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Críticas 531
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
7
3 de enero de 2019
45 de 55 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tal vez Robert Redford haya finalizado su carrera como actor efectuando la película más autobiográfica de su carrera.

Aunque sea simbólicamente.

Hechos:

Robert Redford es, en The old man and the gun, Forrest Tucker, un ladrón de bancos que casi llega a los ochenta años (aunque en la película digan setenta y cuatro. Todos sabemos tu edad, Robert). Es decir, Robert roba. Y engaña, oculta, esconde, hasta se disfraza. ¿Acaso no es lo que ha venido el bueno de Redford, no sólo aquí, sino desde sus inicios: actuar, ser otra persona, disfrazarse de mil y un personajes variopintos pero rubios? Visto desde otro prisma: ¿acaso el bueno y el guapo de Robert (nunca fue malo, ni asaltando bancos, y que se muera el feo) no nos ha conquistado, robado y usurpado corazones en cada plano de sus historias (Robert no protagonizaba películas, protagonizaba historias)? Que diga si no Sissy Spacek, su última víctima. O, mira, Meryl.

Autobiográfica ya no simbólicamente: si Robert roba, pues ahí están El golpe, Sneakers, Un diamante al rojo vivo (si se me permite la licencia y no miro a nadie, El candidato), ¿Una proposiciòn indecente?. Y también huye, hacia adelante y de las prisiones, porque el hobby de Forrest después del robo es volver a robar tras fugarse de las cárceles. Aquí ya la película, de la cual evidentemente es el productor, entra en un guiño-coña-bucle absoluto: Brubaker, La jauría humana, La última fortaleza, Spy Game, El valle del fugitivo, Sundance Kid… ¡Corre, Forrest, corre!

Y Robert además sabe dibujar caballos. Sonríe con sorna y/o educadamente, aunque no susurre.

Ah, pero ahí estriba la diferencia. Al contrario de cómo robaba y huía en todas aquellas películas de antaño, hogaño The old man Smiles. A quien roba a un ladrón le entra la sonrisa en la boca. Y si encima es tu última interpretación, pues ya suena a sonrisa-suspiro.

Quizá por eso sea todo la gran coña, la gran película aglutinadora.

(Paréntesis número 1: ¿Soy el único (y si es así ya lo digo: soy el único) que piensa que el papel que hace Casey Affleck fue subastado también para Mark Ruffalo? ¿Alguien dice me too?).

(Paréntesis número 2: dos peros cinematográficos: el final quizá se alargue y que no salga más Sissy Spacek).

Acaso pues sea tu edad de lo único de lo que podamos estar seguros, pero en definitiva… ¿nos han estado engañando o no todo este tiempo y nos has estado contando, Robert, una sarta de pamplinas tipo "si hago películas para financiar Sundance"? Robert, queremos la verdad. Porque para rematarlo, lo que cuentan en la película es una historia real.

Habla ahora o sonríe para siempre. A mí al menos cuando entras en el último banco la sonrisa me la dibujas.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Además, ¿nos vas a hacer creer, después de Las aventuras de Jeremiah Johnson, Sundance Kid, El valle del fugitivo, El jinete eléctrico, El hombre que susurraba a los caballos… que es la primera vez que montas un caballo en tu vida? ¿Que ya vas a trabajar más como actor? Eso dijo también otro, el Clint. Que no cuela, Robert, que no.
9 de octubre de 2006
39 de 43 usuarios han encontrado esta crítica útil
El cine de la primera época de Allen es un cine en construcción, un cine que alterna momentos brillantes y otros no tan aclamados. Digamos que la ventaja de esos primeros años “Allen” radica precisamente en el lado menos cerebral de su cine. No han llegado todavía sus grandes películas y Allen escarba con experimentos un tanto deslabazados, que por momentos unas veces consiguen sus propósitos y otras se quedan en simples esbozos. Bananas encaja perfectamente dentro de esta descripción.

Tras realizar Toma el dinero y corre, Allen se lanza en pos de una historia a camino entre el absurdo y el exotismo con una película no enteramente ubicada en su Nueva York. Aquí Allen toca la política, en concreto el régimen de repúblicas efectivamente “bananeras”. Y lo hace bajo ese prisma de lo grotesco, pero con una carga de crítica subyacente hacia la situación en que se encontraban una buena parte de países latinoamericanos en aquel momento (la acción en la película transcurre en un país imaginario llamado San Marcos).

Bananas está llena de destellos, pueden percibirse ya diálogos vertiginosos de ésos que rayan en lo absurdo, así como gags visuales de un Allen nostálgico con el cine mudo. Es la segunda cinta plenamente Allen (interpretación, guión y dirección) pero todavía no todo lo redonda de lo que llegará a ser su cine con el tiempo.
31 de octubre de 2024
49 de 66 usuarios han encontrado esta crítica útil
Que sí, que no, así caiga un chaparrón, Clint Eastwood todavía no da por finalizada la partida. Porque pareciera que llevara tiempo realizando la que siempre puede ser su última película. Y todo por razones varias e incluso obvias. Y en el caso de la que de momento cierra su filmografía como director pareciera que se ha presentado de sopetón, que ni mucho ruido ni nuez alguna, que aquí está mi último vástago que todavía tengo cuerda.

Y claro, tú vas a ver (agradable sensación) una de Clint Eastwood, otra de Clint Eastwood. Ojo, del Clint Eastwood di-rec-tor. A la altura de una de tal o cual protagonista (pero qué digo, si ya no se dice eso). Y te fías, yo me fío, nosotros nos fiamos y mañana navidad.

El espectador que en 2024 se presta a ver una película dirigida por Eastwood se coloca en sus puestos como los actores en sus marcas. Jugamos con ventaja. Sabes qué plano va a suceder al anterior. Te sabes hasta el final. El señor Eastwood no te marea, no te boicotea, es más honesto que un político al admitir las tropelías de su pasado. Le votarías. A Eastwood. De hecho ya lo hicieron. Hace ya un siglo. Y de integridad moral precisamente habla la película.

Sin querer destripar, aunque el propio Eastwood se encarga de destripar y mostrar con mano maestra los posibles misterios de este thriller judicial al principio de la trama, el rollo de la honestidad, del deber ético, que debería (ay, a veces el uso del condicional) ser inherente a cada persona, se pasea desde ese momento en cada plano de la historia, y, sin querer desentrañar, permite al espectador saber lo que sólo el protagonista sabe y ser así un poco como Dios o jugar a serlo. O a ser Hitchcock cuando ocultaba información al personaje principal, aunque aquí suceda a la inversa.

Clint Eastwood estrena Jurado número 2. Con unas cuantas primaveras. Deshoja margaritas sin necesidad de hacer cuentas. Y con ventaja: es el primero que conoce que la factura de sus historias sigue siendo impecablemente Eastwood. Impecablemente Eastwood. Alguna vez ya hablamos de esa especie de subgénero titulado “la última película del postrer Clint Eastwood”: hacerte como por encargo películas que aún se pueden ver y poder verte de esta manera películas dirigidas por 94 años.

Luego si eso, hablamos de lo obvio y de los 12 hombres sin piedad. Que sí, que no, pero tampoco es que haga falta.
9 de octubre de 2006
38 de 45 usuarios han encontrado esta crítica útil
Con Otra mujer Allen vuelve a ponerse introspectivo. Como apuntan algunos, más ”Bergman” que nunca. Allen adopta aquí ese tono “a la europea” de que se impregnan la mayoría de sus dramas. Allen mira, disecciona, y nunca mejor dicho con esta película, en el alma de sus personajes. Parte de un magnífico reparto en el que sobresale el nombre de la espléndida Gena Rowlands, con unos estupendos también Ian Holm, Gene Hackman o Mia Farrow.

Durante la confección del guión de la historia, Allen estuvo tentado en realizar una comedia al pensar en las posibilidades que ofrecía la trama: una mujer que conoce a otra mientras la primera escucha de forma clandestina las visitas que la segunda rinde en la consulta de un psiquiatra. Pero Allen se encontraba en un momento en el que algo le pedía otro registro. Y así fue cómo salió a la luz un drama extraordinario, de los pies... a la cabeza.

Para ello Allen sigue sin aparecer por la pantalla, en una época en la que parece mostrar cierta animadversión a colocarse delante de la cámara, concentrándose en la dirección de actores. Lo que surge de todo ello es un drama hermosísimo y descarnado. La edad de los protagonistas es en esta ocasión pasa esta vez del “september”. No hay razón por la cual en la madurez el amor no tienda a cometer delitos, parece decirnos Allen.

Éste se ha considerado siempre como un director poco o nada dotado para el drama. No será nuestra intención el contrariar ni contradecirle en absoluto, pero tampoco lo será, a la deliciosa vista de Otra mujer, de desdeñar ni un solo segundo de la película, desde que ésta da comienzo hasta que acaba el último y maravilloso plano de la misma. Otro dato nada desdeñable: encargado de la fotografía de Otra mujer, Sven Nykvis, operador tantos años de Ingmar Bergman.
9 de octubre de 2006
33 de 36 usuarios han encontrado esta crítica útil
A detectives. Eso es a lo que se propone y nos propone jugar Allen para descifrar un Misterioso asesinato en Manhattan, comedia que supuso la momentánea rentré de Diane Keaton en el cine alleniano, en el momento justo del “escándalo Mia Farrow”. Tal vez por ello Allen se rodee de un viejo elenco de amigos y compinches, como Diane, Alan Alda, Angelica Huston y Jerry Adler, en esta inquietante historia de crímenes y sospechas en Manhattan.

Ya desde los primeros planos de la película se confirma que entre Diane Keaton y Woody Allen existe la química necesaria para que dos personas se entiendan. Los años han pasado y dos amigos han vuelto a encontrarse. El mismo amor, la misma lluvia: y siguen formando esa pareja perfecta que el constante enfrentamiento conyugal ayuda a fortalecer. Ambos se necesitan con la misma fuerza con que dirimen sus frecuentes roces. Diane es para Allen lo que Allen es para Diane.

Y, como consecuencia, la vis cómica del Woody Allen director da señales de rejuvenecimiento con la presencia de su querida Diane. Allen dirige una muy divertida comedia con tintes de aquellas películas interpretadas en los 40 por Mirna Loy y William Powell: es la mujer quien toma las riendas ante la actitud un tanto pusilánime del hombre de la casa.

Allen prosigue en su habitual juego de homenajes cada vez que se presenta la
ocasión. Aquí rinde pleitesía a Welles y su Dama de Shanghai, a Hitchcock y su Ventana indiscreta. Parece que fue mucho antes en el tiempo, pero es en esta película cuando Woody dice su ya clásica frase “Cada vez que oigo a Wagner, me entran ganas de invadir Polonia”.
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