En la plataforma Star+ podemos disfrutar de uno de los contenidos de la industria nacional audiovisual más interesantes, originales y destacados de los últimos años. Creada en conjunto por Gastón Duprat y Mariano Cohn, quienes recientemente han explorado el formato de streaming con notable éxito ("Nada", "El Encargado", "Bellas Artes"), "Terapia Alternativa" nos presenta el dilema que atraviesa una joven pareja de amantes que acude a sesiones para poder separarse: sendos mundos paralelos están a punto de derrumbarse.

En tanto que Jazmín Stuart y Ana Katz se dividen créditos de dirección, Daniel Katz y la propia Ana, en compañía de Alejandro Jovic, se reparten la escritura de un guion que nos invita a internarnos de lleno en un relato caliente, picante y controversial, plagado de una sucesión de encuentros furtivos que podría terminar del modo menos pensado. Actualmente emitida por El Trece, la primera temporada indaga en la imperfección cotidiana que reviste a cada una de las relaciones expuestas, en busca de una verdad que aguarda, latente, bajo las sábanas. Que nadie diga 'yo nunca', dice una voz en off.

Incomodidad, vergüenza ajena y tensión son algunas de las emociones que nos atraviesan a lo largo de diez capítulos en donde las fantasías del engaño confrontan la monotonía y la rutina de dos hogares en crisis. Con la intención de hacernos empatizar con sus personajes, la serie lleva a cabo un hábil desarrollo, planteando conflictos existenciales de inmediata identificación: ¿será que uno quiere separarse de sí mismo? Finalmente, ¿querremos que sean descubiertos y enfrenten las consecuencias o no?

La excelente dupla conformada por Benjamín Vicuña y Eugenia Suárez añade considerable morbo a la propuesta, si tenemos en cuenta el notorio impacto mediático de la otrora pareja en la vida real. Por su parte, Carla Peterson brilla en la piel de Selva, una psicóloga y consejera matrimonial, en uso de sus poco convencionales herramientas profesionales. Incluso llegando a extralimitarse: la gurú del amor se inmiscuirá en la intimidad de sus propios pacientes.

Querer lo que se desea es una difícil tarea, avisa Selva, entre infidencias de algún que otro secreto profesional compartido. Siempre y cuando se trate de ser honesto y no morir en el intento: a escondidas todo puede salir mal. Inteligente y sin perder jamás el sentido del humor, el alto contenido sexual eleva la temperatura de un producto capaz de analizar, con gran acierto, los celos, las traiciones, los miedos, el desgaste irreversible y los deberes de padre y madre, equilibrando la balanza de causas y consecuencias.

El encantador estafador y asesino serial que fascinó a generaciones amantes del cine y la literatura está de regreso. Tom Ripley, villano de aquellos y cínico manipulador, quien sabe volverse en frío verdugo de un momento a otro. El recorrido de este personaje en la gran pantalla es profuso, destacando "A Pleno Sol" (René Clement, 1960), protagonizada por Alain, "El Talento de Mr. Ripley" (Anthony Minghella, 1999) con Matt Damon y "El Amigo Americano" (Wim Wenders, 1977) con Bruno Ganz; sinónimos de un producto que despierta incesante interés. En esta ocasión, en formato seriado para Netflix, arriba a la pantalla doméstica de la mano de Steve Zaillian ("Una Acción Civil", "Todos los Hombres del Presidente"), capaz de aportar calidad cinematográfica e inteligencia a una puesta en escena que adquiere volumen de tratado de tenebrismo, según los principios de Caravaggio, en la disposición sobre el lienzo de la anatomía humana. De esta forma, el clásico novelado de Patricia Highsmith, editado en 1955, renueva la clásica intriga del culpable que se da a la fuga, no obstante los ojos del presente asuman dicha premisa bajo cierta noción pueril. En el mundo híper conectado de hoy, poco probable resulta pensar que el malvado por antonomasia se las arreglaría para burlar a propios y extraños. Sin embargo, los modos de pasar desapercibido en aquel entonces, camuflando su identidad, acaban validando una fórmula rendidora. Sabiamente, y siguiendo una página de manual hitchcockiana, Zaillian compromete al espectador con la objetable moral de su protagonista: un narcisista, reprimido y frustrado que vampiriza aquellas existencias que no puede emular. Rey del despiste, el amigo americano desata su alter ego de luces y sombras: el despiadado falsificador (en la piel de Andrew Scott) puede hacerse pasar por cualquier persona, volviéndose un auténtico incógnito en territorio italiano que recorre como la palma de su mano: desde Palermo a Venecia y Roma. Sin embargo, no es perfecto en su tarea criminal; sus emociones lo traicionan y no tarda en cometer errores. Dueña de una estética ambiciosa, evidentes en una exquisita fotografía en blanco y negro y en un cabal uso de música incidental de suspenso se confirman como pilares, la serie cuenta con intérpretes secundarios como Johnny Flynn y Dakota Fanning, sumándose a ellos una desaprovechada Margherita Buy y un pintoresco John Malkovich (quien, curiosamente, encarnó a Tom Ripley en "El Juego de Ripley", 2002, de Liliana Cavani).

Resonantes casos criminales continúan atrayendo las miradas del consumidor doméstico y cautivando a fanáticos del true crime novelesco. Casos no resueltos, sospechas sin definición, intrigas que perduran por décadas. Vidas íntimas hechas públicas: el espectador opina, control remoto en mano, fórmula las más variadas hipótesis, vistiéndose de detective. Cuatro capítulos por año componen la serie documental que registra los vívidos recuerdos de quienes descubrieron la identidad de conocidos homicidas en serie estadounidenses. A través de tres temporadas, espiamos detrás de la cerradura de una puerta que permaneció entreabierta más de lo esperado. De lo real a lo inverosímil, recopilamos pequeños detalles. De la sorpresa a la indignación, un solo paso que nos hiela la sangre. Rodada con impecable factura técnica, la serie repasa sonados casos que conmocionaron la opinión pública desde los años ‘70 hasta el presente, y con buen pulso sabe captar el interés de una moda que no cesa: los medios de comunicación (y la proliferación del streaming) han contribuido en convertir la imagen del detective privado en una garantía de incesante interés, abriendo de par en par las misma entrañas de mundos sórdidos e incomprensibles.

Durante un prolífico lustro (2015-2019), el griego Yorghis Lanthimos estrenó tres películas que lo colocaron en boca de todos, instaurándolo como un cineasta de culto dentro del panorama actual. El nivel de riesgo corrido y su formalismo visual denotaban a un cineasta audaz, tal como lo prueban sus films “La Langosta”, “El Sacrificio de un Ciervo Sagrado” y “La Favorita”. Luego de cinco años de silencio, Lanthimos regresa a la gran pantalla con “Pobres Criaturas”, cambiando radicalmente de registro, aunque conservando intacto su capacidad de provocación. Su nueva película, anacrónica fábula que reversiona el mito de Prometeo de la novela de Mary Shelley, está protagonizada por Emma Stone, Willem Dafoe y Mark Ruffalo. La omnipresente banda sonora de está firmada por el multiinstrumentista, productor y compositor Jerskin Fendrix, quien sabe dotar del tono indicado al surrealismo vívido que los diversos elementos de producción ostentan. Basada en la novela de Alasdair Gray, editada en 1992, y adaptado por Tony McNamara, la cinta se apoya en un diseño de arte monumental, capaz de recrear las antiguas Londres, París, Alejandría y Lisboa. Incluso un trasatlántico en detalle y colorido extremo. Se emplean técnicas de fondos pintados a mano y el uso de proyecciones y pantallas LED. De impecable fotografía, la variación del blanco y negro al color no azarosa, sino roda una declaración de principios.

Nic Cage puede despertar sentimientos en extremo encontrados. Tanto dentro como fuera de Hollywood. El tipo es un caso particular. A lo largo de las últimas dos décadas, se ha cansado de protagonizar películas de acción justamente calificadas como berretas. Sin embargo, y a pesar de que la crítica no se cansa de denostarlo, el nativo de Long Beach no se ha olvidado de actuar, tal y como lo muestran valiosas incursiones en el cine independiente (“Pig” o “El Peso del Talento”). En esta comedia dramática producida por el genio del terror Ari Aster, un afeado y monumental Cage da vida a un hombre común, calvo cincuentón con aspecto de perdedor, bonachón aspirante a algo más en la vida, con bien ganado el prestigio de un docente universitario de primera línea. Dueño de un gran gusto artístico e intelectual. Quien, de la noche a la mañana se ve convertido en el centro absoluto de una epidemia onírica. La típica historia del anónimo que ‘goes viral’, despertando un sinfín de suspicacias: ¿se trata del efecto Mandela o de una proyección astral? El experto en biología da cátedra respecto a la capacidad de mímesis entre cazadores y presa, y, en realidad, deberíamos intentar comprender este laberíntico relato como una interesante metáfora acerca de la cultura de masas, la vacuidad y pasajera levedad de nuestros tiempos, los riesgos de la fama y los usos, consumos y excesos, de la vida moderna. Porque el cuerpo y la mente hablan, y cuidado con lo que deseas porque puede convertirse en realidad aquel escenario de ensueño devenido en pesadilla. Kristoffer Borgli dirige con buena mano y logra interesantes recursos audiovisuales, entre los que destacan una original utilización del montaje y el sonido. Por momentos, la cadencia y el tono de los diálogos nos recuerda al encanto que tiene Woody Allen para describir el costado más neurótico de las relaciones humanas. Se destacan, en labores de reparto, Julianne Nicholson y Dylan Baker.