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6
25 de marzo de 2014
25 de marzo de 2014
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ya no resulta extraño ir por la calle y ver a la gente hablarle a un cable o a un aparatito conectado al móvil. Pues bien, en un futuro no muy lejano, probablemente este aparatito será un pequeño dedal que nos ajustaremos al oído y ya no podremos distinguir, a simple vista, quién habla con alguien o quién está completamente loco. Todo ello sin descartar, por supuesto, la concurrencia de ambas situaciones.
En HER, Spike Jonze, director y guionista, nos narra un cuento futurista, nos plantea un posible futuro verosímil, seguramente muy próximo, en el que las maquinitas harán más fácil la vida y la soledad más llevadera hasta, quién sabe, ¿suplantar a otra persona?.
Esta vez viajamos a un mundo aséptico, el director nos muestra una Nueva York minimalista, de diseño, difuminada, donde el personaje encarnado por Joaquim Phoenix, casi el único protagonista (que a veces me cansa un poco), busca en los avances tecnológicos lo que, quizás tenga muy cercano y no sea capaz de ver… o sí (eso ya habrá que descubrirlo).
Recrea una ciudad y una forma de vida muy similares a las que ya puedan estar viviendo, por ejemplo, los trabajadores de Google: oficinas neutras en las que se mezclan juegos con trabajo o las aplicaciones más impensables con las comodidades más básicas.
Este ambiente futurista hay que reconocer que logra seducir y también perturbar al espectador. Sin embargo no deja de ser un envoltorio insustancial porque lo esencial, la clave de la vida y de la felicidad, la piedra angular de las relaciones humanas sigue siendo la misma que la de nuestros orígenes. ¿Podrá ser cambiada, por las máquinas, en un futuro? Nadie lo sabe, S. Jonze nos invita a reflexionar sobre ello y lo hace con elegancia, con buen gusto aunque, en mi opinión, haya necesitado demasiados minutos.
Una película que nos sorprende, “rara” y chocante, como el modelo de pantalón que prevé el director que llevaremos dentro de unos años. Todo un ejercicio de prestidigitación futurista. Muchas gracias por su tiempo para leerme.
En HER, Spike Jonze, director y guionista, nos narra un cuento futurista, nos plantea un posible futuro verosímil, seguramente muy próximo, en el que las maquinitas harán más fácil la vida y la soledad más llevadera hasta, quién sabe, ¿suplantar a otra persona?.
Esta vez viajamos a un mundo aséptico, el director nos muestra una Nueva York minimalista, de diseño, difuminada, donde el personaje encarnado por Joaquim Phoenix, casi el único protagonista (que a veces me cansa un poco), busca en los avances tecnológicos lo que, quizás tenga muy cercano y no sea capaz de ver… o sí (eso ya habrá que descubrirlo).
Recrea una ciudad y una forma de vida muy similares a las que ya puedan estar viviendo, por ejemplo, los trabajadores de Google: oficinas neutras en las que se mezclan juegos con trabajo o las aplicaciones más impensables con las comodidades más básicas.
Este ambiente futurista hay que reconocer que logra seducir y también perturbar al espectador. Sin embargo no deja de ser un envoltorio insustancial porque lo esencial, la clave de la vida y de la felicidad, la piedra angular de las relaciones humanas sigue siendo la misma que la de nuestros orígenes. ¿Podrá ser cambiada, por las máquinas, en un futuro? Nadie lo sabe, S. Jonze nos invita a reflexionar sobre ello y lo hace con elegancia, con buen gusto aunque, en mi opinión, haya necesitado demasiados minutos.
Una película que nos sorprende, “rara” y chocante, como el modelo de pantalón que prevé el director que llevaremos dentro de unos años. Todo un ejercicio de prestidigitación futurista. Muchas gracias por su tiempo para leerme.

7,4
32.205
8
10 de febrero de 2014
10 de febrero de 2014
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
El escenario ya nos lo conocemos: Estados del centro-oeste de USA, ancianos con camisas a cuadros y chalecos con gorra de béisbol, furgonetas para transportar aperos a los establos, casas prefabricadas de madera acabadas en punta y soportales donde los ancianos degustan la plácida y meliflua caída del sol.
Los pueblos derrochan espacio, tienen hectáreas de terreno secano a su alrededor donde cualquiera podría montar un bar, con neón en la entrada, que le haga la competencia a la cantina de siempre, a la que probablemente fue la primera o segunda casa de la pequeña ciudad.
Y nunca pasa nada, bueno sí, pasa la vida, las historias de sus gentes, todas conocidas por sus nombres, habitantes humildes, trabajadores (cuando el trabajo llega) y que no saldrán por televisión, ni publicarán best-sellers o ganarán ligas de baloncesto.
Todo sigue su curso predestinado a ritmo de banyo, salvo acontecimientos únicos que sacuden las aguas tranquilas del lugar, acontecimientos como que uno de sus congéneres llegue por fin a triunfar, entendiendo triunfo solamente como la obtención de dinero, ese interruptor que con un “click” te ilumina o te oscurece frente a los demás, así, sin haber cambiado nada, de forma automática y sin mayor esfuerzo que hacerlo saber.
Esta ambientación es la propuesta por el director que ha pretendido ofrecer esta vez una película sencilla y en blanco y negro, como los protagonistas. Tiene algo de road movie, de Quijote de Cervantes donde un anciano busca a su “Dulcinea” particular a pesar de todo y de todos.
Tal vez pueda aburrir a los que acostumbran a disfrutar de ritmos rápidos y sorpresas en el guion.
Un canto a la fuerza de la ilusión, esa gasolina que nos mueve cada día y sin la cual se hace muy cuesta arriba mover el armatoste con el que viajamos. Un canto también a la gente mayor, que tuvo su pasado pero sigue estando ahí, aunque sea en blanco y negro, como la película.
Los pueblos derrochan espacio, tienen hectáreas de terreno secano a su alrededor donde cualquiera podría montar un bar, con neón en la entrada, que le haga la competencia a la cantina de siempre, a la que probablemente fue la primera o segunda casa de la pequeña ciudad.
Y nunca pasa nada, bueno sí, pasa la vida, las historias de sus gentes, todas conocidas por sus nombres, habitantes humildes, trabajadores (cuando el trabajo llega) y que no saldrán por televisión, ni publicarán best-sellers o ganarán ligas de baloncesto.
Todo sigue su curso predestinado a ritmo de banyo, salvo acontecimientos únicos que sacuden las aguas tranquilas del lugar, acontecimientos como que uno de sus congéneres llegue por fin a triunfar, entendiendo triunfo solamente como la obtención de dinero, ese interruptor que con un “click” te ilumina o te oscurece frente a los demás, así, sin haber cambiado nada, de forma automática y sin mayor esfuerzo que hacerlo saber.
Esta ambientación es la propuesta por el director que ha pretendido ofrecer esta vez una película sencilla y en blanco y negro, como los protagonistas. Tiene algo de road movie, de Quijote de Cervantes donde un anciano busca a su “Dulcinea” particular a pesar de todo y de todos.
Tal vez pueda aburrir a los que acostumbran a disfrutar de ritmos rápidos y sorpresas en el guion.
Un canto a la fuerza de la ilusión, esa gasolina que nos mueve cada día y sin la cual se hace muy cuesta arriba mover el armatoste con el que viajamos. Un canto también a la gente mayor, que tuvo su pasado pero sigue estando ahí, aunque sea en blanco y negro, como la película.

6,8
41.246
8
5 de diciembre de 2013
5 de diciembre de 2013
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Últimamente varias películas de Woody Allen son comparables con una conversación de café con unos amigos a los que hace mucho tiempo que no ves.
Tras mucho tiempo de espera y por fin cuadradas las agendas, los amigos quedan con ganas e ilusión de verse y ponerse al día. En la conversación todo es novedoso y fluido. Con sus normales altibajos la tarde de café va siendo agradable. De pronto, sin preverlo, sin un guion preestablecido, se agotan los temas, se reiteran las frases y el globo se deshincha.
Sin darnos cuenta el café se enfría y ya no hay nada más que contar, sólo queda despedirnos y salir del café con alguna propuesta para el futuro. Esta es la sensación que tuve cuando vi “Blue Jasmine”.
Allen es un maestro en la manera de plantear historias y ambientes. En esta ocasión vuelve a usar el flash back para contarnos la historia de dos ambientes totalmente antagónicos: uno, rico con lenguaje ampuloso en el que brotan como setas las mansiones, el golf, el buen vino y las falsedades; el otro, casi marginal y barriobajero, de cervezas y pizzas pero mucho más auténtico y humano. Esos minutos primeros son como los primeros momentos de tu café con los amigos, agradables, coloridos y con entornos y ambientes perfectamente identificables como producto de la fábrica Woody Allen. Todo está cuidado al detalle, las tomas, los personajes delicadamente encuadrados, visualmente es todo muy atractivo.
Sin embargo, cuando pasa una hora, ya conoces las historias y esperas un desarrollo, un desenlace que no vendrán, esperas, esperas, esperas, y de pronto, termina la película y no encuentras donde asirte para afirmar que estás ante una obra redonda como fue, en mi opinión, “Match Point” o “Midnight in Paris”. Esta sensación ya la tuve con “Desde Roma con amor” y “El hombre de tu vida”.
En todo caso, Allen siempre será Allen y no hay que pedirle una obra maestra cada año. Teniendo en cuenta las ofertas de la cartelera, prefiero disfrutar, de la belleza e interpretación de Cate Blanchett (encantadora su escena con los niños), de las lujosas escenas evasivas que nos regala o de la música que va acompañando toda la trama, aunque ésta no tenga una puntilla que muchos desearíamos.
Tras mucho tiempo de espera y por fin cuadradas las agendas, los amigos quedan con ganas e ilusión de verse y ponerse al día. En la conversación todo es novedoso y fluido. Con sus normales altibajos la tarde de café va siendo agradable. De pronto, sin preverlo, sin un guion preestablecido, se agotan los temas, se reiteran las frases y el globo se deshincha.
Sin darnos cuenta el café se enfría y ya no hay nada más que contar, sólo queda despedirnos y salir del café con alguna propuesta para el futuro. Esta es la sensación que tuve cuando vi “Blue Jasmine”.
Allen es un maestro en la manera de plantear historias y ambientes. En esta ocasión vuelve a usar el flash back para contarnos la historia de dos ambientes totalmente antagónicos: uno, rico con lenguaje ampuloso en el que brotan como setas las mansiones, el golf, el buen vino y las falsedades; el otro, casi marginal y barriobajero, de cervezas y pizzas pero mucho más auténtico y humano. Esos minutos primeros son como los primeros momentos de tu café con los amigos, agradables, coloridos y con entornos y ambientes perfectamente identificables como producto de la fábrica Woody Allen. Todo está cuidado al detalle, las tomas, los personajes delicadamente encuadrados, visualmente es todo muy atractivo.
Sin embargo, cuando pasa una hora, ya conoces las historias y esperas un desarrollo, un desenlace que no vendrán, esperas, esperas, esperas, y de pronto, termina la película y no encuentras donde asirte para afirmar que estás ante una obra redonda como fue, en mi opinión, “Match Point” o “Midnight in Paris”. Esta sensación ya la tuve con “Desde Roma con amor” y “El hombre de tu vida”.
En todo caso, Allen siempre será Allen y no hay que pedirle una obra maestra cada año. Teniendo en cuenta las ofertas de la cartelera, prefiero disfrutar, de la belleza e interpretación de Cate Blanchett (encantadora su escena con los niños), de las lujosas escenas evasivas que nos regala o de la música que va acompañando toda la trama, aunque ésta no tenga una puntilla que muchos desearíamos.

6,7
26.250
8
16 de enero de 2014
16 de enero de 2014
3 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Sentarse, coger una guitarra, rasgar levemente el mi mayor para ver si está afinada, respirar, esperar el silencio y comenzar la canción. A veces será ante un público multitudinario, otras no, aunque sabes que tu mejor público siempre fueron tú y tu propia imaginación.
A todos los que han sentido esa sensación seguramente se sentirán identificados con el protagonista de la película. Esta vez los hermanos Cohen nos trasladan, una vez más, a una realidad sesentera, a un día a día en las carreteras y bares de Estados Unidos en los que un “loser” se busca la vida viviendo al día, por no decir al minuto.
Este ambiente ya lo conocemos, lleno de cotidianidad, de personajes especialidad de la casa, es decir, los Cohen recurren en sus películas a personajes de la vida diaria que parecen haber sido sacados de una película.
Estamos ante una película “de autor” es decir: gusta mucho o te aburre hasta hartar, máxime cuando estamos ante un clásico final con el sello genuino Cohen, sin sentido definido y con mil interpretaciones.
Personalmente he de confesar que me gustó, por su ritmo, su banda sonora, por las interpretaciones de los secundarios, por las situaciones tragicómicas en las que parece que, a simple vista, no pasa nada, como en nuestro día a día que a veces suele parecer anodino.
Sin embargo es en cada minuto de nuestro presente donde realmente todo está pasando, donde se gesta el futuro, nuestros sueños y donde el azar deja premios, a su libre albedrío, para ser disfrutados solamente por unos pocos elegidos.. ah! también me gusta por su guiño final, con el hombre de la armónica, vaya crack.
A todos los que han sentido esa sensación seguramente se sentirán identificados con el protagonista de la película. Esta vez los hermanos Cohen nos trasladan, una vez más, a una realidad sesentera, a un día a día en las carreteras y bares de Estados Unidos en los que un “loser” se busca la vida viviendo al día, por no decir al minuto.
Este ambiente ya lo conocemos, lleno de cotidianidad, de personajes especialidad de la casa, es decir, los Cohen recurren en sus películas a personajes de la vida diaria que parecen haber sido sacados de una película.
Estamos ante una película “de autor” es decir: gusta mucho o te aburre hasta hartar, máxime cuando estamos ante un clásico final con el sello genuino Cohen, sin sentido definido y con mil interpretaciones.
Personalmente he de confesar que me gustó, por su ritmo, su banda sonora, por las interpretaciones de los secundarios, por las situaciones tragicómicas en las que parece que, a simple vista, no pasa nada, como en nuestro día a día que a veces suele parecer anodino.
Sin embargo es en cada minuto de nuestro presente donde realmente todo está pasando, donde se gesta el futuro, nuestros sueños y donde el azar deja premios, a su libre albedrío, para ser disfrutados solamente por unos pocos elegidos.. ah! también me gusta por su guiño final, con el hombre de la armónica, vaya crack.

7,3
65.953
8
20 de enero de 2016
20 de enero de 2016
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
El segundo western de una serie de tres que Tarantino ha anunciado, nos traslada al nevado Wyoming, a una posada perdida en medio de la nada nevada, donde una serie de personajes coinciden, bajo una tormenta, con muchos secretos a sus espaldas y varias pistolas en su poder.
No es malo el punto de partida, de hecho ya lo usó antes en su primer trabajo “Reservoir Dogs” (1992), en el que se reunían una serie de individuos desconocidos para el espectador, sin una presentación previa, que a lo largo de la película íbamos descubriendo. Para ello Tarantino recurrió su querido y acertado “flash back” del que hace gala en sus películas.
Además de este inicio, el director nos regala unos veinte minutos introductorios en los que disfrutamos del viaje de la diligencia hacia la posada. Son fantásticos, tanto visual como interpretativos. Los paisajes son magníficos y nos permiten saborear el inicio de la historia con una presentación de personajes acompañada de música de Ennio Morricone, personajes encarnados por los actores clásicos de este director: Tim Roth, Michael Madsen, Samuel L. Jackson, Jennifer Jason Leigh o Kurt Russell.
Los “tarantinianos” nada tendrá que objetar a las casi tres horas de metraje y a los diálogos (para mí divertidos) que los decadentes y envilecidos personajes van hilvanando mientras nos llevan hacia la “traca” final. “Los odiosos ocho” es Tarantino puro, o sea, no engaña, no ahorra en tinta roja y no ahorra en talento para crear un ambiente enrarecido que paulatinamente se va embruteciendo con toques de humor (incluso negro) e historias que solamente caben en la cabeza de un autor tan particular y que tanto amor/odio provoca.
Tengo la sensación de que el Tarantino tiene, mientras escribe el guion, un angelito bueno y otro malo a cada lado de su cabeza y por mucho que el angelito bueno vaya encaminando la película hasta su recta final con un arduo trabajo de contención, finalmente sale a relucir el angelito malo.
Entonces desembucha toda su cascada de situaciones exageradas, con un toque gore y violento que, por su desmesura, apenas afecta al espectador, acostumbrado a sus salidas de tono. Al contrario, muchas escenas de violencia llegan incluso a provocar (imagino que intencionadamente) la sonrisa de los que las vemos por su carácter esperpéntico, su falta de sutileza y de insinuación que particularmente echo de menos.
Disfruté mientras el angelito bueno llevaba las riendas es decir, casi toda la película. Espero que algún día pueda acabar por imponerse al malo hasta el final de una de sus películas, pero creo que eso nunca pasará porque Tarantino es una mezcla indisoluble para tomar de un solo trago.
Muchas gracias por su tiempo para leerme y hasta la próxima.
No es malo el punto de partida, de hecho ya lo usó antes en su primer trabajo “Reservoir Dogs” (1992), en el que se reunían una serie de individuos desconocidos para el espectador, sin una presentación previa, que a lo largo de la película íbamos descubriendo. Para ello Tarantino recurrió su querido y acertado “flash back” del que hace gala en sus películas.
Además de este inicio, el director nos regala unos veinte minutos introductorios en los que disfrutamos del viaje de la diligencia hacia la posada. Son fantásticos, tanto visual como interpretativos. Los paisajes son magníficos y nos permiten saborear el inicio de la historia con una presentación de personajes acompañada de música de Ennio Morricone, personajes encarnados por los actores clásicos de este director: Tim Roth, Michael Madsen, Samuel L. Jackson, Jennifer Jason Leigh o Kurt Russell.
Los “tarantinianos” nada tendrá que objetar a las casi tres horas de metraje y a los diálogos (para mí divertidos) que los decadentes y envilecidos personajes van hilvanando mientras nos llevan hacia la “traca” final. “Los odiosos ocho” es Tarantino puro, o sea, no engaña, no ahorra en tinta roja y no ahorra en talento para crear un ambiente enrarecido que paulatinamente se va embruteciendo con toques de humor (incluso negro) e historias que solamente caben en la cabeza de un autor tan particular y que tanto amor/odio provoca.
Tengo la sensación de que el Tarantino tiene, mientras escribe el guion, un angelito bueno y otro malo a cada lado de su cabeza y por mucho que el angelito bueno vaya encaminando la película hasta su recta final con un arduo trabajo de contención, finalmente sale a relucir el angelito malo.
Entonces desembucha toda su cascada de situaciones exageradas, con un toque gore y violento que, por su desmesura, apenas afecta al espectador, acostumbrado a sus salidas de tono. Al contrario, muchas escenas de violencia llegan incluso a provocar (imagino que intencionadamente) la sonrisa de los que las vemos por su carácter esperpéntico, su falta de sutileza y de insinuación que particularmente echo de menos.
Disfruté mientras el angelito bueno llevaba las riendas es decir, casi toda la película. Espero que algún día pueda acabar por imponerse al malo hasta el final de una de sus películas, pero creo que eso nunca pasará porque Tarantino es una mezcla indisoluble para tomar de un solo trago.
Muchas gracias por su tiempo para leerme y hasta la próxima.
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