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Críticas 21
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
8
8 de diciembre de 2021
3 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Están de moda los atracos, de guante blanco o con máscara puesta. Recientemente estrenadas La fortuna y Way down, parece que el asunto de la delincuencia a gran escala seduce al espectador. Ni qué decir tiene que esta serie arrancó hace ya tiempo, mucho antes de la serie de Amenábar o la película de Balagueró y ni qué decir tiene también, que La casa de papel ha sido el modelo y la obra precursora por la que la ficción española ha sido rentable a nivel internacional por primera vez en mucho tiempo, si no cuando más, y las otras no.
También conviene recordar que el tema del atraco a una fábrica de papel o después al Banco del oro y el moro se ha gestado en los márgenes de una pandemia global y una postcrisis económica bestial, y han sabido acertar con una trama repleta de intereses, giros de guion y moralejas para todos los gustos, aunque eso dé ideas. Que luego terminas de ver esto y se lía lo de la Semana Santa de Sevilla. Mientras haya servido exclusivamente para la ficción, bienvenido sea el espectáculo...
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Pero no todo es pan y circo. A esta serie, como a tantas otras, le han sobrado unos cuantos episodios y unos cuantos personajes. Lisboa, que era uno de los más influyentes de las dos primeras temporadas en su rol de policía enamorándose del ladrón, pierde todo el interés cuando se pasa al lado oscuro. Agoniza, es irrelevante su aportación y es eclipsada de manera fulminante por Nawja Nimri y su papel de policía, madre y azote del profesor. Denver y Estocolmo se tenían que haber quedado trayendo más hijos de padre proletario y madre burguesa al mundo para así luchar contra la desigualdad entre las clases sociales y no volver a partir de la tercera temporada, por no hablar de Arturito. Manila, que es la magnífica Belén Cuesta, no se sabe ni para qué ha venido la pobre a la fiesta...
Aunque quedaba la traca final, la segunda parte de la última temporada. Donde lo más interesante termina sobresaliendo por encima de las nimiedades que conlleva una serie con tantos episodios y tantos personajes. Esto es hablar del agente Tamayo, descomunal actor de reparto Fernando Cayo, y su intervención en el devenir de la economía como se descuide, del profesor y hasta (ahora sí) su relación con Lisboa, que hace entrar en razón al policía apoyando la moción sobre economía nacional de su amado profesor. Sabio giro de guion.
Queda hablar también de Berlin, uno de los personajes mejor construidos por un actor que era poco conocido y que ahora saldrá hasta en los yogures, y se seguirá hablando. Habrá spin-off con su legado, dando cuenta del porqué, cuando y cómo se fraguó la relación con su hijo, que en esta segunda parte de la parte contratante de la última parte adquiere una relevancia trascendental. A tokyo ni está ni se le espera y ni falta qué hace.
10 de octubre de 2018
3 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hacen falta más películas así, como ésta. Directas, actuales y comercialmente sociales. No es lo habitual en la producción nacional, ya se sabe. Primero se mira al pasado para ponerse seria y después trata de arreglar el descalabro en taquilla yéndose al género de terror o fantástico con más complejo que estilo. Al final lo que ocurre es que ni una cosa ni la otra, ni funcionan los aplausos ni funcionan las entradas. La esperanza es lo último que se pierde y de recuperarla se están encargando unos cuantos directores del oficio desde hace ya algunos años. Uno de los relativamente últimos en llegar es Rodrigo Sorogoyen, el realizador de uno de los thrillers más intensos que se han hecho por aquí en mucho tiempo, si no el mejor debido a un final tan sorprendente como un poco decepcionante. Que Dios nos perdone era el preludio para la obra maestra que ha ejecutado ahora.
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Aparece en la primera escena Antonio de la Torre mirando a la playa mientras respira, medita y coge impulso para regresar donde está, un restaurante al que accede por la puerta de atrás, esquivando cocineros, bandejas y fregaplatos hasta que le ofrecen su abundante ración de marisco y es él mismo el que lo lleva a la mesa de sus socios, compañeros o amigos. El acto recuerda muchísimo a De Niro, Pesci y Scorsese tras todo ello. Después comienza un compás musical que no cesa salvo en escasos intervalos mediante unos diálogos que parecen salidos de la carrera de San Jerónimo o más allá. Videos de fiestas y regalos en los informativos, felonías entre miembros del partido o registros físicos y digitales que involucran a medio Estado y a todos los partidos, de uno y otro bando. Por momentos, se sienten los ecos de El padrino del gran Coppola.
Si hasta aquí ya se había visto mucho, variado y en línea con algunas de las mejores obras realizadas sobre la política y sus conexiones con la mafia o al revés, entonces hay que prepararse para la parte final porque es pura adrenalina. Llegados a este punto, el personaje principal genera tanto rechazo como empatía. Ha de salir de su propio laberinto librándose de presiones, amenazas y extorsión. Por eso llega a la escena de la fiesta entre jóvenes de la casa en pleno delirio, huye con los documentos encontrados en ella traicionado, mientras persiguen su coche y presenta los papeles a una periodista en televisión interpretada por la convincente Bárbara Lennie en uno de los finales más rotundos que se han hecho en España. Por eso es la película que le faltaba a Sorogoyen como bandera, a De la Torre en recuerdo y una de las mejores de comienzos de siglo, si no la mejor.
12 de octubre de 2019 1 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Se fue Amenábar a rodar películas en inglés y a la vuelta de Regresión, hace una sobre Unamuno. Necesitaba algo así el director que cambió el cine español moderno con films tan sorprendentes e inquietantes que para su tercer largometraje, ya estaba dirigiendo a Nicole Kidman. Luego presentó Mar adentro, de nuevo en España y con diálogos en gallego para lograr el Oscar a la mejor película de habla no inglesa. Después de esto, ya se podía permitir alguna licencia e hizo bien con Ágora pero mal con Regresión, en un intento por homenajear sus orígenes polanskianos que por poco quiebra su caché. Cualquiera hace un borrón y lo importante es superarlo. Por eso, ahora mete en escena a una de las mayores figuras intelectuales del país en el siglo XX y un escritor como la copa de un pino. Miguel de Unamuno, un pensador literaria, social y políticamente inclasificable, con luces para muchos y sombras para los otros. El hombre perfecto en el momento y el lugar perfectos.
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Puede parecer demasiado cargante o solo apta para unos pocos la vida, más que la obra, de Unamuno pero sería un error plantearla así. La película se centra en su última etapa, en la que es destituido por la República como rector de la Universidad de Salamanca y luego restituido por el régimen franquista. Por lo tanto, no hace falta leer su obra para disfrutarla. Más bien, sitúa al personaje ante los acontecimientos que dividían a España en ese tiempo y que recuerdan no tan lejanamente a la situación actual, aunque todavía haya más. Cuando aparece Eduard Fernández como el militar Millán-Astray es entonces cuando los actores toman el testigo y convierten el film en un duelo sin pistolas entre Salamanca y Zamora, con Karra Elejalde soltando todo el lastre unamuniano en la mítica escena de la Universidad, haciendo el silencio en la sala y remarcando una propuesta cinematográfica que recupera la figura de uno de los escritores más importantes, a un director en horas bajas y al país de su bloqueo mental.
8 de diciembre de 2018 0 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
La música y el cine son dos artes que se necesitan. Sin la música, los orígenes del cine carecerían de ritmo y las bandas sonoras no existirían. Sin el cine, la música y sus actores, o músicos, principales no podrían verse reflejados y homenajeados en la pantalla por películas como Bohemian Rhapsody. La biografía corta o medio biografía de una de las mayores voces que ha dado el rock.
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Esta es la película de Rami Malek, más que de Bryan Singer. El actor clava al músico. Desde el gesto de ojos hasta el movimiento de hombros sobre el escenario, todo es Freddie Mercury. En cambio, Bryan Singer hace de sí mismo, no cambia. Un director de industria que ofrece al público lo que quiere ver. Encuentros y desencuentros entre el cantante y el resto de la banda Queen, unas cuantas botellas de alcohol entre medias y una sesión de música en pleno concierto benéfico. Sin duda, lo mejor de la película junto a la interpretación de Malek.
El director de Sospechosos habituales, X-Men y un Superman no pasará a la historia del cine por su originalidad detrás de las cámaras, pero sí por tener buen ojo para encontrar una historia en el momento perfecto y con el actor perfecto.
4 de diciembre de 2017 0 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Asunto peliagudo el de escribir para los que pretenden, pretendéis o pretendemos hacerlo o seguir haciéndolo. De ello trata el film del sobrio y depurado Manuel Martín Cuenca bajo la idea original del flamante escritor Javier Cercas. Después de haber presentado la anterior película titulada Caníbal, el director de ésta había conseguido epatar al público especializado o, más bien, a la crítica despolitizada y recoger el respaldo para una propuesta aún mayor, como puede ser la que nos ocupa. La adaptación de un autor consagrado con un reparto a la altura de lo mejor en el panorama nacional. Antonio de la Torre adquiere aquí un rol secundario y que le aleja de la gran interpretación que plasmó en la anterior película, en la que confeccionaba trajes como el que se comía un buen filete. Ahora es un profesor de literatura que queda reducido a escasas escenas para las que casi parece más un personaje mismo de la historia, con su histrionismo y vanidad, que un verdadero instigador del oficio. En cambio, Javier Gutiérrez sí teje en esta ficción más de lo que en un principio aparenta y termina resultando imprescindible para la función.
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Un abogado mediocre, hastiado y al borde de un ataque de nervios, como rezaba la de Almodóvar, decide porque no le queda otra ante el éxito editorial de su simplista y resultona mujer escritora, dedicarse a hacer una novela de altura, inmensa, de verdad. Ante esto, debe hacer frente a la presión de su profesor, pasado de vueltas y con intenciones turbias, y a las propias trampas que él mismo va poniendo a sus nuevos vecinos para poder así, escribir su propia historia. Un ángulo de muchos lados que consigue también un buen resultado, quizás no tan sorprendente como Caníbal pero sí más sugerente. La moraleja de cualquier aspirante, saber donde está el límite entre lo real y lo ficticio.
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