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Críticas ordenadas por utilidad
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4,1
4.498
7
26 de julio de 2006
26 de julio de 2006
13 de 16 usuarios han encontrado esta crítica útil
Atípica historia romántica que entraña, además, una brutal crítica contra la sociedad actual. La gente de clase alta se deja llevar por una nueva filosofía dedicada a mejorar sus vidas sexuales cuyo principal predicador es un hindú metido a gurú por azares del destino. Lo que esa gente estirada no sabe es que todos los conocimientos elevados de aquel son extraídos de los pensamientos de una actriz porno. No son capaces de buscar soluciones por sí mismos, necesitan salir de la monotonía en que se hallan anclados y un pretendido saber exótico y extravagante se convierte en la alternativa perfecta. Vemos cómo cualquiera que diga algo distinto a lo que están acostumbrados puede triunfar.
La peli no tiene desperdicio, muestra diferentes estratos sociales y la interactuación entre ellos. Las escenas de los ricachones snobs bailando al son de Ramu no tienen precio. Además es muy divertida; tiene multitud de gags cómicos y situaciones que arrancan una sonrisa -como el sacerdote diciéndole a Heather Graham, actriz porno, si se conocen de algo-. Contemplamos la distinta evolución de los tres personajes principales -los interpretados por Jimi Mistry, Heather Graham y Marisa Tomei- conforme el engaño se va haciendo mayor hasta llegar a un desenlace muy 'grease'.
La peli no tiene desperdicio, muestra diferentes estratos sociales y la interactuación entre ellos. Las escenas de los ricachones snobs bailando al son de Ramu no tienen precio. Además es muy divertida; tiene multitud de gags cómicos y situaciones que arrancan una sonrisa -como el sacerdote diciéndole a Heather Graham, actriz porno, si se conocen de algo-. Contemplamos la distinta evolución de los tres personajes principales -los interpretados por Jimi Mistry, Heather Graham y Marisa Tomei- conforme el engaño se va haciendo mayor hasta llegar a un desenlace muy 'grease'.

6,2
369
5
1 de mayo de 2008
1 de mayo de 2008
14 de 19 usuarios han encontrado esta crítica útil
"Un genio anda suelto" es la historia de una persona que vive por y para su arte, sin dar ninguna importancia a todo lo ajeno a él. Abstraído en su mundo, ni siquiera aprecia a los que le rodean y le son fieles.
El propio Guinness fue nominado al Oscar por su guión adaptado en 1958.
El propio Guinness fue nominado al Oscar por su guión adaptado en 1958.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Esta película trata de un pintor de carácter ciertamente particular cuyos únicos deseos se centran en todo lo relacionado con la creación de nuevas obras, cada vez de mayores dimensiones. Otra de sus facetas es la de atosigar telefónicamente a un viejo rico poseedor de alguno de sus cuadros con el fin de que se los devuelva.
Sin mucho sentido, y para continuar con una línea de actuación sui generis, logra entrar en el piso de uno de sus admiradores y, contemplando una pared vacía, comienza a imaginar su nueva creación, que comienza a ejecutar en cuanto consigue quedarse solo en la vivienda. Durante este proceso comienzan a desfilar personajes variopintos (en especial el escultor interpretado por Michael Gough) que completan las extravagancias de la película.
La última creación del protagonista será la que proyecte sobre el muro de una iglesia abandonada y condenada a la demolición. Logrará por un lado ver su obra expuesta en un importante museo y, por otro, cierta repercusión de cara al público.
Al final partirá a bordo de su barco-hogar, siendo despedido por las dos únicas personas que no han podido sustraerse a su influjo, enamoradas de él o de su pintura.
La mejor escena es aquella en la que, en casa del millonario, el genio loco escapa de la Policía (simultáneamente, Guinness da saltitos, indica a la camarera que siga agachada, y dice a la cocinera del rico que es su hija). Esta parte es sencillamente hilarante, pero el conjunto no acaba de resultarme ni divertido ni tragicómico. Lo que predomina es el absurdo.
Sin mucho sentido, y para continuar con una línea de actuación sui generis, logra entrar en el piso de uno de sus admiradores y, contemplando una pared vacía, comienza a imaginar su nueva creación, que comienza a ejecutar en cuanto consigue quedarse solo en la vivienda. Durante este proceso comienzan a desfilar personajes variopintos (en especial el escultor interpretado por Michael Gough) que completan las extravagancias de la película.
La última creación del protagonista será la que proyecte sobre el muro de una iglesia abandonada y condenada a la demolición. Logrará por un lado ver su obra expuesta en un importante museo y, por otro, cierta repercusión de cara al público.
Al final partirá a bordo de su barco-hogar, siendo despedido por las dos únicas personas que no han podido sustraerse a su influjo, enamoradas de él o de su pintura.
La mejor escena es aquella en la que, en casa del millonario, el genio loco escapa de la Policía (simultáneamente, Guinness da saltitos, indica a la camarera que siga agachada, y dice a la cocinera del rico que es su hija). Esta parte es sencillamente hilarante, pero el conjunto no acaba de resultarme ni divertido ni tragicómico. Lo que predomina es el absurdo.

4,9
9.135
3
27 de octubre de 2006
27 de octubre de 2006
11 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
Secuela de la que ni siquiera se puede decir que es más de lo mismo. En el film anterior había situaciones divertidas, inesperadas, graciosas, unos personajes bien definidos y magníficamente interpretados y un guión ajustado con sorpresa final incluida. Esta película da la impresión de haber sido rodada únicamente con el aliciente de ganar más dinero, sin ninguna preocupación por el público.
Los actores simplemente están; no logran conectar con el espectador. Lo que pretende ser gracioso es mediocre.
El guión crea situaciones que prolongan innecesariamente el metraje de la película, queriendo dar al final, a semejanza de su antecesora, un giro argumental que en este caso cuesta mucho creer.
Y está el asunto Matthew Perry, un tipo que en la realidad debe ser bastante ingenioso –muchos de sus comentarios sarcásticos en Friends parece que eran de su propia cosecha-, pero que aquí limita su gracia al carácter torpón del dentista que interpreta, cayéndose como un millón de veces sin lograr arrancar una sonrisa en ninguna. Y lo siento por él, porque la serie que le lanzó a la fama es brillante, pero su carrera cinematográfica ha naufragado casi por completo.
Así que si se pretende pasarlo bien viendo una comedia, desde luego no será con ésta.
Los actores simplemente están; no logran conectar con el espectador. Lo que pretende ser gracioso es mediocre.
El guión crea situaciones que prolongan innecesariamente el metraje de la película, queriendo dar al final, a semejanza de su antecesora, un giro argumental que en este caso cuesta mucho creer.
Y está el asunto Matthew Perry, un tipo que en la realidad debe ser bastante ingenioso –muchos de sus comentarios sarcásticos en Friends parece que eran de su propia cosecha-, pero que aquí limita su gracia al carácter torpón del dentista que interpreta, cayéndose como un millón de veces sin lograr arrancar una sonrisa en ninguna. Y lo siento por él, porque la serie que le lanzó a la fama es brillante, pero su carrera cinematográfica ha naufragado casi por completo.
Así que si se pretende pasarlo bien viendo una comedia, desde luego no será con ésta.

7,8
10.991
8
4 de agosto de 2009
4 de agosto de 2009
8 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Para retratar la vida diaria de un pequeño pueblo cercano a la capital, Fernán Gómez ilumina con su foco a las gentes del lugar al igual que un entomólogo podría fijar su estudio en el comportamiento de una pequeña fila de hormigas llevando el sustento a su guarida.
Observamos que es una villa que parece atrapada en el tiempo, repitiéndose incesante e inexorablemente los mismos acontecimientos semana tras semana. Por establecer un paralelismo con un filme que probablemente haya llegado a más público, se trata de un Punxsutawney ibérico, al uso de aquel en el que Bill Murray vivía el mismo día una y otra vez, solo que 30 años anterior a la obra de Harold Ramis.
En el centro neurálgico, en la plaza, vemos a un grupo de viejillos reunidos en la terraza del bar para echar unos chatos al coleto mientras parlotean acerca de las escasas novedades acaecidas, a la dueña de la mercería chismorreando sobre la moderna del pueblo (a la que profesa inquina), a los transeúntes habituales. Todos ellos en una rutina diaria que apenas si se rompe con la llegada de la orquesta cada sábado –pero cada sábado es igual, no se consigue variar unos hábitos que se reproducen semanalmente-. Es un entorno cerrado y asfixiante en el que cualquier suceso es inmediatamente comunicado a través de un eficaz boca-oreja.
Sorprende que únicamente una persona, la joven que atrae todas las miradas masculinas en el baile y a la postre es objeto de un voyeurismo vetusto y rijosillo, se muestre firme en su deseo de salir de allí, de ese sitio dominado por la cerrazón de algunas mentes y la simpleza de otras, por el anclaje irreflexivo en valores trasnochados, por las envidias infundadas y atávicas, por la represión.
Es curioso que hasta el tramo final no se podría considerar esta como una película de suspense, sino más bien como una comedia costumbrista con ciertas dosis de intriga manifestadas en miradas esquivas, gestos fríos o desconfianzas latentes que contribuyen a crear una atmósfera tensa teñida de humor. Intuimos que solo un acontecimiento enormemente traumático puede despertar a esa villa de su inveterada rutina, pero cuando este sucede, ni siquiera imaginamos la gravedad que encierra para esa sociedad en apariencia inamovible.
Fernán Gómez construye sabiamente un fresco sobre la vida en provincias durante aquellos años, y lo hace sin tintas cargadas ni subrayados innecesarios; simplemente muestra unos sucesos que entran suavemente en la retina del espectador y le atrapan hasta el desenlace, momento en que se da cuenta del hondo calado de este vívido retrato de frustraciones acalladas y anhelos ocultos.
Observamos que es una villa que parece atrapada en el tiempo, repitiéndose incesante e inexorablemente los mismos acontecimientos semana tras semana. Por establecer un paralelismo con un filme que probablemente haya llegado a más público, se trata de un Punxsutawney ibérico, al uso de aquel en el que Bill Murray vivía el mismo día una y otra vez, solo que 30 años anterior a la obra de Harold Ramis.
En el centro neurálgico, en la plaza, vemos a un grupo de viejillos reunidos en la terraza del bar para echar unos chatos al coleto mientras parlotean acerca de las escasas novedades acaecidas, a la dueña de la mercería chismorreando sobre la moderna del pueblo (a la que profesa inquina), a los transeúntes habituales. Todos ellos en una rutina diaria que apenas si se rompe con la llegada de la orquesta cada sábado –pero cada sábado es igual, no se consigue variar unos hábitos que se reproducen semanalmente-. Es un entorno cerrado y asfixiante en el que cualquier suceso es inmediatamente comunicado a través de un eficaz boca-oreja.
Sorprende que únicamente una persona, la joven que atrae todas las miradas masculinas en el baile y a la postre es objeto de un voyeurismo vetusto y rijosillo, se muestre firme en su deseo de salir de allí, de ese sitio dominado por la cerrazón de algunas mentes y la simpleza de otras, por el anclaje irreflexivo en valores trasnochados, por las envidias infundadas y atávicas, por la represión.
Es curioso que hasta el tramo final no se podría considerar esta como una película de suspense, sino más bien como una comedia costumbrista con ciertas dosis de intriga manifestadas en miradas esquivas, gestos fríos o desconfianzas latentes que contribuyen a crear una atmósfera tensa teñida de humor. Intuimos que solo un acontecimiento enormemente traumático puede despertar a esa villa de su inveterada rutina, pero cuando este sucede, ni siquiera imaginamos la gravedad que encierra para esa sociedad en apariencia inamovible.
Fernán Gómez construye sabiamente un fresco sobre la vida en provincias durante aquellos años, y lo hace sin tintas cargadas ni subrayados innecesarios; simplemente muestra unos sucesos que entran suavemente en la retina del espectador y le atrapan hasta el desenlace, momento en que se da cuenta del hondo calado de este vívido retrato de frustraciones acalladas y anhelos ocultos.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Ignacia es una infeliz, así como sus hermanos, críos pese a su edad. Se atan mutuamente: ella debe cuidar de ellos, que se ven sometidos e inermes ante el mundo exterior, pero a su vez le resultan necesarios, pues no sabe tratar de otro modo a los demás. Cuando se desmelena, da rienda suelta a todas las pulsiones que ha estado ocultando durante tanto tiempo porque por fin tiene la ocasión para hacerlo. Aparecen su vanidad, su coquetería, se desenmascaran sus carencias afectivas y sexuales, pero sin que en el fondo sea capaz de deshacerse de un componente de dominación sobre el joven, la única forma de relación que ha venido desarrollando con sus más allegados durante tantos años.
6
6 de junio de 2007
6 de junio de 2007
20 de 33 usuarios han encontrado esta crítica útil
Vaya trío de ases para esta serie. Vale que Resines repite cien veces todo lo que dice y que gesticula un montón, vale que Bonilla siempre se tenga que cabrear y que Molero meta el “mayormente “ en cada capítulo, pero lo hacen tan bien...
Si no fuera por ellos, ¿cómo se sustentaría la serie? Se supone que es una comedia, pero las tramas que no se asocian a ellos suelen ser puro bodrio. Los amoríos de los chavales, empalagosos hasta el hartazgo (como la relación entre Marcos y Eva), las tonterías de Guille y compañía, siempre acompañadas de las severas reconvenciones de Teté, Lourditas, etc.
Menos mal que están Santi, Fiti y Diego para arrancar la sonrisa del personal -las escenas con Fermín son puro delirio-. Si no, Los Serrano, ¿qué sería? ¿Al salir de clase? ¿SMS? Puro truñito.
Si no fuera por ellos, ¿cómo se sustentaría la serie? Se supone que es una comedia, pero las tramas que no se asocian a ellos suelen ser puro bodrio. Los amoríos de los chavales, empalagosos hasta el hartazgo (como la relación entre Marcos y Eva), las tonterías de Guille y compañía, siempre acompañadas de las severas reconvenciones de Teté, Lourditas, etc.
Menos mal que están Santi, Fiti y Diego para arrancar la sonrisa del personal -las escenas con Fermín son puro delirio-. Si no, Los Serrano, ¿qué sería? ¿Al salir de clase? ¿SMS? Puro truñito.
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