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Críticas 22
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
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13 de junio de 2018 Sé el primero en valorar esta crítica
La segunda parte de la trilogía Antes del... es un golpe de realidad romántica. Cine casi de no-ficción, verídico, auténtico... ¿y también un tostón?

No descubro América al hablar de las bondades de la trilogía Antes del..., de Richard Linklater (Movida del '76, Boyhood), y menos a estas alturas. Tampoco es siquiera ortodoxo comenzar escribiendo sobre ella con la segunda parte, pero así se ha dado. Qué le vamos a hacer.

La trilogía Antes del..., es uno de los mayores y más adecuados ejemplos para definir al cine en la frontera entre el aburrimiento y la admiración más absoluta. Me explico. Las películas son una narración en directo de una historia de amor. Ahora mismo no recuerdo si ocurría esto con la primera parte, Antes del amanecer —juraría que no—, pero en Antes del atardecer, esta segunda que nos ocupa, el tiempo que transcurre en la realidad es exactamente el tiempo que transcurre en la pantalla. Un diálogo de casi dos horas, profundo, intimista, de idas y venidas, que te atrapa, pero que sin duda se le puede hacer muy pesado a algunos. No a mí.

Si Antes del amanecer nos contaba el enamoramiento juvenil de un norteamericano y una francesa, ahora nos cuenta el reencuentro, 9 años después. Ambos han crecido, ambos han madurado, y donde antes había idealismo y pasión, ahora hay pesimismo y un racionalismo brutales. Ambos, Jesse y Celine, han experimentado ya los reveses del desamor; hasta se nota en sus rostros, envejecidos, de una persona ya adulta.

Linklater graba a los personajes en sus largos paseos por París, casi sin cortes, para que los veamos como son, dos personas cualquiera caminando por la calle; una de las millones de historias que podrían haberse contado. Es así como te atrapa. Bueno, y con unos diálogos con mucha verdad, sentimiento, y que van sacando poco a poco las biografías, dramas y problemas de los protagonistas.

Es a fin de cuentas una historia de amor real. Sería un buen subtítulo.

Ethan Hawke y Julie Delphy están maravillosos. La química es espectacular y se nota su participación en la escritura porque entienden al cien por cien a los personajes. No podrían ser otros, sino ellos.

Antes del atardecer está muy lejos de los clásicos romances. No hay más estructura narrativa que la propia de los diálogos, a pesar de que se permiten mucha libertad para darnos esa cantidad de realidad, pero quizá sea el final, y no me refiero al desenlace o últimos 10 minutos, sino a los últimos segundos, donde termino con un sabor ligeramente amargo. No por la historia, sino por las últimas líneas de diálogo. Por lo demás, es una genialidad. O un tostón. O las dos cosas
13 de junio de 2018 Sé el primero en valorar esta crítica
El segundo relanzamiento de la saga insufla a Spider-Man humor y verdadero carisma gracias a, entre otras cosas, un tono adecuado y un acertado reparto

Spider-Man: Homecoming es una buena película. Marvel tiene la fórmula desde hace tiempo y no se desvía demasiado a la hora de volver a hacer nuevas entregas de sus sagas predilectas. Entre ellas necesitaban a su superhéroe estrella, Spider-Man. Así, gracias a Tom Holland y un gran sustento en el humor y buen rollo, construyen una buena base para películas venideras.

Se trata de una película de una ligereza de la que no se avergüenza, sino todo lo contrario. Se ha rebajado el tono en varios niveles con respecto a las dos películas protagonizadas por Andrew Garfield y ahora todo es más liviano, lo que sin duda le sienta mucho mejor al personaje.

El protagonista está rodeado de una buena amalgama de secundarios que ayudan a reforzar la personalidad de Peter Parker/ Spider-Man, dotándole de verdadera identidad. Michael Keaton brilla como villano, y no tanto por el personaje en sí, que se mantiene en un nivel aceptable, sino por los matices y la tensión que aporta con su actuación. A pesar de tener un motivo para hacer lo que hace, carece de cierta coherencia y el interés que genera es irregular.

Unido a este pensamiento encuentro el hecho de que nada tiene demasiado peso. Los conflictos son igual de ligeros que la película y se echa en falta al menos una leve carga dramática que sobrevuele todo el conjunto. Dios, que nadie entienda que necesito volver a ver la muerte del tío Ben, pero sí que es cierto que es un acontecimiento sin el cual el personaje no sería lo que es. Así como en la saga de Sam Raimi el personaje se movía principalmente por ese suceso y construía su forma de ser a partir de él, el conflicto otorgado a este nuevo Spider-Man es tan insulso y poco potente como que quiere demostrar a los demás que es capaz de hacer grandes cosas; un motor sin suficiente gasolina para funcionar.

Por ello la película no cala. Nos divertimos con las escenas cómicas, vibramos a medias con las de acción y... quedamos defraudados cuando trama y conflictos se cruzan en sus caminos, porque el choque, el clímax, no emociona. A todo esto he de sumarle la poca relevancia de la historia amorosa, que solo sirve para asestar un giro inesperado en el último tercio de la película. Por lo menos la nueva semilla de amor plantada en los últimos compases parece prometer nuevas y mejores emociones.

Con respecto a los conflictos de los personajes, es significativo que la escena más potente de la película sea con los dos personajes principales sin sus respectivos trajes, dentro de un vehículo en medio de la noche.

En definitiva, un digno producto y un buen acercamiento a lo que todos desearíamos en un Spider-Man en la gran pantalla, pero con menos personalidad y trasfondo que la primera y mejor adaptación del superhéroe en el cine.
13 de junio de 2018 Sé el primero en valorar esta crítica
El inicio de la película ya deja entrever que este no va a ser el clásico western. Un par de atracadores ejecutan un torpe robo, casi patético, para acto seguido desvelarnos el trasfondo de la trama: una muy alejada del típico enfrentamiento entre agentes de la ley y forajidos, y más enfocada a contar la realidad del profundo Texas. Pobre. Violento. Anacrónico.

Recientemente leí que el estado tejano ocuparía, de ser una nación soberana, el décimo puesto en la lista de países más ricos del mundo. Una de las razones: el petróleo, entre muchas otras. Precisamente en Comanchería se habla de eso. De por qué Texas tiene esa riqueza, quiénes son los que la atesoran, y quiénes viven sumidos en la miseria.

A partir de ahí la película se convierte en una convencional road movie de perseguidores y perseguidos en la que cada escena, cuando no es para hacer avanzar la trama, sirve al propósito de analizar el estado sureño, en el que el racismo sigue arraigado con fuerza, y donde el dinero y las armas sostienen la estructura básica de la ciudadanía.

Cuando Comanchería no es tensa ni demasiado reflexiva es una delicia de contemplar. En esos casos la película es un retrato de dos hombres sentados en el porche de un rancho viendo la vida pasar, con una cerveza en la mano y el rifle apoyado sobre la barandilla de madera. Es en esos momentos de calma cuando se disfrutan las soberbias actuaciones de Jeff Bridges como veterano policía, o de Ben Foster como clásico cuatrero. El trío lo completa Chris Pine, al más puro estilo Brad Pitt, frunciendo el entrecejo y apenas dejando que las palabras salgan de su boca.

Comanchería destaca como drama social, aprueba con nota como thriller y lo borda como western. Una película que destaca entre las más grandes del género de los últimos años y que, de no saberlo, podría decirse estar firmada por los hermanos Coen; y eso es mucho decir.
15 de mayo de 2017 Sé el primero en valorar esta crítica
Hay directores que han pasado a la historia tanto por sus formas de narrar, como por aportar un punto de vista personalmente diferente del resto o por trascender más allá de lo esperado. Stanley Kubrick es sin duda uno de ellos. Uno de los directores más aclamados y admirados desde que se consolidó esto del cine, y ya desde el inicio de su carrera, con películas como Senderos de gloria (Paths of glory), fue marcando una huella que quedaría impresa para siempre en el imaginario colectivo.

Hay películas clásicas que pasan olimpo del cine por motivos tan dispares como su impacto en el estreno, su revolucionaria historia o empujadas por el poderoso sentimiento de la nostalgia por un tiempo ya pasado, pero Senderos de gloria es hoy tan moderna, tan contemporánea como rompedora en su momento. Uno ve esta película de Kubrick como si de una película de pleno siglo XXI se tratase, con una normalidad insólita y casi inaudita. Salvo por el evidente paso del tiempo tangible en el blanco y negro y la falta de medios tecnológicos que el genio norteamericano se esforzaba en combatir no hay resquicio para recordar que estamos ante un clásico, ante una obra de 60 años de antigüedad. Uno la disfruta en su totalidad, en la genialidad de la técnica, en el buen hacer de su reparto y en la crudeza del relato. Un conjunto brillante ayer, hoy y mañana.

Uno no podrá borrar nunca de su cabeza esos interminables planos que recorrían de principio a fin unas trincheras infectas, plagadas de una tropa mutilada y desmoralizada mientras un cruel y altivo general se pasea con su impoluto uniforme lleno de estrellas y condecoraciones. También llama la atención la compleja carga de la vanguardia francesa por el campo de batalla, plagada de explosiones, cráteres de bombas y soldados saltando por los aires, secuencias impactantes que uno no espera ver en una película de hace tanto tiempo. Es una película bélica pero también un drama judicial, y en ambas facetas Kirk Douglas brilla como todopoderosa y omnipresente estrella, capaz de desenvolverse a la perfección ante iguales, superiores y en medio del fragor de la batalla encarnando a un hombre cargado de principios.

Pero por supuesto no solo cala el aspecto visual, sino la valentía de un mensaje duro y desolador, alejado de cualquier tufo académico o hollywoodiense por antonomasia, que desalienta al espectador dejándole vacío por dentro. En pocas ocasiones uno ha sentido ese malestar, esa rabia incontenible ante tamañas injusticias vistas en una pantalla. En definitiva, un conjunto imprescindible y glorioso en todos los sentidos.
13 de mayo de 2017 Sé el primero en valorar esta crítica
Marvel lo vuelve a lograr. El estudio confía de nuevo en James Gunn y su fórmula alocadamente divertida para repetir éxito en Guardianes de la galaxia Vol. 2, una película entretenidísima y muy emotiva que desgraciadamente pierde cierta frescura con respecto a su predecesora

No había dudas de que la inesperadamente deliciosa Guardianes de la galaxia tendría su continuación. Marvel se sacaba de la chistera unos personajes de segunda fila y los ponía en mano de James Gun para convertir los orígenes de esta panda de golfos en la mejor aventura de la compañía junto a Los Vengadores de Joss Whedon. Todo era fresco, divertido, desenfadado y tremendamente pop; ingredientes suficientes para cocinar un éxito de crítica y taquilla.

Su secuela adolece precisamente de esa frescura que imbuía la primera parte, puesto que todas las bromas ya estaban hechas y se había explotado a la perfección la forma de ser de cada uno de los personajes. Por ello, desde los tráilers ya quedaba patente que Baby Groot sería la absoluta estrella de la función, y es que el tronquito-merchandising es encantador y absorbe para sí los momentos más tiernos y desternillantes; pero en lo que sorprende esta segunda entrega es en el desarrollo de los secundarios, que no solo se amplía sino que aporta riqueza al entramado emotivo de la historia. Es sobre todo Yondu el que brilla con más fuerza y el que aporta algunos de los mejores momentos.

La trama es un paréntesis con respecto al universo de los Vengadores y nos lleva hasta el principal conflicto de Peter Quill. Junto a su padre empieza a recuperar el tiempo perdido, pero es el espectador el que acude a los momentos más flojos del guion en cuanto a diversión después de un primer acto brillante. Cuando los secundarios toman peso y la trama se dirige hacia el final el interés aumenta enteros y se viven algunas de las mejores secuencias del largometraje.

En ocasiones se le puede achacar de exceso de verbalización en alguno de sus personajes, puesto que los conflictos son claros y los sentimientos más profundos tardan poco en resultar obvios, pero aun con ese exceso de texto es inevitable llegar al final dejándose llevar por el ritmo de este festival de música, luz y color.

La banda sonora sigue siendo buena a pesar de no llegar a las cotas de la anterior entrega, y las escenas de acción son paradójicamente la parte menos interesante del conjunto, pero ello no es óbice para colocar a este Vol. 2 entre lo mejor del cine de evasión reciente.
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