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6,3
18.829
7
2 de diciembre de 2016
2 de diciembre de 2016
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ahora que termina el ciclo anual y echamos la vista atrás, a pocos extrañará ver en algunas de las listas más prestigiosas del cine actual a la última película de Pedro Almodovar encabezando puestos altos.
Si en los últimos años la moda en nuestro país era tirar de chaparrón ante las propuestas del ciudadrealeño (y, por defecto, de cualquiera que haya hecho del cine de este país algo digno), en este no quedó otro remedio que callarse y decir en voz baja que nos había gustado la película, aunque, desde luego, no lo hiciéramos con alardes.
Pensada en un primer momento como 'Silencio', Pedro se apoya en los tres relatos de “Escapada” de Alice Munro (ya referenciada en aquel cuadro que el cuerpo de Elena Anaya formaba en la irregular “La piel que habito”) trasladando su acción a otros lugares para construir una historia sensible, honesta y con la justa dosis de frescura para gustar a casi todo el que la vea hoy en día. El director acierta al tratar el material con el suficiente respeto como para dejar en suspenso su propio terreno y entregárselo al de la escritora canadiense. La capacidad de regalar momentos.
La película se reparte entre Adriana Gil y una mejor Emma Suarez, los secundarios no la engrandecen, pero la mantienen y la historia es lo suficientemente atractiva como para hacernos pedir más al final.
Alice Munro puede estar orgullosa. Nosotros también. Eso sí, no lo diremos muy alto...
Un gran Almodovar.
Si en los últimos años la moda en nuestro país era tirar de chaparrón ante las propuestas del ciudadrealeño (y, por defecto, de cualquiera que haya hecho del cine de este país algo digno), en este no quedó otro remedio que callarse y decir en voz baja que nos había gustado la película, aunque, desde luego, no lo hiciéramos con alardes.
Pensada en un primer momento como 'Silencio', Pedro se apoya en los tres relatos de “Escapada” de Alice Munro (ya referenciada en aquel cuadro que el cuerpo de Elena Anaya formaba en la irregular “La piel que habito”) trasladando su acción a otros lugares para construir una historia sensible, honesta y con la justa dosis de frescura para gustar a casi todo el que la vea hoy en día. El director acierta al tratar el material con el suficiente respeto como para dejar en suspenso su propio terreno y entregárselo al de la escritora canadiense. La capacidad de regalar momentos.
La película se reparte entre Adriana Gil y una mejor Emma Suarez, los secundarios no la engrandecen, pero la mantienen y la historia es lo suficientemente atractiva como para hacernos pedir más al final.
Alice Munro puede estar orgullosa. Nosotros también. Eso sí, no lo diremos muy alto...
Un gran Almodovar.

7,4
17.659
10
13 de septiembre de 2016
13 de septiembre de 2016
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
En el último festival de Cannes el Gran Premio del Jurado fue otorgado a Jean Luc Godard y Xavier Dolan a partes iguales. Los dos lados de un espejo con 60 años de diferencia. Desde luego, no parece casualidad.
No es difícil reconocer en la mirada del joven canadiense, los impulsos del que un día fue el gran precursor del nuevo cine. Seguramente el tratamiento y digresión del realizador de ‘Yo maté a mi madre’ algo tengan que ver con las fuentes del autor de obras maestras como ‘Pierrot, el loco’, ‘Vivir su vida’ o ‘El desprecio’. Tampoco lo es ver en él a autores como Harmony Korine, Leos Carax o Gus Van Sant.
Lo curioso es observar como a pesar de las posibles referencias y la etiqueta de nuevo ‘enfant terrible’, algo nos dice que su libertad procede de algo innato y salvaje. Algo nuevo y propio, sin ataduras ni indicios de copia. Como explicación solo nos queda la excusa de la carencia en los condenados a la excelencia.
En su quinta película, Xavier Dolan se aleja (de forma acertada), por primera vez, del objetivo. Consciente del poder que tiene detrás de ella y liberado del papel, le cede el puesto a un trío protagonista tan portentoso como inolvidable. Anne Dorval, Antoine-Olivier Pilon, y Suzanne Clément se hacen eternos.
Ambientada en Canada, en un supuesto futuro ficticio, la cámara comienza a moverse al ritmo de lo no establecido. No podemos parpadear, nuestros ojos están sujetos con las pinzas de Alex DeLarge. Gritos, música pop, muebles rotos, cuchillas, abrazos, miradas, insultos, bailes imposibles, golpes, Ludovico Einaudi, complicidad, bicicletas. Un ataque frontal en forma de imágenes desatadas no apto para los buscadores de respuestas y preceptivos. Para el resto, solo cabrá rendirse, arrodillarse y apretar fuertes nuestras manos entrelazadas. El encuadre se estirará ante nuestros ojos.
Xavier Dolan llevaba cinco años en el punto de mira. A partir de ahora seremos nosotros los que estaremos en el suyo.
Portentosa, genial e inolvidable.
No es difícil reconocer en la mirada del joven canadiense, los impulsos del que un día fue el gran precursor del nuevo cine. Seguramente el tratamiento y digresión del realizador de ‘Yo maté a mi madre’ algo tengan que ver con las fuentes del autor de obras maestras como ‘Pierrot, el loco’, ‘Vivir su vida’ o ‘El desprecio’. Tampoco lo es ver en él a autores como Harmony Korine, Leos Carax o Gus Van Sant.
Lo curioso es observar como a pesar de las posibles referencias y la etiqueta de nuevo ‘enfant terrible’, algo nos dice que su libertad procede de algo innato y salvaje. Algo nuevo y propio, sin ataduras ni indicios de copia. Como explicación solo nos queda la excusa de la carencia en los condenados a la excelencia.
En su quinta película, Xavier Dolan se aleja (de forma acertada), por primera vez, del objetivo. Consciente del poder que tiene detrás de ella y liberado del papel, le cede el puesto a un trío protagonista tan portentoso como inolvidable. Anne Dorval, Antoine-Olivier Pilon, y Suzanne Clément se hacen eternos.
Ambientada en Canada, en un supuesto futuro ficticio, la cámara comienza a moverse al ritmo de lo no establecido. No podemos parpadear, nuestros ojos están sujetos con las pinzas de Alex DeLarge. Gritos, música pop, muebles rotos, cuchillas, abrazos, miradas, insultos, bailes imposibles, golpes, Ludovico Einaudi, complicidad, bicicletas. Un ataque frontal en forma de imágenes desatadas no apto para los buscadores de respuestas y preceptivos. Para el resto, solo cabrá rendirse, arrodillarse y apretar fuertes nuestras manos entrelazadas. El encuadre se estirará ante nuestros ojos.
Xavier Dolan llevaba cinco años en el punto de mira. A partir de ahora seremos nosotros los que estaremos en el suyo.
Portentosa, genial e inolvidable.

6,9
5.651
7
13 de septiembre de 2016
13 de septiembre de 2016
Sé el primero en valorar esta crítica
Presentada en el último Cannes, donde su actriz principal recibió el premio a mejor intérprete, vuelve Asghar Farhadi con lo que bien podría ser una secuela inquietante de su anterior y maestro acto.
Consagrado por el gran público e infinidad de premios, incluido el Oscar a mejor película extranjera y el Oso de Berlín, por ‘Una separación’, el director iraní, por primera vez en su filmografía, traslada la acción de su país natal a los suburbios de París y se lleva junto a él lo mejor de su cine.
‘El pasado’, como el resto de su filmografía, se mueve dentro del arte llevado a la profundidad. Una dirección con pulso preciso y único y un guión capaz de mantenernos alerta durante todo el metraje ante los posibles cambios. Delicada y eficaz en su trama, el valor actoral se torna como seña de identidad propia. Un reparto único donde cada uno borda su trabajo incluyendo a unos niños increíbles sin más. No hay opinión ni juicio ante unos personajes a los que, al principio, parecemos no entender y al final sentimos como nuestros.
Aunque lo olvidemos, el final nos lo recordará. El pasado lo cambia todo y, por ello, el futuro tan solo es una posibilidad lejana.
Tremenda, profunda y feroz.
Consagrado por el gran público e infinidad de premios, incluido el Oscar a mejor película extranjera y el Oso de Berlín, por ‘Una separación’, el director iraní, por primera vez en su filmografía, traslada la acción de su país natal a los suburbios de París y se lleva junto a él lo mejor de su cine.
‘El pasado’, como el resto de su filmografía, se mueve dentro del arte llevado a la profundidad. Una dirección con pulso preciso y único y un guión capaz de mantenernos alerta durante todo el metraje ante los posibles cambios. Delicada y eficaz en su trama, el valor actoral se torna como seña de identidad propia. Un reparto único donde cada uno borda su trabajo incluyendo a unos niños increíbles sin más. No hay opinión ni juicio ante unos personajes a los que, al principio, parecemos no entender y al final sentimos como nuestros.
Aunque lo olvidemos, el final nos lo recordará. El pasado lo cambia todo y, por ello, el futuro tan solo es una posibilidad lejana.
Tremenda, profunda y feroz.
5
13 de septiembre de 2016
13 de septiembre de 2016
Sé el primero en valorar esta crítica
Y pasado el tiempo suficiente, mirando hacia atrás, nos damos cuenta de que el huracán no ha dejado víctimas ni daños suficientes para ser temiblemente recordado.
Nada mejor que la marca Lars Von Trier para poner al cinematográfico común en alerta y a los festivales feroces en apogeo. Lo hacía hace algo menos de un año con la que prometía ser su película más feroz y provocadora. Dividida en dos partes y censurada. Aliándose de la prohibición para agrandar la leyenda, aparecía esta Nymphomaniac en su primer volumen de piezas compuestas.
El supuesto drama en la piel de un gran Charlotte Gainsbourg asfixiada en la rareza. Stellan Skarsgård ganándose el puesto en cada conversación y Stacy Martin llevándose a ambos y al resto de nada despreciables secundarios por delante.
Poder amar y no disfrutar de hacerlo o su antónimo como disyuntiva del relato. Para nada empezaba mal el juego e incluso los primeros capítulos atrapaban entre lo mejor del danés. Un principio rotundo y poderoso como muestra perfecta de la propuesta acompañada de una escena en tren magnífica. El cometido cumplido, todos tenían ganas de saber más.
Es en el segundo volumen donde, poco a poco todo comenzó a desvanecerse. La historia perdía interés cuando, supuestamente, subía de intensidad y lo que prometía ser transgresor se convertía en finito. No obstante, esperábamos la jugada final del genio. Pero, esta vez, el delirio final se convirtió en un clímax sonrojante y de tremendo peso negativo para el resultado total.
Escuché risas jóvenes al finalizar la proyección.
Nymphomaniac se convertía así, en la metáfora perfecta de su creador. Los dos lados del artista que busca desesperadamente las ganas de mostrar un talento inconcluso.
Desde aquí, sabemos que lo tiene. Esperaremos al siguiente capítulo.
P.D. Su versión íntegra no aporta más datos al relato.
Nada mejor que la marca Lars Von Trier para poner al cinematográfico común en alerta y a los festivales feroces en apogeo. Lo hacía hace algo menos de un año con la que prometía ser su película más feroz y provocadora. Dividida en dos partes y censurada. Aliándose de la prohibición para agrandar la leyenda, aparecía esta Nymphomaniac en su primer volumen de piezas compuestas.
El supuesto drama en la piel de un gran Charlotte Gainsbourg asfixiada en la rareza. Stellan Skarsgård ganándose el puesto en cada conversación y Stacy Martin llevándose a ambos y al resto de nada despreciables secundarios por delante.
Poder amar y no disfrutar de hacerlo o su antónimo como disyuntiva del relato. Para nada empezaba mal el juego e incluso los primeros capítulos atrapaban entre lo mejor del danés. Un principio rotundo y poderoso como muestra perfecta de la propuesta acompañada de una escena en tren magnífica. El cometido cumplido, todos tenían ganas de saber más.
Es en el segundo volumen donde, poco a poco todo comenzó a desvanecerse. La historia perdía interés cuando, supuestamente, subía de intensidad y lo que prometía ser transgresor se convertía en finito. No obstante, esperábamos la jugada final del genio. Pero, esta vez, el delirio final se convirtió en un clímax sonrojante y de tremendo peso negativo para el resultado total.
Escuché risas jóvenes al finalizar la proyección.
Nymphomaniac se convertía así, en la metáfora perfecta de su creador. Los dos lados del artista que busca desesperadamente las ganas de mostrar un talento inconcluso.
Desde aquí, sabemos que lo tiene. Esperaremos al siguiente capítulo.
P.D. Su versión íntegra no aporta más datos al relato.

7,3
69.493
9
13 de septiembre de 2016
13 de septiembre de 2016
Sé el primero en valorar esta crítica
La sobremesa de la televisión, los nuevos libros convertidos en ‘best-sellers` por días, la opinión desde los asientos del parque, los correctos valores sociales, la mirada de los intelectuales de la nueva televisión.
Eso es ‘Perdida’ en esencia. David Fincher, que de esto del cine sabe un rato, utiliza lo banal para convertirlo en un artefacto punzante de intenciones sospechosas. No es su mejor película pero no lo tendrá difícil para estar entre lo mejor del curso.
Se apoya en la mejor banda sonora del año, por Trent Reznor & Atticus Ross, como elemento propio, arteria de cada escena, y en dos actores admirables. Rosamund Pike recogerá elogios mientras que Ben Affleck podrá defender su poder actoral con su estimable actuación.
El director, se merienda al feminismo y/o machismo de barrio en un primer acto magnífico y tontea con la hora de la siesta en un segundo engañoso e incluso torpe. En ese tiempo, su gran mérito es el de, aparentemente, desaparecer, no enfocar, no molestar. Mientras lo hace, nos regala una clase magistral de encuadres invisibles. La mencionada música se encarga del resto.
El canibalismo del matrimonio, como dice Nick Cave en su magnífica ’20.000 días en la tierra’, es desenterrado en un tercer acto mordaz. Las tres preguntas rondando en la cabeza del personaje masculino al inicio de la obra se tornan nuestras en busca de posibles vertientes.
Para nuestro regocijo y rendición final, llega la sangre y una resolución muestra de consecuencia y elegancia narrativa para una obra completa y cerrada en intenciones. El resto será un secreto tras las puertas del hogar.
Así, una vez conocida la trama, volverán las preguntas, los miedos, las dudas, los celos. Nuestros compañeros de viaje, nuestras amantes, nuestros protectores, nuestras confidentes…
Esas personas que tal vez, nunca conozcamos.
Esencial.
Eso es ‘Perdida’ en esencia. David Fincher, que de esto del cine sabe un rato, utiliza lo banal para convertirlo en un artefacto punzante de intenciones sospechosas. No es su mejor película pero no lo tendrá difícil para estar entre lo mejor del curso.
Se apoya en la mejor banda sonora del año, por Trent Reznor & Atticus Ross, como elemento propio, arteria de cada escena, y en dos actores admirables. Rosamund Pike recogerá elogios mientras que Ben Affleck podrá defender su poder actoral con su estimable actuación.
El director, se merienda al feminismo y/o machismo de barrio en un primer acto magnífico y tontea con la hora de la siesta en un segundo engañoso e incluso torpe. En ese tiempo, su gran mérito es el de, aparentemente, desaparecer, no enfocar, no molestar. Mientras lo hace, nos regala una clase magistral de encuadres invisibles. La mencionada música se encarga del resto.
El canibalismo del matrimonio, como dice Nick Cave en su magnífica ’20.000 días en la tierra’, es desenterrado en un tercer acto mordaz. Las tres preguntas rondando en la cabeza del personaje masculino al inicio de la obra se tornan nuestras en busca de posibles vertientes.
Para nuestro regocijo y rendición final, llega la sangre y una resolución muestra de consecuencia y elegancia narrativa para una obra completa y cerrada en intenciones. El resto será un secreto tras las puertas del hogar.
Así, una vez conocida la trama, volverán las preguntas, los miedos, las dudas, los celos. Nuestros compañeros de viaje, nuestras amantes, nuestros protectores, nuestras confidentes…
Esas personas que tal vez, nunca conozcamos.
Esencial.
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