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9
10 de octubre de 2020
10 de octubre de 2020
11 de 21 usuarios han encontrado esta crítica útil
La carrera espacial puede ser una metáfora perfecta de la huida de casa, o sea, de la búsqueda de una vida lejos del hogar, de los padres, no como un paso en dirección a la madurez, sino como la declaración de que en casa no hay nada que merezca la pena, de que quizá se lo podrá encontrar fuera. Muy lejos, en otro mundo, quizá. Idea desoladora donde las haya. Y sin embargo a ello parecen abocados los protagonistas de esta sólida serie dramática, unos astronautas a los que nada en la Tierra parece retener. En casa, estos aventureros espaciales dejan familias desamparadas, hijos condenados a vivir el mismo ciclo de alienación, de desapego hacia unas raíces, que ellos mismos probablemente experimentaron, razón por la cual "huyeron" al espacio.
Claro, no es este el mensaje que la propaganda estatal pretende vender. La de los americanos o la de los soviéticos, que para el caso lo mismo da. Pero en el fondo vende un modo de vida basado en la negación de la falta, de la pérdida, y por tanto de la huida hacia adelante, revestido de promesas de grandeza y heroísmo, de ese culto tan americano del profesionalismo, como modo de compensar, justamente, esa falta (de todo lo demás).
Lo bonito de esta serie es que muestra que todo, en verdad, gira en torno de las relaciones, de los lazos que unen a estos seres tristes y solitarios, que, en momentos puntuales, se encuentran los unos con los otros, se demuestran que las cosas podrían ser de otro modo, el cálido reconocimiento de que ser los mejores, demostrar lo bien que hacen lo que hacen, sirve para llamar la atención del otro, para ganarse su amor. En esos momentos la serie alcanza sus más altos picos de intensidad dramática. El sobresaliente. Como ese padre interpretado por Joel Kinnaman que, en e fondo, sólo puede pensar en sí mismo, en su carrera, abandonando en gran medida a su hijo a su suerte. No es un mal hombre, es sólo un niño desamparado que ha aprendido que nadie va a ocuparse de él, que tiene que apañárselas para sobrevivir. Como su hijo ahora, debido, en gran medida, a sus actos como padre.
Una serie muy bien hecha, con buenos personajes, bien interpretados. Hasta Kinnaman, habitualmente soso, puede que lo peor de todo aquello en lo que trabaja, está bien aquí, en su papel.
Claro, no es este el mensaje que la propaganda estatal pretende vender. La de los americanos o la de los soviéticos, que para el caso lo mismo da. Pero en el fondo vende un modo de vida basado en la negación de la falta, de la pérdida, y por tanto de la huida hacia adelante, revestido de promesas de grandeza y heroísmo, de ese culto tan americano del profesionalismo, como modo de compensar, justamente, esa falta (de todo lo demás).
Lo bonito de esta serie es que muestra que todo, en verdad, gira en torno de las relaciones, de los lazos que unen a estos seres tristes y solitarios, que, en momentos puntuales, se encuentran los unos con los otros, se demuestran que las cosas podrían ser de otro modo, el cálido reconocimiento de que ser los mejores, demostrar lo bien que hacen lo que hacen, sirve para llamar la atención del otro, para ganarse su amor. En esos momentos la serie alcanza sus más altos picos de intensidad dramática. El sobresaliente. Como ese padre interpretado por Joel Kinnaman que, en e fondo, sólo puede pensar en sí mismo, en su carrera, abandonando en gran medida a su hijo a su suerte. No es un mal hombre, es sólo un niño desamparado que ha aprendido que nadie va a ocuparse de él, que tiene que apañárselas para sobrevivir. Como su hijo ahora, debido, en gran medida, a sus actos como padre.
Una serie muy bien hecha, con buenos personajes, bien interpretados. Hasta Kinnaman, habitualmente soso, puede que lo peor de todo aquello en lo que trabaja, está bien aquí, en su papel.
7
8 de marzo de 2021
8 de marzo de 2021
5 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuando uno ve estas historias donde los hijos pretenden arreglar a los padres, reparar todos sus errores, como si ellos fueran más listos, uno puede pensar por un momento que esos hijos tienen toda la razón y todo el derecho. ¿Quién no empatiza con eso? ¿Acaso nuestros padres no se equivocaron también? Y es que seguramente lo hicieron. Pero, ¿es esa realmente la cuestión?, ¿es de eso de lo que van esas historias, como la de Ginny y Georgia? Yo no lo creo porque si, como decía, todos los padres se equivocan, entonces los hijos cuando sean padres también lo harán. A lo mejor, entonces, así es como son las cosas.
¿De qué va, pues, esta serie? ¿Qué la hace especial? No, en mi opinión, el moralismo adolescente de Ginny. No su cruzada por emanciparse de su madre. Ni tanto menos su feminismo ni su defensa de los derechos de los negros. No, porque a mí me parece que lo que esta serie cuenta es muy poco exportable, fuera de EE UU. Me refiero a que más allá de la natural queja por la incomprensión de sus padres hacia ella, Ginny, que sí es universal, hay algo aquí que es puramente estadounidense. Esa necesidad de la que hablaba antes, la de corregirles realmente, o sea, en la realidad. Es una fantasía que se ve mucho en el cine de ahí, la de tomar cartas en el asunto y actuar, unilateralmente. Porque yo lo digo. Un poco como hacen esos padres, por otro lado. Que así se entiende como son los hijos. Vemos a Georgia hacer eso, actuar sin realmente tener en cuenta a sus hijos, callando lo que debe ser dicho, y vemos a Ginny devolverle el favor, haciendo lo mismo.
Más allá de este discurso que, como digo, me parece muy poco generalizable, más bien patológico, lo que hace a esta serie un entretenimiento estupendo son sus actores y sus diálogos, cuando se ponen más frívolos, no tan serios. Brilla por encima de todos Georgia, un descubrimiento. Una especie de Julia Roberts que actúa bien. Y Maxine, un portento de expresividad. Los hombres son lo de menos, no se les da verdadero peso. Una pena porque de ese modo se pierde el contrapunto necesario para darle más profundidad a la historia.
¿De qué va, pues, esta serie? ¿Qué la hace especial? No, en mi opinión, el moralismo adolescente de Ginny. No su cruzada por emanciparse de su madre. Ni tanto menos su feminismo ni su defensa de los derechos de los negros. No, porque a mí me parece que lo que esta serie cuenta es muy poco exportable, fuera de EE UU. Me refiero a que más allá de la natural queja por la incomprensión de sus padres hacia ella, Ginny, que sí es universal, hay algo aquí que es puramente estadounidense. Esa necesidad de la que hablaba antes, la de corregirles realmente, o sea, en la realidad. Es una fantasía que se ve mucho en el cine de ahí, la de tomar cartas en el asunto y actuar, unilateralmente. Porque yo lo digo. Un poco como hacen esos padres, por otro lado. Que así se entiende como son los hijos. Vemos a Georgia hacer eso, actuar sin realmente tener en cuenta a sus hijos, callando lo que debe ser dicho, y vemos a Ginny devolverle el favor, haciendo lo mismo.
Más allá de este discurso que, como digo, me parece muy poco generalizable, más bien patológico, lo que hace a esta serie un entretenimiento estupendo son sus actores y sus diálogos, cuando se ponen más frívolos, no tan serios. Brilla por encima de todos Georgia, un descubrimiento. Una especie de Julia Roberts que actúa bien. Y Maxine, un portento de expresividad. Los hombres son lo de menos, no se les da verdadero peso. Una pena porque de ese modo se pierde el contrapunto necesario para darle más profundidad a la historia.
8
10 de junio de 2021
10 de junio de 2021
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esta serie tiene vocación de profundizar, de ir más allá de la fórmula procedimental. Le importa lo que cuenta. A sus personajes les mira sin miedo de verlos de verdad. El psicópata también es una persona. Como la anciana, y la prostituta que ha cazado un buen marido.
Harry Bosch es un policía tan entregado y recto como indisciplinado. En pocas palabras, no se vende, tiene principios de hierro, y hace las cosa a su manera, no acepta límite alguno en la prosecución de sus fines, tal como él los entiende. Una especie de McNulty, vamos, pero con cabeza, menos idiota.
No es esta la única vía de contacto que veo con The Wire. También tiene esta serie vocación de profundizar, de ir más allá de la fórmula procedimental. Digamos que le importa lo que cuenta. A sus personajes les mira sin miedo de verlos de verdad. El psicópata también es una persona. Como la anciana, y la prostituta que ha cazado un buen marido. El detective, Bosch, nos los descubre a todos, si le seguimos en sus investigaciones. Porque a él las apariencias no le engañan, quiere saber la verdad, y para eso tiene que mirar sin prejuicios.
Es curioso como una serie que es, como decía, un procedimental, se convierta por obra y gracia del deseo de ir más allá, como impulsada por el deseo de saber más, en otras palabras, en un estudio humano, en una especie de psicoanálisis. Casi parece que es inevitable, que siempre debió ser así. Claro, debe haber un interés por contar algo, que sea la expresión de ese deseo de saber. Visto así, no puedo evitar pensar que todos los CSIs del mundo son en realidad engañabobos, que no hay en ellos el más mínimo atisbo de personalidad, o sea, de algo propio, de algo que alguien quería contar de sí mismo, a través de una ficción. Lo que viene siendo la propia humanidad, vamos.
Si no le pongo más nota a esta serie es porque el actor protagonista no acaba de convencerme. Le veo algo soso, anodino. Una pena y una gran lacra, porque él debe cargar con una parte grande del peso dramático, aunque sólo sea porque tiene más tiempo de pantalla para él. Y no lo digo porque sea mal actor, que puede que sea limitado. Pero no es eso. Es que no tiene carisma. En mi opinión el carisma es más importante que el talento, en personajes de este género. Si no que se lo digan a Clint Eastwood. O a un Clint Eastwood moderno, Timothy Olyphant, cuyo Raylan Givens es el mejor ejemplo que se me ocurre de lo que digo. Un tipo magnético, con ese carisma que compensa con creces las limitaciones interpretativas. Que hace que nos fascinemos, dejando que otros más talentosos se luzcan igualmente a su lado, de otro modo, y nos fascinen también. Este otro actor, Tituts Welliver, no tiene, en mi opinión, nada de eso. Una pena.
Harry Bosch es un policía tan entregado y recto como indisciplinado. En pocas palabras, no se vende, tiene principios de hierro, y hace las cosa a su manera, no acepta límite alguno en la prosecución de sus fines, tal como él los entiende. Una especie de McNulty, vamos, pero con cabeza, menos idiota.
No es esta la única vía de contacto que veo con The Wire. También tiene esta serie vocación de profundizar, de ir más allá de la fórmula procedimental. Digamos que le importa lo que cuenta. A sus personajes les mira sin miedo de verlos de verdad. El psicópata también es una persona. Como la anciana, y la prostituta que ha cazado un buen marido. El detective, Bosch, nos los descubre a todos, si le seguimos en sus investigaciones. Porque a él las apariencias no le engañan, quiere saber la verdad, y para eso tiene que mirar sin prejuicios.
Es curioso como una serie que es, como decía, un procedimental, se convierta por obra y gracia del deseo de ir más allá, como impulsada por el deseo de saber más, en otras palabras, en un estudio humano, en una especie de psicoanálisis. Casi parece que es inevitable, que siempre debió ser así. Claro, debe haber un interés por contar algo, que sea la expresión de ese deseo de saber. Visto así, no puedo evitar pensar que todos los CSIs del mundo son en realidad engañabobos, que no hay en ellos el más mínimo atisbo de personalidad, o sea, de algo propio, de algo que alguien quería contar de sí mismo, a través de una ficción. Lo que viene siendo la propia humanidad, vamos.
Si no le pongo más nota a esta serie es porque el actor protagonista no acaba de convencerme. Le veo algo soso, anodino. Una pena y una gran lacra, porque él debe cargar con una parte grande del peso dramático, aunque sólo sea porque tiene más tiempo de pantalla para él. Y no lo digo porque sea mal actor, que puede que sea limitado. Pero no es eso. Es que no tiene carisma. En mi opinión el carisma es más importante que el talento, en personajes de este género. Si no que se lo digan a Clint Eastwood. O a un Clint Eastwood moderno, Timothy Olyphant, cuyo Raylan Givens es el mejor ejemplo que se me ocurre de lo que digo. Un tipo magnético, con ese carisma que compensa con creces las limitaciones interpretativas. Que hace que nos fascinemos, dejando que otros más talentosos se luzcan igualmente a su lado, de otro modo, y nos fascinen también. Este otro actor, Tituts Welliver, no tiene, en mi opinión, nada de eso. Una pena.

6,7
22.542
8
18 de octubre de 2021
18 de octubre de 2021
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Toda guerra se puede caracterizar desde cierta óptica como un hecho absurdo, que responde a intereses egoístas e inhumanos de gente que lamentablemente no sufrirá sus consecuencias. Esa óptica es, claro está, la de sus víctimas, los que sin participar en ellas ven como sus vidas cambian irremediablemente par mal, y los propios soldados, que son utilizados como si fueran objetos sin vida, o sea, cosas, en la persecución de aquellos intereses. Nacido el 4 de julio es una película que muestra ese tipo de guerra, desde esa óptica. Está muy bien realizada por Oliver Stone, en la cumbre de su talento en los ochenta y hasta más o menos Nixon, y muy bien interpretada por Tom Cruise, que se habría merecido algún Oscar a estas alturas, si no por esta desde luego sí por Magnolia, en mi opinión.
Para mí esta película sólo tiene un pero, y es que se hace aburrida en todo un tramo, el de la estancia en Méjico, que yo no veo a qué responde y qué le aporta a la historia que nos quiere contar el director. Lo digo porque me parece que lo planteado al principio de la crítica, el hecho de la instrumentalización del ser humano por el ser humano y las consecuencias vitales y psicológicas que ello conlleva para el que se convierte en objeto desechable, ya está planteado y desarrollado perfectamente antes de dicho tramo, y entonces en él la película se hace redundante, y por eso aburre. Y no es poco grave esto, porque uno tiene en esa parte la impresión de estar viendo una película mucho menos impactante y fascinante que en las previas, y eso estropea la percepción final.
Para mí esta película sólo tiene un pero, y es que se hace aburrida en todo un tramo, el de la estancia en Méjico, que yo no veo a qué responde y qué le aporta a la historia que nos quiere contar el director. Lo digo porque me parece que lo planteado al principio de la crítica, el hecho de la instrumentalización del ser humano por el ser humano y las consecuencias vitales y psicológicas que ello conlleva para el que se convierte en objeto desechable, ya está planteado y desarrollado perfectamente antes de dicho tramo, y entonces en él la película se hace redundante, y por eso aburre. Y no es poco grave esto, porque uno tiene en esa parte la impresión de estar viendo una película mucho menos impactante y fascinante que en las previas, y eso estropea la percepción final.
9
18 de octubre de 2021
18 de octubre de 2021
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Lo duro de ver en esta serie es lo mismo que cuesta reconocer en la vida normal de cada uno de nosotros, o sea, que sus personajes son como nosotros, el producto de un entorno imperfecto, que da y que quita, en proporciones cambiantes según sea el caso. Y que puede resultar imposible, a veces, escapar de ese entorno, o sobreponerse a él. Cambiar, en una palabra (ser uno mismo, en el fondo).
Los Ryburn son una familia unida que celebra una reunión feliz. Hasta que aparece la manzana podrida, el hermano mayor. La felicidad reinante no aguanta este agregado. Las tres temporadas que siguen consisten en el descubrimiento paulatino de las circunstancias de esta familia, del sentido oculto de esa unidad y de esa felicidad y de la naturaleza de la podredumbre que acompaña al hermano extraviado.
Nada es lo que parece en Bloodline, pero todo se entiende a medida que se desarrolla la historia. En realidad ya desde los primeros compases se plantean las líneas maestras del drama de la familia, como si el desarrollo que sigue fuera coherente, o estuviera incluso en la mente de los creadores de la serie desde el principio. Pero no importa si esto último es así o no porque, como digo, todo resulta bastante coherente. Lo es que haya una manzana podrida en el árbol, incluso que la felicidad inicial sea tan frágil, si conocemos a los patriarcas ya desde el primer momento como dos personas turbias, sutilmente turbias, descritos con pinceladas delicadas desde su primera aparición para atajar la crisis que se avecina, para que siga reinando esa felicidad aparente.
Lo que a mí me admira de esta serie, como de toda buena serie, es la coherencia de su desarrollo. Aquí hay drama, conflictos, y no se nos escatima el lado oscuro de todo ello. Ni se esfuerzan los autores por buscar resoluciones felices, o fáciles, lo que es de agradecer, aunque duela. Porque hay personajes en Bloodline que nos caen bien, y nos gustaría que fueran recompensados con ese final ideal, después de todas las tribulaciones de sus vidas.
Lo duro aquí es lo mismo que en la vida normal de cada uno de nosotros, o sea, el reconocimiento de que somos el producto de un entorno imperfecto, que nos da y nos quita, en proporciones cambiantes según sea el caso. Siendo así, resulta que a veces hay daños irreparables, sufrimiento inevitable, pérdidas que no se superan. Pero también restos de una fortaleza que viene del mismo lugar que la fragilidad, de ese entorno imperfecto. O dicho de otro modo, que no hay padres perfectos, sino padres con cosas buenas y otras malas, a veces demasiado malas para la salud de los hijos. El tipo de padres del que vemos aquí un buen ejemplo.
Los Ryburn son una familia unida que celebra una reunión feliz. Hasta que aparece la manzana podrida, el hermano mayor. La felicidad reinante no aguanta este agregado. Las tres temporadas que siguen consisten en el descubrimiento paulatino de las circunstancias de esta familia, del sentido oculto de esa unidad y de esa felicidad y de la naturaleza de la podredumbre que acompaña al hermano extraviado.
Nada es lo que parece en Bloodline, pero todo se entiende a medida que se desarrolla la historia. En realidad ya desde los primeros compases se plantean las líneas maestras del drama de la familia, como si el desarrollo que sigue fuera coherente, o estuviera incluso en la mente de los creadores de la serie desde el principio. Pero no importa si esto último es así o no porque, como digo, todo resulta bastante coherente. Lo es que haya una manzana podrida en el árbol, incluso que la felicidad inicial sea tan frágil, si conocemos a los patriarcas ya desde el primer momento como dos personas turbias, sutilmente turbias, descritos con pinceladas delicadas desde su primera aparición para atajar la crisis que se avecina, para que siga reinando esa felicidad aparente.
Lo que a mí me admira de esta serie, como de toda buena serie, es la coherencia de su desarrollo. Aquí hay drama, conflictos, y no se nos escatima el lado oscuro de todo ello. Ni se esfuerzan los autores por buscar resoluciones felices, o fáciles, lo que es de agradecer, aunque duela. Porque hay personajes en Bloodline que nos caen bien, y nos gustaría que fueran recompensados con ese final ideal, después de todas las tribulaciones de sus vidas.
Lo duro aquí es lo mismo que en la vida normal de cada uno de nosotros, o sea, el reconocimiento de que somos el producto de un entorno imperfecto, que nos da y nos quita, en proporciones cambiantes según sea el caso. Siendo así, resulta que a veces hay daños irreparables, sufrimiento inevitable, pérdidas que no se superan. Pero también restos de una fortaleza que viene del mismo lugar que la fragilidad, de ese entorno imperfecto. O dicho de otro modo, que no hay padres perfectos, sino padres con cosas buenas y otras malas, a veces demasiado malas para la salud de los hijos. El tipo de padres del que vemos aquí un buen ejemplo.
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