"Un dios salvaje" es una comedia adulta, negra y muy ácida, que escarba en la mezquindad de las personas y la falsedad de las relaciones sociales. En ella, dos matrimonios opuestamente situados (tanto política como económicamente) se citan en la casa de uno de ellos para hablar civilizadamente de la grave agresión hacia su hijo por parte de el del segundo. El diálogo, correcto y formal, irá evolucionando inevitablemente hasta llegar a alcanzar un tono que ninguna de las parejas hubiera pensado. Pero aquí, en el momento más interesante de la película, se produce un corte imperdonable, como si Polanski se hubiese quedado sin ideas y dejara la conclusión de todo lo acontecido al arbitrio de lo más facilón: la "suposición" de qué ha podido ocurrir por parte del espectador.

La transformación y el desarrollo de la conversación está magistralmente redactado, en un espacio en el que la verdadera cara de cada uno de los personajes sale a relucir y donde las alianzas se rompen y se rehacen una y otra vez, ya sea por sexo, relación o simple complicidad de un ardid momentáneo. La narración tiene muchos momentos totalmente inesperados y de un humor muy desencantado.

A pesar de ello y junto a la mencionada inconclusión del argumento, "Un dios salvaje" carece de la profundidad, la magia y la definición en sus personajes que tiene otro título, también francés (y basado en una obra de teatro), muy parecido: "El nombre". Aprovecho para recomendarlo encarecidamente porque si les gustó "Un dios salvaje" o no les pareció lo que esperaban, "El nombre" no les decepcionará.