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Críticas 22
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
7
10 de septiembre de 2017 1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un film que puede llegar a ser válido para provocar discusiones. No tanto desde el punto de vista cinematográfico, con una historia mínima y que permanentemente roza cierto discurso moralizador, con la elección estética de un marco que parece necesitar decir a los ex checoslovacos “esta es una historia vieja, que sólo podía existir antes”.
Detrás del film es posible pescar situaciones teatrales, con actores que no pueden esconder su origen, y tramas en las que siempre es posible atrapar el dilema de las elecciones personales y los vericuetos del destino versus la libertad de acción de cada personaje.
Detrás de María, la profesora, al espectador le será fácil descubrir siempre a alguien que conoce: esos seres entrenados en sacar el mayor partido que puedan a las situaciones de la vida diaria. Con una agudeza para descubrir a su alrededor donde están las fórmulas que le permitan resolver cuestiones problemáticas personales.
Dentro de una cultura política que trata de destacar la solidaridad por encima del bien individual, paradójicamente se pueden llegar a tramar situaciones que se transforman así en lo contrario, por obra y gracia de alguien que sabe aprovechar las contradicciones que se generan en el propio sistema. Es que cualquier análisis sobre la dialéctica del delito, podrá descubrir que en el punto de vista del delincuente prima siempre el provecho personal por encima de lo que afecta a la víctima.
Otra cuestión interesante es el efecto social de una conducta desviada como el de esta docente. Es que ella saca provecho del temor generalizado que provocaría frenar sus acciones. Apelando a una estructura similar al esquema utilizado por Reginald Rose en “12 Angry Men” (Sidney Lumet, 1957), los guionistas muestran cómo los protagonistas van siendo convencidos por la contundencia que tienen los hechos frente a los que se enfrentan.
No se trata de un gran film, a pesar de los premios que pueda lucir. Sí un telefilm más que interesante, que no exagera demasiado en los aspectos moralizantes, y que alcanza un valor de comedia que sirve para retratar un costado social que llegue a cualquier espectador.
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Lo más interesante es que la estructura social tal cual funcionaba en aquellos tiempos en ese lugar (década del 80) era próspero para dar lugar al desarrollo de acciones como la de María. Es que ella, con total desenfado, pudo estructurar toda una organización personal en provecho propio. Transforma con absoluta comodidad a cada familia de sus alumnos en una especie de departamento útil a sus fines: transporte, mantenimiento, alimentación... Organiza su propio poder, sin disimular y mostrando a las claras que lo hace por su propia y exclusiva conveniencia. Algo que parece difícil de desatar porque está articulado en función de las conveniencias de cada uno de los otros. Como en la estructura de la estafa, el estafador sabe sacar mayor provecho por las conveniencias que busca el propio estafado.
La escena que mejor muestra el trabajo de María en organizar y mejorar su propio negocio, está dado en la persistente red que trata de armar alrededor del personaje al cual quiere seducir. Como si fuera una mujer araña, detecta al ser más débil, al cual le enrostra tal situación para prometerle un cambio posible si lo convence de seguir un camino que lo hará cambiar de estatus.
Finalmente, queda claro que María es sólo producto posible de una situación social general: una vez logrado su desafectación al colegio, no tardará mucho en sobrevivir... en otro.
11 de diciembre de 2016 1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Desde la invención del cine, un pretendido “séptimo arte”, el arte como concepto abandonó ese “goce de la contemplación” que lo caracterizaba, para pasar a ser otra cosa, menos definible. Aquellas multitudes que en principio asistían a las funciones, se horrorizaban cuando el tren se acercaba a la cámara, o se mataban de risa frente a las ocurrencias de los primeros humoristas del cine mudo.

Pero cuando asombró aún más la televisión, al aparecer, ésta debió preocuparse por encontrar su lugar. Porque ¿qué era, exactamente? ¿cine en directo? ¿teatro para millones? ¿la posibilidad de transmisiones en vivo de eventos como deportes, desfiles, noticias? Nada de eso, aunque contenga todo eso. La televisión eligió como camino, eso que ahora muestra con efectividad inusual Alex de la Iglesia. La tv, señores, es esperpento puro: los realities, los concursos, los desafíos, las promociones, las competencias inverosímiles. La descarnada ficción de una realidad producida desde la irrealidad más vacía.

De la Iglesia llega con la más cruda visión de eso que todos conocen o imaginan: egos + odios + rivalidades + situaciones ridículas y competencias desaforadas, en una infinita transmisión destinada a ocultar todo eso y mostrar aquello que se ha guionado previamente: risas, aplausos y actuadísima felicidad. Una síntesis de los que los responsables de la televisión han preparado para conformar a todos: espectadores, anunciadores, los mismísimos actores y –en fin- al establishment que le da razón de ser.

¡Ahora dejen de aplaudir, ya!
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Prohibido ser espectador estructurado en un film como éste. Es una comedia que mezcla lo mejor y peor del cine de Godard con el de Blake Edwards, Buñuel o los Monty Python... Una verdadera fiesta del mejor cine disparatado y anárquico.
1 de junio de 2015 Sé el primero en valorar esta crítica
- Don Productor: yo ya hice mucho cine, y vi bastante como se hace una película... ¿No me produciría una a mí?
- Como no, Don Russell ¿qué papel quiere hacer?
- El principal, obviamente. Y quiero dirigirla.

Como ya era hora de dar "el gran salto", el neocelandés musculoso decidió ponerse detrás de la cámara para elucubrar este pastiche de cómo enamorar a una rusa devenida turca, en medio de la agitadísima posguerra.

Mucho cine de hoy sería distinto sin los aportes del Dolby, y éste es uno de ellos: los flashbacks de la batalla de Gallipoli sumergen al espectador en el ambiente dramático de la guerra, a través de tiros, explosiones y desgarradores lamentos de soldados moribundos. Y en forma repetida, podríamos decir en alarmante sobreabundancia. Como en los CSI de la televisión, o en los asesinatos made in Tarantino, la reiterada presencia de la muerte vía primeros planos de cadáveres y/o huesos desenterrados parece querer introducir una dosis de lo que no puede aportar la mano de un guionista más certero.

Pero para los que no les gusta mucho los temas tan asociados a la guerra y la muerte, Crowe trae la posibilidad de apreciar la belleza maravillosa de la Kurylenko, con el desarrollo de una aproximación recatada de miradas profundas que deberá entenderse como la presencia latente del tema del amor.

- Ya le tengo los capitales listos, Don Russell. ¿Cómo va a ser el film?
- Quiero mucha acción. Guerra en primer plano, con explosiones, sangre y muerte. Y un desarrollo bien épico, al estilo de los buenos western: trenes, persecuciones a caballo, luchas cuerpo a cuerpo, balazos, explosiones, fugas por agua... También peleas por el honor, corridas por calles de mercados en Estambul, suicidios, asesinatos, en fin... véame que un guionista ponga todo esto un poco en orden.
- ¿No sería mejor que, por tratarse del debut como director, construyéramos algo más intimista, con tono psicológico?
- ¿Eh? No... Yo soy un consagrado. No puedo empezar de tan abajo...
5 de junio de 2016 2 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
En Argentina hay una creencia bastante difundida, con respecto a que éste fue un país que a principios del siglo XX era una gran potencia, en base a indicadores económicos brillantes. El pequeño detalle que se les suele escapar a tales comentaristas, es quiénes y cuántos eran los felices beneficiarios de semejante riqueza. Es que los terratenientes que habían recibido tierras ganadas a partir de la matanza de aborígenes en las fértiles “pampas” criaban vacas y plantaban trigo que luego vendían al mundo para su provecho personal. El resto de la población era pobre, en esa variedad que va de la indigencia a la clase media, mientras que los terratenientes se construían palacios, y sus hijos recorrían el mundo “tirando manteca al techo” (deporte inaugurado por Macoco de Álzaga Unzué en un salón del restaurant Maxim’s de París, destinado a hacer puntería con manteca en las molduras del techo).

En ese contexto, una buena parte del cine nacional del primigenio siglo veinte fue imaginado de una manera acorde a tal línea de pensamiento. Es decir: si somos potencia, hagamos cine como el de las potencias. Y claro, el modelo era Hollywood. Se empezó a adaptar los clásicos más complejos de la literatura y el teatro universal, y hasta se llegó a filmar con “estilo” extranjero.

Y para seguir en tal tesitura, las comedias optaron por desarrollarse en ambientes burgueses. Los protagonistas “vivían bien”, en enormes mansiones de varios pisos con grandes escaleras, y debían sortear situaciones nada comunes. Fue la época de lo que se llamó “de los teléfonos blancos”. Es que los aparatos que instalaba la empresa de telefonía por entonces eran solamente negros, a pesar de que los filmes extranjeros mostraban la existencia de coquetos e inalcanzables modelos en tono blanco.

Fue la época en que las grandes divas paseaban sus peinados y modelos por esos refinados ambientes: Mirtha Legrand, Zully Moreno, Delia Garcés, Amelia Bence. Un momento del cine argentino que no necesariamente debía mostrar la realidad, sino crearla, y mostrarla como modelo al público latinoamericano, que dividía sus gustos entre las dos grandes cinematografías: la argentina y la mexicana.

Exactamente eso es lo que está reviviendo esta “suarización” de la comedia argentina. Una recreación de un mundo acorde con las ideologías liberales gobernantes, y embebida de preconceptos que ya antes fueron vertidos por las revistas “del amor” y los programas de televisión “de chismes”. “Me casé con un boludo” ya desde el título sumerge en ese mundo sagrado del casamiento como objetivo “a comentar” y el del insulto (o las “malas palabras” de la época de nuestros abuelos) que toda la televisión de los “realities” ha impuesto como exitosa forma de comunicación entre “panelistas” o participantes.

Gente linda, famosa, en ambientes fastuosos de innovadora arquitectura, circulando por bellísimos lugares o espaciosas autovías, en vehículos caros. Y los estudios de cine son como los de las películas norteamericanas, en los pasillos circula gente vestida de otras épocas, entre enormes platós que simulan estar filmándose cientos de películas. Es decir: todo lo que cada vez está más lejos del espectador común, puede ahora a disfrutarlo por el modesto precio de una entrada al cine.

Al igual que en el ámbito de la cruda realidad política actual argentina, la referencia acerca de la “pobreza” es tan lejana, que el director optó por filmarla desde lejos, donde los espectadores no puedan ver los detalles acerca de cómo está compuesto tal conjunto de gente.

Tiemblo de solo pensar que éste sea un modelo a reproducir. Que volvamos a un esquema de comedia en el cual se nos cuente que lo que vivimos no es cierto, y que mejor lo disfrutemos en pantallas tan pulcramente limpias que llevan a la inevitable conclusión de quiénes y de qué origen pueden solo ser los protagonistas.
23 de diciembre de 2021 1 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuenta el relato histórico que a mediados de los ’50, y convocados por Jerome Robbins -el prestigioso coreógrafo de Broadway- un grupo de talentosísimos artistas dio forma a una obra inspirada en la célebre Romeo y Julieta de Shakespeare, ambientada entonces en un barrio de Manhattan. Hay que reconocer que si bien era original el enfoque, ya atrasaba un poco, al menos en Occidente: trataba de imponer la idea de la existencia de la simple posibilidad real de amores prohibidos por cuestiones sociales.
Presencié una de las puestas teatrales de la obra, con todo lo que correspondía: sinfónica en el foso, cientos de actores, bailarines y virtuosos cantantes, más toda la parafernalia de una puesta muy dedicada. En estas cuestiones, y a favor del teatro, la ceremonia particular con el espectador deslumbra un tanto y hace olvidar que la historia pueda ser harto ilusoria o demasiado rebuscada.
El traslado al cine implicaba mayores riesgos aún, porque la historia en sí tenía varias escapadas difíciles, tan poco realistas tal vez como que la gente ande danzando por la calle como si nada, o que a la protagonista no le afecte demasiado que su amado haya matado a su hermano. Pero ver la película en mi juventud fue para mí un flash imposible de olvidar: súper cinerama, estereofonía y perfección artística por donde se la mirara. Los votantes del Oscar no se quedaron atrás: la premiaron con diez lauros y lograron transformarla en un clásico.
¿De dónde habrá surgido la idea de filmarla de nuevo? Parece una obsesión personal de Spielberg, y tal vez el verdadero modelo sea ese ideal fomentado desde el personaje Scrooge McDuck (Rico McPato, el tío de Donald Duck de Disney): la del hombre en el pináculo de su vida, que disfruta nadando físicamente en su piscina repleta de dólares. Trump, Rockefeller u otros cientos de adinerados han “hecho propiamente lo que se les ha dado en gana”, grandes rascacielos con su nombre o vuelos estratosféricos de placer.
El modelo parece aquí reflotarse. Es probable que el director, contemporáneo del que escribe, también haya quedado por entonces prendado de aquel film de 1961, rodado en toda la magnaficencia del cine oneroso de la época. Pero aquel cine no contaba aún con la dinámica que la tecnología actual permite, y Wise no era un director demasiado vanguardista para la época, sino más bien apenas un buen artesano capaz de ser superado ya hoy con poco esfuerzo.
Si yo, apenas si un aficionado tenía por entonces mis críticas al film, no me quiero imaginar a Spielberg saliendo de sus casillas imaginándose a sí mismo de cómo él hubiera hecho el film si hubiera estado a su cargo.
Leer el 100% de las críticas que aquí se reflejan, muestra a las claras hasta dónde logró el director transformarse ya en un mito viviente. ¿A quién se le ocurriría darle consejos sobre cine a… Spielberg?
En muchos terrenos, el dar otra versión de una obra es cosa común: desde la ópera hasta la pintura, se ensayan distintas “puestas”, y no se debe olvidar que West Side Story es una obra teatral, a la que cada director asume su versión porque esas son las reglas del juego. Pero lo de Spielberg, ahora, no deja de ser una rareza: filmar “de nuevo” la misma película, con ciertos puntos de vista diferentes, algunas adaptaciones, cambios en personajes o diálogos, enfoques o coreografías.
Se ve habitualmente cómo cualquier billonario puede comprarse lo que quiera, y entonces es plausible que un director pueda volver a filmar una película ya filmada, pero 60 años después y gastando mucho dinero en reproducir la época original. No deja en sí de ser una valentonada.
Así como distintos noticieros mandan sus camarógrafos a los lugares de los hechos para dar su interpretación, ver la versión 2021 de la película remite a esa sensación, la de poder evaluar quién reflejó más genuinamente un hecho.
Las críticas de los expertos derrochan tantos elogios a través de adjetivos monumentales, que compiten con el marketing del propio producto: conmovedor, grandeza, deslumbrante, gloriosa, mejor película, homenaje, éxito, clamoroso, emotiva, desgarradora, enérgica, carismática, excitante, estimulante, belleza, vibrante, vital, radiante, logro, resplandeciente, historia exitosa, alto nivel, espléndida, cautivante, pasión, vitalidad, obra maestra, maestría, genialidad, fascinante, impecable, brío, encanto. Todas estas son palabras al azar elegidas entre las críticas publicadas en este mismísimo FilmAffinity, recogidas de expertos de The Guardian, Variety, Time, El Mundo o El Sol.
Hacer una “remake” en cine no es novedad, se practica desde siempre y es más bien un artilugio comercial generalmente exitoso. Hay logros para los cuales se hace difícil distinguir el original de la copia. Pero… ¿cuál sería el valor de volver a filmar una película ya filmada, de una versión adaptada de un clásico teatral de –nada menos- que de la obra más famosa del mismísimo Shakespeare? Tal vez sea la punta de una polémica riquísima, tan cara como la nueva filmación misma.
¿Qué qué me pareció la nueva versión? Un muy buen producto, hecho por un muy buen director de una película que ya había visto. Nada demasiado nuevo, salvo cierta meticulosidad histórica de la que carecía la versión original. Y a favor del film de Wise era que por entonces con mis 18 años todo me conmovía, asombraba o emocionaba. A lo mejor que lo rehiciera Spielberg logra que a los chicos de ahora les llegue en algo parecido a como me llegaba a mí por entonces. Pero me pregunto si a esos mismos chicos les podría llegar a conmover un supuesto drama de un contexto de difícil comprensión hoy.
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