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Críticas 43
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
7 de septiembre de 2009
6 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
He aquí una película que ha dejado huella indeleble en el recuerdo de los que la vimos siendo adolescentes. ¡Cuánto aprendimos con el profesor John Keating! A amar la poesía, a rebelarnos cuando nuestros valores y sentimientos así lo indicaban, a conocer el riesgo de tomar decisiones por uno mismo... a luchar por lo que uno cree. Acaso no sea la mejor película de la historia del cine (que no lo es), pero tiene el honor de ser una de las que han provocado en los corazones jóvenes mayores emociones y alegría.
Dirigida por el australiano Peter Weir, autor de unas cuantas obras maestras como "La última ola" y "picnic en Hanging Rock" y de otras que casi lo son, "El año que vivimos peligrosamente" y "Master & Commander", "El club de los poeta s muertos" es, sin duda, su película más aclamada por el público. La historia cuenta el giro que da la vida de un grupo de estudiantes al conocer al profesor de literatura John Keating, de cómo les enseña qué es la vida y en qué consiste. Cómo, a partir de la poesía, comprender que el destino de cada uno de ellos estará marcado por su voluntad de enfrentarse honestamente a su destino a pesar de los inconvenientes. Al grito de ¡Carpe Diem! (Aprovecha el momento, en latín), los chicos abrirán los ojos a la realidad que los envuelve y a ser conscientes de que hay que luchar contra las imposiciones de una sociedad en general y un entorno familiar en particular que decide por ellos. El desenlace, hermoso y trágico, doloroso hasta verter lágrimas, da una última lección magistral. De la oportunidad, del instante adecuado, de la capacidad que uno tenga para plantearse qué, cómo y cuándo ha de llevar a cabo el esfuerzo de intentar ser uno mismo dependerá el éxito y el fracaso del intento. "El sueño de una noche de verano" es invocado para apuntalar la ambivalencia entre los sueños (y el arte) y la realidad, la delgada línea que separa el dolor de la hermosura, la belleza y la muerte. Interpretada por un muy contenido Robin Williams, que, así y todo, no prescinde de algunos tics marca de la casa, y por un elenco de actores jóvenes magnífico, del que cabe destacar Robert Sean Leonard (su carrera no se afianzó, aunque logró algunos éxitos con "Esperando a Mr. Bridge" y "Rebeldes del swing". En la actualidad podemos verlo en la aclamada série "House" que emite el canal 4 ) y Ethan Hawke (el actor- escritor , intérprete de "Reality bites" y de "Trainning day").
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La dirección es magistral. Peter Weir dota de una mágica sensualidad tanto el entorno universitario como la naturaleza que le rodea. Apoyada en una fotografía maravillosa, llena de luz, y de una banda sonora intensa y emotiva de Maurice Jarre, "El club de los poetas muertos" alcanza momentos gloriosos (el final, cuando los chicos se levantan, como nuevos Espartacos, sobre sus mesas, enfréntandose al director a la voz de "¡Oh Capitán mi capitán!" quedará para los anales del cine).
El único inconveniente que puede imputársele a esta película memorable es un guión que peca de cierta irregularidad. Me refiero, especialmente, a las escenas de la gruta donde se reúnen los chavales para dar rienda suelta a esa libertad que pugna por vencer sus temores. Es paradójico , porque Weir es un maestro en invocar de la naturaleza todo su espíritu feérico, amenazante y liberador.
Son estos momentos los más convencionales, y el director se muestra incapaz de aunar a los personajes y su entorno.
"El club de los poetas...", es, a pesar de todo, una de estas películas que aceleran el pulso y llenan el pecho de intensa emoción, una de las pocas obras que en el cine se han gozado que mejor han captado la rebeldía, la desazón, los sueños y la energía que prende en el corazón adolescente.
3 de septiembre de 2009
6 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
William Shakespeare, el más famoso bardo de la isleña Albión, ha sido un verdadero filón para el cine desde sus orígenes. Sus obras se han llevado a la gran pantalla, la mayoría de las veces adaptadas debido a su larga duración, por los más diversos creadores. Desde George
Cukor (y sus talluditos Romeo y Julieta) hasta el infame Buz Lurhman han entrado a saco tanto en sus obras cómicas como trágicas. El acercamiento a tal indiscutible tesoro literario suele ser variado. Unos, como el cuarteto Olivier-Welles-Zefirelli-Branagh, optan por el respeto casi idolátrico y no se atreven más que a innovar tímidamente en la forma y a derramar lágrimas de sangre cuando se ven obligados a sacrificar algún que otro verso. Otros, más irreverentes, se atreven a jugar con el cisne de Avon, con resultados variopintos. O la fastidian, descuartizando los versos del poerta excelso (y mira que es difícil eso), o fascinan por su inmensa creatividad. Es el caso de "Titus", película que ahora entro a valorar.

Dirigida por la británica Julie Taymor, adapta la primera tragedia de Shakespeare, "Titus Andrónicus", llena de sadismo y brutalidad. Al contrario que en "Julio César", "Coriolano" y "Antonio y Cleopatra", la fuente histórica no es Plutarco, sino un poeta de la época de Augusto, Ovidio, celebérrimo autor de las "Metamorfosis", concretamente el episodio de Filomela del Libro VI del citado poema. Pero en su versión, Shakespeare supera al original en barbarie y crueldad. La trama desarrolla la implacable venganza que la reina de los Godos, Tamora, lleva a cabo sobre el general Titus Andrónicus y su familia, para vengar la muerte de su marido (en batalla) y, sobre todo, la de su hijo mayor (a causa de un sangriento ritual familiar). Seduce con sus numerosos encantos al emperador Saturnino con el cual se casa para luego destruir la reputación de Tito y conseguir la condena a muerte de dos de sus hijos, provocando el suicidio de un tercero y la violación y posterior mutilación de su hija. Otro de sus vástagos sufre un injusto destierro que tendrá fatales consecuencias. Puede verse comi Shakespeare crea, a partir de un episodio histórico, una fábula violentísima donde todas las atrocidades tienen cabida.
Julie Taymor se muestra respetuosa con el texto original. Su mayor acierto, entonces, radica en la espectacular creatividad que transforma la Roma de los Césares es una ciudad atemporal, donde los anacronismos se entrelazan mágicamente hasta dotar a la textura de la película de una brillantez, rayana en la genialidad, pocas veces vista en pantalla grande. Las armaduras se codean con motos y coches, los símbolos fascistas con las banderas de los
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equipos de fútbol del Roma y el Lazio , la banda sonora, heterogénea, mezcla estilos diversos y la estética, derroche de colores y matices, recuerda el decadentismo del Visconti de "La caída de los dioses". Las interpretaciones brillan todas ellas a gran altura. Mención especial merece la Tamora sibilina y terrible a la que da vida Jessica Lange, el Chirón angelical, guapísimo y abominable de Jonathan Rhys Meyers y la vulnerable y hermosa Lavinia de Laura Fraser. Anthony Hopkins, en el papel protagonista está más que acertado, pero recuerda demasiado, sobre todo en el desenlace, a su célebre caníbal de "El silencio de los corderos". En cuanto a Harry Lennix , su Aarón es convincente, pero parece un remedo de otro gran villano shakesperiano, Yago.
Reseñar, por último, la que para mí es la mejor escena de "Titus". El hermano del protagonista, Marco, encuentra a Lavinia, mutilada tras sufrir una violación por parte de los hijos de Tamora. Éstos le han arrancado las manos y han atado en sus muñones un haz de sarmientos. Cuando Marco le pregunta, horrorizado, por los autores de esa bestialidad, un reguero de sangre cae de la boca de la chica. Entonces se da cuenta de que le han cortado la lengua. La directora es capaz de aúnar magistralmente horror y belleza gracias a su habilidad para entretejer referentes estéticos contrapuestos. A la crueldad se le da un trasfondo que remite a "El sueño de una noche de verano". Cine arriesgado para amantes del Arte.
6 de septiembre de 2009
8 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hablar de David Lean es hacerlo de un maestro con letras mayúsculas. Su carrera está repleta de obras, si no geniales sí interesantísimas. Sus inicios ya marcados por las adaptaciones de grandes clásicos de la literatura ( especialmente Dickens), revelaron a un consumado artesano de la imágen. Pero fue durante su madurez como director cuando realizó sus películas más famosas y logradas. Entre ellas y, según mi opinión, por encima de todas las restantes, este "Lawrence de Arabia".
Biopic arriesgado de un personaje histórico tan conocido como el de Lawrence, aventurero, escritor, complejo y acomplejado hasta el desequilibrio, la película empieza con el funeral del protagonista (las opiniones encontradas que despierta entre amigos y conocidos son todo un indicio de los diferentes prismas de su carácter) para luego mostrar ya a nuestro personaje atravesando el desierto con la misión de reunirse con el príncipe Feisal, interpretado por Alec Guinnes. A partir de aquí, la historia desarrolla a la par la ambición del díscolo aventurero, mal adaptado a la disciplina militar, por lograr la independencia del país árabe y los altibajos de su complejísima personalidad.
David Lean maneja esta superproducción con habilidad y mano maestra. Los grandes paisajes desérticos, bellamente fotografiados, se alternan con momentos más íntimos, donde la cámara se dedica a contemplar la psicología de Lawrence y a explicar (algo confusamente, todo hay que decirlo) la situación política del momento. El guión es magnífico. No se idealiza al personaje en cuestión, sino que se muestra su megalomanía, su masoquismo (la secuencia donde se quema la palma de la mano con la cerillas es un acertado preludio), su sexualidad reprimida (no hay historia de amor al uso, aunque la homosexualidad latente de Lawrence no aparece suficientemente en pantalla), su traumática experiencia en Akaba, donde es violado por un alto mando turco... Hay que hacer mención al papel del periodista (Arthur Kennedy) como hacedor de leyendas, un apunte original que complementa la experiencia real de Lawrence. Las interpretaciones rayan a gran altura, especialmente la de un por aquel entonces desconocido Peter O´Toole , en el papel protagonista, un ejemplo de cómo un actor puede abarcar toda una gama de matices complejos sin caer en el exceso. El resto del elenco, desde Omar Shariff hasta Jack Hawkins, demuestra su experiencia y se meten en la piel de sus respectivos papeles con sobrada solvencia. La música de Maurice Jarre, una partitura excepcional, completa una película, cumbre del séptimo arte.
27 de noviembre de 2011
6 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tras una primera etapa bajo la influencia del neorrealismo y de cierto costumbrismo provinciano con títulos como "El jeque blanco" (1951), "I Vitelloni" (1953), "La strada" (1954), "Almas sin conciencia" (1955) Y "las noches de Cabiria" (1957), Federico Fellini dirige "La dolce vita" (1959), primer intento de sumergirse en las profundas aguas de su desbordante imaginación visual. A ésta, seguirán obras maestras como "Ocho y medio", "Satyricón" y su peculiar visión de "Casanova".

Despiadado retrato de una sociedad en descomposición, pero llena de vida, "La dolce vita" gira en torno a un periodista, Marcello Rubini, que vive en una Roma decadente, cínica, depredadora. A través de una serie de episodios (la estructura de la película es fragmentaria, enlazada por la figura de Marcello), Fellini disecciona tanto a la aristocracia, que se mostró encantada de alquilar sus palacios y mansiomes e, incluso, de colaborar como extras, para luego escandalizarse por la imágen que el director da de ellos en la película, como el resto de clases sociales.
"La dolce vita" empieza con una escena demoledora, una gigantesca estatua de Cristo Obrero, colgada de un helicóptero, sobrevolando la ciudad de Roma camino de la Plaza de San Pedro. Un grupo de turistas en bikini la saludan, primer indicio de la banalización de la simbología religiosa. No será la única. Más adelante veremos cómo dod niños afirman que en las afueras de la ciudad se les ha aparecido la Virgen. Los enfermos y los menesterosos acuden en masa para presenciar un milagro. La retransmisión televisiva del supuesto milagro mariano revela el fanatismo, la ignorancia y el oportunismo de las clases populares.

La visita de Marcello a su amigo Steiner, intelectual casado y con dos hijos, sirve al director para hacer una (efectista) denuncia del nihilismo imperante. Steiner, asqueado por la vulgaridad del entorno, la bajeza moral del mundo en que estos personajes deambulan sin rumbo, se suicida, pero antes asesina a ... sus dos hijos. El espejo donde el periodista se miraba con envidia se resquebraja y deja en evidencia la locura.
Marcello consigue ser invitado a una fiesta en un castillo. La escena de una orgía nocturna entre los las ruinas y las telas de araña, se transforma en una metáfora descarnada de una aristocracia agonizante, cuyos herederos son meros fantasmas, sombras de un pasado esplendoroso.
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Las relaciones de Marcello con las mujeres merecen una reseña especial. Trasunto del propio Fellini, el personaje interpretado por Marcello Mastroianni, tiene una compleja y variopinta vida amorosa. Su novia, Emma (Yvonne Fourneaux), le ofrece la posibilidad de una relación pragmática, cotidiana, de la que el protagonista desconfía y huye. Sylvia, la actriz norteamericana que interpreta la sueca Anita Ekberg es su contrapunto. De una belleza excitante y salvaje, pero distante, inconquistable, es la personificación del ideal femenino de Fellini, y deviene por esta razón, apariencia fantasmagórica de los deseos eróticos del director. Magdalena (Anouk Aimée) es la amante ocasional, que le procura una satisfacción peregrina y le provoca a la vez una repugnancia visceral, por la hipocresía de la que hace gala al representar a una clase social que se pretende heredera de una autoridad extinta. La adolescente rubia y virginal, Paola (Valeria Cingolottini), es la imágen de la inocencia en un mundo caracterizado por el vacío existencial y la pobreza espiritual.
El descubrimiento de un pez monstruoso en la playa es el símbolo final de la "monstruosidad" social que la mirada ácida, profundamente personal de Fellini, pone ante los ojos del espectador en una obra indispensable del cine europeo de todos los tiempos, un alarde de la portentosa imaginación de director de Rímini, acaso demasiado larga y morosa, pero de una vigencia aterradora.
6 de septiembre de 2009
6 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Stanley Kubrick siempre quiso poner una pica en Flandes con cualquier género cinematográfico que abordara. El cine antibélico alcanzó con "Senderos de gloria" una de sus cimas. El de ciencia-ficción logró la categoría de filosófico con "2001 una odisea del espacio" y "La naranja mecánica". El de terror tuvo con "El resplandor" una de sus obras más aclamadas. El cine histórico rayó a gran altura con "Barry Lindon" y "Espartaco". Con "Lolita" consiguió una adaptación literaria mítica. Y el drama póstumo "Eyes wide shut" puso la guinda a una carrera pretenciosa, pero también fascinante.
"Espartaco", ejemplo de peplum por excelencia, basado en una novela del escritor Howard Fast, fue un proyecto polémico de la Bryna Productions de Kik Douglas. Fast era considerado izquierdista en una sociedad donde la cruel caza de brujas hacía estragos. Dalton Trumbo, guionista incluido en la lista negra del Comité de Actividades Antiamericanas, se encargó de llevar a cabo la adaptación con nombre falso. La película, como es natural en semejantes circunstancias, se resintió de varios inconvenientes. El primer director elegido para rodar "Espartaco", Anthony Mann, abandonó por desavenencias con Douglas, productor que no dejaba demasiado márgen de libertad a los cineastas con los que trabajaba. Finalmente, kubrick aceptó el reto, pero nunca consideró "Espartaco" como película suya.
La rebelión del esclavo tracio Espartaco es el tema central que desarrolla este mítico peplum. Sus penurias en las canteras, el paso por la escuela de gladiadores de Léntulo Batiato en Capua, el amor por Varinia, la revuelta, y el enfrentamiento final con el ambicioso Craso son las piedras miliares de este largometraje de casi tres horas de duración.
Desde el punto de vista histórico, "Espartaco" está lleno de errores que, en el momento de su estreno, fueron puestos en evidencia. La horda de esclavos, idealizados, justos y de buen corazón, la deficiente explicación de las diferentes facciones de la política romana, la omisión de Pompeyo o la descripción de un Craso más parecido al dictador Sila son algunos ejemplos que ponen en entredicho la labor documental que está detrás de la película.
Sin embargo, los logros se encuentran en la parte técnica e interpretativa de "Espartaco". Kubrick imprime un ritmo eficaz a la historia, aunque, en su debe, cabe reseñar lo mal que están rodadas las escenas de batalla. Poco verosímiles, confusas y estereotipadas, perjudican, incluso estéticamente, el resultado final de una obra quizá algo sobrevalorada. La música de Alex North, bellísima, pero fuera de contexto (memorable el tema de amor) y la fotografía de Rusell L. Metty, excelente, ganadora del Oscar , junto a un diseño de producción costoso y logrado, a pesar de los errores arqueológicos en los que cae, le dan un empaque vistoso y muy convincente.
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Pero son los actores y actrices que participan en esta película la que la hace magistral. Kirk Douglas, como el esclavo protagonista, está magnífico. Su personaje, valeroso y honrado, pero también cariñoso y con atisbos de duda y debilidad, se aleja del estereotipo heróico plano de músculos y testosterona. Jean simmons, como Varinia, toda elegancia, desentona demasiado en el papel de esclava forzada a prostituirse. Genial, en cambio, Laurence Olivier, cínico, autoritario, sofisticado y cruel en su papel de Craso. Dignos de aplauso, Charles Laughton y Peter Ustinov, ambos recreándose en sus respectivos personajes, el primero, como un Graco epicúreo y encarnizado enemigo del arisócrático Craso; el segundo, como Batiato, servil, mujeriego y cobarde, pero, con un fondo de dignidad que le lleva a cumplir la misión que Graco le encomienda, que es la de salvar a la mujer e hijo del esclavo caído en desgracia. Ustinov ganó el Oscar al mejor actor secundario por su papel. Tony Curtis, como el poeta Antonino, oscuro objeto del deseo de Craso, pone su belleza física y le otorga inocencia a su personaje. Mención también merecen los adecuados John Gavin (Julio César), Herbert Lom (Tigranes), John Ireland (Frixo) y Woody Strode (Drava).
Para terminar, señalar que ahora podemos ver la versión completa, sin censuras, de "Espartaco", pues, como es sabido, se eliminó la escena de seducción homosexual entre Craso y Antonino por considerarse inmoral (O tempora, o mores) y ofensiva por el despreciable Código Hays y los tocapetolas de siempre (sí, los de la cruz y el cilicio).
"Espartaco" se erige finalmente como un lúcido canto por la libertad y en contra de todas las fuerzas opresoras que amenazaban y todavía amenazan a los seres humanos.
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