuera pionero en eso de la autocomplacencia cinematográfica europea, pero Renoir consiguió superarle con creces. Mientras que el danés se esforzaba en cuadrarlo todo con su estricto código moral, el gabacho fue más allá e intentó por todos los medios satisfacer principalmente a su propia persona, que para algo era el más guapo (según la opinión de su mamá). Si pensáis que miento, recordad entonces quien (incomprensiblemente) al final de todo se lleva el gato al agua en 'La Regla del Juego'. Tan increíble como cierto. Por lo visto, con la edad, Renoir no ganó en sutilidad y en 'El Río' decidió pasarse por el forro las indirectas y colocó a Arthur Shields como su nada disimulado alter ego sosainas para que fuera el epicentro dionisíaco de las cutre-pasiones de las desfavorecidas hijas del fabricante de cáñamo, las cuales echan chispas de entre las piernas cada vez que divisan en el horizonte la cara de acelga del capitán Renoir, personaje mal escrito y mal interpretado dónde los haya que eleva la obra a la dimensión de pantomima egocéntrica.

Mal que pese, a Renoir no se le puede negar su talento para la composición visual de los planos, que resultan muy agradables para la vista, consigue encontrar una serie de imágenes encantadoras y cargadas de un exotismo que a buen seguro en los 60 y los 70 debieron ser la sensación entre los hippies que aspiraban viajar a la India en busca de espiritualidad gratuita. Ahora bien, lo que tampoco se le puede negar es lo machacona que llega a resultar la voz en off, que de tan omnipresente debería alcanzar el estatus de audiocomentario. Ningún favor le hace a la película tener que escuchar casi en cada dichosa escena obviedades rematadas en la voz de pito de Harriet, el personaje más detestable de toda la filmografía de Renoir debido a su carácter repelente y su enfermiza insistencia, tan cargante que dan ganas de romperle una botella en la cara. Ella, la madre que la parió y la niñera sabionda son las principales protagonistas de la sucesión de conversaciones que componen el esqueleto de esta película. Un torrente de diálogo fatuo que va a caballo entre lo ridículo y lo afectado, y que frena injustificadamente el desarrollo de la historia, ya de por sí bastante nulo.

Lo único que, por lo tanto, puede provocar El Río es un profundo aburrimiento supino. Más allá de un puñado de imágenes no le encuentro valor alguno, pues nada me ha aportado ni me ha dicho, me la traen al fresco sus metáforas visuales de los remeros navegando juntos por el río y como intenta mostrar la fragilidad de la vida con lo de la mordedura... me embotó tanto los sentidos que todas esas polleces me la pelan hasta el infinito y no me sale de los webs aprobarla a pesar de sus cualidades. Ahí le peten bien.
Jean Ra
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10
14 de abril de 2008
37 de 45 usuarios han encontrado esta crítica útil
Aquí el que escribe de vez en cuando le asalta la duda si no tendrá una cafetera o algo parecido en vez de corazón. Admito que no me es fácil entregarme así como así a las películas y emocionarme con ellas y la explicación a eso es que no todas las películas son tan maravillosas como La Escafandra y la Mariposa. Esta película de Schnabel es dueña de una sensibilidad enorme, tanto que consigue adentrarse en los recovecos de esa mente dolorida y trasladarnos esos posibles pensamientos a una pantalla de cine con una claridad magistral y convertir la película en una especie de experiencia sensorial. Nunca antes he visto un uso tan preciso del plano subjetivo, tanta coherencia y elegancia a la hora de relatar unas experiencias biográficas, de manera que los recuerdos y las fantasías aparecen y desaparecen con la mayor de las naturalidades. Se le nota tan libre y desenvuelta y su capacidad para hacerte partícipe de esa experiencia-viaje es tan grande que el conjunto está rebosante de fuerza y poderío, queda para la posteridad una obra conmovedora, profunda, apasionada y apasionante, rebosante de dolor... y de belleza. El contraste es tan fuerte que los momentos de las recuerdos y las imaginaciones tienen un aire casi épico, transmiten una grandeza que parecen que sean tuyos (¡y qué soberbia utilización de la banda sonora!).

Puede que, si te fijas, veas que en el fondo la película responde al arquetipo de película de superación personal que tanto gusta en los Oscars, no obstante está filmada y narrada con una pericia tan consistente y creativa que consigue hacer una gran película sacándola del terreno que tenía abonado, el de los melodramas, las melancolías sensibleras y recrear las imágenes de esta historia con generosidad, cuando lo más probable es que las manos de un director menos habilidoso hubiesen hecho una película muy estática y probablemente pesada (sí, te estoy mirando a ti, Isabel Coxiet). A parte de esa claridad a la hora de escenificar los recuerdos también ayuda el sorprendente sentido del humor que ataca cuando menos te lo esperas, que, sin llegar a frivolizar, también nos ayuda a comprender que nada, ni los momentos más duros, deben recibir un exagerado trato dramático y que nunca hay excusa para no imaginar. Para mí eso es sabiduría.

Fui al cine con las expectativas muy altas y, cosa rara, todas fueron saciadas. No recuerdo la última vez que me emocioné tanto en una sala de cine y que la sala estuviera medio vacía y a oscuras para que no me vieran lloriquear como una nena. Grandiosa de veras.
Jean Ra
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4
5 de julio de 2013
40 de 54 usuarios han encontrado esta crítica útil
Curioso, sí. Por varios motivos. Es singular porque escribe libros para gente que no lee demasiado y dirige películas para gente que no ve demasiadas películas. Cuando escribe un guión o un libro no es porque esa idea sólo se pueda expresar por ese medio, si no porque parece que así le da el venazo y no hay más. No es que sea un escritor brillante a lo Goytisolo ni tiene ideas visuales grandiosas y dotes para el montaje como Paul Thomas Anderson. Nunca le he notado talento alguno. Toda su obra se basa en la búsqueda de ese aforismo de barra de bar insertado en una historia dónde abunda el elogio al perdedor, la amargura aséptica y de escaparate, la auto ironía indulgente y predomina, siempre, invariablemente el regusto meloso. Sea intencionado o no, siempre apunta al que es su feudo genuino: el articulito de dominical. Un producto orientado para gente que le gusta contactar con la cultura, aunque sin mancharse. Todo es convenientemente leve, agradable e inofensivo, con citas culturetas aseadas y convencionales hasta las trancas, idóneo para ser la opción refinada de los estantes de novedades, justo al lado de los libros de auto ayuda y los recetarios presentados por personajes televisivos.

Eso está en esta película. Su estilo visual inexistente y académico, sus reflexiones de sobremesa, el viejo que imparte lecciones desde su púlpito y la chiquita dulce, agradable y dúctil, con mucho labio y poca teta, de sexualidad inofensiva, catalizador de una historia sin demasiada hondura y sin demasiada brillantez, todo estupendo para reconfortarse después de otro día pesado en la oficina y no sentirse demasiado bruto por contentarse con el estrépito de los efectos especiales. Para darle algo de tono hace un poco de name-dropping chachi y por eso oyes por ahí los típicos de la alta cultura: Proust, Joyce, Faulkner, pero sin que tengas que conocerlos a fondo para comprender lo que se habla de ellos y sin que su cita luego tenga trascendencia alguna en las escenas. A ratos es simpático, pero la mayoría de las veces es cargante porque sus quejas suenan a jeremiadas, a tópicos que no llevan a ningún lado y que sólo pretenden ser el eco del descontento... pero dejándote al final con una sonrisa. En teoría. Igual que un encuentro en la escalera con un vecino simpático del que tienes buena opinión porque no lo conoces demasiado. A que todo suena a trivialidad? Para mí lo es. Y vano, que por eso elogia con tanta insistencia la sencillez, no porque ésa sea una perla de la experiencia como intenta fingir en la película, sino porque sus creaciones siempre han empezado y terminado en la simpleza y nunca ha alcanzado ninguna grandeza. Desde luego David Trueba no tira piedras contra su propio tejado, que tampoco es tonto como para eso.

A mí este hombre me empalaga. Y lo digo después de un libro y cuatro películas suyas. Estoy harto de sus tópicos, de sus manierismos, de sus chicas formales y pasivas, de su aire de profe enrollado. También digo que es curioso porque parece que se mete dónde no le llaman, que hace gestos para una universidad de ciegos y declama para los sordos, que todo lo que crea es huero y extraño, como si fueran de un planeta ajeno, un planeta al que espero no ir a parar nunca salvo en una pesadilla apocalíptica.
Jean Ra
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