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Críticas 18
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
18 de noviembre de 2012 1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Del genio creador de “2001: Una Odisea del espacio” o “La naranja mecánica”, Stanley Kubrick, aterriza en nuestras mentes con una sátira bélica sobre uno de los temas de mayor importancia histórica: La guerra fría.
Kubrick decide embarcarse en una proeza casi suicida: elige tratar con humor negro un tema en boga por los años en que fue estrenado el film, 1964. La guerra fría, comenzó al final de la segunda guerra mundial en 1945, y finalizó en 1999 con la disolución de la Unión Soviética. Por ello el argumento seguía causando paranoia en la sociedad y sentimientos encontrados frente a la gran amenaza de bomba que existía por aquella época entre el bloque capitalista y el comunista.
Sin embargo Kubrick va más allá de la historia, y decide cambiarla (idea que luego homenajeará Tarantino en su película “Bastardos sin Gloria”, 2009). “El director durante varios años se documentó a fondo sobre la estrategia nuclear y concluyó que nadie tenía idea de nada y que la situación era bastante absurda” explica Paul Ducan en su libro dedicado a Kubrick, por lo que el director llegó a la conclusión de que el tema estaba más cerca de la comedia que del drama.
La cinta está basada en el libro “Alerta roja” de Peter George, pero sólo en las premisas, ya que Kubrick lo desvirtúa a una tragicomedia.
La historia comienza con un desequilibrado general norteamericano que, sin consultar a sus superiores, decide dar la orden de lanzar misiles de guerra a las aeronaves B-52 que sobrevolaban la ex Unión Soviética. Esto desencadena una posible guerra atómica, ya que el país comunista tenía escondida una bomba nuclear que se activaba automáticamente con la ofensiva enemiga. De esta forma la bomba hace que el presidente de los EEUU y el resto de los principales jefes militares, busquen la forma de preservar la nación de la represalia soviética. Un ex nazi, el Doctor Strangelove, propone una idea que nos dejará sin aliento a la mitad del film: la población deberá esconderse durante 100 años en minas subterráneas, para garantizar su futura reproducción biológica. Así, el científico sugiere una proporción de 10 mujeres para cada hombre. Y es aquí donde la película toma un giro perversamente sorpresivo, ya que el director comienza a presentar alusiones sexuales y exhibir sutilmente símbolos fálicos.
Esta relación sexo-guerra, es explorada minuciosamente y termina, con el alcance del clímax y unas secuencias únicas al compás de la alegre “We´ll meet again”, canción que se hizo famosa durante la segunda guerra mundial.
De esta forma se entiende mejor el título original “Dr Strangelove or: How I learned to stop Worryng and love the bomb”, que a América Latina llegó no tan tergiversada como “Doctor Insólito o: Cómo aprendí a dejar de preocuparme y amar la bomba”, haciendo referencia a toda la carga sexual del film y a al personaje que lo propone. Pero en España, como ya ha pasado otras veces, se tradujo inadecuadamente a “¿Teléfono Rojo? Volamos a Moscú”, sin dejar lugar al juego de palabras y lo desfachatado del título original.
Con la brillante actuación de Peter Sellers ya conocido por películas cómicas como: “La fiesta inolvidable” (1968), varias pelis de la saga “La pantera rosa”, “Murder by death” (1975), “El quinteto de la muerte” (1955); y otra que despierta más la pulsión imaginativa que la risa: “Lolita” (del mismo Stanley). Sellers se desenvuelve en tres papeles distintos: el nervioso Capitán Lionel Mandrake, el rígido presidente Merkin Muffley, y el extravagante Dr. Insolíto (o Strangelove en su versión original y más coherente).
Otros actores que resaltan son Sterling Hayden (el desquiciado, obsesivo, general anticomunista Jack Ripper) y George Scott (otro general que con su rostro aporta su toque de insinuación y gracia).
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Todos ellos y Kubrick hacen de este film un banquete a la vista por la excelentes tomas acromáticas, y el uso preciso de las luces en cada fotograma, las cuales el director exigió que sean de fuente natural en la mayoría de los escenarios, incluso en la sala de guerra. Y también nos ofrece un estallido de humor negro y erótico, que nos dejará analizando perturbadamente el fraccionamiento en la historia de la humanidad, y como el mismo hombre siempre quiso aniquilarlo, consiguiendo terminar inclusive con su propia existencia.

Nadya Palacios
27 de mayo de 2014 2 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Conocido como el “enfant terrible” del cine, Xavier Dolan refresca las salas con su mirada moderna y desfachatada. Es que al igual que el poeta francés Arthur Rimbaud, Dolan (de Montreal, Canadá) logra retratar a temprana edad el infierno y tormento propio, con matices vanguardistas. Sin embargo lejos está de la espiritualidad, pero sí próximo a la batalla interna del hombre: la angustia existencial consecuencia de la disputa entre el ser y el querer ser.
En su debut “I killed my mother” (2009) Xavier retrata los exorcismos personales de un adolescente incomprendido por su madre y desestimado por su padre. Encontrando así, el protagonista, asilo en el arte y en su propia revolución sexual.
Es con 19 años que escribe, dirige y actúa este film autobiográfico ovacionado por los críticos y premiado por Cannes. De esta manera Dolan arremete contra todo rigor hollywoodense establecido, y demuestra que pese a su inexperiencia puede regalarnos los más exquisitos relatos. Y es justamente esa mirada inocente, novata, un tanto naif; la que le concede originalidad a su obra.
Su segunda película “Heartbeats” (2010) es sólo la transición necesaria a lo que viene. Una “ménage à trois” godardiana, decorada con un estilo kitsch vintage. El film posee un sentido narrativo audaz el cual es interrumpido con cómicas escenas de jóvenes que cuentan su experiencia amorosa cotidiana. Mientras nos vemos envueltos en tomas secuencias con colores saturados, acompañadas de canciones románticas francesas.
Pero es en su último film “Laurence Anyways” (2013) donde se comienza a presentar moderadamente la madurez añorada.
Ambientada en los 80, un profesor de literatura con una crisis existencial, resuelve que no nació para ser un hombre, sino mujer. Gran giño a la película actualmente de culto “Glen o Glenda” (1953) de Ed Wood. El Glen moderno, Laurence, se siente encarcelado en un cuerpo que no es el que lo identifica. Esta perdidamente enamorado de su novia Fred, y desea quererla con total plenitud y honestidad: “Te amo tanto que tengo que amarte tal y como soy”. (Sic). Las actuaciones de Melvil Poupaud como Laurence y Suzanne Clément (con quien Dolan ya trabajó en “I killed my mother”) como Fred se destacan con genialidad, otorgando el dramatismo necesario para digerir una historia sustentable.
Excelente reflejo del cambio de sexualidad, ambientada justamente en los 80 cuando la discriminación social era aún mayor.
¿Niño o adulto?, ¿hombre o mujer?, ¿innovador o vintage?, ¿profundo o superficial? Dolan no se define. En lo que sí acierta de manera brillante es en el placer audiovisual que ofrece.
Cada fotograma es una pintura, con composiciones que evidencian que nada esta dejado al azar. Cada objeto y su posición en la escena esta pensado en función de totalidad.
Hay varios homenajes a directores como Gus Van Sant, Won Kar Wait, Pedro Almodóvar, entre otros. Sin embargo Xavier supo encontrar su propio sello estilístico: elegante y delicado.
Igual queda tela por cortar en cuanto a la profundidad de sus historias, las cuales parecen ser conceptualmente nihilistas, pero sin definirse del todo.
Ciertamente confío en que a diferencia de Rimbaud, quien de joven termino con su etapa creativa, Dolan seguirá haciendo películas que seduzcan nuestros sentidos por algunos años más.

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Nadya Palacios
27 de mayo de 2014 1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tom Kalin es un director sueco reconocido y galardonado en los más afamados festivales de cine independiente.
En “Swoon”, Kalin nos revela una perspectiva interesante de la adaptación de la obra. Con toques más surrealistas y sutiles el director nos adentra en la mente de los jóvenes asesinos. Sin utilizar los nombres ficticios que eligió Levin, prefirió mantener los originales: Nathan y Richard.
Las actuaciones son mas objetivas y naturales, la relación entre ellos se observa fluida y no como en la de Fleischer que peca de sobre dramatismo.
La música es magnífica, sutil y elegante; en contraposición la clásica banda sonora de misterio que posee la otra.
Los planos secuencias son protagonistas en la disposición estética. Un claro aunque disimulado homenaje a “La soga” (1948) del genio Alfred Hitchcock, la cual esta realizada en un sola toma secuencia. Hitchcock fue el pionero en este estilo, que luego seguirían directores como Andy Warhol, Alexander Sokurov, Gaspar Noé, Gus Van Sant, entre otros.
Desde que inicia se observa una escena dentro de otra, ya que los jóvenes están practicando un guion, gran giño del director, que a su vez nos muestra la cotidianidad de los adolescentes. De esta manera se conciben las personalidades de forma homogénea y coherente. Uno comprende que estaban realmente interesados en el arte, la filosofía, y la literatura.
Posee un estilo discursivo rápido e inteligente, que alterna con pequeños sintagmas de imágenes tanto subjetivas, como algunas reales (tomas sacadas de videos de la época)
Muestra rodajes caseros de los años 20, que se acomodan a la imaginación aventurera de Artie.
Las pericias psicológicas son tomadas en cuenta durante el filme. Expone a los analistas hablando científicamente de los trastornos disociativos y las ambigüedades sexuales.
La película no termina con la sentencia, continúa mostrando la vida de los presidiarios, algo sumamente inteligente, ya que ni el mismo Meyer Levin dicta mucho de que fue de ellos.
Artie es asesinado, pero Judd correrá mejor suerte, ya que se convierte en enfermero de los presos y al cabo de cuarenta y cinco años después es liberado bajo fianza y obligado al trabajo comunitario de por vida. Así Judd sufre una suerte de redención que hace que toda la obra de Levin adquiera un extraordinario sentido.

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Nadya Palacios
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