You must be a loged user to know your affinity with Pedro
Críticas ordenadas por utilidad
Movie added to list
Movie removed from list
An error occurred

6,8
10.291
9
1 de febrero de 2014
1 de febrero de 2014
130 de 144 usuarios han encontrado esta crítica útil
Si en su anterior largo -"Un dios salvaje"- Polanski mostrara absoluta fidelidad a la obra teatral original pero añadiendo recursos cinematográficos y una sobresaliente dirección de actores mientras que encerraba a sus personajes en un único espacio escénico, aquí repite la fórmula aprovechando más si cabe los recursos del cine al prestarse mejor la escenografía a la búsqueda de la composición fotográfica, el posicionamiento de la cámara y los juegos de luces, sombras y colores.
No podía ser de otra forma la fidelidad cuando en ambos casos el guión viene también firmado por los propios autores de las obras teatrales: en la primera Yasmina Reza y en ésta David Ives; ambos entre los más cotizados autores de la dramaturgia contemporánea.
El peso principal de este filme recae sobre los dos únicos actores que llenan todo el metraje. Unos entregados Almaric y Seigner dan todo un recital interpretativo de principio a fin, siendo especialmente revulsiva quien en la vida real es pareja del director y a la que la obra parece ajustar como guante para su lucimiento. Una Emmanuelle que en sus inicios profesionales deslumbrara sobre todo por cómo la cámara parecía adorar su belleza -"Lunas de hiel" y "Frenético", ambas también de Polanski-; recientemente, tras papeles sobre todo secundarios y trabajos distanciados en el tiempo, ha resurgido para el mundo cinematográfico y lo ha hecho aunque envejecida con una madurez interpretativa destacable y un hálito de belleza impertérrito que parece grabado con parsimonia en cada arruga de su rostro hoy más expresivo que antaño.
La fuerza del argumento sin duda es mérito de David Ives, y la mano de Polanski tanto en el guión como tras la cámara no hace sino darnos una versión a la altura o mejor que la que triunfase ya en Broadway. Algo tiene que ver también la novela de Leopold von Sacher-Masoch que inspiró a Ives, así como buena cantidad de referencias artísticas y de la mitología a las que alude esta historia.
Estamos ante un brillante duelo de poderes donde se entrelazan sumisión, dominación, sadomasoquismo -más mental que físico-, machismo y misoginia, feminismo, sensualidad..., con las esencias de amores y odios entre el hombre y la mujer, y un desarrollo que se muestra como un juego psicológico en el que nada es lo que parece y camina hacia un desenlace inesperado.
Pero lo realmente significativo y que más originalidad aporta a la trama es el traspaso de la pared escénica, la mezcla del mundo de la representación de una obra durante su ensayo con el mundo real, la simbiosis que se produce entre ambos mundos paulatinamente encarnándose en la relación de los protagonistas hasta identificarse realidad y ficción, ficción y realidad. Incluso llegando un paso más allá en una escena final abierta a interpretación, a la que luego me referiré en zona "spoiler" para no desvelar aquí nada, pero donde bien podríamos decir que irrumpe de modo sobrecogedor el elemento fantástico. Entre hombre y mujer, entre diosas y hombres, 96 minutos que cuando menos te lo esperas han pasado y uno ni nota que todo ha sucedido en el mismo escenario con un par de actores.
"A mí, como a todas las diosas, me habéis transformado en una diablesa".
(Leopold von Sacher-Masoch, 1870)
No podía ser de otra forma la fidelidad cuando en ambos casos el guión viene también firmado por los propios autores de las obras teatrales: en la primera Yasmina Reza y en ésta David Ives; ambos entre los más cotizados autores de la dramaturgia contemporánea.
El peso principal de este filme recae sobre los dos únicos actores que llenan todo el metraje. Unos entregados Almaric y Seigner dan todo un recital interpretativo de principio a fin, siendo especialmente revulsiva quien en la vida real es pareja del director y a la que la obra parece ajustar como guante para su lucimiento. Una Emmanuelle que en sus inicios profesionales deslumbrara sobre todo por cómo la cámara parecía adorar su belleza -"Lunas de hiel" y "Frenético", ambas también de Polanski-; recientemente, tras papeles sobre todo secundarios y trabajos distanciados en el tiempo, ha resurgido para el mundo cinematográfico y lo ha hecho aunque envejecida con una madurez interpretativa destacable y un hálito de belleza impertérrito que parece grabado con parsimonia en cada arruga de su rostro hoy más expresivo que antaño.
La fuerza del argumento sin duda es mérito de David Ives, y la mano de Polanski tanto en el guión como tras la cámara no hace sino darnos una versión a la altura o mejor que la que triunfase ya en Broadway. Algo tiene que ver también la novela de Leopold von Sacher-Masoch que inspiró a Ives, así como buena cantidad de referencias artísticas y de la mitología a las que alude esta historia.
Estamos ante un brillante duelo de poderes donde se entrelazan sumisión, dominación, sadomasoquismo -más mental que físico-, machismo y misoginia, feminismo, sensualidad..., con las esencias de amores y odios entre el hombre y la mujer, y un desarrollo que se muestra como un juego psicológico en el que nada es lo que parece y camina hacia un desenlace inesperado.
Pero lo realmente significativo y que más originalidad aporta a la trama es el traspaso de la pared escénica, la mezcla del mundo de la representación de una obra durante su ensayo con el mundo real, la simbiosis que se produce entre ambos mundos paulatinamente encarnándose en la relación de los protagonistas hasta identificarse realidad y ficción, ficción y realidad. Incluso llegando un paso más allá en una escena final abierta a interpretación, a la que luego me referiré en zona "spoiler" para no desvelar aquí nada, pero donde bien podríamos decir que irrumpe de modo sobrecogedor el elemento fantástico. Entre hombre y mujer, entre diosas y hombres, 96 minutos que cuando menos te lo esperas han pasado y uno ni nota que todo ha sucedido en el mismo escenario con un par de actores.
"A mí, como a todas las diosas, me habéis transformado en una diablesa".
(Leopold von Sacher-Masoch, 1870)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
La escena final en la que Emmanuelle Seigner, en su dualidad Vanda-actriz y Vanda-personaje, aparece desnuda con la piel en esta ocasión auténtica y baila frente a un Mathieu Amalric sometido a castigo y ya también dual entre Thomas-actor y Severin-personaje, diría que traspasa un límite más: el de lo fantástico.
La apariencia e incluso voz casi inhumana de Vanda podría referir a su puesta en escena manejando ella misma controles de luz y -aunque más misteriosamente- sonido en el escenario, y siendo así quizás alguien al servicio de la novia del protagonista como ella misma ya insinuara para investigarle y castigarle. Pero dado todo el contenido de la obra y sus diálogos se me antoja con mucho más significado que ahí Vanda no sólo interpreta a una Venus vengativa, una diosa justiciera, o quizás una de las Bacantes a las que ella misma también mencionase, quienes al servicio del dios Baco se imbuían en frenética danza para seducir y lastimar al hombre, sino que es eso desde el principio. Desde que apareciese como entrando con cámara subjetiva al teatro procedente de las calles, hasta su salida en un movimiento inverso de la cámara. Un ser de la femineidad enviado desde el reino de los dioses a hacer justicia con la osadía de un hombre por revivir a Masoch -padre del masoquismo- adaptando una de sus novelas, por recuperar la utilización vil y perversa de la mujer, el machismo, por querer resucitar a quienes osan trastocar a una diosa en diablo.
"Dios le castigó poniéndole en manos de una mujer".
La apariencia e incluso voz casi inhumana de Vanda podría referir a su puesta en escena manejando ella misma controles de luz y -aunque más misteriosamente- sonido en el escenario, y siendo así quizás alguien al servicio de la novia del protagonista como ella misma ya insinuara para investigarle y castigarle. Pero dado todo el contenido de la obra y sus diálogos se me antoja con mucho más significado que ahí Vanda no sólo interpreta a una Venus vengativa, una diosa justiciera, o quizás una de las Bacantes a las que ella misma también mencionase, quienes al servicio del dios Baco se imbuían en frenética danza para seducir y lastimar al hombre, sino que es eso desde el principio. Desde que apareciese como entrando con cámara subjetiva al teatro procedente de las calles, hasta su salida en un movimiento inverso de la cámara. Un ser de la femineidad enviado desde el reino de los dioses a hacer justicia con la osadía de un hombre por revivir a Masoch -padre del masoquismo- adaptando una de sus novelas, por recuperar la utilización vil y perversa de la mujer, el machismo, por querer resucitar a quienes osan trastocar a una diosa en diablo.
"Dios le castigó poniéndole en manos de una mujer".

8,1
56.174
10
20 de mayo de 2005
20 de mayo de 2005
139 de 163 usuarios han encontrado esta crítica útil
Aunque fue Annie Hall el trabajo oscarizado de Woody Allen, encontramos aquí la cúspide de su recorrido cinematográfico. Simplemente para descubrirse cuando, acompañado de la música de Gershwin y a través de una fotografía que rezuma poesía en imágenes, en unos pocos minutos nos regala una más que eficaz descripción de Nueva York, completando así uno de los mejores arranques de película que uno es capaz de recordar. Porque esta película se guarda en la memoria como el sabor de un vino añejo, el olor de la tierra mojada tras la tormenta o la textura de la piel de un bebé. La ciudad cobra entonces vida y protagonismo, junto al propio Allen y Diane Keaton, para hablarnos de amores y desamores, dudas y desengaños, reflexiones e ironías a las que el mundo de Woody tiene acostumbrados a quienes no saben cansarse de su estilo narrativo y visual. Éste último aquí aprovechado por él, posiblemente como nunca, con el hábil manejo de la profundidad de campo y amplios planos secuencia.
Se puede así disfrutar de un guión redondo con diálogos ocurrentes llenos de referencias intelectuales y también sarcásticas, donde mención especial merece Mariel Hemingway, de cuya dulce interpretación uno termina de enamorarse para, deseando emular otro guión del director, querer que salga de la pantalla y arrullarla entre los brazos desde el patio de butacas. Pues esta obra de Allen es en definitiva eso: algo que se convierte en cotidiano, pero que no aburre; de modo que cuando nos sorprende el final aún en pleno disfrute no queremos sino que un alma caritativa rebobine la cinta y comiencen de nuevo los acordes de “Rapsody in blue” y las imágenes en blanco y negro de los parques, aceras, puentes y rascacielos de Manhattan.
Se puede así disfrutar de un guión redondo con diálogos ocurrentes llenos de referencias intelectuales y también sarcásticas, donde mención especial merece Mariel Hemingway, de cuya dulce interpretación uno termina de enamorarse para, deseando emular otro guión del director, querer que salga de la pantalla y arrullarla entre los brazos desde el patio de butacas. Pues esta obra de Allen es en definitiva eso: algo que se convierte en cotidiano, pero que no aburre; de modo que cuando nos sorprende el final aún en pleno disfrute no queremos sino que un alma caritativa rebobine la cinta y comiencen de nuevo los acordes de “Rapsody in blue” y las imágenes en blanco y negro de los parques, aceras, puentes y rascacielos de Manhattan.

8,0
26.547
10
20 de mayo de 2005
20 de mayo de 2005
143 de 172 usuarios han encontrado esta crítica útil
Nos enseña ese genio llamado Luis Buñuel los entresijos de la burguesía acomodada, sus hipocresías y sus miserias, mediante imágenes cargadas de esa simbología propia de toda su obra que a su vez nos da las pautas del comportamiento humano. Pero lo realmente brillante de este trabajo, lo que le da el empujón de gran película a obra maestra, es que decide hacerlo de un modo que al espectador le resulte extraordinario. La reunión de los personajes en un salón durante una fiesta lleva la situación al límite en un encierro en el que terminan asemejándose a los náufragos de la isla de “El señor de las moscas” de William Golding, donde todos pueden mostrar lo peor del ser humano mientras la situación les denigra física y moralmente. No en vano, el pretendido título inicial era el de “Los náufragos de la calle Providencia”. Al mismo tiempo, el argumento se envuelve dentro de un contexto fantástico que recuerda al mejor Borges, siendo el motivo del encierro pura disquisición psicológica, aparentemente absurda pero necesaria como detonante, donde las situaciones se repiten y donde es el mito del eterno retorno la clave de la solución.
Muestra además de su talento con la cámara es precisamente que logra esas repeticiones argumentales usando en ocasiones la técnica de rodar la misma escena desde ángulos distintos para luego montar ambas –montaje que acostumbra como en el resto de sus películas a hacer él mismo–; y todo ello no exento de un trabajo impecable con sus actores y de una planificación metódica que aprovecha al máximo el espacio y los encuadres.
La pregunta inmediata que asalta al final de la proyección intenta comprender el porqué de ese título...“Yo primero pensé que el título tenía una relación subterránea con el argumento, aunque no sabía cuál”, diría Buñuel. “A posteriori lo he interpretado así: los hombres cada vez se entienden menos entre sí. Pero ¿por qué no se entienden? ¿Por qué no salen de esta situación? En la película es lo mismo: ¿Por qué no llegan juntos a una solución para salir de su encierro?”
En Buñuel se reúnen cine y vida en forma de surrealismo, y es “El ángel exterminador” muestra inequívoca de ello. Como todo surrealismo que se precie, pueden encontrarse tantas interpretaciones como espectadores, infinitas respuestas para una simple pregunta. En definitiva, qué mejor que las palabras del autor para definir su obra: “Si el filme que van a ver les parece enigmático e incoherente, también la vida lo es. Es repetitivo como la vida y, como la vida, sujeto a múltiples interpretaciones. El autor declara no haber querido jugar con los símbolos, al menos conscientemente. Quizá la explicación de El ángel exterminador sea que, racionalmente, no hay ninguna.”
Pero tal vez, con estas palabras, Buñuel -como Borges- también juega con nosotros.
Muestra además de su talento con la cámara es precisamente que logra esas repeticiones argumentales usando en ocasiones la técnica de rodar la misma escena desde ángulos distintos para luego montar ambas –montaje que acostumbra como en el resto de sus películas a hacer él mismo–; y todo ello no exento de un trabajo impecable con sus actores y de una planificación metódica que aprovecha al máximo el espacio y los encuadres.
La pregunta inmediata que asalta al final de la proyección intenta comprender el porqué de ese título...“Yo primero pensé que el título tenía una relación subterránea con el argumento, aunque no sabía cuál”, diría Buñuel. “A posteriori lo he interpretado así: los hombres cada vez se entienden menos entre sí. Pero ¿por qué no se entienden? ¿Por qué no salen de esta situación? En la película es lo mismo: ¿Por qué no llegan juntos a una solución para salir de su encierro?”
En Buñuel se reúnen cine y vida en forma de surrealismo, y es “El ángel exterminador” muestra inequívoca de ello. Como todo surrealismo que se precie, pueden encontrarse tantas interpretaciones como espectadores, infinitas respuestas para una simple pregunta. En definitiva, qué mejor que las palabras del autor para definir su obra: “Si el filme que van a ver les parece enigmático e incoherente, también la vida lo es. Es repetitivo como la vida y, como la vida, sujeto a múltiples interpretaciones. El autor declara no haber querido jugar con los símbolos, al menos conscientemente. Quizá la explicación de El ángel exterminador sea que, racionalmente, no hay ninguna.”
Pero tal vez, con estas palabras, Buñuel -como Borges- también juega con nosotros.
6
23 de enero de 2023
23 de enero de 2023
195 de 278 usuarios han encontrado esta crítica útil
Película de producción sueca rodada en inglés en tres actos que no diría que son tristes sino más bien sarcásticos. La primera parte nos introduce lentamente a dos de los personajes principales, Carl y Yaya, y nos deja ver los pormenores de su relación de pareja para poder comparar cómo evolucionan a lo largo del recorrido de la trama. La segunda parte se desarrolla en un crucero y se produce un primer giro en los acontecimientos que en principio parece aumentar en interés pero que en mi opinión termina desembocando en lo que a mi gusto es una sátira con simbolismo social que deviene en algo excesivamente absurdo a la par que grotesco y a ratos desagradable. La tercera y última parte da otro giro radical y es probablemente la más interesante de la película y quizás la que trata a los personajes con mayor sarcasmo, burlándose de ellos al mismo tiempo que desenmascara la sociedad a modo de fábula en contraste con todo lo anterior visto en la cinta.
Con por tanto un guión algo irregular y una producción técnica sin destacar demasiado pero que en general cumple, las interpretaciones son uno de los mejores alicientes que salva en parte la película. La segunda y tercera parte son más corales, aunque siguen siendo Carl y Yaya los dos personajes clave, a los que se une en el último tercio como principal el personaje de Abigail suponiendo el mayor contraste de la crítica a una sociedad de clases irónicamente intercambiable.
No comparto ni el entusiasmo de la crítica profesional ni el criterio de certámenes de cine al encumbrar este trabajo, sin embargo sí quiero destacar sobre todo a la actriz que interpreta a Yaya, Charlbi Dean, quien dota de la dulzura y amabilidad necesarias al que probablemente es el personaje menos reprochable en esta historia. Y la menciono también por un hecho triste ajeno al filme, al haber fallecido repentinamente poco después del estreno a la edad de 32 años debido a una importante infección, tras llevar delicada de salud unos trece años por haberle sido extirpado el bazo como consecuencia de un grave accidente de coche. La última escena de esta actriz deja uno de los momentos que bien podría recordarse como el más valioso de la película así como el de toda su carrera truncada cuando empezaba a despuntar y había recibido no pocas buenas críticas por este papel.
Memorias de tragicomedia que dejan un poso del lugar de rodaje en las aguas de plata azul de la isla griega de Evia.
Con por tanto un guión algo irregular y una producción técnica sin destacar demasiado pero que en general cumple, las interpretaciones son uno de los mejores alicientes que salva en parte la película. La segunda y tercera parte son más corales, aunque siguen siendo Carl y Yaya los dos personajes clave, a los que se une en el último tercio como principal el personaje de Abigail suponiendo el mayor contraste de la crítica a una sociedad de clases irónicamente intercambiable.
No comparto ni el entusiasmo de la crítica profesional ni el criterio de certámenes de cine al encumbrar este trabajo, sin embargo sí quiero destacar sobre todo a la actriz que interpreta a Yaya, Charlbi Dean, quien dota de la dulzura y amabilidad necesarias al que probablemente es el personaje menos reprochable en esta historia. Y la menciono también por un hecho triste ajeno al filme, al haber fallecido repentinamente poco después del estreno a la edad de 32 años debido a una importante infección, tras llevar delicada de salud unos trece años por haberle sido extirpado el bazo como consecuencia de un grave accidente de coche. La última escena de esta actriz deja uno de los momentos que bien podría recordarse como el más valioso de la película así como el de toda su carrera truncada cuando empezaba a despuntar y había recibido no pocas buenas críticas por este papel.
Memorias de tragicomedia que dejan un poso del lugar de rodaje en las aguas de plata azul de la isla griega de Evia.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Me sorprenden un poco las personas que interpretan el final como que Abigail asesina a Yaya. Lo cierto es que el propio autor Ruben Östlund declaró que él no sabría decir cómo acaba y se trata por tanto de un final abierto, donde especula que lo más interesante podría ser saber por qué cada persona interpretaría una u otra cosa. Incluso quiso aventurar que la última escena de Carl corriendo entre la maleza podría deberse a que alguien finalmente les pudo decir que cerca había un hotel y él, al ver que estaba hacia donde fueron Yaya y Abigail, sale corriendo en su busca intuyendo que algo malo podría pasar entre ellas.
Quizás los que creen que Abigail asesina a Yaya son más dados a ver la cara negativa de las cosas, o dado el contexto simbólico tal vez más propensos a creer en la revolución violenta para los fines perseguidos. Yo creo que lo más racional y objetivo es que no la mate. No sólo por lo horrendo que supone en sí quitar la vida a otra persona, sino por el contexto en que sucede. Y lo explico a continuación...
Desde mi punto de vista es obvio que el grupo no va a permanecer aislado, pues no están en una isla desierta sino en una costa turística. Esto Abigail lo sabe desde el mismo momento que ven la entrada al complejo turístico y no parece una persona tonta sino inteligente. Matar a Yaya no tendría sentido, porque al final van a volver todos igual al mundo civilizado. La última cara de Abigail sugiere que se arrepiente de lo que estaba pensando hacer al escuchar a Yaya dirigirse a ella dispuesta a ayudarla. Yaya entonces le ofrece un buen puesto de trabajo como asistente personal de ella. No es un trabajo para limpiar, sino un trabajo en teoría bien remunerado relacionado con funciones de administración.
La única alternativa en realidad es que Abigail ya no razonase, hubiera enloquecido creyendo la utopía de permanecer aislados sin realmente estarlo... Pero su cambio de expresión, el que Yaya era una mujer que le caía bien y había incluso mostrado admirarla, y las palabras afables de ésta, creo que me suenan más como que la hacen despertar de esa fugaz idea loca e imposible en la que sería simplemente una asesina para nada. Que la persona que en un mundo realista ha demostrado empatía contigo quiera ayudarte y tú la asesines no tiene para mí mucho sentido.
Así que me quedo con esa última escena de Charlbi Dean sentada en la playa de piedras a la entrada del resort mirando al mar mientras la cámara la enfoca por la espalda y ella con sus palabras muestra la integridad y coherencia de su personaje.
"I can try to help you".
Quizás los que creen que Abigail asesina a Yaya son más dados a ver la cara negativa de las cosas, o dado el contexto simbólico tal vez más propensos a creer en la revolución violenta para los fines perseguidos. Yo creo que lo más racional y objetivo es que no la mate. No sólo por lo horrendo que supone en sí quitar la vida a otra persona, sino por el contexto en que sucede. Y lo explico a continuación...
Desde mi punto de vista es obvio que el grupo no va a permanecer aislado, pues no están en una isla desierta sino en una costa turística. Esto Abigail lo sabe desde el mismo momento que ven la entrada al complejo turístico y no parece una persona tonta sino inteligente. Matar a Yaya no tendría sentido, porque al final van a volver todos igual al mundo civilizado. La última cara de Abigail sugiere que se arrepiente de lo que estaba pensando hacer al escuchar a Yaya dirigirse a ella dispuesta a ayudarla. Yaya entonces le ofrece un buen puesto de trabajo como asistente personal de ella. No es un trabajo para limpiar, sino un trabajo en teoría bien remunerado relacionado con funciones de administración.
La única alternativa en realidad es que Abigail ya no razonase, hubiera enloquecido creyendo la utopía de permanecer aislados sin realmente estarlo... Pero su cambio de expresión, el que Yaya era una mujer que le caía bien y había incluso mostrado admirarla, y las palabras afables de ésta, creo que me suenan más como que la hacen despertar de esa fugaz idea loca e imposible en la que sería simplemente una asesina para nada. Que la persona que en un mundo realista ha demostrado empatía contigo quiera ayudarte y tú la asesines no tiene para mí mucho sentido.
Así que me quedo con esa última escena de Charlbi Dean sentada en la playa de piedras a la entrada del resort mirando al mar mientras la cámara la enfoca por la espalda y ella con sus palabras muestra la integridad y coherencia de su personaje.
"I can try to help you".

7,7
26.142
4
25 de mayo de 2008
25 de mayo de 2008
162 de 215 usuarios han encontrado esta crítica útil
Si hay un buen ejemplo de una supuesta obra maestra que se consolidó rápidamente como tal, y a pesar de haber claramente perdido el significado y la fuerza que en su día a muchos deslumbrara, sigue encandilando todavía, ésa es “La dolce vita”.
Fellini, con un gran manejo técnico, construye un conjunto de cuadros sociales diferentes entre los cuales el personaje interpretado eficazmente por Marcello Mastroianni sirve de nexo de unión. En ellos puede apreciarse una crítica a la clase acomodada, a la prensa, al modo de vida de cierta esfera en la Roma de finales de los cincuenta. Todo ello supuso cierta revolución temática y formal que fue muy aclamada y se tomó como un revulsivo dentro del panorama dominado aún por reminiscencias neorrealistas.
Sin embargo, vista hoy intentando olvidar lo más objetivamente posible lo que fue y algunas de sus imágenes iconográficas como la del baño en la Fontana de Anita Ekberg, encontramos un contenido que no es lo que era, porque fue más un fenómeno de actualidad, una moda, un capricho, quizás como las propias pinceladas que se dibujan en las escenas festivas y despreocupadas del argumento, que una obra verdaderamente universal y llena de fuerza.
Algo podemos salvar hoy… Tal vez la composición fílmica y la estructura sigan sirviendo como buenos ejemplos en escuelas de cine, alguna escena como la declaración de amor con Mastroianni sentado solo en una silla en medio de la habitación vacía, el drama del amigo suicida o alguna que otra brillante interpretación como la del protagonista y la de Anouk Aimeé. Sin embargo, resta mucho más la larga duración que se pierde en alborotadas composiciones de personajes que comunican poco narrativamente y comparadas con otros trabajos cinematográficos incluso de la época tampoco tienen una excesiva belleza visual o poética como para subsanar el tedio argumental. “La dolce vita” (1960) no es por ejemplo “Viridiana” de Buñuel (1961), película crítica y descriptiva de unos personajes con excelentes cuadros llenos de riqueza simbólica; ni siquiera es “Plácido” de Berlanga (1961), una crítica social con distintos frescos de personajes pero cuyo hilo argumental mantiene la viveza.
En definitiva, una película que vive más de lo que fue que de lo que es.
Fellini, con un gran manejo técnico, construye un conjunto de cuadros sociales diferentes entre los cuales el personaje interpretado eficazmente por Marcello Mastroianni sirve de nexo de unión. En ellos puede apreciarse una crítica a la clase acomodada, a la prensa, al modo de vida de cierta esfera en la Roma de finales de los cincuenta. Todo ello supuso cierta revolución temática y formal que fue muy aclamada y se tomó como un revulsivo dentro del panorama dominado aún por reminiscencias neorrealistas.
Sin embargo, vista hoy intentando olvidar lo más objetivamente posible lo que fue y algunas de sus imágenes iconográficas como la del baño en la Fontana de Anita Ekberg, encontramos un contenido que no es lo que era, porque fue más un fenómeno de actualidad, una moda, un capricho, quizás como las propias pinceladas que se dibujan en las escenas festivas y despreocupadas del argumento, que una obra verdaderamente universal y llena de fuerza.
Algo podemos salvar hoy… Tal vez la composición fílmica y la estructura sigan sirviendo como buenos ejemplos en escuelas de cine, alguna escena como la declaración de amor con Mastroianni sentado solo en una silla en medio de la habitación vacía, el drama del amigo suicida o alguna que otra brillante interpretación como la del protagonista y la de Anouk Aimeé. Sin embargo, resta mucho más la larga duración que se pierde en alborotadas composiciones de personajes que comunican poco narrativamente y comparadas con otros trabajos cinematográficos incluso de la época tampoco tienen una excesiva belleza visual o poética como para subsanar el tedio argumental. “La dolce vita” (1960) no es por ejemplo “Viridiana” de Buñuel (1961), película crítica y descriptiva de unos personajes con excelentes cuadros llenos de riqueza simbólica; ni siquiera es “Plácido” de Berlanga (1961), una crítica social con distintos frescos de personajes pero cuyo hilo argumental mantiene la viveza.
En definitiva, una película que vive más de lo que fue que de lo que es.
Más sobre Pedro
Cancelar
Limpiar
Aplicar
Filters & Sorts
You can change filter options and sorts from here