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6,6
5.800
7
12 de marzo de 2016
12 de marzo de 2016
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Crónica honrada y sencilla acerca de la pobreza, el hambre y el paro. Historia de una familia, madre e hijo, intentando llevarse algo a la boca y conservar un techo donde cobijarse. Película cuidadosa con este tema tan difícil de abordar, sincera y sin ornamentos, aunque podría discutirse si cala el tema del desahucio, su génesis según el director. Una película valiente para los tiempos que corren, para el cine que anda por ahí. Es de agradecer que se hagan películas tan realistas como la vida misma, quizá la de la familia del piso de al lado, esa que no se ve o que simplemente se ignora. Ideal para estas fiestas y para comer pavo caducado. Tiene algunos peros, sí, aunque el director puede sentirse satisfecho de su retrato. Magnifica interpretación de Natalia de Molina.

6,4
10.900
7
8 de mayo de 2016
8 de mayo de 2016
6 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Lo primero que quiero decir sobre esta película es gracias, a Icíar por haberla rodado, y también a su pareja, Paul Laverty, por haber escrito el guion. Y es que uno no se encuentra a menudo en la pantalla con tanta humanidad y dignidad. En realidad, nada de esto es nuevo en la obra de la directora; imagino que ya quedó impregnada de todo ello al interpretar el personaje de Estrella, Estrellita, como la llamaba Rafaela Aparicio, en "El sur" de V. Erice. Y digo yo, cómo puede uno salir del trance de haber sido carne y hueso de una de las mejores películas que se hayan realizado en la historia, pues tocado con la varita mágica de la bendición cinematográfica, y a las pruebas me remito... Icíar Bollaín no se ha apartado nunca del camino que le marcara de chiquilla aquella veleta de su casa en el norte de "El sur". Dicho esto, he de añadir que he salido más que satisfecho del cine tras ver "El olivo", incluso diría que algo contagiado de la humanidad, sinceridad y honestidad que desprende la historia y sus personajes, y con la esperanza también de colaborar -en un breve trecho va a ser- en que durante los próximos dos mil años hagamos las cosas un poquito mejor. Una película en la que un entierro se narra con el nacimiento de un árbol milenario no puede ser más optimista, a pesar de que lo que podemos ir viendo a lo largo de la cinta nos hubiera podido conducir a la conclusión contraria. El amor y la ternura que colman la relación de un abuelo y su nieta sustenta la trama de la película hasta el final, con personajes de verdad, quiero decir de carne y hueso, de esos que vemos cada día, y no de cartón piedra, no de película increíble que tanto abunda por ahí. Es cierto que, en apariencia, el argumento puede resultar disparatado, quizá sea lo único que no es real en este film hiperrealista, mcguffin que nos da pie a rectificar, a recobrar los valores de esta vida nuestra, de la naturaleza perdida en váyase a saber qué engaños de nuestra humanidad también huida hacia el dinero que todo lo compra. Quizá sea esta la fábula de un olivo por testigo, de un ser vivo fuerte, bello e inquebrantable, pero tristemente, en manos del ser humano que en ocasiones todo lo pervierte, incluso lo intocable, así somos y me temo que así seremos. No obstante, algo bueno estaremos haciendo, sin duda, si no fuera así el mundo ya se habría extinguido, y, renqueando, hacia el futuro vamos. Todo esto me ha transmitido esta nueva obra de Icíar Bollaín, filmada con naturalidad y sin ornamentos, como acostumbra, rodeada de un buen equipo, tanto técnico como artístico. Y también en la familia he pensado, en esas relaciones generacionales que, como subtrama, pasan en segundo término como en la vida misma, y que es la propia existencia, la familia, igualmente milenaria, tan tierna y tan rocosa a la vez. También me ha chistado la pantalla, al acabar la película, blanca e iluminada con las luces de la sala ya encendidas, que no estaría de más visitar de vez en cuando el alma -así se llama la protagonista de la película, no por casualidad- para aprender del árbol que se inunda de la tierra en la que fue plantado, en donde crece y muere, y también para sostener una charla con ella, a ver qué se cuenta, para no olvidarse vamos. Cuánta palabrería para una película tan sincera y sin retórica alguna. Ay señor, señor... a ver si durante los próximos dos mil años somos capaces de hacer las cosas un poquito mejor, como dice Alma.

6,6
17.685
6
22 de noviembre de 2021
22 de noviembre de 2021
5 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esta tarde he ido a ver una película de la que no sabía absolutamente nada. Bueno, sí, no exageremos. Que una de las protagonistas era Anya Taylor-Joy; que era obra de un director y de dos guionistas que desconocía; que la moda estaba presente en la historia; y que un personaje retrocedía en el tiempo para encontrarse con una cantante famosa de los 60. Pero nada de eso era aliciente suficiente para mí como para decantarme por ella, más aún quedándome algunas cosas por ver que me resultan interesantes a priori. Sí que estoy al tanto de los estrenos, por supuesto, pero me entero de lo elemental: quién la dirige; quién la escribe; si se trata de un guion adaptado; cuál es el reparto; la época en que transcurre la acción, que intuyes por los carteles y alguna fotografía que ves; el boca a boca del que siempre te enteras de cosas; y el expreso seguimiento de cineastas y actores que especialmente me interesan. Y claro, con todo lo dicho, al corriente sí que estoy; pero intento eludir cualquier tipo de comentario, crítica y opinión de los estrenos, más allá de lo estrictamente necesario. Es lo que quería expresar, en realidad: que no leo críticas por adelantado, ni revistas especializadas ni publicaciones ni programas de cine, antes del visionado. No sé a los demás, pero a mí me condicionan, y prefiero llegar a la proyección lo más virgen posible. Supongo que más o menos se me entiende. De ahí la rotundidad de mi primera afirmación, aunque algo inexacta si se quiere.
Sin embargo, como he dicho, de "Última noche en el Soho" no me había llegado la información suficiente como para hacerme una mínima idea -hasta aquí sí que llego siempre-, ni temática, género, en fin... que la he elegido bastante a ciegas. Pero algo me decía la nariz. Y, así como otras veces me pego la castañada, con este Soho me he llevado una sorpresa agradable. Más si se tiene en cuenta que, de haber sabido cuál era su argumento con un mínimo de detalle, no se me habría ocurrido acudir a la sala en cuestión. En principio, ni me atraen ni me gustan este tipo de historias. Y mira por dónde que, sin dar volteretas, he salido satisfecho del cine. Me ha gustado sobre todo, más que lo que cuenta, cómo lo cuenta el director. Subrayaría esa dirección y su puesta en escena, el ritmo narrativo, a pesar de tener un exceso de metraje, el montaje, la composición de los personajes, la interpretación de todo el reparto -bienvenida la reaparición de Terence Stamp en un corto papel-, la música de los 60 -algo de musical tiene la película-, la ambientación -muy buena- y la evolución del guion y de la historia, que siempre avanza.
Partes de un cuento de hadas para acabar en otro de terror; comienzas con un bonito sueño para que el desenlace sea de verdadera pesadilla; la fantasía se torna en delirio; la pura inocencia desemboca en violencia sangrienta; la abuelita en bruja; y la joven ilusión en paranoia desenfrenada. Como no soy muy partidario de etiquetar las películas por su género desde que quienes se cuidan de este menester se han trastocado; a veces se puede leer: "drama, documental, judicial, social, thriller". ¿No es para tirarle un cubo de agua bien helada ahora en invierno a quien elucubra tal disparate? Son normas de la administración y todo eso, ya lo sé, pero a mí me parece destornillante. Curiosamente, hace unos pocos meses me ofrecieron un trabajo para el departamento cultural encargado, que consistía en visionar dos películas diarias antes de su estreno con el fin de clasificarlas por edades y, en ocasiones, definir su género. Cuando me dijeron la última parte se me pusieron los pelos de punta. Al final todo quedó en nada. En cualquier caso, le estoy muy agradecido a quien pensó en mí para ello.
Decía que como no soy partidario de las etiquetas... pues eso, que, sin desvelar nada, solo comento lo hasta aquí expresado de la película, sin que me haya entretenido en su sinopsis, que está en todas partes. Y dejo las sorpresas para quienes no la hayan visto.
Quiero añadir también que la trama de esta bienintencionada paranoia está bien construida, y que logra crear una intriga eficaz y contundente. Tiene su mérito que yo encuentre la película tan interesante y atractiva con todas esas fantasías y fantasmas, pero no voy a mentir, así es. El guion, según mi opinión, podría ser mejor, más trabajado, y su desarrollo más corto. Le haría un favor al metraje y a la película. Pero, aun así, creo haber visto un buen trabajo que además me ha interesado.
Me ha salido un análisis un poco rarito, como la historia de la peli si lo pienso, un poco desconcertante. ¡Ah! Que se me olvidaba, me han venido unas terribles ganas de volver a Londres.
Sin embargo, como he dicho, de "Última noche en el Soho" no me había llegado la información suficiente como para hacerme una mínima idea -hasta aquí sí que llego siempre-, ni temática, género, en fin... que la he elegido bastante a ciegas. Pero algo me decía la nariz. Y, así como otras veces me pego la castañada, con este Soho me he llevado una sorpresa agradable. Más si se tiene en cuenta que, de haber sabido cuál era su argumento con un mínimo de detalle, no se me habría ocurrido acudir a la sala en cuestión. En principio, ni me atraen ni me gustan este tipo de historias. Y mira por dónde que, sin dar volteretas, he salido satisfecho del cine. Me ha gustado sobre todo, más que lo que cuenta, cómo lo cuenta el director. Subrayaría esa dirección y su puesta en escena, el ritmo narrativo, a pesar de tener un exceso de metraje, el montaje, la composición de los personajes, la interpretación de todo el reparto -bienvenida la reaparición de Terence Stamp en un corto papel-, la música de los 60 -algo de musical tiene la película-, la ambientación -muy buena- y la evolución del guion y de la historia, que siempre avanza.
Partes de un cuento de hadas para acabar en otro de terror; comienzas con un bonito sueño para que el desenlace sea de verdadera pesadilla; la fantasía se torna en delirio; la pura inocencia desemboca en violencia sangrienta; la abuelita en bruja; y la joven ilusión en paranoia desenfrenada. Como no soy muy partidario de etiquetar las películas por su género desde que quienes se cuidan de este menester se han trastocado; a veces se puede leer: "drama, documental, judicial, social, thriller". ¿No es para tirarle un cubo de agua bien helada ahora en invierno a quien elucubra tal disparate? Son normas de la administración y todo eso, ya lo sé, pero a mí me parece destornillante. Curiosamente, hace unos pocos meses me ofrecieron un trabajo para el departamento cultural encargado, que consistía en visionar dos películas diarias antes de su estreno con el fin de clasificarlas por edades y, en ocasiones, definir su género. Cuando me dijeron la última parte se me pusieron los pelos de punta. Al final todo quedó en nada. En cualquier caso, le estoy muy agradecido a quien pensó en mí para ello.
Decía que como no soy partidario de las etiquetas... pues eso, que, sin desvelar nada, solo comento lo hasta aquí expresado de la película, sin que me haya entretenido en su sinopsis, que está en todas partes. Y dejo las sorpresas para quienes no la hayan visto.
Quiero añadir también que la trama de esta bienintencionada paranoia está bien construida, y que logra crear una intriga eficaz y contundente. Tiene su mérito que yo encuentre la película tan interesante y atractiva con todas esas fantasías y fantasmas, pero no voy a mentir, así es. El guion, según mi opinión, podría ser mejor, más trabajado, y su desarrollo más corto. Le haría un favor al metraje y a la película. Pero, aun así, creo haber visto un buen trabajo que además me ha interesado.
Me ha salido un análisis un poco rarito, como la historia de la peli si lo pienso, un poco desconcertante. ¡Ah! Que se me olvidaba, me han venido unas terribles ganas de volver a Londres.
11 de julio de 2021
11 de julio de 2021
5 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
El cine francés es una bendición. Me ha enamorado “Las cosas que decimos, las cosas que hacemos”. Y cómo no iba a hacerlo tras dos horas de enamoramientos, atracciones, seducciones, desamores, infidelidades, tríos, reencuentros, infelicidades, culpabilidades, sexo, moral, renuncia, deseo, sorpresa, dolor… No voy a ser yo el que teorice sobre el fenómeno que produce que el corazón se encoja o se dilate, que se dispare incluso cuando le despierta eso que llamamos amor. Y que también enferma cuando se va de repente. La película tampoco teoriza, pero sí nos muestra esa larga lista de acontecimientos que se suceden a través de un reparto de actores y actrices que hacen muy bien su trabajo. Y nos enseña los amoríos que tal como vienen se van, o son sustituidos por otros; las soledades que escuecen tras la ruptura; la sensación de fracaso y vacío ante lo inaccesible. Y, mientras tanto, la razón intenta expresar y contarse lo que el corazón bombea en todo ese proceso. Emmanuel Mouret construye una atractiva película a partir de un guion propio muy bien estructurado. Y tiene su mérito dado lo resbaladizo del tema que le ocupa. Las historias entrelazadas mantienen el ritmo de la narración con estupenda sintonía e interés. Los hechos se suceden con naturalidad en una trama bien urdida, donde el desamor y el fracaso a la postre son los verdaderos protagonistas de las historias. Y se suceden al compás de la melancolía de la música clásica que impregna cada escena. Qué frágil puede llegar a ser la relación amorosa más sólida; y con qué facilidad puede quebrarse el compromiso y la fidelidad más firme en ocasiones. ¿En secreto? ¿En público? Los amores cobardes no llegan a serlo, dice Silvio Rodríguez en una bella canción. Y el puzzle está ahí, en la pantalla. Da para mucho, pienso, esta película de Mouret, en la que la dirección de actores y las interpretaciones son sobresalientes.
Es inevitable estar disfrutando la película en la butaca del cine y que Woody Allen no aparezca por allí. Perfectamente el guion, de fondo, podría ser suyo; que luego salpicaría en todo caso con las señas inequívocas de su obra. Pero así me lo ha parecido de principio a fin, incluso por lo que se refiere a su estructura. El tema que aborda el film, con las historias paralelas que se cruzan, narradas por los propios protagonistas, es una constante de Allen. Incluso parte de la puesta en escena ayuda a recordarlo -la textura del color, algunos fueras de campo, la voz en off-. El uso de la música -clásica en este caso- también me lo recordó. Y cómo no, las secuencias del documental del filósofo que el personaje de Daphné (Camélia Jordana) está montando para un cineasta del que se enamora, supuran a “Delitos y Faltas” por todas partes. Precisamente en ese documental convergen las historias de “Las cosas que decimos…”, y en él sí que se teoriza sobre el amor. No estoy criticando el parecido, solo subrayo la coincidencia. Por algo el amor es un tema universal. Seguramente al director le habrán preguntado por esta similitud, o eso imagino.
No había visto nada de este cineasta. Será cuestión de revisar su obra y seguirlo en el futuro.
He comenzado este escrito diciendo que el cine francés es una bendición. No es la primera vez que lo expreso. El nivel medio de su obra es más que satisfactorio, y su calidad artística alta. También es cierto que su industria es muy potente desde hace décadas, y que la cultura en Francia no está descuidada. Todo ello forma un cúmulo de circunstancias que mantienen al cine francés en primera línea, y no solo en producciones propias, sino también en aquellas otras en las que se involucra; principalmente en la cinematografía de países del oriente próximo. Y claro, hay un detalle que no puede olvidarse, los franceses son los primeros espectadores de su propio cine. Podríamos aprender algo de vez en cuando por aquí, en lugar de mirarnos tanto el ombligo.
Es inevitable estar disfrutando la película en la butaca del cine y que Woody Allen no aparezca por allí. Perfectamente el guion, de fondo, podría ser suyo; que luego salpicaría en todo caso con las señas inequívocas de su obra. Pero así me lo ha parecido de principio a fin, incluso por lo que se refiere a su estructura. El tema que aborda el film, con las historias paralelas que se cruzan, narradas por los propios protagonistas, es una constante de Allen. Incluso parte de la puesta en escena ayuda a recordarlo -la textura del color, algunos fueras de campo, la voz en off-. El uso de la música -clásica en este caso- también me lo recordó. Y cómo no, las secuencias del documental del filósofo que el personaje de Daphné (Camélia Jordana) está montando para un cineasta del que se enamora, supuran a “Delitos y Faltas” por todas partes. Precisamente en ese documental convergen las historias de “Las cosas que decimos…”, y en él sí que se teoriza sobre el amor. No estoy criticando el parecido, solo subrayo la coincidencia. Por algo el amor es un tema universal. Seguramente al director le habrán preguntado por esta similitud, o eso imagino.
No había visto nada de este cineasta. Será cuestión de revisar su obra y seguirlo en el futuro.
He comenzado este escrito diciendo que el cine francés es una bendición. No es la primera vez que lo expreso. El nivel medio de su obra es más que satisfactorio, y su calidad artística alta. También es cierto que su industria es muy potente desde hace décadas, y que la cultura en Francia no está descuidada. Todo ello forma un cúmulo de circunstancias que mantienen al cine francés en primera línea, y no solo en producciones propias, sino también en aquellas otras en las que se involucra; principalmente en la cinematografía de países del oriente próximo. Y claro, hay un detalle que no puede olvidarse, los franceses son los primeros espectadores de su propio cine. Podríamos aprender algo de vez en cuando por aquí, en lugar de mirarnos tanto el ombligo.
7
12 de marzo de 2016
12 de marzo de 2016
5 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Interesante película que ha pasado de refilón por nuestra cartelera. La vida transcurre en los océanos a bordo de un carguero en el que cabe un mundo tan grande como en cualquier lugar de la tierra, esta misma, un microcosmos quizá, palabra que no me gusta emplear demasiado por sobada, y que no se adapta enteramente a lo que transcurre en el Fidelio, así se llama el barco, pero sí, casi un microcosmos al fin y al cabo. Y en él la marinera protagonista acapara todas las historias, esta actriz que yo no conocía -espléndida interpretación- llamada Ariane Labed; no es la primera vez que lo digo, el cine francés es inagotable lanzando nuevas y buenas actrices a la pantalla, en este caso al mar, pero Alice no se cae de la cubierta del Fidelio, no, tiene los pies muy firmes y bien plantados en un suelo que a veces acusa el leve movimiento de la marejada, tanto la que llega de las aguas agitadas, como la del vaivén del deseo y el amor de sus amantes, el de tierra y el del mar. Su personaje transcurre y concita todas las historias y las vivencias del film. Una mujer en un mundo absolutamente masculino, marinera entre marineros; machismo y feminismo, la directora lo trata someramente y con discreción, sin enfrentamientos, pero latente; amores y desamores; infidelidades y compromisos; inmigración y desigualdad social; responsabilidad; lejanía, íntima convivencia y amistad; mucho sexo. Pienso que hay muchos tubos y válvulas que controlar en las salas de máquinas de ese carguero colosal, en las entrañas del buque y en las de los personajes, y quizá por ello podría pensarse que en algunos aspectos la película se queda en la superficie de todo, algo así sentí al verla, pero, a pesar de ello, el eje central, las emociones y los sentimientos de esta marinera jefa de máquinas que se hace querer en tierra por su novio y a bordo por el capitán, un antiguo amante, y cómo no, por el espectador en el cine, así como la historia central que muestra, de amor al fin y al cabo, hace que te olvides de esa posible superficialidad para embarcarte también en el Fidelio, compartiendo las emociones desde la butaca del cine como un tripulante más del buque. Me pareció novedoso y bien construido el guion, y finalmente, interesante el film y su desarrollo, lo vi con interés y sincera expectación. Y al acabar, me quedé con una frase que dice la protagonista, como ciencia cierta y conclusión de lo acontecido, eso pensé; dijo algo así como que lo que ocurre en el mar se queda en el mar. Al escoger las fotos para completar este breve análisis, me he percatado de que esa misma frase está escrita en el cartel de la película, no lo sabía y me ha sorprendido gratamente. El cine, de una manera u otra, no dejará nunca de sorprenderme.
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