Bastante correcta, visualmente, combinando una estética déco, característica de un icónica Nueva York de cuentos de hadas, con la distintiva imaginería pop de los 80. Refrigerada con petite performances musicales y coreografías marciales, ofrece una propuesta espiritual benigna (casi) y significativa. Es algo estúpida, pero simpática.

Yo creo en el arte de ser cuerpo, de ser materia. Como toda contradicción, el arte de la guerra es imposible, puesto que una vez logrado su mezquino objetivo, se enfrenta a sí mismo, y se autodestruye. El arte es armonía del ser, es unir y relacionar, para crecer y crear, para expandir. La invasión es negarse a crear. La defensa debe ser pareja, no parcial.

Bella pieza. Pequeña. Fundamental.

A Ethan Hawke solo le falta dirigir. El pibe no solo se supera a sí mismo en cada trabajo, sino que realiza una verdadera creación artística de carácter deportivo. Aquí, lo que, en principio, parece ser una, un poco menos insufrible, propaganda imperialista más, termina siendo un sesudo fragmento abierto de reflexión existencial que se inscribe en líneas dialécticas reales e importantes.

Bette Davis; Oliver Reed; Burgess Meredith; Karen Black;.. en un digno precedente de Matrix; The Shining y Poltergeist, por mencionar solo algunas eminentes reminiscencias. Un rabioso suspenso y un desarrollo contundente para esta espontanea metáfora de la explotación caníbal del árbol del centro del paraíso.

Película intensa; muy bien lograda. Postula que una sociedad no solo corrupta, sino también matóna, es una alternativa más interesante para el poder que la revolución. Como todo relato, es un relato del poder, y una confesión. Pero, al igual que en no pocas oportunidades, ese poder se encuentra reflexivo. En este caso particular (un producto industrial y popular) esa reflexión adquiere (recuerdo otro caso parecido, mucho más reciente: Good Kill, de 2014) la forma de denuncia, en guiño cómplice con el espectador, debido al talento y lucidez del director.