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Críticas 25
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
7
29 de diciembre de 2024 Sé el primero en valorar esta crítica
La piel que habito (2011) es una de las obras más oscuras y perturbadoras de Pedro Almodóvar. En este thriller psicológico, el director español se aleja del tono colorido y pasional que lo caracteriza para adentrarse en una historia que explora los límites de la ética, el cuerpo y la identidad.
El doctor Robert Ledgard (Antonio Banderas), un cirujano plástico brillante, lleva años obsesionado con crear una piel artificial que podría haber salvado a su esposa tras un trágico accidente. Pero este avance científico tiene un precio: requiere experimentar sin escrúpulos, utilizando a una "cobaya humana" para poner en práctica sus ideas. Con la ayuda de Marilia (Marisa Paredes), su leal ama de llaves, Ledgard encierra a una misteriosa mujer llamada Vera (Elena Anaya), cuya relación con él se va desvelando poco a poco a través de giros perturbadores y desgarradores.
Antonio Banderas entrega una de las actuaciones más complejas de su carrera, interpretando a un hombre controlado, frío y obsesionado, capaz de borrar cualquier rastro de humanidad en nombre de su ambición.
Elena Anaya, como Vera, logra transmitir tanto fragilidad como fuerza en un papel que exige una enorme intensidad emocional. Su presencia en pantalla es magnética.
La fotografía de José Luis Alcaine refuerza el tono clínico y tenso de la película, contrastando con la belleza inquietante de los espacios. Cada plano está cargado de simbolismo, reflejando el control y la reclusión que dominan la trama.
Almodóvar logra combinar elementos de thriller psicológico, drama psicológico y melodrama con un aire de horror latente, creando una atmósfera sofocante que atrapa al espectador.
Inspirada en la novela Tarántula de Thierry Jonquet, esta película aborda temas como la venganza, la obsesión y la transformación forzada. Almodóvar pone sobre la mesa preguntas éticas profundas: ¿Dónde está el límite de la ciencia? ¿Hasta qué punto se puede controlar a alguien?
Con La piel que habito, Almodóvar rompe sus propias reglas y demuestra su versatilidad como director. Es una película que impacta no solo por sus giros narrativos, sino por cómo explora la humanidad, o la falta de ella, en sus personajes. Es audaz, provocadora y profundamente incómoda, pero imposible de ignorar.
Almodóvar consideró esta película como su incursión en el género del thriller, una exploración en territorios que normalmente no asociamos con su cine. También marca uno de los mejores regresos de Antonio Banderas al cine español.
29 de diciembre de 2024 Sé el primero en valorar esta crítica
Antes de convertirse en uno de los cineastas más influyentes de todos los tiempos, Stanley Kubrick ya mostraba su genio en El beso del asesino. Este segundo largometraje es un ejemplo fascinante de cómo un cineasta novato podía hacer mucho con tan poco.
En esta historia de cine negro, seguimos a Davey Gordon, un boxeador en decadencia, y Gloria, una cantante atrapada en una peligrosa relación con su jefe. Cuando Davey intenta rescatarla, ambos se ven arrastrados a un mundo de violencia, traición y desesperación. Es un melodrama sencillo pero efectivo, donde Kubrick ya empezaba a dejar su huella.
Lo más impresionante de El beso del asesino es cómo Kubrick, con un presupuesto limitado, demuestra su habilidad como narrador visual. Cada encuadre está cuidadosamente compuesto, desde los callejones oscuros hasta las peleas de boxeo, con una fotografía en blanco y negro que evoca el cine noir clásico.
Aunque la trama es sencilla, aquí ya vemos los destellos de la obsesión de Kubrick por el detalle y su fascinación por los dilemas humanos. La edición y los movimientos de cámara, todos realizados por él mismo, reflejan un control absoluto sobre su obra, anticipando la grandeza que estaba por venir.
El beso del asesino es más que una curiosidad en la filmografía de Kubrick. Es un testimonio de cómo un director joven puede transformar las limitaciones en una virtud, entregando una obra que captura la esencia del cine negro mientras experimenta con el lenguaje visual.
Puede que no sea tan conocida como 2001: Una odisea del espacio o El resplandor, pero El beso del asesino es un recordatorio de que incluso al principio de su carrera, Kubrick ya era un maestro en construcción. Si eres fanático del cine noir o simplemente quieres ver los primeros pasos de un genio, esta es película es imprescindible.
28 de diciembre de 2024 Sé el primero en valorar esta crítica
Crimen perfecto (1954) es una de las joyas del maestro del suspense, Alfred Hitchcock. Este thriller psicológico, adaptado de una obra teatral de Frederick Knott, nos sumerge en una historia de engaños, chantajes y un crimen cuidadosamente planeado que, como toda obra de Hitchcock, no sale exactamente como estaba previsto.
La trama se centra en Tony Wendice (Ray Milland), un extenista calculador que idea un plan para asesinar a su esposa Margot (interpretada por la icónica Grace Kelly) con la intención de heredar su fortuna. Pero el destino y los pequeños detalles complican su meticulosa estrategia, lo que convierte este thriller en un juego de inteligencia entre los personajes.
Ray Milland brilla con un villano sofisticado y frío, cuya mente maquiavélica guía la tensión de principio a fin. Grace Kelly, musa de Hitchcock, encarna a Margot con una combinación de elegancia y vulnerabilidad que la convierte en el eje emocional de la película.
Hitchcock hace un uso magistral del espacio limitado, ya que la mayor parte de la película transcurre en un solo apartamento. Aunque inicialmente fue filmada en 3D, el verdadero atractivo está en cómo Hitchcock utiliza ángulos y perspectivas para intensificar el suspense. La manera en que la cámara se mueve entre los personajes, casi como si fuera un testigo silencioso, crea una sensación de claustrofobia y tensión inigualables.
El director juega con la moralidad de sus personajes y del espectador. La perfección del plan de Tony y cómo cada pequeño error lo lleva a su caída nos recuerda la obsesión de Hitchcock por el “suspense del detalle”. Además, el uso del teléfono como arma narrativa es un recurso brillante que conecta lo mundano con lo peligroso.
Crimen perfecto no solo es una lección de cómo transformar un espacio reducido en un escenario de alta tensión, sino también un recordatorio del genio de Hitchcock para construir thrillers psicológicos que atrapan al espectador hasta el último segundo.
28 de diciembre de 2024 Sé el primero en valorar esta crítica
Miedo y deseo (1953) es el primer largometraje de Stanley Kubrick, un nombre que más tarde definiría el cine como arte. Esta película bélica, más que un relato sobre la Segunda Guerra Mundial, es una exploración experimental de los conflictos humanos y psicológicos que surgen en medio de la guerra.
Cuatro soldados estadounidenses quedan varados detrás de las líneas enemigas tras el accidente de su avión. Atrapados y vulnerables, planean un escape cruzando un río, enfrentándose no solo al enemigo, sino también a las complejidades morales y filosóficas de la guerra. Es un conflicto tanto físico como interno, donde la lucha contra el enemigo se entrelaza con la lucha contra sus propios demonios.
El reparto, aunque poco conocido, aporta una energía cruda que complementa el tono experimental del film. El diálogo, a menudo poético y existencial, revela más sobre las inquietudes humanas que sobre el conflicto bélico en sí. Esto puede parecer teatral, pero funciona como una herramienta para reflejar las emociones fragmentadas de los personajes.
Kubrick, con apenas 25 años y una experiencia previa como fotógrafo, ya muestra destellos de su genio visual. Los encuadres están cuidadosamente compuestos, resaltando el aislamiento y la desesperación de los soldados. Aunque el presupuesto era limitado, Kubrick logra transmitir una atmósfera opresiva y surrealista, con una fotografía en blanco y negro que magnifica el tono sombrío de la historia.
Kubrick siempre mostró desdén por esta película, considerándola un trabajo amateur. Sin embargo, Miedo y deseo ofrece una ventana al inicio de un cineasta que más tarde revolucionaría el cine. Su narrativa experimental y los temas existenciales que aborda son precursores de las obsesiones temáticas que Kubrick exploraría en películas posteriores, como La naranja mecánica o Senderos de gloria.
Aunque Miedo y deseo no es una obra maestra y su ejecución puede sentirse torpe en algunos momentos, es un debut lleno de ambición que sienta las bases para la evolución de Kubrick como director. Es una pieza esencial para quienes quieran comprender cómo el maestro del cine comenzó a moldear su mirada única sobre la condición humana.
28 de diciembre de 2024 Sé el primero en valorar esta crítica
Casino no es solo una película sobre Las Vegas; es una ópera de lujo, ambición y destrucción. Martin Scorsese nos lleva al corazón del negocio de los casinos manejados por la mafia, donde cada decisión tiene un precio y cada traición deja cicatrices profundas.
Robert De Niro interpreta a Sam 'Ace' Rothstein, un genio de las apuestas que convierte el caos en orden. Pero su equilibrio se tambalea con la llegada de Nicky Santoro, un Joe Pesci brutal y descontrolado, y Ginger, interpretada por Sharon Stone, quien roba cada escena con su mezcla de carisma y tragedia. Su relación con Sam no solo es apasionada, sino que desencadena un descenso al caos absoluto.
Lo que distingue a Casino es la dirección magistral de Scorsese. Su manejo del montaje, las cámaras en movimiento y la narración en off no solo cuentan una historia, la elevan. Cada plano, cada diálogo, es una pieza más en este rompecabezas de ambición y decadencia. Y la banda sonora, repleta de clásicos, acompaña cada giro de la trama con precisión milimétrica.
La recreación de Las Vegas es impecable. Desde los trajes de lujo hasta esas luces que nunca se apagan, Scorsese captura el esplendor y la corrupción que definían este mundo. Aquí, todo brilla, pero nada es tan reluciente como parece.
Sharon Stone es, sin duda, el corazón trágico de esta historia. Su interpretación de Ginger, una mujer atrapada entre el lujo y sus propios demonios, es tan intensa que le valió una nominación al Oscar. Cada escena suya es un recordatorio de que detrás del glamour, siempre hay un precio.
Casino no es solo un drama sobre la mafia; es una tragedia moderna que explora el precio del poder, la codicia y la ambición desmedida. Scorsese disecciona a sus personajes con brutal honestidad, mostrándonos cómo su lucha por el control los lleva a perderlo todo.
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