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3
28 de febrero de 2016
28 de febrero de 2016
6 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Debo reconocer que me han desconcertado un poco las críticas favorables a esta película. Es muy factible entonces que yo no tenga idea de lo que es cine luego de toda una vida de cinéfilo que ahora veo desperdiciada, o bien que la haya visto con estado de ánimo adverso.
Pero, sinceramente, me pareció grotesca. No es otro el calificativo que viene a mi mente. Pido disculpas a quienes la han considerado de otro modo y por tanto, voy a ser muy sintético para describir mi opinión:
Creo que aquí los ingleses intentaron recrear en la flemática Londres un contexto de mafia semejante a la imperante en los EE.UU en los años de la ley seca o en la época de Don Corleone. y esto quedó en un fallido intento. No es creíble, aun cuando hayan convocado para una escena muy corta al veterano ítalo yanqui Chazz Palminteri para dar un toque de credibilidad (quien, dicho de paso, ha quedado encasillado, a lo largo de su historia fílmica, en el rol de un "padrino" de menor envergadura). Bien, el director Brian Helgeland no lo logró con este aditamento y deberá abonarle igualmente a Palmintieri el caché que fije el sindicato de actores británicos.
Por otra parte, Scotland Yard no es el FBI y viceversa. Puede conmovernos un policía inglés persiguiendo a Jack el Destripador pero no logrará equipararse a Elliot Ness por más que lo intente. Zapatero a tus zapatos.
Quizás la historia no resulte verosímil porque en cualquier tramo de la actuación de Tom Hardy, y sobretodo cuando personifica al gemelo más "temible" (creo que es Ronnie) uno espera que en lo inminente va a aparecer Mike Myers (sí, el de "Austin Powers") para decir un chiste o introducir uno de sus gags que nos haga exclamar "¡Ah, bueno, era en broma!, "Que buena parodia, ya me parecía". Pero no amigos, ¡pues la cosa se lleva en serio!.
Y allí queda el bueno y rudo de Tom Hardy, a mi poco entender, oscilando en un dos papeles ridículos, uno por tratarse de una verdadera "macchietta" y otro, porque al querer contrarrestar el personaje del increíble Ronnie con una faz antagónica (sólo se advierte porque uno lleva puesto anteojos y otro no), ello lo lleva a una sobreactuación del rol correspondiente al hermano más "serio" que, en lugar de ferocidad, trasunta desconcierto. El ritmo del film tropieza desde su inicio con estas situaciones incómodas para el espectador y por ende se va diluyendo. Uno quiere que la película finalice para averiguar rápidamente, como dije al principio, si en realidad nada aprendió sobre cine con los años y así resignarse a admitir una soberana ignorancia en la materia, lo que puede resultar muy posible. Voy a comenzar de nuevo entonces por "El maquinista de la General", y de allí en adelante, paso a paso.
Pero, sinceramente, me pareció grotesca. No es otro el calificativo que viene a mi mente. Pido disculpas a quienes la han considerado de otro modo y por tanto, voy a ser muy sintético para describir mi opinión:
Creo que aquí los ingleses intentaron recrear en la flemática Londres un contexto de mafia semejante a la imperante en los EE.UU en los años de la ley seca o en la época de Don Corleone. y esto quedó en un fallido intento. No es creíble, aun cuando hayan convocado para una escena muy corta al veterano ítalo yanqui Chazz Palminteri para dar un toque de credibilidad (quien, dicho de paso, ha quedado encasillado, a lo largo de su historia fílmica, en el rol de un "padrino" de menor envergadura). Bien, el director Brian Helgeland no lo logró con este aditamento y deberá abonarle igualmente a Palmintieri el caché que fije el sindicato de actores británicos.
Por otra parte, Scotland Yard no es el FBI y viceversa. Puede conmovernos un policía inglés persiguiendo a Jack el Destripador pero no logrará equipararse a Elliot Ness por más que lo intente. Zapatero a tus zapatos.
Quizás la historia no resulte verosímil porque en cualquier tramo de la actuación de Tom Hardy, y sobretodo cuando personifica al gemelo más "temible" (creo que es Ronnie) uno espera que en lo inminente va a aparecer Mike Myers (sí, el de "Austin Powers") para decir un chiste o introducir uno de sus gags que nos haga exclamar "¡Ah, bueno, era en broma!, "Que buena parodia, ya me parecía". Pero no amigos, ¡pues la cosa se lleva en serio!.
Y allí queda el bueno y rudo de Tom Hardy, a mi poco entender, oscilando en un dos papeles ridículos, uno por tratarse de una verdadera "macchietta" y otro, porque al querer contrarrestar el personaje del increíble Ronnie con una faz antagónica (sólo se advierte porque uno lleva puesto anteojos y otro no), ello lo lleva a una sobreactuación del rol correspondiente al hermano más "serio" que, en lugar de ferocidad, trasunta desconcierto. El ritmo del film tropieza desde su inicio con estas situaciones incómodas para el espectador y por ende se va diluyendo. Uno quiere que la película finalice para averiguar rápidamente, como dije al principio, si en realidad nada aprendió sobre cine con los años y así resignarse a admitir una soberana ignorancia en la materia, lo que puede resultar muy posible. Voy a comenzar de nuevo entonces por "El maquinista de la General", y de allí en adelante, paso a paso.

5,5
1.582
7
3 de febrero de 2013
3 de febrero de 2013
4 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Aislada en el famoso palacio, pues los trascendentes acontecimientos históricos (la historia comienza el dìa de la toma de La Bastilla) le son ocultados a una corte que intenta continuar su vida fútil como si nada ocurriera, este film marca sólo un aspecto de María Antonieta.
Si se espera la recreación de los últimos días de la reina, el espectador se verá decepcionado.
Está filmada en el auténtico Versalles, de eso no hay duda, por lo que la reconstrucción visual es magnífica. Pero la reina no es la protagonista absoluta aunque todo gire en torno de ella. En esta delicada tarea de reproducción fidedigna de las costumbres palaciegas, el director Jacquot ha optado por resaltar la belleza, tanto del paisaje versallesco, sus salones dorados y también la de las tres actrices que componen el trío alrededor del cual gira el guión. Diana Kruger, exquisita y refinada como es su característica habitual, compone una reina que dista de la descripta por Sofía Coppola y más aún de las esteriotipadas caricaturas del cine clásico hollywoodense. Aquí no aparece la liviana María Antonieta del famoso "si el pueblo no tiene pan, buenas son las tortas", sino una mujer con conflictos ocultos como los de su posible lesbianismo, que es sugerido refinadamente por Jacquot. La espléndida y misteriosa Léa Seydoux, belleza natural si las hay, lleva la marcada responsabilidad del personaje central, mientras que Virginie Ledoyen sigue enamorando al espectador como lo hizo en "La playa". La escena en que muestra su esplendor físico mientras duerme es digna de una de las pinturas que adornan todavía el palacio real. Es una película buena, no para todo público, máxime si espera, como lo hice yo erróneamente, un desenlace trágico que el director y su guionista no estaban dispuestos a abordar.
Si se espera la recreación de los últimos días de la reina, el espectador se verá decepcionado.
Está filmada en el auténtico Versalles, de eso no hay duda, por lo que la reconstrucción visual es magnífica. Pero la reina no es la protagonista absoluta aunque todo gire en torno de ella. En esta delicada tarea de reproducción fidedigna de las costumbres palaciegas, el director Jacquot ha optado por resaltar la belleza, tanto del paisaje versallesco, sus salones dorados y también la de las tres actrices que componen el trío alrededor del cual gira el guión. Diana Kruger, exquisita y refinada como es su característica habitual, compone una reina que dista de la descripta por Sofía Coppola y más aún de las esteriotipadas caricaturas del cine clásico hollywoodense. Aquí no aparece la liviana María Antonieta del famoso "si el pueblo no tiene pan, buenas son las tortas", sino una mujer con conflictos ocultos como los de su posible lesbianismo, que es sugerido refinadamente por Jacquot. La espléndida y misteriosa Léa Seydoux, belleza natural si las hay, lleva la marcada responsabilidad del personaje central, mientras que Virginie Ledoyen sigue enamorando al espectador como lo hizo en "La playa". La escena en que muestra su esplendor físico mientras duerme es digna de una de las pinturas que adornan todavía el palacio real. Es una película buena, no para todo público, máxime si espera, como lo hice yo erróneamente, un desenlace trágico que el director y su guionista no estaban dispuestos a abordar.
10
20 de abril de 2024
20 de abril de 2024
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Debo admitir un prejuicio propio y rayano con la ignorancia antes de comenzar: Cuando Netflix estrenó la miniserie pensé anticipadamente: “Este tema ya lo agotaron en cine, es una historia de ficción que ya abordó con singular maestría Minghella hace 25 años. ¿Por qué insistir con una nueva versión y para colmo en blanco y negro?. Error garrafal.
Ya Steve Zaillian, su director, me había deslumbrado con “The night Of”, por eso le dedico el título parafraseando el de la película de 1999 sobre el mismo tema. Aunque también podría haber elegido "El talentoso Mr. Scott" por el actor principal.
"Ripley" es sin dudas un innovador aggiornamiento del film noir. También nos transporta a épocas doradas del cine italiano, pues por momentos da la sensación de sumergirse en el mundo fellinesco de la “Dolce Vita” (precisamente, y puede no ser casual, uno de los capítulos se titula así) o por su estética -aunque ciertamente lejos del género de la comedia dramática- en “il sorpasso” de Dino Risi (otra casualidad: también titulada "La vida fácil").
Es que ese toque mágico de fotografía (magistral blanco y negro, pero en HD) la convierte especialmente en una verdadera ambientación de la Italia de los 60’ y sus paisajes napolitanos o de la costa amalfitana, así como nos sumerge a su comienzo en un deprimente Harlem o el Bronx o el Brooklyn de aquellos tiempos (no sé si habrán sido los lugares exactos de rodaje, los presumo) con una sorprendente veosimilitud.
He leído por ahí que esta decisión del director de filmar sin color le quitó a Netflix puntos de audiencia, como le ocurriera con “Roma” o con “El Conde”, pues el público actual rechaza las producciones de este estilo, a las que presupone tediosas o fuera de época. Remito aquí al “ignorante prejuicio” que intentó invadirme y .mencioné al inicio, por suerte sin éxito, pero va a mi favor que lo generé antes de ver la película, no después. Porque una vez comenzada, nunca hubiera decidido abandonarla como parece haber ocurrido como la respuesta generalizada de los espectadores. Es realmente una verdadera injusticia que una producción de tal magnitud pierda fuerza o divulgación ante otras ofertas con menor calidad de la misma plataforma.
Volviendo ahora a la síntesis de Ripley, resulta imposible escindir al personaje de la encarnadura que le brindó el excelente actor Andrew Scott. Ahora sí, luego de esta personificación, será un intento inútil recrear la historia en un futuro lejano. Dista mucho de las características que le imprimiera Matt Damon en la anterior versión, aunque hay que reconocer que también componía un rol de un pusilánime que iba creciendo en un oscuro derrotero que nos inducia al rechazo de un personaje tan siniestro.
Pero creo que este Ripley de Scott (y desde ya, Zaillain) es el verdadero que imaginó Patricia Highsmith.
La autora de la novela original, sin dudas podría haberse inspirado en esta encarnación, de haberlo conocido antes de escribirla. Aquí vemos al auténtico psicópata sin culpa, mendaz y manipulador para los psiquiatras o criminólogos y al frío asesino alevoso para los abogados penalistas. Scott se desempeña con la naturalidad de un pez en el agua despertando incluso, dentro de la negativa personalidad del principal protagonista y por momentos, una pizca de empatía y hasta de compasión por las desventuras repudiables que le acarrea ir escalando una posición social relevante, para lo que debe usurpar sangrientamente una identidad ajena.
Dakota Fanning (sí, aquella estrella infantil, la niña prodigio de “Hombre en llamas” o “La guerra de los mundos”) se agiganta conservando en todo momento una apatía exasperante que contrasta con la brillantez que le diera anteriormente a “Marget Sherwood” la también destacada Gwyneth Paltrow. En la misma sintonía abúlica se coloca Johnny Flynn en la piel de Dickie Greenleaf, carente de reacción ante la evidente sordidez del asesino que cobija sin reparos en su casa.
Párrafos aparte merecen Eliot Paulina Summer, persona que se reconoce como no binaria en su vida real, quien compone a un Freddie Miles que desconcierta al espectador por la impronta misteriosa que le brinda a su personaje y todos los actores de habla italiana que participan en el mismo nivel interpretativo y nos conducen a una historia perfectamente creíble por su naturalidad.
También, párrafos aparte, el parangón con flashes que va a desembocar en la tortuosa vida del pintor del barroco Caravaggio, superponiéndose con el Ripley que admiraba la luz dramática de sus obras, como suplicando que iluminara la negrura de su ambicioso y voluntario destino criminal.
En síntesis, una producción majestuosa donde no se ha descuidado ni un detalle de la vida “analógica” de los tiempos en que transcurre el relato, altamente recomendable y digna de premiaciones internacionales. Es de presumir que no habrá de tenerlas. El cine noir generalmente no da actualmente satisfacciones a sus realizadores. Como se acostumbra a decir comúnmente en mi país, “no paga" (por "no retribuye"), pues el público contemporáneo va en procura, quizás no vana, ni insustancialmente, del color de la vida.
Ya Steve Zaillian, su director, me había deslumbrado con “The night Of”, por eso le dedico el título parafraseando el de la película de 1999 sobre el mismo tema. Aunque también podría haber elegido "El talentoso Mr. Scott" por el actor principal.
"Ripley" es sin dudas un innovador aggiornamiento del film noir. También nos transporta a épocas doradas del cine italiano, pues por momentos da la sensación de sumergirse en el mundo fellinesco de la “Dolce Vita” (precisamente, y puede no ser casual, uno de los capítulos se titula así) o por su estética -aunque ciertamente lejos del género de la comedia dramática- en “il sorpasso” de Dino Risi (otra casualidad: también titulada "La vida fácil").
Es que ese toque mágico de fotografía (magistral blanco y negro, pero en HD) la convierte especialmente en una verdadera ambientación de la Italia de los 60’ y sus paisajes napolitanos o de la costa amalfitana, así como nos sumerge a su comienzo en un deprimente Harlem o el Bronx o el Brooklyn de aquellos tiempos (no sé si habrán sido los lugares exactos de rodaje, los presumo) con una sorprendente veosimilitud.
He leído por ahí que esta decisión del director de filmar sin color le quitó a Netflix puntos de audiencia, como le ocurriera con “Roma” o con “El Conde”, pues el público actual rechaza las producciones de este estilo, a las que presupone tediosas o fuera de época. Remito aquí al “ignorante prejuicio” que intentó invadirme y .mencioné al inicio, por suerte sin éxito, pero va a mi favor que lo generé antes de ver la película, no después. Porque una vez comenzada, nunca hubiera decidido abandonarla como parece haber ocurrido como la respuesta generalizada de los espectadores. Es realmente una verdadera injusticia que una producción de tal magnitud pierda fuerza o divulgación ante otras ofertas con menor calidad de la misma plataforma.
Volviendo ahora a la síntesis de Ripley, resulta imposible escindir al personaje de la encarnadura que le brindó el excelente actor Andrew Scott. Ahora sí, luego de esta personificación, será un intento inútil recrear la historia en un futuro lejano. Dista mucho de las características que le imprimiera Matt Damon en la anterior versión, aunque hay que reconocer que también componía un rol de un pusilánime que iba creciendo en un oscuro derrotero que nos inducia al rechazo de un personaje tan siniestro.
Pero creo que este Ripley de Scott (y desde ya, Zaillain) es el verdadero que imaginó Patricia Highsmith.
La autora de la novela original, sin dudas podría haberse inspirado en esta encarnación, de haberlo conocido antes de escribirla. Aquí vemos al auténtico psicópata sin culpa, mendaz y manipulador para los psiquiatras o criminólogos y al frío asesino alevoso para los abogados penalistas. Scott se desempeña con la naturalidad de un pez en el agua despertando incluso, dentro de la negativa personalidad del principal protagonista y por momentos, una pizca de empatía y hasta de compasión por las desventuras repudiables que le acarrea ir escalando una posición social relevante, para lo que debe usurpar sangrientamente una identidad ajena.
Dakota Fanning (sí, aquella estrella infantil, la niña prodigio de “Hombre en llamas” o “La guerra de los mundos”) se agiganta conservando en todo momento una apatía exasperante que contrasta con la brillantez que le diera anteriormente a “Marget Sherwood” la también destacada Gwyneth Paltrow. En la misma sintonía abúlica se coloca Johnny Flynn en la piel de Dickie Greenleaf, carente de reacción ante la evidente sordidez del asesino que cobija sin reparos en su casa.
Párrafos aparte merecen Eliot Paulina Summer, persona que se reconoce como no binaria en su vida real, quien compone a un Freddie Miles que desconcierta al espectador por la impronta misteriosa que le brinda a su personaje y todos los actores de habla italiana que participan en el mismo nivel interpretativo y nos conducen a una historia perfectamente creíble por su naturalidad.
También, párrafos aparte, el parangón con flashes que va a desembocar en la tortuosa vida del pintor del barroco Caravaggio, superponiéndose con el Ripley que admiraba la luz dramática de sus obras, como suplicando que iluminara la negrura de su ambicioso y voluntario destino criminal.
En síntesis, una producción majestuosa donde no se ha descuidado ni un detalle de la vida “analógica” de los tiempos en que transcurre el relato, altamente recomendable y digna de premiaciones internacionales. Es de presumir que no habrá de tenerlas. El cine noir generalmente no da actualmente satisfacciones a sus realizadores. Como se acostumbra a decir comúnmente en mi país, “no paga" (por "no retribuye"), pues el público contemporáneo va en procura, quizás no vana, ni insustancialmente, del color de la vida.

6,2
1.490
9
27 de mayo de 2018
27 de mayo de 2018
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
No había visto este film que ha cumplido ya tres años. Quizás por eso mi comentario llegue un poco a deshora, pero llama la atención que pese al tiempo transcurrido no haya tenido más reconocimientos que los consignados en la ficha técnica.
De impecable factura, con actuaciones soberbias, especialmente las de sus dos protagonistas principales, Nora Navas y Francesc Garrido, uno va introduciéndose en una trama que parece estar viviendo realmente. Como diciendo "esto o algo parecido me ocurrió a mí", lo que puede abarcar muchos aspectos de la corrupción generalizada en todos los ámbitos y al parecer en muchas partes del mundo, pero cuando corroe un tema tan sensible como lo es la adopción cala más hondo.
Desde una de las secuencias iniciales relacionadas con el equipaje de la pareja va perfilándose un contexto hostil en la que ésta se sumerge para ir deshaciendo sus ilusiones y buenos propósitos. La coacción está presente y se agiganta porque las víctimas son dos extranjeros que tratan de vencer al sistema perverso que han descubierto sin proponérselo. Nos indigna, nos estremece, y nos hace participar de la pesadilla padecida por los personajes como si fuese verdadera. Están allí y podríamos ser nosotros. Podría ocurrir en cualquier lugar del planeta y, va de suyo, en nuestra propia tierra.
Un gran aplauso para la directora Féjerman que, con gran maestría, lleva este relato a buen puerto y sin lagunas, dejándonos un final inesperado que sólo habré de sugerir en la "Zona spoiler".
De impecable factura, con actuaciones soberbias, especialmente las de sus dos protagonistas principales, Nora Navas y Francesc Garrido, uno va introduciéndose en una trama que parece estar viviendo realmente. Como diciendo "esto o algo parecido me ocurrió a mí", lo que puede abarcar muchos aspectos de la corrupción generalizada en todos los ámbitos y al parecer en muchas partes del mundo, pero cuando corroe un tema tan sensible como lo es la adopción cala más hondo.
Desde una de las secuencias iniciales relacionadas con el equipaje de la pareja va perfilándose un contexto hostil en la que ésta se sumerge para ir deshaciendo sus ilusiones y buenos propósitos. La coacción está presente y se agiganta porque las víctimas son dos extranjeros que tratan de vencer al sistema perverso que han descubierto sin proponérselo. Nos indigna, nos estremece, y nos hace participar de la pesadilla padecida por los personajes como si fuese verdadera. Están allí y podríamos ser nosotros. Podría ocurrir en cualquier lugar del planeta y, va de suyo, en nuestra propia tierra.
Un gran aplauso para la directora Féjerman que, con gran maestría, lleva este relato a buen puerto y sin lagunas, dejándonos un final inesperado que sólo habré de sugerir en la "Zona spoiler".
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
No voy a detallar las circunstancias del final, pues aún cuando esta zona ello está autorizado, sería desleal quiltarle la sorpresa a quienes decidan ver el film. Sólo adelantaré que es engañosamente feliz como un ingrediente amargo.
9 de julio de 2017
9 de julio de 2017
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esta película merecía mayor repercusión y merecimientos que los escasos obtenidos en certámenes de segunda línea. ¿Por qué no aventurar que podría haber sido oportunamente seleccionada con justicia para competir por el Oscar, comparándola con ciertas europeas costumbristas, pero que a su vez abordan temas universales?. Es refrescante para mí encontrarme descubriendo a un gran actor con mucho futuro como lo es Joaquín Furriel. Para eso me despojo de mis prejuicios sobre su trayectoria como galán de telenovelas y surge un gran intérprete que se mete en la piel del difícil personaje de Hermógenes. Y digo difícil por lo tentador que resultaría caricaturizar a un pobre provinciano analfabeto, como suele acontecer con ciertas producciones apuradas de nuestro medio. Pero con Furriel eso no ocurre. Nos olvidamos del galancete y advertimos, a medida que nos vamos introduciendo en el desarrollo, que aparece delante nuestro un sufrido y explotado protagonista, obligado a corromper su dignidad innata de buena persona del interior por la influencia negativa de un sistema perverso, brutal, mafioso y sin escrúpulos, encarnado en el despreciable Latuada, también magníficamente interpretado por Luis Ziembrowski. El resto del elenco acorde con la misión de llevar esta obra sin que puedan detectársele grietas por donde asomen los lugares comunes.
Nos hallamos ante la buena noticia de que el buen cine no está en extinción en la Argentina y que las nuevas generaciones habrán de seguirlo enalteciendo, como Schindel, novel director de largometrajes, y el resto del elenco, de insuperable sintonía con los dos personajes principales.
La historia es real, capturada en una novela jurídica por el gran criminólogo argentino Elías Neuman, a quien tuve el honor de conocer y tratar personalmente cuando todavía transitaba por este mundo. Pude detectar en una de las críticas profesionales que se objetaba su especie de "final feliz", pero quiero recordar que es una historia verídica. Es que el sistema judicial de mi país, con tantas imperfecciones, pareciera haber reaccionado en el caso ante el cuadro de trato servil e inhumano a que fuera sometido el protagonista, para dar cabida a un fallo certero. No es ceñirse al un puro maniqueísmo, sino descubrir que aún no todo está perdido ni es inexorablemente injusto.
Chapeau, aunque tardío de mi parte, para esta pequeña obra maestra.
Nos hallamos ante la buena noticia de que el buen cine no está en extinción en la Argentina y que las nuevas generaciones habrán de seguirlo enalteciendo, como Schindel, novel director de largometrajes, y el resto del elenco, de insuperable sintonía con los dos personajes principales.
La historia es real, capturada en una novela jurídica por el gran criminólogo argentino Elías Neuman, a quien tuve el honor de conocer y tratar personalmente cuando todavía transitaba por este mundo. Pude detectar en una de las críticas profesionales que se objetaba su especie de "final feliz", pero quiero recordar que es una historia verídica. Es que el sistema judicial de mi país, con tantas imperfecciones, pareciera haber reaccionado en el caso ante el cuadro de trato servil e inhumano a que fuera sometido el protagonista, para dar cabida a un fallo certero. No es ceñirse al un puro maniqueísmo, sino descubrir que aún no todo está perdido ni es inexorablemente injusto.
Chapeau, aunque tardío de mi parte, para esta pequeña obra maestra.
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