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Críticas ordenadas por utilidad
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8
6 de enero de 2012
6 de enero de 2012
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Estoy de acuerdo con practicamente todo lo que menciona Ignacio Larrea en su crítica muy favorable, excepto con el hecho de que, pasado un tiempo, "no se recuerde esta película por nada especial"...Además, si la película tiene tantos aspectos positivos, ¿por qué atribuirle tan sólo un tímido 6 cuando se merece ampliamente un 7 u 8?
La trama y el climax final son lo bastante llamativos, originales e inesperados para que se recuerden, ¡como no!
Y si no me cree el espectador, que la vea en versión original, se deleite con la pulcritud de su ambientación , la excelencia de su fotografía y el refinamiento de sus diálogos -¡ en un inglés admirable!, y después opine.
No me cabe la menor duda de que este interesante relato, ambientado en la ya decadente aristocracia de la Inglaterra victoriana, le cautivará por su inteligente y estética propuesta.
La trama y el climax final son lo bastante llamativos, originales e inesperados para que se recuerden, ¡como no!
Y si no me cree el espectador, que la vea en versión original, se deleite con la pulcritud de su ambientación , la excelencia de su fotografía y el refinamiento de sus diálogos -¡ en un inglés admirable!, y después opine.
No me cabe la menor duda de que este interesante relato, ambientado en la ya decadente aristocracia de la Inglaterra victoriana, le cautivará por su inteligente y estética propuesta.
11 de agosto de 2017
11 de agosto de 2017
4 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Acabo de visionar esta extraña película de cine negro con tintes políticos, y constato que resulta ser mucho mejor de lo que esperaba, a raíz de la única crítica que encontré en filmaffinity.
Obviamente lo primero que el espectador descubre es que esta cinta de 1951 peca por la excesiva simpleza de su infantil planteamiento ideológico: los comunistas americanos son retratados como abnegados esbirros a las órdenes del régimen estalinista - algunos seguidores tendría, obviamente, pero la mayoría no se identificaba con los postulados de Moscú - y se comportan de una forma tan maquiavélica, inmoral y perversa que no se pueden tomar en serio. Y lo mismo sucede con las reacciones anticomunistas de los familiares y conocidos del agente infiltrado (F. Lovejoy), que resultan demasiado extremas, inquisitoriales e inhumanas para ser creíbles, a pesar de la desconfianza y prevención que sucitaban los comunistas en los Estados Unidos de la posguerra..
Hechas estas puntualizaciones, esta película de 86 minutos se deja ver con agrado, ya que está bien elaborada, y su guión se distingue por su habilidad - excelente hallazgo, el de la cartera que cae al suelo durante la pelea - y su agilidad narrativa: no hay tiempos muertos y el interés no decae en ningún momento.
Además, el protagonista Frank Lovejoy es un actor convincente, a la altura de su difícil papel.
Balance: si logra hacer caso omiso de la ideología barata que desprende el film, pasará un buen rato con esta intensa e interesante muestra de cine negro.
Obviamente lo primero que el espectador descubre es que esta cinta de 1951 peca por la excesiva simpleza de su infantil planteamiento ideológico: los comunistas americanos son retratados como abnegados esbirros a las órdenes del régimen estalinista - algunos seguidores tendría, obviamente, pero la mayoría no se identificaba con los postulados de Moscú - y se comportan de una forma tan maquiavélica, inmoral y perversa que no se pueden tomar en serio. Y lo mismo sucede con las reacciones anticomunistas de los familiares y conocidos del agente infiltrado (F. Lovejoy), que resultan demasiado extremas, inquisitoriales e inhumanas para ser creíbles, a pesar de la desconfianza y prevención que sucitaban los comunistas en los Estados Unidos de la posguerra..
Hechas estas puntualizaciones, esta película de 86 minutos se deja ver con agrado, ya que está bien elaborada, y su guión se distingue por su habilidad - excelente hallazgo, el de la cartera que cae al suelo durante la pelea - y su agilidad narrativa: no hay tiempos muertos y el interés no decae en ningún momento.
Además, el protagonista Frank Lovejoy es un actor convincente, a la altura de su difícil papel.
Balance: si logra hacer caso omiso de la ideología barata que desprende el film, pasará un buen rato con esta intensa e interesante muestra de cine negro.

7,3
26.674
5
9 de febrero de 2021
9 de febrero de 2021
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una película de culo -como llaman los franceses a las XXX - que, sin embargo, muchos consideran de culto... Claramente sobrevalorada, quizás por el novedoso ambiente de libertad sexual que ostenta sin tapujos , acaba pronto cansando. Bien filmada, transmite adecuadamente lo que era el mundo del porno a sus inicios, pero su exagerada duración (2h36 !), junto con la frívola superficialidad de los personajes, la escasa expresividad del protagonista y los diálogos repletos de clichés hacen que se vuelva pronto aburrida, por no decir pesada... Baste con decir que apagué el televisor sin dudarlo cuando aún faltaba una hora de sexo y saraos californianos...
19 de mayo de 2023
19 de mayo de 2023
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Siempre me han interesado las películas que suscitan una gran divergencia de opiniones, y "El marido de la peluquera" es sin duda un caso ejemplar: abundan las críticas que le otorgan de 8 a 10, pero coexisten con otras que le dan notas tan bajas como 3, 4 ó 5. ¿A qué se debe la existencia de críticas tan extremas y diametralmente opuestas?
He llegado a la conclusión que quienes alaban sin mesura la cinta de Patrice Leconte, que por cierto cosechó 16 premios César en 1991 y el Bafta inglés en 1992, son espectadores de naturaleza sentimental y/o nostálgica que sucumben ante una historia de amor modélica, pura, redonda y hasta cierto punto inocente, aunque esté anclada en los recuerdos de Antoine (Jean Rochefort, el marido) y carezca de toda credibilidad. De hecho, la perciben casi como un reconfortante cuento de hadas, un verdadero antídoto contra las miserias de este bajo mundo y un himno a la alegría de vivir, lo cual se puede entender.
Insisten además sobre la calidad de la espléndida fotografía de Eduardo Serra, - luz tamizada que invita a soñar y añade fuerza a la sensualidad y al erotismo de algunas escenas – y se dedican a resaltar la singular belleza de Mathilde la peluquera (la italiana Anna Galiena), una mujer tan natural como atractiva.
Militando en el campo opuesto, se encuentran los acérrimos y despiadados detractores de la película francesa, cuyas críticas no dejan títere con cabeza. Son aquellos espectadores “realistas”, con los pies en la tierra, que no se dejan arrastrar por la vacuidad de un cuento de amor aburrido, según ellos edulcorado e irreal, aquellos que niegan cualquier complicidad e interés al relato engendrado por la imaginación calenturienta de Patrice Leconte.
En resumidas cuentas, no quieren acabar siendo las víctimas complacientes de una manipulación erótico-amorosa que tiene poco que ver con la vida real, una suerte de engañifa que juega con la inercia y la benevolencia del público.
He llegado a la conclusión que quienes alaban sin mesura la cinta de Patrice Leconte, que por cierto cosechó 16 premios César en 1991 y el Bafta inglés en 1992, son espectadores de naturaleza sentimental y/o nostálgica que sucumben ante una historia de amor modélica, pura, redonda y hasta cierto punto inocente, aunque esté anclada en los recuerdos de Antoine (Jean Rochefort, el marido) y carezca de toda credibilidad. De hecho, la perciben casi como un reconfortante cuento de hadas, un verdadero antídoto contra las miserias de este bajo mundo y un himno a la alegría de vivir, lo cual se puede entender.
Insisten además sobre la calidad de la espléndida fotografía de Eduardo Serra, - luz tamizada que invita a soñar y añade fuerza a la sensualidad y al erotismo de algunas escenas – y se dedican a resaltar la singular belleza de Mathilde la peluquera (la italiana Anna Galiena), una mujer tan natural como atractiva.
Militando en el campo opuesto, se encuentran los acérrimos y despiadados detractores de la película francesa, cuyas críticas no dejan títere con cabeza. Son aquellos espectadores “realistas”, con los pies en la tierra, que no se dejan arrastrar por la vacuidad de un cuento de amor aburrido, según ellos edulcorado e irreal, aquellos que niegan cualquier complicidad e interés al relato engendrado por la imaginación calenturienta de Patrice Leconte.
En resumidas cuentas, no quieren acabar siendo las víctimas complacientes de una manipulación erótico-amorosa que tiene poco que ver con la vida real, una suerte de engañifa que juega con la inercia y la benevolencia del público.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Ante todo, es preciso subrayar la pobreza del guión: de hecho, ¡no ocurre nada trascendente o digno de mención en los 80 minutos que dura la película!
Los recuerdos nostálgicos del joven Antoine sirven de pretexto para explicar y fundamentar la relación amorosa que protagonizan la peluquera y su marido.
Ya de entrada, resulta muy sospechosa la forma tan burda y brusca en la que Antoine le propone el matrimonio a Mathilde: se nos presenta la petición como el producto de una fría decisión unilateral y en absoluto como un cálido impulso amoroso que toma en consideración a la otra persona.
Luego, la relación que une a los dos protagonistas es bastante extraña, por no decir inverosímil: conviven en la peluquería como si de un útero materno se tratara, sin amigos y pasando del mundo exterior.
No es normal que una relación autosuficiente de ese tipo pueda sobrevivir mucho tiempo al tedio de un ambiente claustrofóbico, sobre todo si se toma en cuenta que la pareja se caracteriza por su apego a una rutina oxidante y su carencia total de inquietudes: mientras ella dedica su tiempo de ocio a leer revistas poco estimulantes, él no sabe hacer otra cosa que contemplar a su hermosa mujer o rellenar crucigramas. Y poco más.
A mi modo de ver, ni siquiera son tan excitantes sus escarceos amorosos, carentes de manifestaciones de genuina pasión: mientras Antoine se muestra como un hombre patoso, primario y poco expresivo que parece sentir más admiración y orgullo que amor y ternura hacia su compañera, ella da la sensación de ser una mujer complaciente, pero en el fondo superficial, poco comunicativa y bastante fría, a pesar de su innegable encanto personal.
Y, por fin, un desenlace altamente improbable y fantasioso aporta el ligero toque disruptivo que esta controvertida historia pedía a gritos: por temor a no ser amada, Mathilde toma la decisión de quitarse la vida arrojándose a las agitadas aguas del mar… ¡Vaya final aguado!
Como no formo parte de los dos bandos enfrentados, me quedo con los divertidos recuerdos en off del joven Antoine, la soberbia fotografía de Serra, la impactante hermosura de la italiana y la original apuesta del sueño-hecho-irrealidad firmado Leconte: mi nota, un 6.
Los recuerdos nostálgicos del joven Antoine sirven de pretexto para explicar y fundamentar la relación amorosa que protagonizan la peluquera y su marido.
Ya de entrada, resulta muy sospechosa la forma tan burda y brusca en la que Antoine le propone el matrimonio a Mathilde: se nos presenta la petición como el producto de una fría decisión unilateral y en absoluto como un cálido impulso amoroso que toma en consideración a la otra persona.
Luego, la relación que une a los dos protagonistas es bastante extraña, por no decir inverosímil: conviven en la peluquería como si de un útero materno se tratara, sin amigos y pasando del mundo exterior.
No es normal que una relación autosuficiente de ese tipo pueda sobrevivir mucho tiempo al tedio de un ambiente claustrofóbico, sobre todo si se toma en cuenta que la pareja se caracteriza por su apego a una rutina oxidante y su carencia total de inquietudes: mientras ella dedica su tiempo de ocio a leer revistas poco estimulantes, él no sabe hacer otra cosa que contemplar a su hermosa mujer o rellenar crucigramas. Y poco más.
A mi modo de ver, ni siquiera son tan excitantes sus escarceos amorosos, carentes de manifestaciones de genuina pasión: mientras Antoine se muestra como un hombre patoso, primario y poco expresivo que parece sentir más admiración y orgullo que amor y ternura hacia su compañera, ella da la sensación de ser una mujer complaciente, pero en el fondo superficial, poco comunicativa y bastante fría, a pesar de su innegable encanto personal.
Y, por fin, un desenlace altamente improbable y fantasioso aporta el ligero toque disruptivo que esta controvertida historia pedía a gritos: por temor a no ser amada, Mathilde toma la decisión de quitarse la vida arrojándose a las agitadas aguas del mar… ¡Vaya final aguado!
Como no formo parte de los dos bandos enfrentados, me quedo con los divertidos recuerdos en off del joven Antoine, la soberbia fotografía de Serra, la impactante hermosura de la italiana y la original apuesta del sueño-hecho-irrealidad firmado Leconte: mi nota, un 6.
7
15 de junio de 2018
15 de junio de 2018
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Con diálogos muy pulidos y algunas observaciones no exentas de humor, esta interesante película del francés André Cayatte es un buen exponente del género denominado drama psicológico.
En efecto, la cinta ilustra con acierto los dilemas que puede suscitar la cirujía plástica en un paciente y en las personas de su entorno familiar y social, en una época situada a finales de los años 50, en la que dicha práctica estaba aún en sus inicios.
Mientras el actor Bourvil encarna a la perfección la figura del marido conservador y empecinado, inflexible en sus valores personales caducos, la conocida protagonista Michèle Morgan refleja convincentemente los problemas de adaptación y aceptación a los que se ve sometida la mujer poco agraciada que decide cambiar de cara, y de vida.
En efecto, la cinta ilustra con acierto los dilemas que puede suscitar la cirujía plástica en un paciente y en las personas de su entorno familiar y social, en una época situada a finales de los años 50, en la que dicha práctica estaba aún en sus inicios.
Mientras el actor Bourvil encarna a la perfección la figura del marido conservador y empecinado, inflexible en sus valores personales caducos, la conocida protagonista Michèle Morgan refleja convincentemente los problemas de adaptación y aceptación a los que se ve sometida la mujer poco agraciada que decide cambiar de cara, y de vida.
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