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5,2
1.070
6
26 de septiembre de 2015
26 de septiembre de 2015
20 de 27 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cabe preguntarse a veces si existe una mano negra en esto del panorama cinematográfico mundial que dicta qué filmes deben alcanzar el éxito y cuáles deben acabar relegados al ostracismo, para luego ser reivindicados como piezas de gran valía para este noble séptimo arte. Y tras visionar “Last Shift”, la cuestión revolotea por la cabeza de quien esto escribe de manera persistente. Porque es carne de festivales, pero ha pasado prácticamente desapercibida, mientras otras obras menores han rozado la fama y el estrellato.
Lo nuevo de Anthony DiBlasi –responsable de la recomendable “Dread”- viene a ser una especie de actualización de la casa del terror de toda la vida, pero enmarcando la acción en el lugar que supuestamente vela por nuestra seguridad ciudadana, una comisaría. Demuestra así que cualquier escenario es idóneo para mezclar apariciones fantasmagóricas, sectas masonianas, siniestras llamadas nocturnas y un descenso a los infiernos de la locura que confunde realidad y delirio, haciendo que el espectador se pregunte qué es real y qué no.
“Last shift” no deja de ser una colección de tópicos del terror y lugares y situaciones ya vistas una y mil veces en el género. Se puede intuir cierto halo a “La mujer de negro” en su concepción del género como un tren de la bruja con un único pasajero a bordo, y algún que otro paralelismo entre esas figuras femeninas fantasmales atormentadas del cine de terror japonés, o más concretamente de la prodigiosa “Martyrs”. En este sentido, se la puede acusar de ser efectista y hasta cierto punto previsible, pero todos los tópicos que atesora están manejados con eficiencia y su director sabe generar la tensión suficiente para que el conjunto no decaiga en ningún momento pese a repetir la misma fórmula constantemente y tardar bastante en entrar en materia. Es un producto que va de menos a más, y que atrapa desde el primer minuto pese a que su premisa pueda estar cogida con pinzas y no da para un largo de ochenta minutos.
Pero lo más importante de ella es que, vista en el silencio y la oscuridad de la noche, en las condiciones adecuadas, es un efectivo ejercicio de género que mete el miedo en el cuerpo, y además de verdad, de ése que perdura una vez llegan los créditos finales. Lo demás lo pone una realización de lo más solvente pese a la precariedad de medios, y una actriz protagonista, Juliana Harkavy, que además de su extraordinaria belleza soporta con convicción el rol de agente de policía novata que afrontará este último turno de noche en la comisaría de los horrores. Quizá no pase a la posteridad, y puede que le falte algo de arrojo en la presentación y desarrollo de la historia, manteniendo en todo momento un tono que no llega nunca a desmadrarse, pero estamos igualmente ante una película que es de lo más destacable que el género nos ha regalado este año, mucho mejor que algunas producciones modestas hollywoodienses hechas para arrastrar a las masas imberbes a las salas en tropel. Y sí, Jason Blum, esto va por ti.
A favor: Juliana Harkavy, y que mete el miedo en el cuerpo
En contra: su colección de tópicos y lugares comunes, manejados, eso sí, con eficiencia, y que haya pasado tan desapercibida
Lo nuevo de Anthony DiBlasi –responsable de la recomendable “Dread”- viene a ser una especie de actualización de la casa del terror de toda la vida, pero enmarcando la acción en el lugar que supuestamente vela por nuestra seguridad ciudadana, una comisaría. Demuestra así que cualquier escenario es idóneo para mezclar apariciones fantasmagóricas, sectas masonianas, siniestras llamadas nocturnas y un descenso a los infiernos de la locura que confunde realidad y delirio, haciendo que el espectador se pregunte qué es real y qué no.
“Last shift” no deja de ser una colección de tópicos del terror y lugares y situaciones ya vistas una y mil veces en el género. Se puede intuir cierto halo a “La mujer de negro” en su concepción del género como un tren de la bruja con un único pasajero a bordo, y algún que otro paralelismo entre esas figuras femeninas fantasmales atormentadas del cine de terror japonés, o más concretamente de la prodigiosa “Martyrs”. En este sentido, se la puede acusar de ser efectista y hasta cierto punto previsible, pero todos los tópicos que atesora están manejados con eficiencia y su director sabe generar la tensión suficiente para que el conjunto no decaiga en ningún momento pese a repetir la misma fórmula constantemente y tardar bastante en entrar en materia. Es un producto que va de menos a más, y que atrapa desde el primer minuto pese a que su premisa pueda estar cogida con pinzas y no da para un largo de ochenta minutos.
Pero lo más importante de ella es que, vista en el silencio y la oscuridad de la noche, en las condiciones adecuadas, es un efectivo ejercicio de género que mete el miedo en el cuerpo, y además de verdad, de ése que perdura una vez llegan los créditos finales. Lo demás lo pone una realización de lo más solvente pese a la precariedad de medios, y una actriz protagonista, Juliana Harkavy, que además de su extraordinaria belleza soporta con convicción el rol de agente de policía novata que afrontará este último turno de noche en la comisaría de los horrores. Quizá no pase a la posteridad, y puede que le falte algo de arrojo en la presentación y desarrollo de la historia, manteniendo en todo momento un tono que no llega nunca a desmadrarse, pero estamos igualmente ante una película que es de lo más destacable que el género nos ha regalado este año, mucho mejor que algunas producciones modestas hollywoodienses hechas para arrastrar a las masas imberbes a las salas en tropel. Y sí, Jason Blum, esto va por ti.
A favor: Juliana Harkavy, y que mete el miedo en el cuerpo
En contra: su colección de tópicos y lugares comunes, manejados, eso sí, con eficiencia, y que haya pasado tan desapercibida

5,1
5.689
3
18 de septiembre de 2015
18 de septiembre de 2015
19 de 25 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cómo le gustan a estos americanos vendernos una y otra vez la misma historia. Referencias lo llaman sus defensores, especialmente cuando salen bien. Refritos lo llamamos por estos lares, salgan bien, porque hay un buen cerebro repleto de buenas ideas que sabe hacer un buen producto con todos esos ingredientes manidos, o mal, que es cuando se lo achacamos a la tan cacareada falta de originalidad que salpica al Hollywood de nuestros días.
“American Ultra” es otro refrito de esos que sus responsables aderezan con una buena carga de referentes para contarnos la historia del típico pardillo en cuyo interior habita una máquina de matar entrenada por la CIA en estado de letargo. Por supuesto, la trama ya suena conocida. Es algo así como una nueva “Superfumados pasada por el filtro Bourne y con ecos a “El mensajero del miedo”, con cierto aire de novela gráfica en su desarrollo y cierto humor deudor del dúo Cheech y Chong, pero pasado de tiempo y época. Pero sobre todo, esto es una historia de amor bañada en sangre que bien puede recordar a la excelente “Amor a quemarropa”, aunque salvando las distancias.
Todo ello a partir de un guión del encumbrado antes de tiempo Max Landis, autor del libreto de “Chronicle”, contado con el estilo videoclipero del británico de origen iraní Nima Nourizadeh, que ya dio buena muestra de su habilidad para el montaje en la reivindicable radiografía juvenil contemporánea que suponía “Project X”. Con esta mezcla, ¿puede salir algo mal? Pues “American Ultra” se encarga de echar por tierra todas sus posibilidades, su mezcla de referencias acaba siendo sosa y aburrida, y subyace bajo su superficie un espíritu juguetón que en ningún momento llega a aflorar. Intenta tener gracia, y pudo haber funcionado como parodia del cine de espías, pero es tan insulsa como la cara de su actriz protagonista, Kristen Stewart.
Una actriz que, junto a su compañero Jesse Eisenberg, conforman lo mejor de esta ida de olla lisérgica que tiene serios síntomas de haber sufrido un fuerte traumatismo craneal, especialmente en un guión con no pocos baches -la trama conspiratoria protagonizada por los mandamases de la CIA, bastante endeble y mal planteada-, y cómo no, por su imperiosa necesidad de ser demasiadas películas a la vez, sin llegar a explotar ninguna de sus bazas. Ella demostrando que puede hacer frente a los momentos más dramáticos. Él interpretando a un neurótico que habla por los codos, papel que le viene como anillo al dedo. Los dos son lo poco y mucho que se puede rascar en un film que solamente en sus quince minutos finales, a fuerza de plano secuencia cargado de violencia y dinamismo, parece dejar de lado el remix americano que pretende ser para ofrecer algo con más personalidad.
A favor: su pareja protagonista
En contra: es un refrito sin gracia
“American Ultra” es otro refrito de esos que sus responsables aderezan con una buena carga de referentes para contarnos la historia del típico pardillo en cuyo interior habita una máquina de matar entrenada por la CIA en estado de letargo. Por supuesto, la trama ya suena conocida. Es algo así como una nueva “Superfumados pasada por el filtro Bourne y con ecos a “El mensajero del miedo”, con cierto aire de novela gráfica en su desarrollo y cierto humor deudor del dúo Cheech y Chong, pero pasado de tiempo y época. Pero sobre todo, esto es una historia de amor bañada en sangre que bien puede recordar a la excelente “Amor a quemarropa”, aunque salvando las distancias.
Todo ello a partir de un guión del encumbrado antes de tiempo Max Landis, autor del libreto de “Chronicle”, contado con el estilo videoclipero del británico de origen iraní Nima Nourizadeh, que ya dio buena muestra de su habilidad para el montaje en la reivindicable radiografía juvenil contemporánea que suponía “Project X”. Con esta mezcla, ¿puede salir algo mal? Pues “American Ultra” se encarga de echar por tierra todas sus posibilidades, su mezcla de referencias acaba siendo sosa y aburrida, y subyace bajo su superficie un espíritu juguetón que en ningún momento llega a aflorar. Intenta tener gracia, y pudo haber funcionado como parodia del cine de espías, pero es tan insulsa como la cara de su actriz protagonista, Kristen Stewart.
Una actriz que, junto a su compañero Jesse Eisenberg, conforman lo mejor de esta ida de olla lisérgica que tiene serios síntomas de haber sufrido un fuerte traumatismo craneal, especialmente en un guión con no pocos baches -la trama conspiratoria protagonizada por los mandamases de la CIA, bastante endeble y mal planteada-, y cómo no, por su imperiosa necesidad de ser demasiadas películas a la vez, sin llegar a explotar ninguna de sus bazas. Ella demostrando que puede hacer frente a los momentos más dramáticos. Él interpretando a un neurótico que habla por los codos, papel que le viene como anillo al dedo. Los dos son lo poco y mucho que se puede rascar en un film que solamente en sus quince minutos finales, a fuerza de plano secuencia cargado de violencia y dinamismo, parece dejar de lado el remix americano que pretende ser para ofrecer algo con más personalidad.
A favor: su pareja protagonista
En contra: es un refrito sin gracia

6,5
12.244
7
14 de septiembre de 2015
14 de septiembre de 2015
13 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
No es cosa fácil innovar en una película de boxeo, y por extensión en un film ambientado en el ascenso, caída de una estrella y posterior resurgimiento de sus cenizas, deporte y sacrificio mediante. “Southpaw” no lo intenta. Es más, recoge todos los tópicos del género imaginables. Tenemos la gloria de un chico de la calle a lo “Rocky”, su posterior caída por culpa de sus excesos y su carácter como en “Toro salvaje”, la figura del mentor del Clint Eastwood de “Million Dollar Baby”, la presencia de una hija por la que luchar de “Campeón”, e incluso cierto virtuosismo en las escenas de combate heredada del enérgico Michael Mann de “Ali”, ése que pegaba la cámara a los costados de los púgiles para que sintiésemos cada golpe.
Sí, es convencional, es previsible, es tópica e incluso sus momentos familiares se encuentran ridículamente almibarados, aunque entre ellos destaca un instante con un “Te odio” que duele más que cualquier puñetazo directo a la nariz. Pero para compensarlo cuenta con dos poderosos ases bajo la manga. Por un lado, un buen pulso en la dirección por parte de Antoine Fuqua, todo un experto en thrillers urbanos que aquí otorga nervio a la realización, como viene siendo habitual en una filmografía que gusta de transitar por los bajos fondos.
Por el otro, el que es el verdadero motor de la propuesta, un Jake Gyllenhaal que muta, tanto física como a nivel interpretativo, en un boxeador de las calles elevado demasiado prematuramente al estrellato. Un actor que es pura contundencia, y que en cada nuevo trabajo confirma que es uno de los mejores intérpretes del cine contemporáneo. Aunque no está solo. A su lado, limpiándole las heridas, se encuentra un genio de la interpretación como Forest Whitaker, un intérprete que quizá se deje ver poco en trabajos de este calibre, pero que siempre es pura presencia ante la cámara.
Lo demás lo pone el ritmo que Fuqua le imprime al producto, la efectiva banda sonora del desaparecido James Horner, la potencia de sus temas musicales, que van desde Eminem hasta 50 Cent, y puro sentido del entretenimiento en un drama que se deja ver con absoluta comodidad, y que desgraciadamente llega fuera de la temporada de premios. Habría sido una bienvenida alegría ver a su actor principal luchando por el Oscar. Tendremos que contentarnos con su personaje, cuyo esperanzador apellido y viaje hacia la humildad absoluta nos recuerda que es tan fácil levantarse como caer, y que siempre hay sitio para la esperanza, la que se labra a base de trabajo duro y dedicación, y de dejar atrás los fantasmas internos.
A favor: Jake Gyllenhaal y Forest Whitaker, la dirección de Fuqua
En contra: los tópicos que recoge, y la almibarada trama familiar
Sí, es convencional, es previsible, es tópica e incluso sus momentos familiares se encuentran ridículamente almibarados, aunque entre ellos destaca un instante con un “Te odio” que duele más que cualquier puñetazo directo a la nariz. Pero para compensarlo cuenta con dos poderosos ases bajo la manga. Por un lado, un buen pulso en la dirección por parte de Antoine Fuqua, todo un experto en thrillers urbanos que aquí otorga nervio a la realización, como viene siendo habitual en una filmografía que gusta de transitar por los bajos fondos.
Por el otro, el que es el verdadero motor de la propuesta, un Jake Gyllenhaal que muta, tanto física como a nivel interpretativo, en un boxeador de las calles elevado demasiado prematuramente al estrellato. Un actor que es pura contundencia, y que en cada nuevo trabajo confirma que es uno de los mejores intérpretes del cine contemporáneo. Aunque no está solo. A su lado, limpiándole las heridas, se encuentra un genio de la interpretación como Forest Whitaker, un intérprete que quizá se deje ver poco en trabajos de este calibre, pero que siempre es pura presencia ante la cámara.
Lo demás lo pone el ritmo que Fuqua le imprime al producto, la efectiva banda sonora del desaparecido James Horner, la potencia de sus temas musicales, que van desde Eminem hasta 50 Cent, y puro sentido del entretenimiento en un drama que se deja ver con absoluta comodidad, y que desgraciadamente llega fuera de la temporada de premios. Habría sido una bienvenida alegría ver a su actor principal luchando por el Oscar. Tendremos que contentarnos con su personaje, cuyo esperanzador apellido y viaje hacia la humildad absoluta nos recuerda que es tan fácil levantarse como caer, y que siempre hay sitio para la esperanza, la que se labra a base de trabajo duro y dedicación, y de dejar atrás los fantasmas internos.
A favor: Jake Gyllenhaal y Forest Whitaker, la dirección de Fuqua
En contra: los tópicos que recoge, y la almibarada trama familiar

3,9
1.488
2
28 de octubre de 2014
28 de octubre de 2014
13 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
El primer segmento, una especie de mockumentary sobre un mago que encuentra el secreto para el truco definitivo con funestas consecuencias, es ya toda una declaración de intenciones. De hecho, la pieza que da cohesión a las historias, y que tiene a una pareja, un carrito de helados y una persecución policial en círculos como protagonistas, ya nos pone sobre aviso. “V/H/S: Viral” es radicalmente distinta a sus dos predecesoras. Si en aquellas la maldad de las cintas VHS que encontraban sus personajes se circunscribía a la intimidad de una sola casa, en la que nos ocupa el mal echa raíces y se vuelve, efectivamente, viral, en un mundo en el que el botón de compartir puede desencadenar el caos global.
Ya ese primer segmento apunta maneras nunca vistas en la antología de The Collective. Se abandona la cámara en primera persona y se combinan distintas fuentes, entre ellas cámaras televisivas, móviles y cámaras de seguridad. Y tampoco hay una transición justificada entre la historia central y esta primera subtrama. Por no haber, no hay ni esa estética de tracking llevado al extremo que caracterizaba la forma de narrar de las dos primeras entregas.
Es decir, “Viral” no parece pertenecer a la saga “V/H/S”. Menos historias, menos calidad de las mismas, menos duración, menos tensión, menos terror y menos lógica argumental y formal. Estamos ante la peor de la franquicia, ante un título que es incapaz de mantener el interés durante los escasos 80 minutos que dura. Tan sólo el segmento intermedio de Nacho Vigalondo, una juguetona pieza sci-fi que viene a ser una especie de mezcla entre el cine de David Cronenberg, “La dimensión desconocida” y “La invasión de los ultracuerpos” absolutamente bizarra, sigue los postulados no escritos por la antología y demuestra que el director es un torrente de ideas en corto. Su pieza, “Parallel Monsters”, supone un respiro de alivio entre tanto descalabro, pero no consigue elevar la media del conjunto.
Y tras un segmento final inconcluso y bastante ridículo relacionado con la santería y el skateboard, y una resolución apocalíptica pero poco estremecedora, se da por concluida una entrega que hace que las dos anteriores, especialmente la formidable primera secuela, sean dos obras maestras del terror. Me pregunto si, como ocurre con la irregular “The ABC’s of Death”, alguien filtra los cortos presentados o se le da a cada director libertad para servir lo que le dé la gana, por flojo que sea. Porque ésta parece haber sido la tónica de este nuevo episodio. Si esto hubiera salido en formato VHS, el forward de nuestro viejo vídeo casero estaría ya estropeado.
A favor: el segmento de Nacho Vigalondo
En contra: lo demás es para dar al forward
Ya ese primer segmento apunta maneras nunca vistas en la antología de The Collective. Se abandona la cámara en primera persona y se combinan distintas fuentes, entre ellas cámaras televisivas, móviles y cámaras de seguridad. Y tampoco hay una transición justificada entre la historia central y esta primera subtrama. Por no haber, no hay ni esa estética de tracking llevado al extremo que caracterizaba la forma de narrar de las dos primeras entregas.
Es decir, “Viral” no parece pertenecer a la saga “V/H/S”. Menos historias, menos calidad de las mismas, menos duración, menos tensión, menos terror y menos lógica argumental y formal. Estamos ante la peor de la franquicia, ante un título que es incapaz de mantener el interés durante los escasos 80 minutos que dura. Tan sólo el segmento intermedio de Nacho Vigalondo, una juguetona pieza sci-fi que viene a ser una especie de mezcla entre el cine de David Cronenberg, “La dimensión desconocida” y “La invasión de los ultracuerpos” absolutamente bizarra, sigue los postulados no escritos por la antología y demuestra que el director es un torrente de ideas en corto. Su pieza, “Parallel Monsters”, supone un respiro de alivio entre tanto descalabro, pero no consigue elevar la media del conjunto.
Y tras un segmento final inconcluso y bastante ridículo relacionado con la santería y el skateboard, y una resolución apocalíptica pero poco estremecedora, se da por concluida una entrega que hace que las dos anteriores, especialmente la formidable primera secuela, sean dos obras maestras del terror. Me pregunto si, como ocurre con la irregular “The ABC’s of Death”, alguien filtra los cortos presentados o se le da a cada director libertad para servir lo que le dé la gana, por flojo que sea. Porque ésta parece haber sido la tónica de este nuevo episodio. Si esto hubiera salido en formato VHS, el forward de nuestro viejo vídeo casero estaría ya estropeado.
A favor: el segmento de Nacho Vigalondo
En contra: lo demás es para dar al forward

5,7
4.403
6
21 de agosto de 2015
21 de agosto de 2015
19 de 27 usuarios han encontrado esta crítica útil
En “Clown”, la que era su primera película como director en solitario tras la coral “Our Robocop Remake”, Jon Watts partía de un tráiler hecho por unos niños perversos que anunciaba una película que no existía como juego personal hacia Eli Roth, convertido en padre involuntario del proyecto. Un juego de niños cuyo resultado final era llamativo, pues el director se veía incapaz de superar el minuto que duraba el propio falso avance.
Con “Cop Car” le viene a ocurrir algo parecido. Su premisa inicial, la de unos chicos que se meten en un lío al robar el coche del sheriff local, podía dar más de sí, pero durante su primera mitad, el film deja la sensación de que esta historia no daba para mucho más que un corto, y de que está estirada como un chicle. En su segundo tramo, la propuesta toma un rumbo inesperado, pero que no acaba de explotar la base sobre la que se sustenta. No se convierte en ese juego del gato y el ratón que uno podía esperar, y el camino que escoge no exprime al máximo la atractiva baza argumental de la que parte.
Básicamente, su problema es el guión. No sólo por no saber sacar partido a su base argumental, sino por otras muchas inclemencias, que van desde el hermetismo en lo referente a detalles decisivos que quedan al libre pensamiento del espectador, como la razón de la fuga de los niños o los asuntos sucios en los que anda metido el sheriff, hasta ciertos momentos forzados, como la irrupción en un punto álgido de la acción de la figura de la conductora. Y sin embargo, supone un salto de gigante en la filmografía de su máximo responsable. Porque a pesar de estos escollos, la película tiene ritmo, entretiene, está bien dirigida y sus actores realizan su trabajo con enorme solvencia, desde los dos pequeños hasta un Kevin Bacon que raya entre lo comedido y lo histriónico.
Un histrionismo que recorre la obra al completo. “Cop Car” está bañada de un malicioso toque de ingenuidad casi infantil, inocente, con ciertas pinceladas de humor negro que recuerdan a los Coen de “Sangre fácil”. Además, en su acto final ofrece una radiografía de la muerte de la infancia y el afloramiento inesperado de la madurez que funciona mejor que todo el abultado metraje de “Boyhood”. Y eso ya es bastante.
A favor: la dirección, los actores, el ritmo, y su toque maliciosamente ingenuo
En contra: que su guión no acabe por explotar la premisa inicial
Con “Cop Car” le viene a ocurrir algo parecido. Su premisa inicial, la de unos chicos que se meten en un lío al robar el coche del sheriff local, podía dar más de sí, pero durante su primera mitad, el film deja la sensación de que esta historia no daba para mucho más que un corto, y de que está estirada como un chicle. En su segundo tramo, la propuesta toma un rumbo inesperado, pero que no acaba de explotar la base sobre la que se sustenta. No se convierte en ese juego del gato y el ratón que uno podía esperar, y el camino que escoge no exprime al máximo la atractiva baza argumental de la que parte.
Básicamente, su problema es el guión. No sólo por no saber sacar partido a su base argumental, sino por otras muchas inclemencias, que van desde el hermetismo en lo referente a detalles decisivos que quedan al libre pensamiento del espectador, como la razón de la fuga de los niños o los asuntos sucios en los que anda metido el sheriff, hasta ciertos momentos forzados, como la irrupción en un punto álgido de la acción de la figura de la conductora. Y sin embargo, supone un salto de gigante en la filmografía de su máximo responsable. Porque a pesar de estos escollos, la película tiene ritmo, entretiene, está bien dirigida y sus actores realizan su trabajo con enorme solvencia, desde los dos pequeños hasta un Kevin Bacon que raya entre lo comedido y lo histriónico.
Un histrionismo que recorre la obra al completo. “Cop Car” está bañada de un malicioso toque de ingenuidad casi infantil, inocente, con ciertas pinceladas de humor negro que recuerdan a los Coen de “Sangre fácil”. Además, en su acto final ofrece una radiografía de la muerte de la infancia y el afloramiento inesperado de la madurez que funciona mejor que todo el abultado metraje de “Boyhood”. Y eso ya es bastante.
A favor: la dirección, los actores, el ritmo, y su toque maliciosamente ingenuo
En contra: que su guión no acabe por explotar la premisa inicial
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