Un público poseído, allá abajo, baila esas danzas primitivas, tribales, torpes, a veces violentas, que el pluriempleado Holt acompaña ocasionalmente con movimientos de cabeza espasmódicos, afirmativos. Araya, en el escenario, casi siempre inmóvil, parece un trampero de las Rocosas que lleva meses cazando osos; su voz es implacable, monótona, apagada, deliciosamente disfrutable. Justo hoy acaba de bajar a Los Ángeles para ganarse unos cuartos antes de retirarse.

Detrás de Tom, invisible, está Paul, el chico del tambor, una auténtica bestia dando hostias con sendos palos en las manos. King es el calvo de las cadenas, el encargado de tocar una y otra vez esos acordes tan básicos y machacones, la esencia misma de las canciones. Gary se encarga de los riffs, y además lo hace de puta madre. Y sentado en una lateral, saboreando un refrigerio, se encuentra un servidor, que sin buscarlo y por una extraña sucesión de casualidades tiene la suerte de verse en medio de aquel jaleo. Un lujo.

Merecida gira de despedida de una banda imprescindible, fundamental, única. La película recoge uno de esos conciertos memorables, en los que se repasan todas las grandes canciones más algunas de nuevo cuño, como la genial Repentless, que abre el show. A disfrutar.

Jamás hubiera pensado que un actor podría convertir una película en una obra maestra, pero estaba equivocado, y esta es la muestra de ello. Mientras el estreñido de Clint Eastwood, mucho mejor director que actor, lastra la saga de Leone hasta un peligroso precipicio, es Eli Wallach quién va a marcar la diferencia y culminar de manera brillante la trilogía.

La del susodicho es una interpretación brutal, llena de matices cómicos. Cada vez que aparece la película se vuelve intensa, más interesante. Es un pícaro quevedesco con el se empatiza rápido, y al que se desea lo mejor. Sus desventuras provocan la risa y la compasión, nunca defrauda, y el director sabe cómo sacar partido de su presencia.

El doblaje al español sobresaliente, superando la versión original.

Este señor, posiblemente el mejor cineasta español de todos los tiempos, pocas veces ha dado puntadas sin hilo, y en esta ocasión retrata en clave de humor la incompetencia de una clase dirigente encargada de censurarle las películas (hay que tenerlos bien puestos), y la inocencia de una España todavía rural y analfabeta.

La actuación de Isbert es soberbia, el guión sutil y el metraje adecuado. Creo que una película más larga hubiera puesto de manifiesto el poco ritmo que, generalmente, da el director a todas sus obras; un defecto que, generalmente, compensa de sobra con otras variadas y numerosas virtudes.

Es una pena que hoy en día no se tenga un García para caricaturizar toda esta España de los reinos periféricos, cada uno con su caudillo tarado nazionalista de turno, que se dedica al mangoneo y al chantaje masivo.

Comedia corta pero impactante, fruto de la retorcida mente de Sally Potter, que seguro conoce de primera mano el mundillo del que habla con tanto atino. El retrato del grupo de amigos giliprogres, que no es muy distinto del que se puede encontrar en cualquier país, es fascinante. Machirulos y feminazis, académicos fracasados que se creen interesantes, hippies con graves secuelas derivadas posiblemente del consumo de sustancias nada saludables, triunfadores desquiciados, cornudas y cornudos varios.

En definitiva, la típica mierdecilla de la nueva era en la que vivimos, carente de principios y aficionada al colocón como forma de justificar su miserable existencia, es diseccionada en clave de humor de forma muy acertada, que posiblemente sea la mejor manera de afrontar este tipo cosas.
Buenas interpretaciones.

Primera parte brutal, antológica, descomunal en todos los sentidos. Segunda parte brutal, antológica, descomunal en algún sentido menos.

Me gusta el enfoque y la estructura de la película, me gusta la forma de narrar la historia, me gusta la fotografía, la edición, el guión, todo excepto la interpretación del señor Modine; pero en fin, la obra es tan grandiosa que hasta los malos parecen buenos.

Y para esta decir los mismo que para El Resplandor; en plena década de los ochenta, en plena vorágine de mediocridad y horterada infinita, es cuando se aprecian las personalidades que rehuyen de la borregada y las modas, que van por libre y hacen lo que quieren. Kubrick puede gustar más o menos (o incluso nada), pero que es un genio no tiene discusión, incluso para hacer bodrios infumables.