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7,3
5.100
7
19 de abril de 2006
19 de abril de 2006
24 de 27 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un hombre que ha sido encarcelado injustamente por el supuesto asesinato de su mujer escapa de la prisión, y decide cambiar sus rasgos mientras intenta demostrar su inocencia. Una atractiva y desconocida mujer le presta ayuda, porque su padre también fue víctima de una injusticia.
Esta es la historia que plantea la Senda tenebrosa, un brillante ejemplo del cine negro desarrollado durante la década de los 40 y principios de los 50. El guión en si, no rompe esquemas dentro de su género, pero plantea un sólido relato de misterio e intriga, con un ritmo en crescendo que atrapa al espectador de principio a fin. El conflicto que plantea el film centra su base en el personaje de Bogart, relacionado con Lauren Bacall, la cual aporta un magnetismo clave a la hora de enfrentar el desarrollo de la acción. La visión mundana de la obra no disgrega en casi ningún aspecto de la planteada por el género negro, confluyendo elementos dogmáticos: confrontación campo-ciudad, tinte pesimista y melancólico, dualidad paralela entre los ejes de una sociedad corrupta y ahogada en si misma… y como no, una densa y agobiante atmósfera planteada desde las calles del inconfundible San Francisco.
La fotografía es un punto de inflexión al valorar el apartado técnico o visual de la senda tenebrosa. Sidney Hickox convence realizando un esplendido trabajo de captación de exteriores, sin olvidarnos, eso si, de unos más que loables interiores retratados perfectamente a través de un sabio uso de luces y sombras, como ejemplo el apartamento de Bacall con un marcado estilo modernista. Reseñamos también el uso de la cámara en primera persona (subjetiva), como un aporte de originalidad y frescura que ameniza casi la mitad del metraje total de la cinta. Sobriedad y clase definen a la perfección la música otorgada por Franz Waxman. Entre el elenco de actores aparte de Bogart y Bacall, destaca Bruce Bennett, quién lleva acabo una convincente interpretación.
Ejemplar obra negra, necesaria para conocer los pilares en los que se construyen películas míticas del cine americano de la posguerra.
Esta es la historia que plantea la Senda tenebrosa, un brillante ejemplo del cine negro desarrollado durante la década de los 40 y principios de los 50. El guión en si, no rompe esquemas dentro de su género, pero plantea un sólido relato de misterio e intriga, con un ritmo en crescendo que atrapa al espectador de principio a fin. El conflicto que plantea el film centra su base en el personaje de Bogart, relacionado con Lauren Bacall, la cual aporta un magnetismo clave a la hora de enfrentar el desarrollo de la acción. La visión mundana de la obra no disgrega en casi ningún aspecto de la planteada por el género negro, confluyendo elementos dogmáticos: confrontación campo-ciudad, tinte pesimista y melancólico, dualidad paralela entre los ejes de una sociedad corrupta y ahogada en si misma… y como no, una densa y agobiante atmósfera planteada desde las calles del inconfundible San Francisco.
La fotografía es un punto de inflexión al valorar el apartado técnico o visual de la senda tenebrosa. Sidney Hickox convence realizando un esplendido trabajo de captación de exteriores, sin olvidarnos, eso si, de unos más que loables interiores retratados perfectamente a través de un sabio uso de luces y sombras, como ejemplo el apartamento de Bacall con un marcado estilo modernista. Reseñamos también el uso de la cámara en primera persona (subjetiva), como un aporte de originalidad y frescura que ameniza casi la mitad del metraje total de la cinta. Sobriedad y clase definen a la perfección la música otorgada por Franz Waxman. Entre el elenco de actores aparte de Bogart y Bacall, destaca Bruce Bennett, quién lleva acabo una convincente interpretación.
Ejemplar obra negra, necesaria para conocer los pilares en los que se construyen películas míticas del cine americano de la posguerra.
7
27 de febrero de 2006
27 de febrero de 2006
24 de 27 usuarios han encontrado esta crítica útil
Helen es una sirvienta muda que está empleada en una mansión. Al mismo tiempo, un psicópata asola la región matando mujeres con algún defecto físico. Esa noche, el caserón queda aislado por la lluvia y a oscuras; el asesino aprovechará para atacar...
La escalera de caracol es una acertada película en líneas generales. La acción tiene lugar en una sola unidad de tiempo y espacio, durante una noche a principios de siglo, en una misteriosa mansión situada a las afueras de un pequeño pueblo. La trama no aporta, en este sentido, muchos detalles del lugar ni del conflicto dramático, prefiriendo centrarse en el estudio psicoanalítico de sus personajes: Helen, una chica muda desde que sufrió un shock en su infancia, Parry, un doctor con carácter, enamorado de Helen, Albert, un tranquilo profesor que comparte con su hermanastro Steve un pasado marcado por el desprecio de su padre, un hombre fuerte y mujeriego que no admitía la debilidad de sus hijos. Siguiendo la estela de tan dispares personajes el guionista Mel Dinelli, apoyado en la novela “some must watch”, nos sumerge en una historia de ciertos tintes criminalistas entremezclados con algún que otra influencia bizarra. En el sentido estricto de la crítica el film resulta bastante clásico, no solo desde su sólido argumento, sino también desde la estética visual aportada por el siempre trabajador Robert Siodmak.
Como ya enunciaba, la cinta se presenta bastante trillada desde el punto de vista formal, únicamente los primeros planos del ojo del asesino y anecdóticas vistas subjetivas se separan de la dirección más convencional del género. Cabe destacar, eso si, el perfecto uso del factor climático (tormenta y lluvia), así como el escaso empleo de la luz con fuertes contrastes para crear un ambiente perturbador, vital a la hora de atraer al espectador. El reparto conformado por Dorothy McGuire y George Prent como protagonistas lleva a cabo un aceptable trabajo. La banda sonora también se muestra eficiente combinando excelentes partituras que refuerzan los momentos de máxima tensión del film.
En conclusión, nos encontramos ante un largometraje elegante y bien llevado, recomendable para todo aquel que quiera disfrutar de una interesante obra negra. Como apunte final tengo que decir que existe una versión posterior de 1975, dirigida por el británico Peter Collison.
La escalera de caracol es una acertada película en líneas generales. La acción tiene lugar en una sola unidad de tiempo y espacio, durante una noche a principios de siglo, en una misteriosa mansión situada a las afueras de un pequeño pueblo. La trama no aporta, en este sentido, muchos detalles del lugar ni del conflicto dramático, prefiriendo centrarse en el estudio psicoanalítico de sus personajes: Helen, una chica muda desde que sufrió un shock en su infancia, Parry, un doctor con carácter, enamorado de Helen, Albert, un tranquilo profesor que comparte con su hermanastro Steve un pasado marcado por el desprecio de su padre, un hombre fuerte y mujeriego que no admitía la debilidad de sus hijos. Siguiendo la estela de tan dispares personajes el guionista Mel Dinelli, apoyado en la novela “some must watch”, nos sumerge en una historia de ciertos tintes criminalistas entremezclados con algún que otra influencia bizarra. En el sentido estricto de la crítica el film resulta bastante clásico, no solo desde su sólido argumento, sino también desde la estética visual aportada por el siempre trabajador Robert Siodmak.
Como ya enunciaba, la cinta se presenta bastante trillada desde el punto de vista formal, únicamente los primeros planos del ojo del asesino y anecdóticas vistas subjetivas se separan de la dirección más convencional del género. Cabe destacar, eso si, el perfecto uso del factor climático (tormenta y lluvia), así como el escaso empleo de la luz con fuertes contrastes para crear un ambiente perturbador, vital a la hora de atraer al espectador. El reparto conformado por Dorothy McGuire y George Prent como protagonistas lleva a cabo un aceptable trabajo. La banda sonora también se muestra eficiente combinando excelentes partituras que refuerzan los momentos de máxima tensión del film.
En conclusión, nos encontramos ante un largometraje elegante y bien llevado, recomendable para todo aquel que quiera disfrutar de una interesante obra negra. Como apunte final tengo que decir que existe una versión posterior de 1975, dirigida por el británico Peter Collison.

6,3
1.605
7
26 de marzo de 2006
26 de marzo de 2006
25 de 30 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una actriz es acusada de asesinato y condenada a muerte hasta que un miembro del jurado, Sir John Menier, intenta demostrar su inocencia investigando a la compañía de actores.
Peculiar e interesante largometraje del maestro Hitchcock, en una etapa de transición al cine sonoro. La película presenta un argumento, tanto trivial, con unos personajes demasiado esbozados y un conflicto dramático muy trillado dentro de la filmografía del cineasta inglés. A favor, eso si, el film cuenta con una tensión creciente que mantendrá en vilo al espectador, un original y desenfadado acercamiento al mundo del teatro y la transexualidad, así como, una evidente crítica a la sociedad británica, más concretamente a las clases adineradas.
Como ya reseñaba antes, este título supone una de las primeras obras sonoras de Hitchcock, hecho que afectará irremediablemente a la dirección. Los planos y los movimientos de cámara resultan en este aspecto muy teatrales; aunque el director intenta eludir la influencia muda, lo cierto es que el thriller propuesto no logra alejarse de otros films anteriores, caso de Champagne o The Maxman. A pesar de todo Hitchcock nos regala una excelente secuencia final en el circo, una autentica maravilla. En el reparto sucede tres cuartos de lo mismo; las interpretaciones obedecen a los cánones mudos, exaltación en los gestos, mucha expresividad… La pareja protagonista Herbert Marshall y Nora Baring, inocente actriz y apuesto actor, da buena cuenta de lo dicho. En el apartado sonoro, destaca la primera composición orquestal sobre los créditos iniciales, fragmento del preludío de "Tristán e Isolda" de Wagner bajo la dirección de John Reynders.
Sugestiva película de Alfred Hitchcock, acreedora de un entretenido argumento, una banda sonora bastante sobria y algunas escenas realmente buenas.
Peculiar e interesante largometraje del maestro Hitchcock, en una etapa de transición al cine sonoro. La película presenta un argumento, tanto trivial, con unos personajes demasiado esbozados y un conflicto dramático muy trillado dentro de la filmografía del cineasta inglés. A favor, eso si, el film cuenta con una tensión creciente que mantendrá en vilo al espectador, un original y desenfadado acercamiento al mundo del teatro y la transexualidad, así como, una evidente crítica a la sociedad británica, más concretamente a las clases adineradas.
Como ya reseñaba antes, este título supone una de las primeras obras sonoras de Hitchcock, hecho que afectará irremediablemente a la dirección. Los planos y los movimientos de cámara resultan en este aspecto muy teatrales; aunque el director intenta eludir la influencia muda, lo cierto es que el thriller propuesto no logra alejarse de otros films anteriores, caso de Champagne o The Maxman. A pesar de todo Hitchcock nos regala una excelente secuencia final en el circo, una autentica maravilla. En el reparto sucede tres cuartos de lo mismo; las interpretaciones obedecen a los cánones mudos, exaltación en los gestos, mucha expresividad… La pareja protagonista Herbert Marshall y Nora Baring, inocente actriz y apuesto actor, da buena cuenta de lo dicho. En el apartado sonoro, destaca la primera composición orquestal sobre los créditos iniciales, fragmento del preludío de "Tristán e Isolda" de Wagner bajo la dirección de John Reynders.
Sugestiva película de Alfred Hitchcock, acreedora de un entretenido argumento, una banda sonora bastante sobria y algunas escenas realmente buenas.
6
8 de abril de 2006
8 de abril de 2006
25 de 31 usuarios han encontrado esta crítica útil
A Johny Jones, un periodista americano sin escrúpulos, su periódico lo envía en 1939 a Europa para informar con detalle de la delicada situación política que se vive en esos momentos. Allí se encuentra con un alto cargo holandés que conoce el tratado secreto que los nazis quieren implantar. El holandés es asesinado, y Jones descubre los planes y se ve envuelto en múltiples peripecias llenas de suspense para hacer llegar la información a su periódico y desenmascarar al mismo tiempo la maquiavélica trama de los nazis.
Sobrio argumento para una película filmada en plena guerra mundial por el maestro Alfred Hitchcock. La temática de la trama gira entorno a la corrupción política en las altas esferas internacionales. Aunque el desarrollo se pueda hacer algo pesado, debido a las casi dos horas de duración y al evidente mensaje patriótico incluido en final de la cinta, lo cierto es que la pareja de guionistas formada por Robert Benchley y Charles Bennett consigue llevar acabo una interesante historia, mezcla de comedia y thriller, con una tensión creciente y un final más que inesperado que entretendrá y no defraudará al gran público.
Este título supone uno de los primeros trabajos de Hitchcock en Hollywood. A pesar de que la estética resulte buena en líneas generales, se hecha en falta algún que otro recurso técnico del genial director inglés, el cual como siempre nos deja algunas secuencias realmente brillantes, dignas de mención; la sucesión de escenas tras el asesinato de Van Meer es un claro ejemplo (persecución en un mar de paraguas, persecución en coche hasta la entrada de Jones en el molino). La cálida fotografía del aplicado Rudolph Maté ensalza un ambiente de tensión, gracias al sabio uso del factor climático (lluvias y cielo cubierto) y a la contraposición campo ciudad (generalizando un poco más podríamos incluso referir la contraposición de interiores y exteriores). La pareja protagonista se conforma por Joel McCrea, un hombre atrevido que encuentra el amor en el personaje de Laraine Day, una impulsiva joven que tiene en su padre al hombre ideal. Entre los secundarios brilla George Sanders. La banda sonora dirigida por Alfred Newman comienza con una alegre composición orquestal, donde priman los instrumentos de cuerda, seguida de otras partituras de ritmo mucho más cadencioso que exaltan los momentos de máxima tensión. En contra del apartado sonoro tengo que achacar el pobre doblaje al castellano que no me acabo de convencer.
Obra menor de Hitchcock, ya en su etapa hollywoodense, que a pesar de no contar con una excelente calidad, fue nominada a seis estatuillas de la academia. Recomendable para pasar el rato, si más.
Sobrio argumento para una película filmada en plena guerra mundial por el maestro Alfred Hitchcock. La temática de la trama gira entorno a la corrupción política en las altas esferas internacionales. Aunque el desarrollo se pueda hacer algo pesado, debido a las casi dos horas de duración y al evidente mensaje patriótico incluido en final de la cinta, lo cierto es que la pareja de guionistas formada por Robert Benchley y Charles Bennett consigue llevar acabo una interesante historia, mezcla de comedia y thriller, con una tensión creciente y un final más que inesperado que entretendrá y no defraudará al gran público.
Este título supone uno de los primeros trabajos de Hitchcock en Hollywood. A pesar de que la estética resulte buena en líneas generales, se hecha en falta algún que otro recurso técnico del genial director inglés, el cual como siempre nos deja algunas secuencias realmente brillantes, dignas de mención; la sucesión de escenas tras el asesinato de Van Meer es un claro ejemplo (persecución en un mar de paraguas, persecución en coche hasta la entrada de Jones en el molino). La cálida fotografía del aplicado Rudolph Maté ensalza un ambiente de tensión, gracias al sabio uso del factor climático (lluvias y cielo cubierto) y a la contraposición campo ciudad (generalizando un poco más podríamos incluso referir la contraposición de interiores y exteriores). La pareja protagonista se conforma por Joel McCrea, un hombre atrevido que encuentra el amor en el personaje de Laraine Day, una impulsiva joven que tiene en su padre al hombre ideal. Entre los secundarios brilla George Sanders. La banda sonora dirigida por Alfred Newman comienza con una alegre composición orquestal, donde priman los instrumentos de cuerda, seguida de otras partituras de ritmo mucho más cadencioso que exaltan los momentos de máxima tensión. En contra del apartado sonoro tengo que achacar el pobre doblaje al castellano que no me acabo de convencer.
Obra menor de Hitchcock, ya en su etapa hollywoodense, que a pesar de no contar con una excelente calidad, fue nominada a seis estatuillas de la academia. Recomendable para pasar el rato, si más.
13 de mayo de 2006
13 de mayo de 2006
24 de 29 usuarios han encontrado esta crítica útil
Nueve años después de que la USS Discovery se perdiese en el espacio, se envía desde la Tierra una misión conjunta de los Estados Unidos y la Unión Soviética. Para ello viajan al planeta Júpiter, con el objetivo de reactivar al ordenador Hal 9000, que dirigía la nave accidentada, y descubrir así que fue mal en la anterior misión, y el significado de las últimas transmisiones de uno de los tripulantes. El doctor Floyd comanda la misión, que a su llegada a Júpiter se encontrará con el gran monolito negro que la primera misión pretendía investigar.
2001, Odisea dos retoma la historia de su genial versión de 1968. Adaptada al igual que la película de Kubrick de la novela de Arthur C.Clarke, en esta ocasión la historia se traslada hacia un cauce mucho más accesible para el gran público. El énfasis puesto en el desarrollo de personajes y el interés por seguir un orden en la sucesión de acontecimientos marcan una percepción muy distinta de la de Kubrick. Si bien es cierto que la función básica del film es aclarar en cierto modo la enrevesada trama de su original, el planteamiento disgrega demasiado no solo en formas si no también en plasmación de ideas. El desenlace del título sirve como ejemplo claro, para observar la falta de paralelismo entre ambas entregas; el mensaje reconciliador rompe completamente el sentido desarrollado por la saga.
Estéticamente esta segunda parte trata de imitar de forma fallida a su predecesora. La técnica se acerca mucho más al género de ciencia ficción, que al tipo de cine planteado por Kubrick en 1968. Aunque los largos y fríos planos se mantienen, la esencia visual se pierde en la búsqueda de efectividad a favor de la historia. Los movimientos de cámara no son tan agobiantes, únicamente el seguimiento a Roy Scheider dentro de la nave, en la secuencia de la aparición de Keir Dullea merece ser tenido en cuenta. En el reparto no hay mucho que decir, pasable sin más. La música no resulta tan espectacular, las magníficas composiciones clásicas se abandonan, siendo sustituidas por llanas evocaciones a lo sensitivo que llegan a cansar al espectador.
Simple continuación de una mítica película, que merece ser vista por la sencilla razón de hallar las respuesta a las dudas que dejaba en el aire la versión de finales de los sesenta.
2001, Odisea dos retoma la historia de su genial versión de 1968. Adaptada al igual que la película de Kubrick de la novela de Arthur C.Clarke, en esta ocasión la historia se traslada hacia un cauce mucho más accesible para el gran público. El énfasis puesto en el desarrollo de personajes y el interés por seguir un orden en la sucesión de acontecimientos marcan una percepción muy distinta de la de Kubrick. Si bien es cierto que la función básica del film es aclarar en cierto modo la enrevesada trama de su original, el planteamiento disgrega demasiado no solo en formas si no también en plasmación de ideas. El desenlace del título sirve como ejemplo claro, para observar la falta de paralelismo entre ambas entregas; el mensaje reconciliador rompe completamente el sentido desarrollado por la saga.
Estéticamente esta segunda parte trata de imitar de forma fallida a su predecesora. La técnica se acerca mucho más al género de ciencia ficción, que al tipo de cine planteado por Kubrick en 1968. Aunque los largos y fríos planos se mantienen, la esencia visual se pierde en la búsqueda de efectividad a favor de la historia. Los movimientos de cámara no son tan agobiantes, únicamente el seguimiento a Roy Scheider dentro de la nave, en la secuencia de la aparición de Keir Dullea merece ser tenido en cuenta. En el reparto no hay mucho que decir, pasable sin más. La música no resulta tan espectacular, las magníficas composiciones clásicas se abandonan, siendo sustituidas por llanas evocaciones a lo sensitivo que llegan a cansar al espectador.
Simple continuación de una mítica película, que merece ser vista por la sencilla razón de hallar las respuesta a las dudas que dejaba en el aire la versión de finales de los sesenta.
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