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6,4
48.904
5
14 de enero de 2020
14 de enero de 2020
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
De pequeños, el mensaje pasa de padres a hijos. En esta vida solo hay ovejas, lobos y perros pastores. Y el perro pastor, ese soldado en el que todo estadounidense debería convertirse para defender los valores de su patria, empleará toda la violencia a su alcance para proteger a sus hermanos. Así, las balas no matarán personas, sino que salvarán compañeros. Ve, haz tu deber y vuelve convertido en leyenda o en una bandera plegada.
Clint Eastwood despliega en 'El francotirador' su mensaje más patriótico y belicista de una forma burdamente manipuladora. Para él, la biografía del marine Chris Kyle, un tirador de élite que durante mil días en Irak abatió a más de 160 "salvajes" -así los denomina el protagonista-, es digna de reconocimiento y alabanza, y merecedora de un funeral con kilómetros de banderas ondeando al viento y el sonido melancólico de trompetas.
El pulso narrativo del cineasta norteamericano, perdido desde 'Gran Torino', renace para relatar el sufrimiento de quienes regresan de la guerra sin un lugar en el mundo. Su hogar no los reconforta, su familia no los comprende y la sociedad carece de alternativas para aquellos que nunca podrán volver a rebajar la tensión de sus venas. El filme aborda tanto el periplo del Navy SEAL en el frente como sus períodos junto a su mujer y sus hijos, pero Eastwood se muestra mucho más firme en el primero de los escenarios. Las secuencias más vistosas y la descripción del carácter del militar tienen lugar con el fusil en sus manos, mientras que, en su retorno a casa, el director se siente tan perdido como su personaje. La cinta emula a dos interesantes largometrajes, quedando por detrás de ellos en sus facetas principales. El estrés postraumático de los soldados y las escenas de combate rememoran a 'En tierra hostil', en tanto que el 'western' que incluye Eastwood al enfrentar a Kyle con un francotirador iraquí se asemeja al duelo de 'Enemigo a las puertas'. No obstante, ni se alcanza el realismo y la angustia de la película de Kathryn Bigelow; ni se respira la misma tensión que imprimió Jean-Jacques Annaud en la suya.
La culpa la tiene la deshumanización completa que el realizador impone a los iraquíes. Su crueldad, su búsqueda de sangre con atentados perpetrados por niños y mujeres, y su radicalización contrastan con la heroicidad del que solo mata para salvar la vida a sus compatriotas. No esperen encontrar ni un asomo de crítica a la guerra de Irak -el 11-S abrió las puertas a una venganza sin límites-, porque incluso la locura que la barbarie implanta en las mentes de estas personas con una lista interminable de bajas confirmadas a sus espaldas no se iguala al honor de servir a su país. Por ello, Eastwood difumina el cariz del asesinato de Kyle a manos de un veterano trastornado, para cerrar el filme con una oda al patriotismo.
El actor Bradley Cooper se metió de lleno en el proyecto, produciéndolo y engordando 30 kilos para encarnar al francotirador más letal en la historia de EE UU. Su frialdad asusta, pero su papel está constreñido, y el tres veces nominado al Óscar se muestra demasiado contenido para un personaje real que, como muchos soldados, no fue capaz de volver a una realidad en la que su vida no corriera peligro. Tal y como pretende Eastwood, Kyle representa al verdadero guerrero, un ejemplo a seguir en pos del amor a Dios, la patria y la familia.
Diario de Navarra / La séptima mirada
Clint Eastwood despliega en 'El francotirador' su mensaje más patriótico y belicista de una forma burdamente manipuladora. Para él, la biografía del marine Chris Kyle, un tirador de élite que durante mil días en Irak abatió a más de 160 "salvajes" -así los denomina el protagonista-, es digna de reconocimiento y alabanza, y merecedora de un funeral con kilómetros de banderas ondeando al viento y el sonido melancólico de trompetas.
El pulso narrativo del cineasta norteamericano, perdido desde 'Gran Torino', renace para relatar el sufrimiento de quienes regresan de la guerra sin un lugar en el mundo. Su hogar no los reconforta, su familia no los comprende y la sociedad carece de alternativas para aquellos que nunca podrán volver a rebajar la tensión de sus venas. El filme aborda tanto el periplo del Navy SEAL en el frente como sus períodos junto a su mujer y sus hijos, pero Eastwood se muestra mucho más firme en el primero de los escenarios. Las secuencias más vistosas y la descripción del carácter del militar tienen lugar con el fusil en sus manos, mientras que, en su retorno a casa, el director se siente tan perdido como su personaje. La cinta emula a dos interesantes largometrajes, quedando por detrás de ellos en sus facetas principales. El estrés postraumático de los soldados y las escenas de combate rememoran a 'En tierra hostil', en tanto que el 'western' que incluye Eastwood al enfrentar a Kyle con un francotirador iraquí se asemeja al duelo de 'Enemigo a las puertas'. No obstante, ni se alcanza el realismo y la angustia de la película de Kathryn Bigelow; ni se respira la misma tensión que imprimió Jean-Jacques Annaud en la suya.
La culpa la tiene la deshumanización completa que el realizador impone a los iraquíes. Su crueldad, su búsqueda de sangre con atentados perpetrados por niños y mujeres, y su radicalización contrastan con la heroicidad del que solo mata para salvar la vida a sus compatriotas. No esperen encontrar ni un asomo de crítica a la guerra de Irak -el 11-S abrió las puertas a una venganza sin límites-, porque incluso la locura que la barbarie implanta en las mentes de estas personas con una lista interminable de bajas confirmadas a sus espaldas no se iguala al honor de servir a su país. Por ello, Eastwood difumina el cariz del asesinato de Kyle a manos de un veterano trastornado, para cerrar el filme con una oda al patriotismo.
El actor Bradley Cooper se metió de lleno en el proyecto, produciéndolo y engordando 30 kilos para encarnar al francotirador más letal en la historia de EE UU. Su frialdad asusta, pero su papel está constreñido, y el tres veces nominado al Óscar se muestra demasiado contenido para un personaje real que, como muchos soldados, no fue capaz de volver a una realidad en la que su vida no corriera peligro. Tal y como pretende Eastwood, Kyle representa al verdadero guerrero, un ejemplo a seguir en pos del amor a Dios, la patria y la familia.
Diario de Navarra / La séptima mirada

5,2
19.706
2
6 de enero de 2020
6 de enero de 2020
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
La polémica del ciberataque a Sony Pictures y las amenazas terroristas a los cines que proyectaran 'The Interview' dio alas a una película que debería haber pasado desapercibida debido a su ínfima calidad y escaso sentido del humor. Evan Goldberg y Seth Rogen no buscaban capitanear ninguna sátira política contra el dictador de Corea del Norte, sino prolongar la sombra de su 'Juerga hasta el fin' con la luz de una de esas bombillas que se encienden tras una noche de desfase. Y qué más querían el propio Rogen y un James Franco que pide a gritos un freno de mano para continuar la diversión con una comicidad que inundaría de bochorno un patio de colegio. Franco y Rogen encarnan, respectivamente, a un presentador narcisista y a un productor vendido a los índices de audiencia. Cuando se enteran de que Kim Jong-un sigue incondicionalmente su programa televisivo, proponen entrevistarlo para desatar la envidia del periodismo serio y plantar otro hito en su carrera. Pero la CIA toma cartas en el asunto y los obliga a formar parte de un complot para asesinarlo.
Esa ingeniosa ocurrencia representa el único asomo de brillo de un guion terriblemente pobre, con el que el filme nunca levanta cabeza. Más aun, llegado el momento de la entrevista con el líder norcoreano y del punto álgido de la trama, la simpleza y la falta de recursos entierran el interés que, a lo sumo de un adolescente, pudiera haber sobrevivido hasta entonces. Hay críticas para repartir: al deseo del público por descubrir los trapos sucios de los famosos, al escándalo en las pantallas por arañar unas décimas de 'share', a la facilidad de gatillo de la CIA, al régimen dictatorial de Piongyang y a la ignorancia cultural de los estadounidenses. Todas banales y bañadas en el fango de un humor basado en referencias machistas, escatológicas, sexuales y soeces. Quédense con dos perlas: “En el 2014, las mujeres piensan”; y, ante un tanque regalado por Stalin, “en mi país se pronuncia Stallone”.
No es de recibo menospreciar el proyecto por dejar pasar la ocasión para asestar dardos incendiarios contra el régimen del líder supremo norcoreano, ya que ese no era el objetivo de los directores. Pero no cabe otra que propinarles una sonora bofetada por gestar una comedia en la que, durante 109 eternos minutos, la comisura de los labios no protagonice ni un solo amago de sonreír. Los chistes son lamentables y las situaciones filmadas generan en el espectador reacciones de vergüenza ante el infantilismo de dos tipos que se comportan como dos niños que hubiesen aprendido una palabrota nueva.
Precisamente, la complicidad entre Rogen y Franco es de lo poco rescatable de la película. La vis cómica de su dúo persiste pese a los intentos de los realizadores y de ellos mismos de emprender proyectos surrealistas y humillantes. La deriva caótica e hiperactiva del cineasta californiano merece un estudio aparte: pasó de ganar el Globo de Oro por interpretar a James Dean y estar nominado al Óscar por su papel en '127 horas', a coquetear con el porno homosexual en 'Interior. Leather Bar', dirigir una adaptación de Faulkner y acabar dedicándose a las insulsas comedias de adolescentes. De hecho, ese era el destino de 'The Interview' antes de que todos los focos se posaran sobre ella y generaran unas expectativas que el filme es incapaz de asumir.
Diario de Navarra / La séptima mirada
Esa ingeniosa ocurrencia representa el único asomo de brillo de un guion terriblemente pobre, con el que el filme nunca levanta cabeza. Más aun, llegado el momento de la entrevista con el líder norcoreano y del punto álgido de la trama, la simpleza y la falta de recursos entierran el interés que, a lo sumo de un adolescente, pudiera haber sobrevivido hasta entonces. Hay críticas para repartir: al deseo del público por descubrir los trapos sucios de los famosos, al escándalo en las pantallas por arañar unas décimas de 'share', a la facilidad de gatillo de la CIA, al régimen dictatorial de Piongyang y a la ignorancia cultural de los estadounidenses. Todas banales y bañadas en el fango de un humor basado en referencias machistas, escatológicas, sexuales y soeces. Quédense con dos perlas: “En el 2014, las mujeres piensan”; y, ante un tanque regalado por Stalin, “en mi país se pronuncia Stallone”.
No es de recibo menospreciar el proyecto por dejar pasar la ocasión para asestar dardos incendiarios contra el régimen del líder supremo norcoreano, ya que ese no era el objetivo de los directores. Pero no cabe otra que propinarles una sonora bofetada por gestar una comedia en la que, durante 109 eternos minutos, la comisura de los labios no protagonice ni un solo amago de sonreír. Los chistes son lamentables y las situaciones filmadas generan en el espectador reacciones de vergüenza ante el infantilismo de dos tipos que se comportan como dos niños que hubiesen aprendido una palabrota nueva.
Precisamente, la complicidad entre Rogen y Franco es de lo poco rescatable de la película. La vis cómica de su dúo persiste pese a los intentos de los realizadores y de ellos mismos de emprender proyectos surrealistas y humillantes. La deriva caótica e hiperactiva del cineasta californiano merece un estudio aparte: pasó de ganar el Globo de Oro por interpretar a James Dean y estar nominado al Óscar por su papel en '127 horas', a coquetear con el porno homosexual en 'Interior. Leather Bar', dirigir una adaptación de Faulkner y acabar dedicándose a las insulsas comedias de adolescentes. De hecho, ese era el destino de 'The Interview' antes de que todos los focos se posaran sobre ella y generaran unas expectativas que el filme es incapaz de asumir.
Diario de Navarra / La séptima mirada

7,0
48.365
6
6 de enero de 2020
6 de enero de 2020
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Olvídense del genio científico. Esta no es una película biográfica, sino una historia de amor. Y no se dejen engatusar por la impresionante actuación de Eddie Redmayne. Aunque el inglés acabe robándole el Óscar a su legítimo dueño, Michael Keaton, la protagonista de 'La teoría del todo' se llama Felicity Jones. Su Jane Wilde Hawking enternece y nos permite apreciar la pasión de quien decide acompañar en su viaje a un enfermo de esclerosis lateral amiotrófica, pese a que eso suponga conquistar metas desde una silla de ruedas, porque no contempla otra forma de vida. Si la muerte ha de llegar en dos años, ella no se separará de su lado hasta entonces.
El documentalista James Marsh, conocido por 'Man on Wire', adapta el libro en el que la primera esposa del astrofísico Stephen Hawking describe su matrimonio, un relato cronológico que comienza cuando ambos se enamoran en la universidad y que termina en su separación, con tres hijos en común. Las investigaciones sobre el origen del universo y los agujeros negros no tienen cabida en el enfoque del filme y se despachan con una infantil comparación entre guisantes y patatas. El objetivo del director no es emborronar mentes con pizarras ininteligibles, sino adentrarse en los sentimientos de dos personas que hacen frente juntas a los socavones que el destino pone en su camino.
Marsh colma la narración de secuencias románticas con las que asestar puñaladas emocionales al espectador. No hay lástima por ver a Hawking encadenado a una silla de ruedas, sino por contemplar desde sus ojos cómo otro hombre lleva en volandas a su hijo y conquista el corazón de su mujer, y cómo el científico le pide ayuda, cuando la palabra ayuda se encuentra a varios infinitos de distancia de cargar con sus maletas de camino a casa. Pero la acción se centra en Jane, en su dura existencia como amante, madre, enfermera y diana de los dardos envenenados de la familia del cosmólogo, que la acusa de estar engañándolo. La película muestra su coraje por permanecer junto a su marido frente a las adversidades, y la tristeza de descubrir por medio de una voz electrónica que será otra persona la que lo acompañe a recibir un premio.
El peligro del filme radica en asomarse demasiado al precipicio del melodrama y en saturar la empatía del público. Asimismo, cae en el error de reforzar los momentos más trascendentes con una banda sonora que, por otro lado, evoca a la perfección el romanticismo de las imágenes. Hasta que se declare inconstitucional acompañar un beso en pantalla con fuegos artificiales, la industria cinematográfica seguirá pensando que no somos capaces de ver por nosotros mismos la profundidad sentimental de la trama. El guion debiera mermar su oda al positivismo, pero se llega muy bien al interior de los protagonistas, y el visionado de la película resulta tremendamente emotivo.
La que mejor transmite el amor incondicional y el cansancio y la soledad de no sentirse completada es Felicity Jones. La imitación de Redmayne es digna de aplauso, porque su comedida interpretación a base de gestos y tics faciales recuerda vivamente a Hawking, pero es la actriz británica la que dota a su personaje de una mirada inocente y valiente que encandila a la cámara. Es ella quien sufre por los dos y, cuando los minutos pasan centrados en la vida del físico teórico, uno siempre espera que vuelva a aparecer e inunde el metraje de ternura.
Diario de Navarra / La séptima mirada
El documentalista James Marsh, conocido por 'Man on Wire', adapta el libro en el que la primera esposa del astrofísico Stephen Hawking describe su matrimonio, un relato cronológico que comienza cuando ambos se enamoran en la universidad y que termina en su separación, con tres hijos en común. Las investigaciones sobre el origen del universo y los agujeros negros no tienen cabida en el enfoque del filme y se despachan con una infantil comparación entre guisantes y patatas. El objetivo del director no es emborronar mentes con pizarras ininteligibles, sino adentrarse en los sentimientos de dos personas que hacen frente juntas a los socavones que el destino pone en su camino.
Marsh colma la narración de secuencias románticas con las que asestar puñaladas emocionales al espectador. No hay lástima por ver a Hawking encadenado a una silla de ruedas, sino por contemplar desde sus ojos cómo otro hombre lleva en volandas a su hijo y conquista el corazón de su mujer, y cómo el científico le pide ayuda, cuando la palabra ayuda se encuentra a varios infinitos de distancia de cargar con sus maletas de camino a casa. Pero la acción se centra en Jane, en su dura existencia como amante, madre, enfermera y diana de los dardos envenenados de la familia del cosmólogo, que la acusa de estar engañándolo. La película muestra su coraje por permanecer junto a su marido frente a las adversidades, y la tristeza de descubrir por medio de una voz electrónica que será otra persona la que lo acompañe a recibir un premio.
El peligro del filme radica en asomarse demasiado al precipicio del melodrama y en saturar la empatía del público. Asimismo, cae en el error de reforzar los momentos más trascendentes con una banda sonora que, por otro lado, evoca a la perfección el romanticismo de las imágenes. Hasta que se declare inconstitucional acompañar un beso en pantalla con fuegos artificiales, la industria cinematográfica seguirá pensando que no somos capaces de ver por nosotros mismos la profundidad sentimental de la trama. El guion debiera mermar su oda al positivismo, pero se llega muy bien al interior de los protagonistas, y el visionado de la película resulta tremendamente emotivo.
La que mejor transmite el amor incondicional y el cansancio y la soledad de no sentirse completada es Felicity Jones. La imitación de Redmayne es digna de aplauso, porque su comedida interpretación a base de gestos y tics faciales recuerda vivamente a Hawking, pero es la actriz británica la que dota a su personaje de una mirada inocente y valiente que encandila a la cámara. Es ella quien sufre por los dos y, cuando los minutos pasan centrados en la vida del físico teórico, uno siempre espera que vuelva a aparecer e inunde el metraje de ternura.
Diario de Navarra / La séptima mirada

6,6
40.832
6
6 de enero de 2020
6 de enero de 2020
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
La guerra, tal y como la recrea David Ayer, no está hecha para héroes. Es sucia, sangrienta, cruel, ruda, violenta... No hay espacio para la compasión ni para las buenas acciones. Las películas, tal y como las plantea David Ayer, necesitan de un héroe. Al fin y al cabo, hay que conquistar la taquilla. 'Corazones de acero' es la traición de quien se esfuerza por recrear la dureza de los combates, de esbozar personajes de alma curtida por la locura de matar para sobrevivir, y se doblega finalmente ante el afán de agradar al público mayoritario, en contra de todo lo que había filmado hasta ese momento. La acción del filme transcurre en los últimos compases de la II Guerra Mundial en Europa, cuando los Aliados penetran en suelo alemán para vencer las postreras resistencias del Tercer Reich. A bordo de un tanque Sherman, cinco soldados estadounidenses se encaminan a defender un punto estratégico. Cuatro de ellos son veteranos de África, pero el último componente de la brigada es un taquígrafo que apenas sabe sujetar un fusil y que se verá obligado a endurecer su carácter a golpe de gatillo.
El cineasta norteamericano plantea una trama con algunas de sus señas de identidad -un lapso de tiempo de poco más de un día o un personaje inhábil que madura de golpe por las circunstancias que le toca vivir- y, en la primera parte del largometraje, despliega una efectiva recreación de la brutalidad de la guerra. Los ojos cansados de soldados que, tras años en el frente, han visto todo lo que puede dar de sí la crudeza del ser humano son su mejor valedor. En esa parte del metraje no hay tiritas: el espectáculo visual es desolador, con cadáveres mutilados y destrucción por doquier, aunque lo más reseñable es la deshumanización de los personajes. Al enemigo rendido se lo maltrata sin piedad y a los civiles se los veja para satisfacer cualquier necesidad. Los espíritus nobles no tienen más remedio que corromperse. Asimismo, los enfrentamientos con los poderosos carros Tiger nazis rezuman emoción y vistosidad, demostrando la superioridad militar alemana en ese campo.
No obstante, la película sufre de varias rémoras. El protagonismo del tanque es alentador y, de hecho, la camaradería que surge entre sus ocupantes está magníficamente abordada, ya que cualquier error puede conllevar la muerte de quien respira a tu lado, pero en muy pocos momentos se logra transmitir una sensación plena de agobio y asfixia. Por otro lado, la transformación del imberbe soldado que se niega a disparar a un enemigo rendido y que acaba convertido en una sanguinaria máquina de muerte es ridícula. Sin embargo, la herida mortal la asesta el final del filme, cuando Ayer desvirtúa lo que había conseguido hasta entonces colocando a su brigada la medalla de héroe e inundando la cinta de un carácter épico completamente fuera de lugar. La banda sonora, además, brilla demasiado para encajar con la propuesta realista y cruda del guionista de 'Training Day' y director de 'Sin tregua'.
En un género cinematográfico tan importante como el bélico, 'Fury' -el título original que se debía haber conservado- no soporta comparación alguna con clásicos modernos como 'Salvar al soldado Ryan' o 'La delgada línea roja', aunque su arrojo al plasmar sin delicadezas el infierno y el buen hacer de todo su reparto tratan de encauzar un guion soso y un desenlace inmerecido.
Diario de Navarra / La séptima mirada
El cineasta norteamericano plantea una trama con algunas de sus señas de identidad -un lapso de tiempo de poco más de un día o un personaje inhábil que madura de golpe por las circunstancias que le toca vivir- y, en la primera parte del largometraje, despliega una efectiva recreación de la brutalidad de la guerra. Los ojos cansados de soldados que, tras años en el frente, han visto todo lo que puede dar de sí la crudeza del ser humano son su mejor valedor. En esa parte del metraje no hay tiritas: el espectáculo visual es desolador, con cadáveres mutilados y destrucción por doquier, aunque lo más reseñable es la deshumanización de los personajes. Al enemigo rendido se lo maltrata sin piedad y a los civiles se los veja para satisfacer cualquier necesidad. Los espíritus nobles no tienen más remedio que corromperse. Asimismo, los enfrentamientos con los poderosos carros Tiger nazis rezuman emoción y vistosidad, demostrando la superioridad militar alemana en ese campo.
No obstante, la película sufre de varias rémoras. El protagonismo del tanque es alentador y, de hecho, la camaradería que surge entre sus ocupantes está magníficamente abordada, ya que cualquier error puede conllevar la muerte de quien respira a tu lado, pero en muy pocos momentos se logra transmitir una sensación plena de agobio y asfixia. Por otro lado, la transformación del imberbe soldado que se niega a disparar a un enemigo rendido y que acaba convertido en una sanguinaria máquina de muerte es ridícula. Sin embargo, la herida mortal la asesta el final del filme, cuando Ayer desvirtúa lo que había conseguido hasta entonces colocando a su brigada la medalla de héroe e inundando la cinta de un carácter épico completamente fuera de lugar. La banda sonora, además, brilla demasiado para encajar con la propuesta realista y cruda del guionista de 'Training Day' y director de 'Sin tregua'.
En un género cinematográfico tan importante como el bélico, 'Fury' -el título original que se debía haber conservado- no soporta comparación alguna con clásicos modernos como 'Salvar al soldado Ryan' o 'La delgada línea roja', aunque su arrojo al plasmar sin delicadezas el infierno y el buen hacer de todo su reparto tratan de encauzar un guion soso y un desenlace inmerecido.
Diario de Navarra / La séptima mirada

7,7
69.975
7
18 de diciembre de 2019
18 de diciembre de 2019
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Usted tiene 70 años. Tras toda una vida de duro trabajo, el director de su caja de ahorros, en quien confía después de tanto tiempo manejando su dinero, le engaña para que dilapide sus ahorros en participaciones preferentes. Meses después, la entidad quiebra y es rescatada con dinero público. Se descubre que su presidente gozaba de una tarjeta con crédito ilimitado y oscuridad tributaria. Y aquel que en su día le indicara que el ser pensionista no equivalía a ser un ignorante financiero, dice que no sabía nada, que le tendrían que haber dado explicaciones. En ese momento en el que la última gota colma un vaso lleno de bilis burbujeante, de rabia ante la injusticia, de desesperación, es cuando la imaginación desata el relato salvaje. Y uno se ve a sí mismo ahogando a un banquero sin escrúpulos, haciéndole tragar fajos de billetes mientras recita “ya sabía yo que iba a ser fácil hacerte callar con un billete de 500 euros”. Humor negro, violencia pasional y altavoz para el débil es lo que conjuga la última película de Damián Szifrón.
'Relatos salvajes' reúne seis historias en las que personajes llevados al límite explotan en una furia violenta que, amén de ser liberadora, deja un regusto placentero. Por la pantalla veremos las catarsis de un hombre que agrupa a sus seres más queridos en un avión rumbo al infierno, de una camarera que se topa con quien le destrozó la vida, de un conductor colérico al estilo de 'El diablo sobre ruedas', de un artificiero indignado ante las multas de tráfico, de un millonario quejoso de la avaricia de los que lo rodean y de una mujer que descubre en el día de su boda las máculas de su marido.
Szifrón, procedente del mundo de la televisión pero que ya deslumbró hace casi una década con su hilarante 'Tiempo de valientes', se doctora ahora con un filme que aborda los deseos de todo aquel que alguna vez se ha sentido indefenso y con ganas de cruzar la línea y desatar su venganza. Lo que en la vida real es impensable, el cineasta argentino lo filma con soltura, engarzándolo con perlas de un humor negrísimo que obligan al espectador a soltar esa carcajada que nos desnuda como adultos formales. Resulta imposible no empatizar con ese placer surgido de la justicia divina, aunque en este caso provenga de las propias manos del desfavorecido, que inhibe su raciocinio para conseguir por la fuerza que las aguas recobren su cauce natural. Con una aceptable factura formal que no esconde dejes del cine independiente, la película reclama más fogonazos de humor en alguno de sus pasajes, aunque los tramos dramáticos realzan la sensación de comprender los desvaríos del carácter humano ante la desesperación.
Ricardo Darín, Leonardo Sbaraglia o Érica Rivas, entre otras caras conocidas del cine argentino, aportan ese cariz patrio que logra convertir cualquier situación insustancial en un debate filosófico elevadísimo, y que tan bien sienta a la cinta. Sobre todo en el caso de Darín, su rostro cansado ante la opresión y a punto de reventar de rabia -transformado después en una sonrisa de justa satisfacción- es magnífico. Los seis episodios funcionan para provocar risas sinceras ante situaciones comunes que, pese a que degeneran en un caos sangriento, transmiten la certeza de que nuestro interior alberga un instinto animal. Empleado aquí para resarcir los abusos de la sociedad, ese impulso nos adentra en el camino hacia lo salvaje.
Diario de Navarra / La séptima mirada
'Relatos salvajes' reúne seis historias en las que personajes llevados al límite explotan en una furia violenta que, amén de ser liberadora, deja un regusto placentero. Por la pantalla veremos las catarsis de un hombre que agrupa a sus seres más queridos en un avión rumbo al infierno, de una camarera que se topa con quien le destrozó la vida, de un conductor colérico al estilo de 'El diablo sobre ruedas', de un artificiero indignado ante las multas de tráfico, de un millonario quejoso de la avaricia de los que lo rodean y de una mujer que descubre en el día de su boda las máculas de su marido.
Szifrón, procedente del mundo de la televisión pero que ya deslumbró hace casi una década con su hilarante 'Tiempo de valientes', se doctora ahora con un filme que aborda los deseos de todo aquel que alguna vez se ha sentido indefenso y con ganas de cruzar la línea y desatar su venganza. Lo que en la vida real es impensable, el cineasta argentino lo filma con soltura, engarzándolo con perlas de un humor negrísimo que obligan al espectador a soltar esa carcajada que nos desnuda como adultos formales. Resulta imposible no empatizar con ese placer surgido de la justicia divina, aunque en este caso provenga de las propias manos del desfavorecido, que inhibe su raciocinio para conseguir por la fuerza que las aguas recobren su cauce natural. Con una aceptable factura formal que no esconde dejes del cine independiente, la película reclama más fogonazos de humor en alguno de sus pasajes, aunque los tramos dramáticos realzan la sensación de comprender los desvaríos del carácter humano ante la desesperación.
Ricardo Darín, Leonardo Sbaraglia o Érica Rivas, entre otras caras conocidas del cine argentino, aportan ese cariz patrio que logra convertir cualquier situación insustancial en un debate filosófico elevadísimo, y que tan bien sienta a la cinta. Sobre todo en el caso de Darín, su rostro cansado ante la opresión y a punto de reventar de rabia -transformado después en una sonrisa de justa satisfacción- es magnífico. Los seis episodios funcionan para provocar risas sinceras ante situaciones comunes que, pese a que degeneran en un caos sangriento, transmiten la certeza de que nuestro interior alberga un instinto animal. Empleado aquí para resarcir los abusos de la sociedad, ese impulso nos adentra en el camino hacia lo salvaje.
Diario de Navarra / La séptima mirada
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