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Críticas 641
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
7
5 de octubre de 2007
65 de 73 usuarios han encontrado esta crítica útil
No es oro todo lo que reluce y el espectador busca y descubre, en cada primer plano de Jean Simmons, algo oculto, alguna perversidad que otra, porque lo de “Cara de Angel” está bastante claro que es una ironía y hasta Robert Mitchum se ha dado cuenta que algo no encaja y que la maquinaria mental de la niña rica no anda demasiado bien engrasada.

Claro que, uno se pregunta, ¿cómo se deja engatusar de esta forma? ¿Porqué no hizo las maletas cuando debía? ¡Vaya usted a saber! Exigencias del guión, tal vez. O quizás esa mezcla de ingenuidad, belleza y sensualidad le hizo perder el “oremus”. El caso es que el único culpable de ese deslizarse por la pendiente es él mismo. No hay excusas que valgan.

En el orden puramente cinematográfico, cabe decir que aunque la película tiene elementos destacables como por ejemplo la música de Tiomkin ó la labor en la dirección de Preminger no es, a mi parecer, la mejor obra de éste. Laura tiene un “algo” de lo que carece Cara de Ángel. Incluso Al borde del peligro ó Anatomía de un asesinato la superan. Y aunque nos deja escenas notables como por ejemplo el desarrollo del juicio ó la “confesión” en el despacho del abogado, tiene un algo previsible que la vacía un tanto de suspense y por ende de contenido.

Es de Preminger. Eso se nota. Pero aunque nos deja un buen sabor de boca, le falta algo de bouquet. Aunque como dice el refrán: “Sobre gustos no hay disputas”.
13 de septiembre de 2008
65 de 74 usuarios han encontrado esta crítica útil
No es una película apta para todos los públicos sino tan sólo para aquellos que tengan intacta su capacidad de soñar. Abstenerse incrédulos y quienes presuman de estar de vuelta de todo. Altamente recomendada para niños, abuelos y Peterpanes de vocación.

Porque La Princesa prometida es como un Viaje con nosotros pero sin animadores gesticulantes, donde nos sonríen los gigantes y las brujas, los resucitadores y, malévolamente, los asesinos de los seis dedos. Donde un español de nombre Íñigo Montoya repite incesantemente su estribillo. Donde el incandescente pirata Robert transmite sus poderes de generación en generación. Donde los bosques se visten de fuego y trampas de arena. Donde el amor verdadero se baña en las notas sublimes de una BSO genial de un Mark Knopfler que hace de su guitarra lámpara mágica de sus deseos.

¿Dónde está la realidad? se preguntarán. En ninguna parte. ¿Para que la queremos? ¿No nos basta soñar? Solo son 98 minutos. Ya tendremos tiempo después para dispararle al pianista de la realidad cotidiana. Escuchemos al abuelo. Silencio, se sueña...
11 de marzo de 2008
60 de 65 usuarios han encontrado esta crítica útil
Estoy considerando seriamente la posibilidad de conceder a Frank Capra una autorización de estancia permanente en mi Partenón Olímpico particular de dioses cinéfilos, junto a los Wilder, Lubitsch, Lang, Hitchcock y Ford. Ha pasado algún tiempo, tal vez excesivo, desde las últimas incorporaciones y de vez en cuando hay que renovarse porque la alternativa es morir y morir por morir mejor morirse con la muerte en los talones, debatiéndose entre el to be or not to be, con Perdición ó Perversidad y siendo un hombre tranquilo ó incluso un Juan Nadie, que de un disparo errático y azaroso de bodriosos pistoleros daltonianos ó inmerso en Showtimes televisivos con salsa rosa a discreción.

Pero aquí, además de a hablarles de Capra, he venido a comentar la película Juan Nadie. Y Juan Nadie es una obra muy en la línea Capra, esa línea que se mueve entre la utopía de los sueños y el desencanto de las realidades, una línea de supervivencia necesaria para una sociedad en depresión y necesitada de esperanzas, una línea de poner una sonrisa en rostros ensombrecidos por la cotidianeidad de una América en crisis. Una línea, en definitiva, necesaria para la sociedad USA de los años 30 tan precisada de vitaminas morales para continuar sobreviviendo como de moralinas demo cristianas ó simplemente humanas para darle sentidos a su existencia.

Y estoy con ustedes en que Barbara Stanwyck le van más los papeles de mujer capaz de llevar a la perdición al más íntegro de los varones que aquellos de periodista sensacionalista con recatados hábitos monjiles en el tintero y también comulgo con la idea de que Gary Cooper está siempre más cerca del solo ante el peligro que de un revolucionario de multitudes forzado por el hambre. En todo eso estamos de acuerdo. Pero ¿Me negarán que el discurso-definición de Walter Brennan en su papel de Coronel sobre las sanguijuelas es de los que crean afición ó adicción? ¿Me negarán que la fotografía es más que notable? ¿Qué me dicen de la música de Tiomkin? ¿Y del duelo de armónicas? Ok...No es el de banjos de Deliverance pero está bien. Y por último, ¿Acaso no es cierto que siempre hubo, hay y habrá quienes intentan cambiar multitudes por votos y quienes intentan la manipulación de las masas?

Capra, se sale literalmente con ¡Que bello es vivir!, con Arsénico por compasión ó con Un gangster para un milagro. Incluso ese cuento-film ambientado en el Shangri-La tibetano (Horizontes perdidos) tiene momentos encantadores aunque no sea su mejor trabajo. Y Juan Nadie lo mismo. Es una buena realización. ¿Obra menor? Bueno. Si un Picasso menor siempre es un Picasso, pues un Capra menor siempre será un Capra. Ustedes me entienden… Seguro. No le estoy dando patente de corso. Simplemente que valoro la obra en su conjunto y me gusta. Si señor. Me gusta.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Como crítica negativa: El final escogido para el film puede ser moral y políticamente correcto para los productores y censores de la época, pero no es el coherente con el film. Si Juan Nadie hubiese descendido de la azotea consistorial por el camino más rápido, los espectadores es posible que hubiesen acabado sorbiendo alguna que otra lágrima pero hubiesen dicho aquello de que un revolucionario muerto es mucho más peligroso que vivo, pues se convierten en héroes para el pueblo. La novela tenía este final lógico y coherente, en cambio, la película, más preocupada por nuestra salud social y mental, opta por el final feliz. Y colorin colorado...
16 de abril de 2007
58 de 61 usuarios han encontrado esta crítica útil
Película interesante para aproximarse a los conceptos y maneras de lo que se ha llamado expresionismo alemán. Filmada hace más de ochenta años, su visionado es imprescindible para aquellos que quieran acercarse a los orígenes del llamado séptimo arte.

En algún manual cinematográfico se la califica de obra maestra. Yo no me atrevería a decir tanto. La obra de Wegener parte del eterno mito creativo, del hombre acercándose a Dios como fuerza generadora de vida, y lleva estos planteamientos, históricamente literarios, al terreno cinematográfico donde por aquellos años 20 resultaban absolutamente originales.

Prueba de esta originalidad es que, aun no siendo un cinéfilo de pro, la película se reconoce plenamente como precursora de aquella de Frankestein con la niña y la flor (observen simplemente la carátula frontal de la película).

Resultan altamente interesantes los decorados que, unidos a una fotografía de claroscuros, de sombras acechantes y claridades diáfanas y junto al propio argumento narrativo, conforman un film de acusados tonos surrealistas. Y no menos original e interesante es la escena en que se sobreponen el tiempo histórico del éxodo judío con el tiempo real. Un acercamiento, bien logrado, a esa idea del “cine” dentro del propio cine que también vimos en Tartufo, la obra de Murnau.

En resumen una película con suficientes méritos y valores cinematográficos para no defraudarnos y un aliciente mas para seguir profundizando en los trabajos de aquellos pioneros “chalados” con sus locos “cacharros”, dicho, como creo que se entiende, con un respeto imponente.
11 de febrero de 2010
56 de 58 usuarios han encontrado esta crítica útil
Se hace necesario acuñar una definición para este género cinematográfico. Lo de neorrealismo italiano se le queda pequeño. El neorrealismo retrata realidades y en los años de postguerra estas realidades eran duras y en países como Italia o la misma España, la dureza llovía sobre un mojado histórico. Definir como neorrealista un film como Milagro en Milán es válido pero insuficiente. Hay que adjetivarlo. Me ha gustado lo de neorrealismo mágico por lo que supone de vuelta a la infancia y de recuperación de la capacidad de soñar.

No en vano De Sica inicia su película con ese “Había una vez” tan propio de esos cuentos que nos adormecían de niños y que, al llegar a adultos hemos redescubierto en sus significados eternos y profundos. No en vano, también, la concluye con la esperanza de un lugar donde tener un buen día signifique ni más ni menos que eso, tener un buen día. Y en medio, un film donde la pobreza se viste de honradez y la riqueza de fariseísmo y donde aquel niño nacido como en los cuentos domésticos de una col se convierte en líder entre espiritual y mágicamente pragmático de una sociedad de indigentes. ¿Connotaciones cristianas? Probablemente. Pero sobre todo un retrato donde las acideces neorrealistas se camuflan entre canciones, risas, organillos, milagros, seres celestiales, fuerzas antidisturbios en traje de camuflaje y cantando ópera. Donde al final de la escapada vía escobas voladoras se halla, o al menos nos queda la esperanza, la antítesis de un mundo donde se han atrincherado el recelo, la codicia y la ley del dinero, entre otros residentes similares.

Un cuento de magia e ilusión, repleto de bondad y de optimismo, con sus personajes buenos y sus bellacos redomados que han de acabar perdiendo porque si no, no sería cuento. Nuestro yo infantil, ese que conservamos en nuestro interior y nos mantiene a flote en los mayores naufragios, verá hadas, príncipes y enanitos gruñones pero entrañables. Nuestro yo maduro, con sus descosidos y sus remiendos, verá la dureza de la supervivencia y la injusticia de un mundo que no precisa que te descuides para pisarte y encima retorcer el zapato.
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