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8
4 de febrero de 2019
4 de febrero de 2019
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
La única justificación del tan cacareado lema de los independentistas catalanes "España nos roba" hay que buscarla en el ámbito cultural. De Enrique de Villena a Vázquez Montalbán, pasando por Boscán o Balmes, lo más granado de sus literatos ha optado por abastecerse en la buena maleta que proporciona la lengua española, antes que en la alforjezuela del mero dialecto catalán.
Pero es sin duda en lo tocante al septimo arte donde el robo cobra la magnitud de un paladino despojo, de un consumado saqueo. En efecto, la época más densamente brillante de la filmografía española tiene fecha, lugar y género: el cine policiaco barcelonés de finales de los 50 y años 60, y resulta que la totalidad de las obras que conforman ese enjundioso conjunto está rodada en la lengua de Cervantes, Lorca, Neruda, Borges, Cortázar, García Márquez y Vargas Llosa, que no en la de... sí, por cierto: ¿Que autores relevantes, indiscutibles, de categoría y renombre universales, se podrían aducir para poner de relieve, y como por antonomasía, al catalán? Respuesta: ¡Ninguno! A los empedernidos separatistas que rechazan cualquier tipo de contacto con la lengua invasora les queda el remedio de una versión doblada (capaces son). Aún así, tendrían materia a reventar, volcanes, en iras contra los carteles anunciadores de corridas de toros que aparecen en los postes, y contra los letreros 100% castizos que ostentan tiendas y anuncios por los años en que se filmaban las escenas callejeras de esas pelis. La que nos ocupa contiene por cierto varias de ellas, todas estupendamente diseñadas y tecnicamente irreprochables, si bien se nota que fueron rodadas al natural, sin previo aviso de los transeúntes, lo cual se trasluce por las miradas entre inquisidoras y atónitas que algunos de ellos dirigen a la cámara.
El guión está pensado como una tragedia en tres actos: Inquietud, Violencia, Muerte, acotados al modo del coro del teatro clásico griego por los sermones moralizadores en los que se agitan los consabidos comentarios sobre la supuesta responsabilidad de la educación o la sociedad en el giro hacia la delincuencia de jovenes desorientados e insatisfechos.
Yo, que sólo creo en la maldad innata de ciertos seres y en el borreguil acatamiento de ciertos otros a las directivas de gurús o caudillos, me resigno a aceptar esos tan traidos como llevados tópicos como un paso obligado inherente a las historias de jóvenes descarriados. Al fin y al cabo, ya incluyó el propio Buñuel tal tipo de monsergas ñoñas en Los olvidados.
Cada acto, certeramente definido por su encabezamiento, configura un nucleo independiente por la temática subyacente que ejemplifica, aunque a la vez queda intimamente ligado a los siguientes merced a la inexorable concatenación de los hechos que in crescendo culmina en el fatal desenlace propio de toda buena tragedia.
Personajes bien perfilados, diálogos justos, escenas y montaje que transmiten la grata sensación del tempo adecuado, todo confluye a dejarnos el regusto de la obra de arte pensada y llevada a cabo con acierto, de la que sólo quiero reseñar algunas magias parciales:
1. Puedo equivocarme, pero se me antoja un atrevido desafío a la censura que imperaba a principios de los 60 el hecho de que un personaje cite el nombre de Rafael Alberti y un poema suyo en el que es cuestión de una cabeza puesta en una caja de pino.
2. La dualidad del Señorito, su naturaleza bifronte de doctor Jeckill y mister Hyde, se expone sutilmente mediante su atuendo. Viste de claro cuando se desenvuelve en el entorno familiar o en su vivar de clase, y de oscuro cuando se metamorfosea en ángel del crimen. En cuanto al polo Lacoste que luce en varias escenas, intuyo que debía ser propiedad de su intérprete, el francés Pierre Brice.
3. En la novela de Tomás Salvador en la que está basada Los atracadores, aparece sin duda por vez primera en una obra literaria la expresión "de baracalofi". La película reproduce textualmente el trozo de diálogo de la novela en que está incluida. Hablan uno de los protagonistas y una puta:
-Márchate.
-¿Así, de baracalofi?
4. En nuestros días se habla a menudo de las drogas de las violaciones, el Rohipnol o el GHB, como de una novedosa manera de incurrir en abusos sexuales. Sin embargo, el episodio del supuesto mago que involucra a Isabel tiende a demostrar que ya existían productos y conductas semejantes por los años en los que se sitúa la peli... a menos que ésta, a lo Jules Verne, pueda vanagloriarse de una certera anticipación.
5. Por último, como no mencionar la impactante escena final del ajusticiamiento por garrote vil. En un entrevista relativa a El verdugo, Berlanga se jactaba de haber sido pionero en mostrar ese instrumento y de que sólo le fue permitido sugerir su funcionamiento a causa de las trabas impuestas por la censura. Si embargo, con dos años de antelación, Los atracadores nos muestra con pelos y señales el proceso de su manejo en el curso del minucioso recorrido que conduce al condenado de su celda al patíbulo donde se procede a su ejecución, de la que no se nos perdona detalle, hasta la escalofriante vuelta de tuerca final. Unicamente se me hace algo raro que le dejen las manos libres al reo, aunque sea para encajarle en ellas una cruz.
Pero es sin duda en lo tocante al septimo arte donde el robo cobra la magnitud de un paladino despojo, de un consumado saqueo. En efecto, la época más densamente brillante de la filmografía española tiene fecha, lugar y género: el cine policiaco barcelonés de finales de los 50 y años 60, y resulta que la totalidad de las obras que conforman ese enjundioso conjunto está rodada en la lengua de Cervantes, Lorca, Neruda, Borges, Cortázar, García Márquez y Vargas Llosa, que no en la de... sí, por cierto: ¿Que autores relevantes, indiscutibles, de categoría y renombre universales, se podrían aducir para poner de relieve, y como por antonomasía, al catalán? Respuesta: ¡Ninguno! A los empedernidos separatistas que rechazan cualquier tipo de contacto con la lengua invasora les queda el remedio de una versión doblada (capaces son). Aún así, tendrían materia a reventar, volcanes, en iras contra los carteles anunciadores de corridas de toros que aparecen en los postes, y contra los letreros 100% castizos que ostentan tiendas y anuncios por los años en que se filmaban las escenas callejeras de esas pelis. La que nos ocupa contiene por cierto varias de ellas, todas estupendamente diseñadas y tecnicamente irreprochables, si bien se nota que fueron rodadas al natural, sin previo aviso de los transeúntes, lo cual se trasluce por las miradas entre inquisidoras y atónitas que algunos de ellos dirigen a la cámara.
El guión está pensado como una tragedia en tres actos: Inquietud, Violencia, Muerte, acotados al modo del coro del teatro clásico griego por los sermones moralizadores en los que se agitan los consabidos comentarios sobre la supuesta responsabilidad de la educación o la sociedad en el giro hacia la delincuencia de jovenes desorientados e insatisfechos.
Yo, que sólo creo en la maldad innata de ciertos seres y en el borreguil acatamiento de ciertos otros a las directivas de gurús o caudillos, me resigno a aceptar esos tan traidos como llevados tópicos como un paso obligado inherente a las historias de jóvenes descarriados. Al fin y al cabo, ya incluyó el propio Buñuel tal tipo de monsergas ñoñas en Los olvidados.
Cada acto, certeramente definido por su encabezamiento, configura un nucleo independiente por la temática subyacente que ejemplifica, aunque a la vez queda intimamente ligado a los siguientes merced a la inexorable concatenación de los hechos que in crescendo culmina en el fatal desenlace propio de toda buena tragedia.
Personajes bien perfilados, diálogos justos, escenas y montaje que transmiten la grata sensación del tempo adecuado, todo confluye a dejarnos el regusto de la obra de arte pensada y llevada a cabo con acierto, de la que sólo quiero reseñar algunas magias parciales:
1. Puedo equivocarme, pero se me antoja un atrevido desafío a la censura que imperaba a principios de los 60 el hecho de que un personaje cite el nombre de Rafael Alberti y un poema suyo en el que es cuestión de una cabeza puesta en una caja de pino.
2. La dualidad del Señorito, su naturaleza bifronte de doctor Jeckill y mister Hyde, se expone sutilmente mediante su atuendo. Viste de claro cuando se desenvuelve en el entorno familiar o en su vivar de clase, y de oscuro cuando se metamorfosea en ángel del crimen. En cuanto al polo Lacoste que luce en varias escenas, intuyo que debía ser propiedad de su intérprete, el francés Pierre Brice.
3. En la novela de Tomás Salvador en la que está basada Los atracadores, aparece sin duda por vez primera en una obra literaria la expresión "de baracalofi". La película reproduce textualmente el trozo de diálogo de la novela en que está incluida. Hablan uno de los protagonistas y una puta:
-Márchate.
-¿Así, de baracalofi?
4. En nuestros días se habla a menudo de las drogas de las violaciones, el Rohipnol o el GHB, como de una novedosa manera de incurrir en abusos sexuales. Sin embargo, el episodio del supuesto mago que involucra a Isabel tiende a demostrar que ya existían productos y conductas semejantes por los años en los que se sitúa la peli... a menos que ésta, a lo Jules Verne, pueda vanagloriarse de una certera anticipación.
5. Por último, como no mencionar la impactante escena final del ajusticiamiento por garrote vil. En un entrevista relativa a El verdugo, Berlanga se jactaba de haber sido pionero en mostrar ese instrumento y de que sólo le fue permitido sugerir su funcionamiento a causa de las trabas impuestas por la censura. Si embargo, con dos años de antelación, Los atracadores nos muestra con pelos y señales el proceso de su manejo en el curso del minucioso recorrido que conduce al condenado de su celda al patíbulo donde se procede a su ejecución, de la que no se nos perdona detalle, hasta la escalofriante vuelta de tuerca final. Unicamente se me hace algo raro que le dejen las manos libres al reo, aunque sea para encajarle en ellas una cruz.
9 de febrero de 2019
9 de febrero de 2019
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
La Joconde desapareció del Louvre un día de cierre del museo, el lunes 21 de agosto de 1911. La policía elucubró sospechas sobre Picasso, hasta encarceló al poeta Guillaume Apollinaire. Dos años después Vicenzo Peruggia fue detenido en Florencia con la obra maestra en su poder. Pese a que intentó venderla, arguyó para su defensa que quería restituirla a su país de origen, Italia.
Nuestra película se hace eco de algunos pormenores reales, ya que el tal Vicenzo, pintor de brocha gorda y cristalero, participó en la colocación de vidrios protectores en cuadros del Louvre. Asombrosamente, también se basa en la realidad el modo de introducirse en el museo y de escapar tras perpetrado el robo, lo cual da idea de la desenfadada despreocupación que cundía por aquel entonces acerca de la seguridad en el Louvre.
La estrafalaria hipótesis que se barajó sobre la supuesta intervención en el asunto del falsario argentino Eduardo Valfierno (hipótesis novelada en 2004 por Martín Caparrós en El enigma Valfierno), que se mentía marqués, está sugerida de refilón a través de Golden Boy, el autor del robo en la película, que igualmente se nos presenta como marqués.
Todo lo demás es pura invención de un guión que asume sin complejos su naturaleza de desaforado híbrido entre las aventuras de Tintin y las andanzas del caco gentilhombre Arsène Lupin.
Lástima que toda la sal del saltarín e ingenioso planteamiento guionístico lo eche a perder la elección de los dos protagonistas principales y, más sorprendentemente, la dirección, ya que Michel Deville no es ni mucho menos un mediocre hacedor cualquiera. Le debemos deliciosas comedias de enredo amoroso tal L'ours et la poupée o virtuosas fábulas de agrio trasfondo como Le mouton enragé, pero con esta ponencia se hace manifiesto que lo suyo no es torear con las enloquecidas peripecias propias de folletinescas correrías. Alquimista al revés falto de chispa y ritmo, ha malgastado un estupendo material y transmutado en plomo lo que hubiese relucido oro en manos de un Philippe de Broca, director avezado en tales menesteres.
Sin embargo, quizás convenga matizar reconociendo que Deville llevaba todas las de perder con el par de actores mostrencos sobre quien reposa la trama, entuerto que hasta a de Broca le hubiese costado enderezar.
La deslumbrante belleza eslava y la imponente plástica de Marina Vlady están para recrearse de largo ante ella en un retrato estilo Mona Lisa y mejor aún, entrecruzando a da Vinci con Goya, estilo Mona Lisa desnuda. Pero eso aquí no basta ya que, sosona e inexpresiva, le falta el fuelle que requiere un papel necesitoso de una repipi vivaracha, tal por ejemplo Marlène Jobert, la más agraciada y avispada pelirroja del cine galo.
George Chakiris se desenvuelve a las mil maravillas en las dos escenas en la que nos regala con un bailoteo, pero en cuantico le sacan de la pista de danza le da la pereza y por contagio nos incita a bostezar. Era su papel pintiparado para un saltimbanqui bullicioso y amablemente travieso, del estilo del Jean-Paul Belmondo de los buenos tiempos... que datan de cuando se rodó la película.
El resto del elenco nos permite, magro consuelo, saborear la actuación de magnificos segundones del cine galo, Jean Lefebvre, Paul Frankeur, Henri Virlojeux o Jess Hahn.
Pues nada, para remendar el estropicio, regresemos al futuro y reemplacemos al trio Deville, Vlady, Chakiris por de Broca, Jobert, Belmondo para tener ocasión de recrearnos con una divertida y artificiosa patraña.
Nuestra película se hace eco de algunos pormenores reales, ya que el tal Vicenzo, pintor de brocha gorda y cristalero, participó en la colocación de vidrios protectores en cuadros del Louvre. Asombrosamente, también se basa en la realidad el modo de introducirse en el museo y de escapar tras perpetrado el robo, lo cual da idea de la desenfadada despreocupación que cundía por aquel entonces acerca de la seguridad en el Louvre.
La estrafalaria hipótesis que se barajó sobre la supuesta intervención en el asunto del falsario argentino Eduardo Valfierno (hipótesis novelada en 2004 por Martín Caparrós en El enigma Valfierno), que se mentía marqués, está sugerida de refilón a través de Golden Boy, el autor del robo en la película, que igualmente se nos presenta como marqués.
Todo lo demás es pura invención de un guión que asume sin complejos su naturaleza de desaforado híbrido entre las aventuras de Tintin y las andanzas del caco gentilhombre Arsène Lupin.
Lástima que toda la sal del saltarín e ingenioso planteamiento guionístico lo eche a perder la elección de los dos protagonistas principales y, más sorprendentemente, la dirección, ya que Michel Deville no es ni mucho menos un mediocre hacedor cualquiera. Le debemos deliciosas comedias de enredo amoroso tal L'ours et la poupée o virtuosas fábulas de agrio trasfondo como Le mouton enragé, pero con esta ponencia se hace manifiesto que lo suyo no es torear con las enloquecidas peripecias propias de folletinescas correrías. Alquimista al revés falto de chispa y ritmo, ha malgastado un estupendo material y transmutado en plomo lo que hubiese relucido oro en manos de un Philippe de Broca, director avezado en tales menesteres.
Sin embargo, quizás convenga matizar reconociendo que Deville llevaba todas las de perder con el par de actores mostrencos sobre quien reposa la trama, entuerto que hasta a de Broca le hubiese costado enderezar.
La deslumbrante belleza eslava y la imponente plástica de Marina Vlady están para recrearse de largo ante ella en un retrato estilo Mona Lisa y mejor aún, entrecruzando a da Vinci con Goya, estilo Mona Lisa desnuda. Pero eso aquí no basta ya que, sosona e inexpresiva, le falta el fuelle que requiere un papel necesitoso de una repipi vivaracha, tal por ejemplo Marlène Jobert, la más agraciada y avispada pelirroja del cine galo.
George Chakiris se desenvuelve a las mil maravillas en las dos escenas en la que nos regala con un bailoteo, pero en cuantico le sacan de la pista de danza le da la pereza y por contagio nos incita a bostezar. Era su papel pintiparado para un saltimbanqui bullicioso y amablemente travieso, del estilo del Jean-Paul Belmondo de los buenos tiempos... que datan de cuando se rodó la película.
El resto del elenco nos permite, magro consuelo, saborear la actuación de magnificos segundones del cine galo, Jean Lefebvre, Paul Frankeur, Henri Virlojeux o Jess Hahn.
Pues nada, para remendar el estropicio, regresemos al futuro y reemplacemos al trio Deville, Vlady, Chakiris por de Broca, Jobert, Belmondo para tener ocasión de recrearnos con una divertida y artificiosa patraña.

4,9
45
7
27 de febrero de 2017
27 de febrero de 2017
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cabe destacar la ingeniosidad y el buen hacer con los que se ha adaptado la historia de la Cenicienta a los Madriles de los años 50. Es deuda plenamente reconocida, puesto que en el curso de la película los protagonistas citan el cuento un par de veces.
La chica es Lolita Sevilla, a quien le sobra el hechicero desparpajo de una auténtica chulapa. Además de salerosa, es bondadosa y amiga de toda suerte de animalitos. Está empleada de criada en una casa de huéspedes que mantiene como una patena, ya que "se pueden comer migas en el suelo" de relimpia que la deja.
Pese a su hacendosa pulcritud y simpatía, es objeto de escarnio por parte de un trio de pérfidas brujas compuesto por el ama, su hija, y una huéspeda que se resigna a admitir que pá tobillera está ya un poco pachucha.
Su hada madrina la personifica el genial Pepe Isbert, y su particular príncipe es El Postinero, un cantante que tiene "estas dos condiciones, caballero y español" ¿Qué más se le puede pedir a un galán?
Confieso que me encanta este tipo de películas donde se españolea sin remilgos y se cantan coplas de verdá, y no las anglosajonerías chillonas que cunden hoy en día.
La chica es Lolita Sevilla, a quien le sobra el hechicero desparpajo de una auténtica chulapa. Además de salerosa, es bondadosa y amiga de toda suerte de animalitos. Está empleada de criada en una casa de huéspedes que mantiene como una patena, ya que "se pueden comer migas en el suelo" de relimpia que la deja.
Pese a su hacendosa pulcritud y simpatía, es objeto de escarnio por parte de un trio de pérfidas brujas compuesto por el ama, su hija, y una huéspeda que se resigna a admitir que pá tobillera está ya un poco pachucha.
Su hada madrina la personifica el genial Pepe Isbert, y su particular príncipe es El Postinero, un cantante que tiene "estas dos condiciones, caballero y español" ¿Qué más se le puede pedir a un galán?
Confieso que me encanta este tipo de películas donde se españolea sin remilgos y se cantan coplas de verdá, y no las anglosajonerías chillonas que cunden hoy en día.
20 de febrero de 2017
20 de febrero de 2017
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Michel Bouquet está a mil leguas de restituir la potente aura que se desprendía de Mitterrand, de dar cabal idea del distanciamiento helado y altanero que mantenía con sus interlocutores.
Tomé plenamente conciencia de ello durante una estancia en Francia, cierta velada en que fue el invitado de honor de la famosa emisión literaria Apostrophes, emitida en directo por TV, en el curso de la cual recuerdo el hechizo que transmitía evocando su apego a los árboles. Sensación más acusada aun cuando acto seguido se prestó a una entrevista en el parte, durante la cual el respeto que le mostró el periodista no era sino la manifestación del sentimiento innato de vasallaje que inspira un ser superior.
Sin prejuicio de lo que ha podido dar de sí el doblaje en español, del que todo se debe temer, con la interpretación de Bouquet Mitterrand semeja un duende malicioso, con algo de payaso.
... Y luego están esos decorados supuestamente elíseos, que hacen más bien pensar en interiores aseados de pisos del montón, ese cuarto de baño y bañera que sugieren acomodos para servidumbre.
¿Que tipo de ceguera intelectual pudo inducir a François Goron, crítico de Telerama, a extasiarse ante la supuesta "potencia teatral de Michel Bouquet,... imposible a discernir de su modelo?
Tomé plenamente conciencia de ello durante una estancia en Francia, cierta velada en que fue el invitado de honor de la famosa emisión literaria Apostrophes, emitida en directo por TV, en el curso de la cual recuerdo el hechizo que transmitía evocando su apego a los árboles. Sensación más acusada aun cuando acto seguido se prestó a una entrevista en el parte, durante la cual el respeto que le mostró el periodista no era sino la manifestación del sentimiento innato de vasallaje que inspira un ser superior.
Sin prejuicio de lo que ha podido dar de sí el doblaje en español, del que todo se debe temer, con la interpretación de Bouquet Mitterrand semeja un duende malicioso, con algo de payaso.
... Y luego están esos decorados supuestamente elíseos, que hacen más bien pensar en interiores aseados de pisos del montón, ese cuarto de baño y bañera que sugieren acomodos para servidumbre.
¿Que tipo de ceguera intelectual pudo inducir a François Goron, crítico de Telerama, a extasiarse ante la supuesta "potencia teatral de Michel Bouquet,... imposible a discernir de su modelo?
30 de enero de 2017
30 de enero de 2017
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tercera de las películas en las que Eddie Constantine caracteriza a Lemmy Caution. Es adaptación muy fiel y mañosa de Dames don't care, novela de Peter cheyney habilmente aliviada de algunos episodios circunstanciales que hubieran alargado notablemente - e inutilmente - la duración de la cinta. Tan sólo se aparta de la trama original en el desenlace, mejorándolo tal vez. Esa variante viene a ser un guiño dirigido a los que tienen en mente la novela, como diciéndoles: ¡Aquí os hemos pillado!
Es de notar que en Cheyney la acción transcurre en California y Méjico, y que la peli la traslada a Italia... conservando integramente nombres y apellidos de origen de los personajes.
Que yo sepa, la única traducción en español de la novela es la que poseo, editada en 1948 por ACME AGENCY en Buenos Aires bajo el título asaz sosón de Damas peligrosas.
Es película casi exclusivamente de salón, pues son contadas las escenas rodadas en exterior, y éstas sin recurrir a malabarismos técnicos. Era tal en efecto el éxito de la serie Lemmy Caution en Francia, que la producción se ajustaba a un presupuesto mínimo para una ganacia máxima, limitándose a sacar jugo de las bazas habituales de la saga, a saber:
- Un guión ingenioso proporcionado por el maestro Cheyney, con buena dosis de humor.
- Chispeantes diálogos aderezados por los sabrosos modismos expresivos parisinos de los años 50 y 60.
- El gracejo y desparpajo de Eddie Constantine repartiendo leña a cuantos se atreven a toserle, con especial ahinco en esta peli en atizarle duro y parejo al punching-ball nombrado Fernández.
- Presencia masiva de hembras de buen parecer, con especial mención de la despampanante rubia Dominique Wilms. Estudiaba carrera en Bellas Artes cuando la descubrió el realizador Bernard Borderie, y aplicándolas a sí misma, desparrama venenoso encanto exhibiendo peligrosas curvas capaces, diría Cheyney, de convertir en monógamo turulato al mismo rey Salomón.
En resumidas cuentas, típico producto de entretenimiento ideado por buenos profesionales, ideal para pasar el rato sin quebraderos de cabeza.
Es de notar que en Cheyney la acción transcurre en California y Méjico, y que la peli la traslada a Italia... conservando integramente nombres y apellidos de origen de los personajes.
Que yo sepa, la única traducción en español de la novela es la que poseo, editada en 1948 por ACME AGENCY en Buenos Aires bajo el título asaz sosón de Damas peligrosas.
Es película casi exclusivamente de salón, pues son contadas las escenas rodadas en exterior, y éstas sin recurrir a malabarismos técnicos. Era tal en efecto el éxito de la serie Lemmy Caution en Francia, que la producción se ajustaba a un presupuesto mínimo para una ganacia máxima, limitándose a sacar jugo de las bazas habituales de la saga, a saber:
- Un guión ingenioso proporcionado por el maestro Cheyney, con buena dosis de humor.
- Chispeantes diálogos aderezados por los sabrosos modismos expresivos parisinos de los años 50 y 60.
- El gracejo y desparpajo de Eddie Constantine repartiendo leña a cuantos se atreven a toserle, con especial ahinco en esta peli en atizarle duro y parejo al punching-ball nombrado Fernández.
- Presencia masiva de hembras de buen parecer, con especial mención de la despampanante rubia Dominique Wilms. Estudiaba carrera en Bellas Artes cuando la descubrió el realizador Bernard Borderie, y aplicándolas a sí misma, desparrama venenoso encanto exhibiendo peligrosas curvas capaces, diría Cheyney, de convertir en monógamo turulato al mismo rey Salomón.
En resumidas cuentas, típico producto de entretenimiento ideado por buenos profesionales, ideal para pasar el rato sin quebraderos de cabeza.
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