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6
29 de mayo de 2013
29 de mayo de 2013
20 de 21 usuarios han encontrado esta crítica útil
¿Cuántas veces nos habrá pasado eso de sentirnos estafados con una película que no superaba ni de lejos las expectativas que nos había creado su tráiler? Demasiadas. Pero… ¿Y el caso contrario? Hay ocasiones en las que los avances son tan torpes que te disuaden de ver el producto que sus responsables te están intentando vender y que incluso te lo pintan como algo totalmente diferente a lo que en realidad es. Esto pasa mucho con el cine español pero también con lo que nos llega de Hollywood, como es el caso de Dead Man Down (La venganza del hombre muerto), el desembarco americano de Niels Arden Oplev, director de la versión sueca de Los hombres que no amaban a las mujeres.
Fíjense cómo es la cosa que el tráiler español del filme se las arregla en el escaso minuto y medio que dura para destripar el argumento a la vez que hace un montaje rápido de las dos o tres secuencias de acción que componen el filme, dando la falsa sensación de que nos encontramos ante una cinta de acción en la línea de las muchas que Jason Statham estrena al año. Así, los fanáticos de la acción pura y dura se sentirán un tanto decepcionados cuando descubran que la historia tiene más que ver con el encuentro taciturno de dos almas mutiladas, que quizás encuentren en el otro la paz que intentan alcanzar sucumbiendo a sus ansias de venganza, que el clásico 'Shoot’Em Up' que esperaban encontrar.
Aunque puede que también acaben interesados en la relación que se establece a través de palabras parcas, gestos sutiles y miradas inquisitivas entre un contenido Colin Farrell y una radiante Noomi Rapace, quien sigue estando igual de bella pese a que en la película se empeñen en retratarla como un ‘monstruo’ por las cicatrices de su cara. La conexión entre ellos se cocina a fuego lento ante la benevolente mirada de Isabelle Huppert, que encarna a la madre de ella. Son esos momentos de complicidad entre dos individuos atormentados los mejores de una película con ecos del tono gris, deprimente y oscuro de los thrillers provenientes de los países nórdicos.
Lástima que la historia, que gira en torno a un elaborado plan de la clásica venganza sangrienta y taimada, desemboque en uno de esos tiroteos que ilustraban el tráiler y que funciona tanto como peaje para introducir el filme en un ámbito más comercial como para resolver la trama de forma rápida, fácil y tan previsible como todo lo que concierne al personaje de Dominic Cooper. En definitiva, Dead Man Down no será una de las películas más recordadas del año pero tampoco merece un ninguneo absoluto.
Fíjense cómo es la cosa que el tráiler español del filme se las arregla en el escaso minuto y medio que dura para destripar el argumento a la vez que hace un montaje rápido de las dos o tres secuencias de acción que componen el filme, dando la falsa sensación de que nos encontramos ante una cinta de acción en la línea de las muchas que Jason Statham estrena al año. Así, los fanáticos de la acción pura y dura se sentirán un tanto decepcionados cuando descubran que la historia tiene más que ver con el encuentro taciturno de dos almas mutiladas, que quizás encuentren en el otro la paz que intentan alcanzar sucumbiendo a sus ansias de venganza, que el clásico 'Shoot’Em Up' que esperaban encontrar.
Aunque puede que también acaben interesados en la relación que se establece a través de palabras parcas, gestos sutiles y miradas inquisitivas entre un contenido Colin Farrell y una radiante Noomi Rapace, quien sigue estando igual de bella pese a que en la película se empeñen en retratarla como un ‘monstruo’ por las cicatrices de su cara. La conexión entre ellos se cocina a fuego lento ante la benevolente mirada de Isabelle Huppert, que encarna a la madre de ella. Son esos momentos de complicidad entre dos individuos atormentados los mejores de una película con ecos del tono gris, deprimente y oscuro de los thrillers provenientes de los países nórdicos.
Lástima que la historia, que gira en torno a un elaborado plan de la clásica venganza sangrienta y taimada, desemboque en uno de esos tiroteos que ilustraban el tráiler y que funciona tanto como peaje para introducir el filme en un ámbito más comercial como para resolver la trama de forma rápida, fácil y tan previsible como todo lo que concierne al personaje de Dominic Cooper. En definitiva, Dead Man Down no será una de las películas más recordadas del año pero tampoco merece un ninguneo absoluto.
30 de abril de 2011
30 de abril de 2011
20 de 21 usuarios han encontrado esta crítica útil
Los Oscar no sólo sirven para aumentar el caché de sus portadores y anunciar películas con ese subtítulo que reza “el ganador de un Oscar…” sino que también son útiles para desempolvar películas que andan perdidas en un cajón esperando a que algún día se acuerden de ellas. Así ha pasado con El amor y otras cosas imposibles, que acabó de rodarse en 2009 y que de no ser por la estatuilla dorada de Natalie Portman lo más probable es que hubiera salido directamente en alquiler.
La Portman, que entró en el último momento para sustituir a Jennifer Lopez y que también produce la cinta, encarna a la protagonista de la historia, Emilia, una mujer que se escuda en la terrible sacudida que ha vivido para mostrarse borde y reservada con todo el mundo. Un personaje que resultaría antipático y frío si no fuera por esa mezcla de fortaleza y debilidad que le da la protagonista de Cisne negro y que muy difícilmente hubiera sido capaz de transmitir la J.Lo. La actriz encuentra la mejor réplica en el que niño que encarna a su hijastro, Charlie Tahan, porque el que hace de su marido, Scott Cohen, nunca está a su altura, mientras que Lisa Kudrow lidia con un personaje demasiado exagerado. El resto de personajes, la mejor amiga, el amigo gay, la madre afectuosa y el padre distante, están ahí para cumplir la papeleta y poco más.
El amor y otras cosas imposibles es un melodrama que se deja ver con agrado y que mantiene el interés gracias a la relación de Emilia con su hijastro, pero se esfuerza demasiado en no dejar nada a la imaginación, como la inclusión de dos flashbacks que muestran en imágenes lo que ya se intuía o situaciones y diálogos que subrayan el estado emocional de sus personajes. Si se hubiera emitido directamente en televisión sería un telefilme de impecable factura, pero tampoco desentonaría demasiado.
La Portman, que entró en el último momento para sustituir a Jennifer Lopez y que también produce la cinta, encarna a la protagonista de la historia, Emilia, una mujer que se escuda en la terrible sacudida que ha vivido para mostrarse borde y reservada con todo el mundo. Un personaje que resultaría antipático y frío si no fuera por esa mezcla de fortaleza y debilidad que le da la protagonista de Cisne negro y que muy difícilmente hubiera sido capaz de transmitir la J.Lo. La actriz encuentra la mejor réplica en el que niño que encarna a su hijastro, Charlie Tahan, porque el que hace de su marido, Scott Cohen, nunca está a su altura, mientras que Lisa Kudrow lidia con un personaje demasiado exagerado. El resto de personajes, la mejor amiga, el amigo gay, la madre afectuosa y el padre distante, están ahí para cumplir la papeleta y poco más.
El amor y otras cosas imposibles es un melodrama que se deja ver con agrado y que mantiene el interés gracias a la relación de Emilia con su hijastro, pero se esfuerza demasiado en no dejar nada a la imaginación, como la inclusión de dos flashbacks que muestran en imágenes lo que ya se intuía o situaciones y diálogos que subrayan el estado emocional de sus personajes. Si se hubiera emitido directamente en televisión sería un telefilme de impecable factura, pero tampoco desentonaría demasiado.

6,2
10.122
6
3 de diciembre de 2007
3 de diciembre de 2007
21 de 24 usuarios han encontrado esta crítica útil
La 'sombra del reino' ha sido una de las primeras de una larga lista de películas que van a invadir nuestras pantallas en los próximos meses con la guerra de Irak como telón de fondo, siempre partiendo del punto de inflexión que supuso el atentado del 11-S. El comienzo de la cinta es toda una declaración de intenciones: te resume en los títulos de crédito los antecendentes históricos de las relaciones entre Estados Unidos y Arabia Saudita, y a continuación comienza la película con un terrorífico atentado en Riyad. A partir de ese hecho, un grupo de élite americano viaja hasta el lugar de los hechos para descubrir a los culpables, y claro, no son recibidos con los brazos abiertos precisamente.
Un arranque prometedor que no se sostiene a lo largo de la película. La labor de investigación que realizan los americanos avanza de forma muy lineal, salpicada por algunos momentos de choque entre culturas, sobretodo los que tienen que ver con el papel de la mujer. Después llega la acción y se acabó. A lo largo del metraje esperas un giro en la trama o una revelación importante que nunca llega.
El reparto está muy bien seleccionado, pero son personajes rutinarios que no se salen del estereotipo habitual: el líder (Jamie Foxx), la chica (Jennifer Garner), el gracioso (Jason Bateman) y el veterano (Chris Cooper). Resulta curioso que en una película en la que haya tanta cara conocida sea un actor desconocido el que se lleve el gato al agua. Ashraf Bahroum interpreta al capitán de la policía saudí que ayuda a los americanos en su investigación, y resulta ser el personaje más interesante de la película.
Así pues, la última peli que ha dirigido Peter Berg (director de la cachonda 'Very Bad Things') es una película que se queda a medio gas. Tiene buenas intenciones pero el argumento no las explota al máximo, siendo su narración muy lineal y carente de sorpresas. Además, el mensaje de la película es demasiado facilón y se queda en la superficie. Aún así es una película muy bien hecha, con buenos recursos y que no está mal para echar la tarde. Pero aún teniendo escenas realmente contundentes se olvida al poco tiempo. Algo tuvo que fallar.
Un arranque prometedor que no se sostiene a lo largo de la película. La labor de investigación que realizan los americanos avanza de forma muy lineal, salpicada por algunos momentos de choque entre culturas, sobretodo los que tienen que ver con el papel de la mujer. Después llega la acción y se acabó. A lo largo del metraje esperas un giro en la trama o una revelación importante que nunca llega.
El reparto está muy bien seleccionado, pero son personajes rutinarios que no se salen del estereotipo habitual: el líder (Jamie Foxx), la chica (Jennifer Garner), el gracioso (Jason Bateman) y el veterano (Chris Cooper). Resulta curioso que en una película en la que haya tanta cara conocida sea un actor desconocido el que se lleve el gato al agua. Ashraf Bahroum interpreta al capitán de la policía saudí que ayuda a los americanos en su investigación, y resulta ser el personaje más interesante de la película.
Así pues, la última peli que ha dirigido Peter Berg (director de la cachonda 'Very Bad Things') es una película que se queda a medio gas. Tiene buenas intenciones pero el argumento no las explota al máximo, siendo su narración muy lineal y carente de sorpresas. Además, el mensaje de la película es demasiado facilón y se queda en la superficie. Aún así es una película muy bien hecha, con buenos recursos y que no está mal para echar la tarde. Pero aún teniendo escenas realmente contundentes se olvida al poco tiempo. Algo tuvo que fallar.
12 de octubre de 2019
12 de octubre de 2019
19 de 20 usuarios han encontrado esta crítica útil
En la primavera de 2011 llegó a los cines españoles 'Pequeñas mentiras sin importancia' bajo el eslogan de “la película del año en Francia”, que no deja de ser una variante de ese chiste recurrente en el que se ha convertido la frase promocional de “la comedia francesa del año”. La película destacó por la habilidad de su director y guionista, Guillaume Canet, de alternar drama y comedia al contar lo que ocurría con un grupo de amigos cuando se iban de vacaciones a la playa pese a que uno de ellos se encontrase grave en el hospital tras sufrir un accidente de tráfico. Inmadurez, inseguridades, miedo al compromiso y demás estigmas de la crisis de la mediana edad se daban cita en un film que, pese a durar dos horas y media, entraba muy fácil y concluía con un lacrimógeno final. Nueve años después de su exitoso estreno galo, nos llega su secuela, titulada 'Pequeñas mentiras para estar juntos' (Nous finirons ensemble). Puede que nadie la pidiese, pero cualquier fan de la película original la acogerá con los brazos abiertos.
Toda la banda original está de vuelta y aún así, parece que la cosa no fluye durante los primeros minutos. Probablemente sea algo deliberado, porque poco después descubriremos que se han producido más desencuentros que encuentros entre ellos durante los últimos años. Igualmente, Max (François Cluzet), el atento anfitrión, no recibe con alegría a sus amigos porque esconde un secreto que no quiere compartir con ellos. Las mentiras, verdades a medias, rencores y confabulaciones vuelven a marcar la dinámica de esta cuadrilla, que esta vez además tiene que descubrir si la amistad que les une sigue siendo sincera y valiosa pese a las distancias físicas y emocionales que les separan. Tras superar la incomodidad inicial, la película no tarda en encauzar la comedia y el drama con tanto tino como su precedente, con el impulso de un elenco cómplice y con química que genera ese sentimiento familiar que se produce en los reencuentros con viejos amigos en los que parece que no ha pasado el tiempo.
No obstante, aunque Canet ha conferido de una evolución inesperada pero coherente a la mayoría de los personajes, no resuelve la mayoría de las tramas de forma satisfactoria. Mientras unas se quedan en el aire, otras, como la de Marion Cotillard, se valen de situaciones forzadas para provocar un desenlace obvio al que se podría haber llegado de una manera más honesta y menos “peliculera”. Con todo, Canet ha conseguido sacar adelante una continuación de su mayor éxito profesional como director que no se siente ni gratuita ni hueca de contenido. Continúa profesando amor por sus personajes y por los actores que los interpretan mientras se aborda la crisis de una mediana edad más madura, volviendo a celebrar la amistad como bálsamo de todos los golpes que da la vida.
Toda la banda original está de vuelta y aún así, parece que la cosa no fluye durante los primeros minutos. Probablemente sea algo deliberado, porque poco después descubriremos que se han producido más desencuentros que encuentros entre ellos durante los últimos años. Igualmente, Max (François Cluzet), el atento anfitrión, no recibe con alegría a sus amigos porque esconde un secreto que no quiere compartir con ellos. Las mentiras, verdades a medias, rencores y confabulaciones vuelven a marcar la dinámica de esta cuadrilla, que esta vez además tiene que descubrir si la amistad que les une sigue siendo sincera y valiosa pese a las distancias físicas y emocionales que les separan. Tras superar la incomodidad inicial, la película no tarda en encauzar la comedia y el drama con tanto tino como su precedente, con el impulso de un elenco cómplice y con química que genera ese sentimiento familiar que se produce en los reencuentros con viejos amigos en los que parece que no ha pasado el tiempo.
No obstante, aunque Canet ha conferido de una evolución inesperada pero coherente a la mayoría de los personajes, no resuelve la mayoría de las tramas de forma satisfactoria. Mientras unas se quedan en el aire, otras, como la de Marion Cotillard, se valen de situaciones forzadas para provocar un desenlace obvio al que se podría haber llegado de una manera más honesta y menos “peliculera”. Con todo, Canet ha conseguido sacar adelante una continuación de su mayor éxito profesional como director que no se siente ni gratuita ni hueca de contenido. Continúa profesando amor por sus personajes y por los actores que los interpretan mientras se aborda la crisis de una mediana edad más madura, volviendo a celebrar la amistad como bálsamo de todos los golpes que da la vida.
27 de julio de 2013
27 de julio de 2013
18 de 18 usuarios han encontrado esta crítica útil
Películas tópicas, de temas manidos y sentimentalmente manipuladoras hay a puñados. Cada fin de semana emiten un par de ellas en la sobremesa televisiva. Películas que estén tan bien armadas como para que los que estamos muy pasados de vueltas piquemos el anzuelo no tantas. Pero alguna que otra vez, sobre todo cuando tenemos el día tonto, nos cruzamos con un filme sencillo y honesto que nos roba el corazón. Eso es lo que me ha ocurrido con 'Una canción para Marion', perteneciente a ese nuevo y lucrativo subgénero que no es otro que el de las dramedias británicas destinadas a un público adulto y protagonizadas por veteranos actores en muy buena forma.
'El jardín de la alegría', 'Las chicas del calendario' y 'El exótico Hotel Marigold' son algunas muestras de esta corriente cinematográfica que ofrece un entretenimiento muy digno y cargado de buenas intenciones destinado principalmente al público maduro que prefiere acudir al cine que bajarse una película, ya sea porque no sabe cómo hacerlo o por cualquier otra razón. 'Una canción para Marion' resulta previsible desde la presentación de los personajes, pero se las arregla muy bien como para engancharnos emocionalmente y no soltarnos hasta el final. ¿Cómo? Pues con la inestimable ayuda de dos vacas sagradas de la interpretación como son Vanessa Redgrave y Terrence Stamp.
Ambos forman una pareja cinematográfica que podría considerarse como el reverso amable y edulcorado del matrimonio de ancianos del 'Amor' de Haneke. Sin embargo, el escepticismo desaparece cada vez que Stamp deja entrever que está volviendo a disfrutar de la vida con una expresión de niño travieso ruborizado y cuando Redgrave se muestra exultante y llena de vitalidad pese a que se esté marchitando. Me atrevería a decir que la escena en la que ella le canta 'True Colors' a él en el parque es uno de los momentos más genuinamente emotivos y emocionantes del cine del presente año. Las lágrimas y la piel de gallina son totalmente lógicas y bienvenidas.
Y si además tenemos a Gemma Artenton demostrando una dulzura y un encanto inéditos en su incipiente carrera y a un grupo de ancianitos a los que les va la marcha y la música heavy nos queda una película triste pero de trasfondo optimista y alegre que anima el espíritu al menos durante los 90 minutos que dura su visionado. Por supuesto que es sentimentaloide, previsible y poco original, pero he caído en su trampa y ha conseguido tocarme la fibra sensible y que abrace sin pudor la ñoñería, y que eso siga ocurriendo en una sala de cine, aunque sea muy de vez en cuando, es maravilloso.
'El jardín de la alegría', 'Las chicas del calendario' y 'El exótico Hotel Marigold' son algunas muestras de esta corriente cinematográfica que ofrece un entretenimiento muy digno y cargado de buenas intenciones destinado principalmente al público maduro que prefiere acudir al cine que bajarse una película, ya sea porque no sabe cómo hacerlo o por cualquier otra razón. 'Una canción para Marion' resulta previsible desde la presentación de los personajes, pero se las arregla muy bien como para engancharnos emocionalmente y no soltarnos hasta el final. ¿Cómo? Pues con la inestimable ayuda de dos vacas sagradas de la interpretación como son Vanessa Redgrave y Terrence Stamp.
Ambos forman una pareja cinematográfica que podría considerarse como el reverso amable y edulcorado del matrimonio de ancianos del 'Amor' de Haneke. Sin embargo, el escepticismo desaparece cada vez que Stamp deja entrever que está volviendo a disfrutar de la vida con una expresión de niño travieso ruborizado y cuando Redgrave se muestra exultante y llena de vitalidad pese a que se esté marchitando. Me atrevería a decir que la escena en la que ella le canta 'True Colors' a él en el parque es uno de los momentos más genuinamente emotivos y emocionantes del cine del presente año. Las lágrimas y la piel de gallina son totalmente lógicas y bienvenidas.
Y si además tenemos a Gemma Artenton demostrando una dulzura y un encanto inéditos en su incipiente carrera y a un grupo de ancianitos a los que les va la marcha y la música heavy nos queda una película triste pero de trasfondo optimista y alegre que anima el espíritu al menos durante los 90 minutos que dura su visionado. Por supuesto que es sentimentaloide, previsible y poco original, pero he caído en su trampa y ha conseguido tocarme la fibra sensible y que abrace sin pudor la ñoñería, y que eso siga ocurriendo en una sala de cine, aunque sea muy de vez en cuando, es maravilloso.
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