Fritz Lang uno de los grandes genios del séptimo arte, nos regala una nueva entrega de cine negro tras alcanzar un éxito notable con "La mujer del cuadro" y "Perversidad". Polifacético como pocos, esta vez la trama se centra en las altas esferas sociales, ofreciendo un thriller policíaco como pocos. Movidos por la ira, la muerte y los deseos de venganza, los personajes discurren bajo una dirección sobresaliente a lo largo de la oscura atmósfera.

Dave Bannion, un sargento de policía interpretado por Glenn Ford, encarna el buen desarrollo de los actores a lo largo del film, transformando y evolucionando el guión. Así, el sabueso de traje y sombrero pasa de ser un hombre afable y hogareño a la peor pesadilla de los culpables, sirviéndose de la ayuda de Moll Debby, de feliz esposa a despiadada y vengativa mujer. Cada plano está cuidadosamente diseñado, para no hacernos olvidar que Lang viene del puro expresionismo alemán, hablando con imágenes aun cuando las palabras adquieren trascendencia.

Por lo tanto, si a unas interpretaciones notables, una fotografía excelente y una dirección inmaculada, le añadimos un guión a la altura de giros narrativos eficaces y poderosos, nos queda una de las grandes obras de la década de los 50. El círculo se cierra y continúa, puesto que todo puede esperar mientras siga la lucha contra el crimen, cueste lo que cueste.

Desde que Kirk Douglas de la mano de Stanley Kubrick y Marlon Brando una década después pusieran de manifiesto las amenazas de la vida militar llevada a cabo como ideología patriótica y símbolo de honor humano, nadie había tratado con tanta sutileza el concepto de las consecuencias humanas, sociales y morales que proyecta el lado más oscuro del hombre para con sus semejantes y por ende consigo mismo, derivadas del factor bélico.

Desde un inicio populista que suena casi a mofa dentro del marco de la cinta, hasta el: "Usted no ha estado en la guerra, es normal que se desahoguen los muchachos con una pelea a la salida del bar" con el que Hank, ajeno de las consecuencias que cada acción lleva consigo, pronuncia impunemente. Se trata con punzón suave e hilo fino, pero se masca agriamente en el aire respirado por cada poro de camuflaje que impregna el uniforme, poniendo en evidencia algunas cintas avergonzantes del género, como (y que me perdonen los seguidores de Eastwood) "El Sargento de Hierro" o la más reciente y vomitiva "Acto de Valor" (2012).

Los senderos, que esta vez discurren por el mitológico Valle de Elah, encabezados en la marcha por Tommy Lee Jones y en la que solo Charlize Theron parece quedarse atrás-, viajan a largas millas de distancia estableciendo el marco geográfico en dos fronteras que todos hemos vivido en un marco temporal no tan lejano, poniendo de manifiesto que las barreras humanas sobrepasan el vínculo emocional, a miles de kilómetros de lejanía entre aquellos que a su vez se sienten más unidos y cercanos sentimentalmente. Puede que en el valle David no tuviera miedo de Goliath pero cuando nuestros esfuerzos quedan separados, cuando más creemos que es necesario y cuanto más dejamos de pensar en nosotros y miramos por algo abstracto, que se puede sentir pero no tocar, más impotencia sentimos con nosotros mismos y con los demás. Será mejor cambiar el rumbo de nuestro viaje.

Escrita y dirigida por el controvertido Gaspar Noé, "Enter The Void" se nos presenta en palabras de su creador como: "el sentimentalismo de los mamíferos y la vacuidad brillante de la experiencia humana". Guste o no, la propuesta imprudente y atrevida del francés -que ya habíamos visto en "Irreversible-, no deja indiferente a nadie. Apoyado en una técnica que conduce al travelling hacia su cúspide más alta, el conjunto visual nos sumerge en una cápsula hipnótica que expresa a través de los efectos plásticos y los sueños, un trabajo del que David Lynch podría sentirse orgulloso.

Reconociendo que el film no es apto para todos los públicos, hay que tener en cuenta que no vale cualquier día y lugar para disfrutar de él. Hay que adentrarse, dejarse llevar como el protagonista a lo largo de la película, y navegar junto a la cámara flotante hacia una experiencia disfrutable e irascible al mismo tiempo. Pronto se nos plantea, en una majestuosa primera entrada, la colección de luces, sombras, nubes y claros, de tal modo que no era necesario el plano en primera persona para volar junto a Óscar y sentirse realmente colocado. Todo ello, pondrá a prueba todos los sentidos y tus escrúpulos, porque, realmente...¿podemos encontrar belleza en lo detestable?

Quizá por ello encontremos pocos partidarios de la propuesta. Es evidente que sentimos repulsión hacia lo que tapamos de la realidad: conversaciones tabúes, situaciones que no forzamos, charlas que no llegan, el yo no lo haría o pondría la mano en el fuego por...es entonces cuando preferimos mirar hacia otro lado...y allí encontramos a Gaspar, poniéndonos una cámara. Las luces de navidad aquí son de un Night Club, la amistad se convierte en traición, las personas que amamos, nos fallan...solo cabe preguntarse si "Enter The Void" es más auténtico que imaginario, o si efectivamente es surrealismo.

Ópera prima de Juan Carlos Fresnadillo, que, tal y como le sucedió con “28 semanas después” (2007), se queda a medio camino entre la originalidad y la torpeza, la genialidad y el fracaso, la potencia sin control, que no le sirve de nada. Y es que la película ya camina sola entre lo fantástico y lo dramático, en un extraño bagaje con tintes tan atrevidos como absurdos. En el intento de ver una doble moral que juegue con la psicología del espectador para plantearse hasta qué punto estamos asistiendo a un compendio de ambigüedades que ponga a prueba su fortaleza mental, queda la vaga sensación de que son ideas que desde un buen punto acaban perdiéndose en un mar de árboles que conforman un bosque demasiado frondoso como para tenerlo claro.

Es cierto que el director demuestra una cierta capacidad para filmar determinadas situaciones y su manejo de la cámara no pasa desapercibido. Además, cuenta con la colaboración de un buen puñado de actores sobresalientes, entre los que tenemos el gusto de presenciar a Von Sydow. Sin embargo, el guión es engañoso, la trama está cogida con pinzas y los personajes muestran una pasividad inaudita en dicho trayecto. No hay interés, no hay razonamiento, no hay un objetivo claro hacia el que dirigir una obra que, siendo interesante a nivel primario, no alcanza la totalidad para considerarla una buena película, permaneciendo fría y distante.

“Los niños del paraíso” llega de la mano de Marcel Carné a una Francia liberada hambrienta de desahogo artístico, recompensado en el séptimo arte por un referente poético que marca la esencia del cine francés antes de dar paso a la "novelle vague", en un estilo sin parangón que va de la mano de una sociedad inquieta y sedienta de profundidad para las cuestiones políticas y sociales. Comprometido con estas causas, el guionista Jacques Prévert sugirió un estilo teatral que ya vimos en “La regla del juego” (Jean Renoir, 1939) para enmarcar este melodramático romance del siglo XIX que ya forma parte de la historia del cine.

En un esfuerzo sin precedentes, los 190 minutos de rodaje final se realizaron bajo una absoluta odisea por llevar a cabo el majestuoso despliegue de medios: enormes escenarios, vestuarios, extras, decorados…todo ello en una época convulsa y de destrucción interna donde escaseaban todos los componentes necesarios para llevar a cabo esta osada obra maestra. Meses invertidos para dar como resultado una pieza dividida en dos partes –especialmente destacable la primera-, con una trama dramática y romántica propia de la literatura del siglo pasado, con unas interpretaciones excelentes y una dirección sublime que dejó huella en la inmensidad de un film que destaca por sus múltiples matices, logrando llevar la poesía a un escenario teatral que logra asentar en la gran pantalla.