Acudí a esta película esperando ver algo fresco y novedoso, pero Pierre Janssen no da nada de lo que promete. La cinta abusa constantemente de los alardes técnicos, Pierre Janssen no solo creó el revólver fotográfico para filmarla, sino que tuvo la osadía de grabarla en un único plano secuencia, sacrificando así dinamismo y vigor, por un afán de demostrar no sé muy bien qué.

Todos estos fuegos artificiales son insuficientes a la hora de maquillar el gran defecto de la obra: la trama. Y digo trama por decir algo, ya que los 5 segundos que dura este bodrio se me hicieron largos y en varios momentos mientras la veía estuve a punto de quitarla. La falta de personalidad del director es flagrante y se nota que no inventa nada nuevo y se limita a copiar otras películas que ya hemos visto.

Los personajes, en teoría esféricos, se vuelven planos y según avanza el segundo acto ya se intuye cómo va a terminar todo. Venus no da bien en cámara, aunque su burda interpretación casi eclipsa al Sol.

¡Aún quedaba un huequecito para innovar con los zombis! Maggie se centra en el drama de la espera, la agonía, el destino implacable y por eso avanza con parsimonia entre paisajes grises y a medio abandonar. No hay casi acción y lo interesante es ver cómo unos personajes bastante creíbles se enfrentan a su dramático destino. Destaca Schwarzenegger, aunque Breslin tampoco lo hace mal.

Vigalondo hace cine con lo que no es cine, como quien fabrica un mueble con basura reciclada: integra con ingenio los retales audiovisuales del día a día para construir un thriller con una fuerte carga erótica voyeur. El experimento funciona y engancha, a la vez que crea un lenguaje nuevo al que no cuesta acostumbrarse.
A pesar de su aparatosidad técnica y visual, el número de personajes es muy reducido (una de las firmas de Vigalondo) y pecan de huecos y endebles, aunque, eso sí, Elijah y Sasha no lo hacen nada mal.

Adèle durmiendo, Adèle comiendo, Adèle follando, Adèle llorando. Kechiche es el director invisible, trabaja duro y se esfuerza por anularse y desaparece, alejándose de efectos y trucos para mostrar la vida tal y como es. Hace más de documentalista que de artista y ésa es la clave de la grandeza de la película. Una experiencia completa, cruda y real en un mundo de artificios, versiones y versiones de versiones. Tres horas que se pasan volando.

Actualización: Hace 11 años que vi la película y hoy he leído sobre cómo el director maltrató a las actrices durante el rodaje, haciendo que se golpearan con fuerza, restringiendo sus comidas y horas de sueño y haciendo que las prótesis les hicieran heridas en los genitales. Considero que la obra es la obra y sus circunstancias y, aunque me gustó en su momento, mi experiencia para con ella ha cambiado drásticamente.

Obra dulzona de guion endeble, habitada por personajes no demasiado pulidos (y uno tan esperpéntico que rompe la narración cada vez que aparece: el personaje de Mickey Rooney). Los primeros minutos arrancan con una situación interesante y unos personajes misteriosos, pero según avanza la cinta, todo va perdiendo encanto. Hasta que llega a un final predecible y cargado de símbolos de lo más rudimentarios. Si se ha convertido en un clásico se debe a las actuaciones de los protagonistas (y a Audrey en particular), a la banda sonora, y a un par de diálogos ingeniosos que dan la cara por el resto del guion.