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Críticas 21
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
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31 de julio de 2014
3 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
En el plano formal, Mamá se mueve entre lo correcto y lo notable. Adecuada me parece una fotografía de tonos pálidos y colores apagados (cuya principal víctima ha sido la preciosa melena cobriza de la actriz protagonista), en perfecta consonancia con la compasión a que pretendidamente nos moverá el traumático pasado del fantasma y muy acorde, también, con esa atmósfera de terror psicológico creada de manera bastante eficaz…si bien el uso de la habitual iluminación tenebrosa se percibe como efectista en no pocas ocasiones. Por otro lado, la labor tras las cámaras de Muschietti sólo puede calificarse con justicia de admirable. Nos encontramos ante un director meticuloso en la planificación de secuencias y hábil en la composición de escenas. Así, las imágenes más memorables del filme serán aquellas postales de gozosa armonía familiar transformadas en estampas desasosegantes con recursos tan austeros como un simple zoom o la entrada en escena de algún personaje. Conviene seguir de cerca los futuros proyectos de este realizador.

Sin embargo, estos aciertos técnicos quedan en buena parte anulados por un guión que pierde pulso una vez superada la media hora de metraje. Durante el segundo acto, la película desdeña profundizar en sus esquemáticos personajes, exponer de manera clara el trauma personal del fantasma e, incluso, cimentar el significado de ciertos elementos visuales que aparecen de manera recurrente en el filme (polillas negras, cerezas…) para centrarse en la acción. Entendiéndose por acción una retahíla de sobresaltos basados en golpes súbitos de sonido que además de resultar un recurso detestable, aburren de tan reiterados. Ni siquiera se nos brinda la posibilidad de especular acerca de la existencia real e inequívoca del fantasma como medio para mantener los ojos abiertos en esta parte insufrible media, puesto que tal duda se despeja con contundencia en el prólogo de la cinta.

Cierto que al inicio del último acto la historia vuelve a conquistar nuestro interés, pero lo hace a costa de tamañas incongruencias en la conducta del fantasma que cuando el dilatado desenlace trata de estimular nuestra ternura, a la manera de El Orfanato (J. A. Bayona, 2007) o El Laberinto del Fauno (Guillermo del Toro, 2006), lo único que deseamos es que la película termine de una santa vez, permitiéndonos consagrar nuestro tiempo a asuntos más interesantes. Y cuando un relato de 95 minutos de duración parece que tiene muchísimos más, es que algo no ha ido ni medio bien.

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24 de noviembre de 2014 2 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Más que una mera cinta de culto, Phantasma supone un ejemplo paradigmático de lo que debe ser una película exploit serie B de culto, pues contiene todo lo positivo y negativo de esta complicada etiqueta.
Entre lo malo destaca, por encima de todo, su montaje demencial. Si decidís ver este título, conviene que os preparéis para pasar por alto detallitos tan nimios como debilidades manifiestas del villano posteriormente olvidadas, personajes surgidos en la trama de buenas a primeras, otros que desaparecen del mismo modo o chorros de sangre salpicando con alegría sin dejar ninguna mancha. Cosas de la particular producción y edición del filme.

El ritmo de la obra es otro de sus defectos, pues resulta uniforme y excesivamente pausado. Esto provoca que Phantasma se haga bastante aburrida. Claro que ni el fracaso de Coscarelli a la hora de construir momentos de genuina tensión, ni lo reiterativo de la película en cuanto a comportamiento de personajes y construcción de escenas, ayuda lo más mínimo.
Para colmo, algunos elementos de la cinta han envejecido miserablemente. Como esa estrambótica moda de los últimos setenta repleta de pantalones campana ajustados, peinados disco y camisas funky. O, lo que es más importante, los efectos especiales. A Coscarelli no le dolieron prendas en utilizar cosas que ahora se perciben como juguetes esféricos de todo a cien, marionetas insectiles rudimentarias, brazos infernales propios de curritos trabajando en una casa del terror y trucos de cámara sobradamente superados.

Algo envejecida suena también la banda sonora, compuesta por densas texturas de sintetizador y una melodía central deudora sólo en espíritu de Halloween (John Carpenter, 1978). Sin embargo, la partitura se convierte en una de las grandes bazas de Phantasma, pues en muchas ocasiones se impone a las imágenes, insuflando al filme un tono surrealista tomado directamente del giallo italiano. Este aire onírico, pesadillesco, aparece reforzado por un inacabable desfile de extravagancias: enanos encapuchados, litros de sangre gualda, una esfera metálica asesina, una mansión desapareciendo entre pulsos psicodélicos y un monstruito bullicioso, entre otras rarezas. Ambientación estrafalaria que, desde luego, no parece de este mundo. Un clima inquietante, aunque desgraciadamente nada terrorífico, bien contrapunteado por un humor que se mueve entre lo naïf y lo muy negro.

Pero, sin duda, el núcleo central del culto hacia esta obra deriva de la atávica fortaleza de los temas que trata. Si bien toca tangencialmente la cuestión del sexo, una de las grandes preocupaciones (e intereses) de la adolescencia, Phantasma se centra en el secreto de la tanatopraxia y el misterio de la muerte. La otra gran cuestión que una psique en desarrollo debe afrontar y resolver. Un tabú de primer orden dentro de una cultura que presume de carecer ya de ellos. Un asunto, original en su tratamiento, encarnado por un actor, el icónico Angus Scrimm, que al igual que el resto del reparto realiza un trabajo bastante decente…aunque no tan arrollador como sería deseable.

Esta apreciable carga temática queda expandida hacia el proceso de duelo, el dolor inconsolable que conlleva una pérdida y el torturado mundo interior de los niños por medio del sorprendente desenlace de la cinta. Un remate que, además, sirve para justificar hasta cierto punto las múltiples incoherencias de guión, lo flojo de los diálogos y el resto de carencias ya mencionadas. Muy conveniente, ¿verdad? Y también muy sospechoso. Porque cuando uno posee suficiente desparpajo para lanzarse a rodar un filme de género sin medios ni un guión cerrado, asegurar que esa vuelta de tuerca es lo único que se pretendía hacer desde un principio, debe de ser pan comido. Aunque una actitud así merece, desde luego, algo de culto.

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31 de agosto de 2014 2 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
En lugar de la mortadela de ficción con aceitunas metafictias que ofrecía Scream (1996), de Wes Craven, La Cabaña en el Bosque, con guión co-firmado por el director, Drew Goddard (Monstruoso, 2008), y el celebérrimo Joss Whedon (Buffy Cazavampiros, 1997-2003; Los Vengadores, 2012), pone ante nuestros ojos dos rebanadas ficticias con pretensiones terroríficas, acompañadas de un entrepan de metaficción supuestamente hilarante. Un sándwich con sabor a comedia de horror cuyo libreto se convierte en su máxima virtud.

Desde el punto de vista intelectual, es una gozada ver cómo la trama va progresando a golpe de deus ex machina bien insertado. Y también lo es comprobar cómo la película nos restriega por la cara numerosos tópicos del slasher invitándonos a reflexionar, una vez más, sobre lo ineficaces, incongruentes y, por tanto, estúpidos que parecen a la hora de hacer frente con garantías al engendro asesino de turno.
Además, el desenlace del filme establece un mensaje sencillo, de ideología abiertamente liberal, acerca de lo conveniente que sería perder el miedo a los cambios, aun cuando éstos amenacen con destruir nuestro rancio status quo. Un interesante poso temático aplicado en este caso a las convenciones del cine de adolescentes masacrados, aunque perfectamente extrapolable a multitud de ámbitos sociopolíticos. ¡Delicioso!

Sin embargo, La Cabaña en el Bosque falla en cuanto a conectar con el público a nivel emotivo. El humor se antoja falto de ingenio, fuera de esa descacharrante referencia a los monstruos del j-horror, esa ronda de apuestas ante una pizarra surrealista y algún instante más, tan afortunado como excepcional; mientras que el componente terrorífico será incapaz de arrancarnos siquiera un ligero sobresalto, pues en todo momento se percibe frío, domesticado, como construido con el piloto automático.
En tal estado de cosas, habrá que esperar a los últimos 20 minutos para disfrutar como enanos, aunque sea gracias a unas espectaculares escenas de tiroteos más propias del cine de acción que del terror en imágenes.

Esta falta de enganche emocional parece motivo suficiente para que moderéis vuestras expectativas, si es que aún no habéis visto la película. La Cabaña en el Bosque puede ser tan maravillosa y espectacular como proclaman vuestros emocionados amigos, pero, recordadlo, solamente en su vertiente propositiva, cerebral.

No obstante, las parodias inteligentes nunca están de más. Especialmente en un campo tan formulaico como el cine de terror. Reírse con ánimo crítico de lo que nos gusta no es más que un modo indirecto de reírse de uno mismo. Y esto es, como tantas veces habréis oído ya, una excelente manera de mejorar.

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21 de octubre de 2014 1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Antes que incluyendo referencias directas a clásicos de culto o adoptando un estilo narrativo decididamente retro, Nadie Vive evoca nostalgia recreando parte de eso que se conoce como espíritu fílmico ochentero. Así, el protagonista, pese a su psicopatía, intenta parecerse a los antihéroes socarrones de nuestra infancia. El grupo de delincuentes locales desprende un risible halo de torpeza. El gore ha sido creado con efectos especiales tradicionales. Y la espectacular America Olivo aporta la imprescindible ración de tetas.
Si a esto sumamos la vibrante energía que transmite esa eficaz dirección de Kitamura (cuya única pega consiste en haber rodado las escenas de acción con planos demasiado breves como para distinguir con claridad lo que sucede), nos parecerá estar viajando hacia el pasado.

Aunque no sólo de nostalgia vive este título. El giro al final del primer acto resulta tan sorprendente que nos llevará en volandas hasta bien avanzado el metraje y contribuirá a que la película comience a ganarse nuestro corazoncito. La fotografía, con su predominio de tonos amarillo-anaranjados, verdosos y marrones, complementa muy bien la siempre inquietante estampa de los neblinosos humedales de Louisiana. Mientras que las suaves texturas ambient, en ocasiones matizadas por delicadas melodías de piano, que integran la banda sonora realzan con sutil elegancia las emociones reproducidas en pantalla.
Pero lo mejor de Nadie Vive son sus ganas de tomarse casi siempre a cachondeo. Los diálogos, amén de intentar ser ingeniosos, rezuman un tufillo calculadamente hortera. Esos breves atisbos temáticos acerca de la inexplicable atracción que poseen entre el público cierto tipo de psicópatas, redondean el aire kitsch de la obra. Y la extrema exageración con que se trata la violencia termina de convertir el filme en una experiencia divertidísima, siempre y cuando seáis amantes del humor negro. De hecho, la escena más memorable, aquella en que el protagonista emerge de cierto escondrijo, resume muy bien el tono de la obra: en sus mejores momentos, Nadie Vive impresiona, repugna y da ganas de reír a carcajadas.

Desgraciadamente, Kitamura falla en cuanto a mantener este tono durante los escasos 80 minutos que dura el filme, por lo que éste va desinflándose según avanza. Así, uno llega a la última media hora cansado de tanta frase recargada y tanto chiste fácil, pues los diálogos carecen del ingenio suficiente como para mantener nuestra indulgencia. Al mismo tiempo, la película se pierde entre tanto giro argumental. Con cada cambio de papeles entre víctima y verdugo, el producto se debilita más y más. Y ni siquiera los elementos gore ofrecen una vía de disfrute alternativa, ya que no resultan en absoluto innovadores, ni su calidad es demasiado elevada.
Aún así, el mayor problema de Nadie Vive reside en sus dos personajes centrales y también en los actores que los interpretan. El conductor anónimo habla demasiado, y revela sus recovecos mentales con demasiada franqueza, como para coger con garantías el manto del típico psicópata ochentero. Además, a Luke Evans le faltan toneladas de carisma para acercarse siquiera a John Ryder, así que remitirlo a Hannibal Lecter o a Keyser Söze, como pretende hacer el fallido desenlace de la cinta, constituye un sacrilegio imperdonable.
Mientras que Flynn, el individuo supuestamente más inestable y peligroso de su banda, está construido con demasiada precipitación como para profesarle la menor sombra de miedo. Derek Magyar, por su parte, es incapaz de insuflar a su trabajo la intensidad necesaria para hacer del personaje un villano sólido. Y sin un antagonista a la altura, es imposible crear suspense o tensión.

Claro que, pensándolo bien, tal vez no se trate de carisma, ni de intensidad. Tal vez lo que nos falte para mitificar este título sea el cerebro, justo detrás de los ojos, del jovencito que fuimos hace tres o cuatro lustros.

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23 de octubre de 2015 Sé el primero en valorar esta crítica
La Cumbre Escarlata (2015) supone el regreso del mexicano Guillermo del Toro a las historias intimistas de fantasmas, género que ya tocara en El Espinazo del Diablo (2001). Esta vez la intención era homenajear tanto el goticismo literario, como el cinematográfico. Una corriente cuyo último coletazo serio corrió a cargo de la británica Hammer Film Productions.

Sin embargo, este homenaje se hunde en el abismo existente entre recrear una guardarropía de época y narrar un relato que trasmita siquiera algo de emoción. El libreto superficial de una cinta que convierte los fantasmas en algo innecesario y la escasísima profundidad de todos los personajes afean el esfuerzo invertido en diseño de producción, fotografía o banda sonora.

Solamente la peluquería, el maquillaje, el vestuario y la enorme energía que Jessica Chastain imprime a su labor quedan fuera de toda duda. Dicha actuación, así como los potentes detalles gore repartidos por el metraje, conforman el débil vínculo emocional que consigue tender La Cumbre Escarlata. Una obra insuficiente cuya voluntad por transgredir el gótico se reduce a esa inversión de los roles tradicionales masculino y femenino que ya nadie podría poner en duda sin quedar como un idiota.

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