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Críticas 20
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
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10 de junio de 2020
7 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
A día de hoy podemos disfrutar de innumerables títulos que retratan con verosimilitud y gran crudeza los hechos que se dieron en la Gran Guerra, ya sean batallas o vivencias, y aunque parezca mentira, todavía existen temas a tratar incluso de una forma un tanto atípica como es el caso de ‘Overlord’.

Cuando uno piensa que ya no se puede exprimir nada más, cuando creemos que ya lo conocemos todo, de pronto vemos que la industria hollywoodiense junto al cine independiente siguen aferrándose a un clavo ardiendo y sacan a la luz nuevas obras que afloran como champiñones silvestres después de una tempestad. Tenemos los ejemplos más recientes con ‘Jojo Rabbit’ , ‘Inglorious Bastards’ o ‘The Captain’. Películas antagónicas, situadas en las antípodas tanto una como de otra temáticamente hablando pero con un nexo en común, la Segunda Guerra Mundial.

Y faltaba la guinda, la otra vuelta de tuerca. Partiendo del único precedente similar que teníamos con ‘Dead Snow’, esta producción de JJ Abrams junto al novel director Julius Avery nos embarca en una especie de neothriller bélico-terrorífico(?) situado en plena efervescencia de la Segunda Guerra Mundial, por así decir. ‘Overlord’ no es que sea una copia de ‘Zombies Nazis’ ya que el guión es algo más “profundo” pero indudablemente bebe de ella. Dicho esto, la película tampoco es que diese mucho más de sí como luego explicaré.

La historia nos emplaza en una misión alternativa un día antes al famoso Dday (de ahí el título de la película; Overlord, que era el nombre original que se le asignó a la operación del desembarco en Normandía). Un grupo de paracaidistas americanos son destinados a destruir una torre de comunicación en un pequeño pueblo francés, una misión que es considerada de vital importancia ya que destruyéndola, los buques aliados conseguirán apoyo aéreo sin interferencias alemanas.
Pero como es de esperar, algo se cuece en esa antena. Dentro hay un laboratorio al más puro estilo Mengele donde los alemanes hacen experimentos con los franceses para intentar crear soldados con poderes sobrenaturales y asi conseguir desequilibrar la balanza bélica.

El argumento es sencillo, parece sólido y el desarrollo de la trama es prometedor gracias a un comienzo repleto de acción no apto para cardíacos, pero conforme pasan los minutos se va diluyendo como un azucarillo hasta convertirse en un retrato bizarro y caricaturizado de algo que podía haber sido tratado mucho mejor (con más mimo) y que finalmente, acaba hundiéndose como el tercer reich.
La primera parte del metraje es básicamente bélica e irregular, —de hecho para mí es la mejor— alternándose momentos de puro tiroteo con otros más tranquilos y solo en el último tercio es donde realmente llegaremos a experimentar la sensación de estar ante una obra con tintes sobrenaturales aunque en mi opinión, falle estrepitosamente. Es importante remarcar que no es una película de zombies como tal y aún menos de terror, si bien la ciencia ficción y en este caso, los experimentos con humanos son el núcleo central de la misma. Pero creo que hay ciertos pasajes que son surrealistas o demasiado preparados donde el famoso ‘Las Minute Rescue’ sale a relucir en todo su esplendor, convirtiéndola en vulgar, dejando en mal lugar al género y restando realismo a todo lo construido anteriormente en el primer tercio del filme. Insisto en que hay detalles como la forma de experimentar con humanos que podrían haberse perfeccionado para así dotar a la película de una mínima base científica con un toque oscuro y de misterio. Sin embargo, eso lo pasan por alto y únicamente nos muestran por encima lo que es el laboratorio y algún que otro mutante con espasmos que nos hará dar un leve brinco del sofá.

En cuanto al reparto de personajes, no podían ser más clichés; desde el general autoritario, pasando por la mujer rebelde de armas tomar hasta el clásico soldado bromista o el típico secundario que va hablando y de repente estalla en mil pedazos. Por supuesto no podía faltar el malo malísimo que se convierte en el ‘final boss’ de turno. No puedo destacar a nadie porque ninguno llama mi atención. Da la sensación de haber visto las mismas interpretaciones solo que en otros géneros con distinto título.

Si hay algo que destacar (o mejor dicho rescatar) en ‘Overlord’ son sus efectos especiales. Aquí la pirotecnia está a la orden del día y por supuesto no iba a faltar. Desde el inicio hasta el fundido observaremos innumerables tiroteos, torturas, explosiones, sangre y más sangre salpicada de momentos gore. A fin de cuentas, es lo que se demandaba y es lo que te da. De eso no hay quejas por mi parte.
La fotografía junto al vestuario también es destacable. Seremos conscientes de que estamos en plena batalla ya sea por los bombardeos, el entorno y ese paisaje mermado por los estragos que dejó la guerra más sangrienta de la historia.

Sin embargo, con todo esto dicho, para mí es un tiro al aire y no la recomendaría por el firme hecho de que esta trama, ya de por sí disparatada y en ocasiones forzada tras unos primeros 30 minutos aceptables, es incapaz de ofrecer una visión plausible del conflicto y acaba sosteniéndose con pinzas para finalmente desprenderse y naufragar a partir del segundo acto. Al final, acaba convirtiéndose en otra película random de acción donde perfectamente podría situarnos en cualquier otra época que no nos hubiéramos dado ni cuenta.
Para pasar una tarde de sobremesa sin planes y si buscas saciar tus ansias de ‘tiros y hemoglobina’ como amante del género, quizá sea una buena alternativa para entretenerte, —además de que sus 109 minutos puede que te ayuden a digerirla— pero si buscas algo que indague un poco más en lo que deparó la Gran Guerra y ofrezca un mayor peso argumental, específico y verídico, aléjate de ella.
22 de junio de 2020
4 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esta no es la única película que narra la vida de Vincent Van Gogh, uno de los mejores pintores jamás conocidos. A lo largo de la historia del cine han sido varios los largometrajes que cubrían la vida de este excéntrico genio de la pintura; desde el reciente Loving Vincent (absolutamente recomendable por ser una especie de película-óleo) hasta el ‘Lust for Life’ de Minelli con la presencia del eterno Kirk Douglas.
Sin embargo, en esta nueva adaptación, su director Julian Schnabel, nos obsequia con una muy buena recreación de los últimos años del artista post-impresionista desde una perspectiva hasta ahora desconocida: la vertiente más sensible, inocente y humana. Siempre es interesante conocer algo más sobre el gran Vincent Van Gogh y en este caso ahondaremos en su lado más personal; descubriremos sus temores, su pasión por la pintura o la fuente de inspiración que utiliza a la hora de entender y ejecutar su arte, a pesar de que en vida a penas vendiese ningún cuadro. Y por supuesto presenciaremos ese enloquecimiento que le llevó al trágico final que ya todos —o casi todos— conocemos, incluyéndose en ésta, una nueva versión de los hechos inédita hasta ahora.

La historia de ‘Van Gogh: a las puertas de la eternidad’ nos sitúa a finales del siglo XIX cuando Vincent huye de Paris para refugiarse en el pequeño pueblo francés de Arles (Auvers-sur-Oise). Una vez ahí, veremos su descenso a los infiernos, donde parte de la población le abrirá los brazos como es el caso de su amigo y también pintor Paul Gauguin, mientras que otros harán que pierda la cabeza por completo.
También seremos partícipes de la relación con su hermano y también artista Theo Van Gogh con quien tiene una gran relación y admiración.
En Arles es donde un hipersensible Van Gogh encuentra su fuente de inspiración que radica únicamente en la belleza de la naturaleza y en sus colores, además de ser el pueblo donde Vincent creó sus mejores y más famosas obras. Pero por otra parte, en Arles es donde encontrará su mitad oscura, esa que le llevó a tener problemas con la sociedad, que le hizo ser más solitario, reservado y menos sociable hasta el punto de perder la poca cordura que le quedaba y ser tildado de loco.

Si hay algo que nos deja en claro el director, es que Willem Dafoe era el perfecto elegido para interpretar al pintor holandés y eso se traduce en que empatizaremos desde el inicio con el protagonista gracias a una brillante actuación: nos hará parte de su sufrimiento, de lo feliz que le hacía pintar, de esa locura que le llevó como impulsado por una fuerza de la naturaleza a no parar de pintar y pintar, y en definitiva a la comprensión de su excéntrica vida, todo magnifica y sutilmente dirigido por parte de Julian Schnabel, que logra sin duda emocionarnos. El cineasta, también artista, pintó algunas obras e introdujo algunos rasgos del actor dentro ellas para darle más realismo si cabe. El mismo Dafoe, que no negaré que se le da un aire al mismísimo Van Gogh, aprendió a pintar para encajar más en el papel, por lo tanto podremos observar en algunas secuencias parte de sus genuinos trazos. Con esa visión renovada de Schnabel, Dafoe clava la actuación mostrando una cara distinta del artista, algo más sensible y vulnerable y no tan vanidoso como le conocíamos en la vida real.
No en vano, su excelente actuación le sirvió para estar nominado a un Oscar que a la postre no se llevaría.

La fotografía a cargo de Benoit Delhomme es sencillamente sublime. Disfrutaremos de planos en plena naturaleza y a todo color donde Van Gogh se inspira a la hora de crear sus pinturas. Atardeceres y amaneceres infinitos y saturados con un juego perfecto de luces, en lo alto de una colina o en las llanuras en medio de la nada, todo siempre nutrido de colores vivos y de un contraste muy plástico donde se da forma a una experiencia audiovisual única. Es un ejercicio de poesía visual pocas veces visto y donde el espectador quedará totalmente hipnotizado y a merced de la belleza con la que se nos narran los acontecimientos. Otro elemento que dota de un extra de belleza al filme es su sutil banda sonora a base de piano que ensalza aún más la maravillosa fotografía.

Sin embargo, algo que no ha acabado de convencerme es el repetido uso de la famosa ‘cámara en mano’ y en primerísimo plano subjetivo que tanto gusta a directores como Terrence Malick entre otros. Si bien es algo que se busca y se hace intencionadamente para introducirnos más en la piel del propio artista y así ver el mundo desde su propia perspectiva hasta llegar a su resquebrajamiento psíquico, creo que a veces se abusa en exceso y el resultado es negativo, comportándose la cámara de una forma algo brusca o torpe tanto cuando la mueven y la acercan como cuando la alejan rápidamente.

El ritmo del film es aceptable aunque irregular y en ocasiones da la sensación de pecar de ser algo lento pese a sus 106 minutos de duración. Hay que tener en cuenta que estamos viendo la película de un artista, por lo tanto para aquellos que conocemos la biografía y las costumbres del genio, así como otras películas que tratan sobre él, no nos cogerá por sorpresa.

Concluyendo mi reseña, Julian Schnabel nos muestra una cara más sensible, poética y renovada del mítico pintor, gracias a un buen guión, a una cuidadísima fotografía y con la ya mencionada interpretación sensacional de Willem Dafoe, que logra encarnar al pintor a la perfección y no solo por su asombro parecido físico, sino porque logra que el espectador se sumerja y sufra junto a él los últimos momentos de su nublada y perturbada vida. En su contra, el ritmo peca de ser algo plano, haciendo que decaiga y obvie algún que otro hecho histórico que no aparece. Dicho lo cual, me parece ‘Van Gogh: a las puertas de la eternidad’ es una obra de arte visual, una experiencia casi poética de la ultima etapa de uno de los genios más grandes de la historia. Muy recomendable.
12 de mayo de 2020 2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
7 años después de su estreno he vuelto a tener la oportunidad de revisionarla gracias a una de esas tantas plataformas de televisión online que existen en la actualidad y, argumento a parte porque tiene muchísima miga, sigo sorprendido con la actuación que nos regalaba el insaciable Matthew McConaughey. Y es que éste, sea el papel que sea, se atreve con lo que le echen encima y al final, el muchacho siempre acaba sacando buena nota. Solo hay que dar una ojeada a sus papeles más recientes para darse cuenta uno del giro radical que ha tomado su carrera. Su resurgimiento es un hecho que queda demostrado aquí, convirtiéndolo en uno de los actores más talentosos de la inagotable industria de Hollywood.
También por supuesto no hay que dejar pasar por alto la actuación del camaleónico Jared Leto encarnando a una transexual con VIH que pasará a ser socio de Ron (Matthew). Creo que también fue su mejor papel hasta la fecha.
Pero insisto, si hay una interpretación a destacar, es la de la radical transformación que sufre durante el film Matthew (ironías de la película, tú). De todos modos y en su conjunto a la hora de formar el tándem, ambos están excelsos y, a la postre, hacen que esta película sea realmente especial y gane, como producto, en calidad interpretativa.

He leído en varios análisis que la trama no es exactamente fiel al hecho que se dio en la vida real y que por lo visto, durante el rodaje se tomaron ciertas decisiones ajenas por parte de su director, Jean-Marc Vallé para quizá proporcionar al filme ese halo extra de dramatización.
Siendo franco, con un guión tan bien dirigido no podría importarme menos, porque si estuviera buscando un documental, habría puesto Discovery Chanel. El cineasta canadiense es capaz de adentrarnos en este terrible mundo mostrándonos imágenes sobre el sufrimiento que provoca la enfermedad y sus síntomas, dotando al filme de una crudeza muy real plasmada brillantemente en el Texas de los 80.
Si hay algo a destacar en este filme es que aborda temas tan trascendentales como la amistad, la homofobia y la política sombría que rige a la medicina, todo ello rodeado de un ambiente denso, sexista y decadente del oeste de Texas.

En ‘Dallas Buyers Club’ se nos narra el drama real de Ron Woodroof (Mathew M), un hombre mujeriego, homófobo, drogadicto y adicto al juego y a los rodeos que lucha contra el SIDA en un ambiente hostil en Dallas, Texas, a finales de la década de 1980 y al que los médicos no le dan más de un mes de vida debido a su débil estado de salud. Negándose a aceptar su precipitado y triste final, Ron se verá envuelto en esa vorágine comercial tan turbia relacionada con la medicina, las compañías farmacéuticas y todo ese desconocimiento social que envolvía al virus durante los años 80 en busca de un posible tratamiento o cura.
Ante su desesperación y la poca fe en la medicina general experimental con AZT a la que se somete, Ron viajará a Mexico e investigará por su cuenta soluciones alternativas que poco después le llevarán a conocer —y a asociarse— entre otros a Rayon (Jared Leto), produciéndose en ambos una conexión casi inmediata y como consecuencia, sus vidas darán un giro drástico gracias a ese nuevo vínculo creando el famoso Dallas Buyers Club. La amistad que forjarán y la voluntad de ambos por sobrevivir tomará mayor importancia desde la segunda parte de la película y será el punto clave donde veamos la radical transformación que sufrirá —para bien, todo sea dicho— el personaje de Matthew. Pasaremos de odiarle por lo despreciable que llega a ser su carácter a admirarle por su continua lucha en aras de encontrar una cura para el VIH y ayudar también a aquellos que la padecen como Ron, rebelándose contra todo un sistema.

En ese sentido, ‘Dallas Buyers Club’ es una película que dice mucho sobre la vulnerabilidad humana, sobre ese instinto de supervivencia que posee el ser humano en situaciones límite y de cómo nos relacionamos con otras personas cuando naces y te educan en un estado lleno de prejuicios. También es un buen ejercicio de confrontación con el propio pasado de uno mismo porque, cuando tu vida pende de un hilo, cuando estás al borde del K.O., eres capaz de mover cielo y tierra para intentar voltear la situación —o doblegar a la muerte en este caso— y encontrar así un resquicio de esperanza, empezando por sacrificar tus mayores vicios de la noche a la mañana y, en definitiva, cambiando tu estilo de vida a la fuerza.

Llegados a esta tesitura creo ‘Dallas Buyers Club’ es más que una historia dramática o una película autobiográfica; seguramente haya invitado a muchos a cierta reflexión y haya proporcionado un caldo de cultivo para un debate interesante a cerca de la industria farmacéutica tan cuestionada siempre, sin duda alguna.

La película, en esencia, exhibe dos puntos de vista opuestos sobre el tratamiento médico del SIDA por aquel entonces:

- Por un lado los médicos desean hacer pruebas a ciegas con AZT para determinar si la medicina experimental tiene efecto sobre el virus del VIH o no. Por supuesto, en ese tratamiento, como en varios más, se sacrificaron muchísimas vidas.

- Por otro lado tenemos a Ron (McConaughey), luchando por su propia vida y por su cuenta tras rechazar el tratamiento con AZT, rebelándose contra la medicina y la industria farmacéutica, enfrentándose cara a cara ante ellos y testando con éxito algunas “drogas” no aprobadas de países externos para después venderlas por un precio menor al del AZT.

Es aquí cuando surge el debate: ¿en qué medida debería ser capaz el hombre de tomar decisiones sobre su propio tratamiento? ¿hasta qué punto el fin justifica los medios si encuentran algo mejor? No hay respuestas fáciles a este debate, y ciertamente no hay una conclusión definitiva incluso a día de hoy. De hecho, actualmente el ejemplo lo tenemos en aquellos que reniegan de la medicina general y optan por tratamientos alternativos homeopáticos u otros naturales derivados de estos.

Mi conclusión en Spoilers:
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Lo único que sí que es cierto es que el AZT salvó millones de vidas, a pesar de que se perdieron otras tantas en el camino, y actualmente es el medicamento más exitoso utilizado en el tratamiento controlado de pacientes con VIH.
Tan cierto como que las grandes industrias farmacéuticas tienen bajo control a la medicina y a su vez a población con sus desorbitados contratos millonarios.

Una película muy recomendable que te atrapa desde el primer momento y sirve sobretodo para aquellos que desconocen la enfermedad y quieren ver cómo evolucionó en torno a la medicina de los años 80, aderezada con dos magistrales actuaciones por parte de Matthew McConaughey y Jared Leto que les catapultaron en sendos premios por parte de la Academy y que dejaron constancia del enorme potencial de interpretación que poseen.
5 de junio de 2020 1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Le tenía ganas a lo nuevo de los hermanos Safdie después de la buena sensación que me dejó ‘Good Time’, y he de confesar que ‘Uncut Gems’ no ha defraudado. De hecho, hay ciertos aspectos que son similares a su anterior trabajo y crean de forma indirecta una nueva tendencia estructural algo atípica a lo que solemos consumir. Por mi parte, creo que es todo un acierto.

Benny y Josh Safdie hacen de ‘Uncut Gems’ una obra intensa, memorable y brillantemente dirigida. La trama es sencilla, pero dentro de esa simpleza hay un trabajo arduo y sólido detrás. Como ya pasara en ‘Good Time’ el tempo del filme es frenético, estresante, acelerado, no te brindan la ocasión de degustar una escena cuando de repente te lanzan con un cañón hacia otra.
Los diálogos se mezclan entre el reparto de personajes —cada cual más peculiar en el que se incluyen algunos cameos de estrellas importantes—, suben de tono, juegan con la atención y la tensión del espectador y a eso además hay que añadir una banda sonora donde repite Oneohtrix Point Never repleta de sintetizadores al más puro estilo años ochenta que intervienen de forma impertinente dentro de esas escenas tan cargadas de información para darle un toque extra de agobio (como si ya de por sí no lo tuviese). Puede que ‘Uncut Gems’ te sofoque y te incomode hasta el punto de llegar a la desesperación, pero eso forma parte de la experiencia que se nos quiere transmitir.
He ahí el estilo marcado de los Safdie: para ellos, el tiempo es oro y el espectador debe notarlo. Y lo clavan.

En ‘Uncut Gems’ se nos narra la vida de Howie (Adam Sandler), un joyero judío neoyorquino especializado en atender a deportistas y celebrities en general el cual se ve perseguido por una banda de matones que le reclaman una gran suma de dinero. A priori, podríamos sentir algo de compasión por Howie pero nada más lejos de la realidad, la energía que desprende y su constante lucha por no decaer hace de él un personaje muy sólido con el cual empatizáremos. Aunque ello no quita que sea un desastre de persona como bien observaremos y que, de forma inevitable nos arrancará alguna que otra histriónica carcajada debido a sus nefastas decisiones, decisiones que en ocasiones nos llevarán a tirarnos literalmente de los pelos.

Curiosamente la única escena tranquila que se nos mostrará durante el metraje será al principio. A partir de ahí nos veremos envueltos en su particular via crucis de despropósitos precipitados, tanto a nivel laboral como personal y todo ello a una velocidad vertiginosa. Un negocio descontrolado, tratos ilegales con un ópalo de por medio, la banda de cobradores que le acecha, un matrimonio abocado al fracaso, una amante que le da problemas y las apuestas como nexo de unión a todo lo anterior. Es decir, seremos testigos de una serie de acontecimientos y decisiones donde todo le sale mal y donde no hay tiempo para bajar los brazos ya que al final se resume en una particular cuenta atrás en la que únicamente vale actuar con la mente fría con el objetivo de resarcirse y encontrar soluciones. Y ese batiburrillo de problemas, paradójicamente, es lo que hace más fuerte al personaje y así nos lo acaba transmitiendo: de una forma brillante y positiva.

Adam Sandler se redescubre a si mismo en un papel totalmente ajeno a lo que suele ofrecernos. Y aquí es cuando yo me quito sombrero ante su interpretación. Reconozco que Adam no suele ser de mis actores fetiches, pero el cambio radical que sufre en ‘Uncut Games’ —y como ya pasara en ‘Good Time’ con Robert Pattinson— es digno de reconocimiento.
Adam está excelso, nos brinda una actuación veraz de lo que un comerciante torpe, desgraciado y con al agua al cuello sería capaz de hacer por darle la vuelta a una situación cada vez más puntiaguda. Como es lógico, el guión, que en este caso es clave para ese cambio en el estilo del protagonista, tiene gran parte de la culpa, pero Adam ha sabido adaptarlo y reinterpretarlo plasmándolo de forma exitosa en la pantalla.

La fotografía también hay que destacarla. Como ya pasara con ‘Good Time’ aquí abundarán los planos cortos con un movimiento de cámara persistente, nocturnos y bastante coloridos, mostrando un contraste de luces y tonalidades que embriagan a la película de un aroma denso y más electrizante si cabe. A destacar la escena con luces de neón en el concierto nocturno. Sencillamente único e hipnótico.

Joshua y Benny Safdie firman sin duda su película más salvaje hasta la fecha, por encima de ‘Good Time’ a mi juicio. Un enérgico viaje donde no hay tiempo para el descanso y que hará que el espectador pase un rato angustiante gracias a un trabajo sin fisuras, pulido y además ayudado por una magnífica interpretación de Adam Sandler, actor un tanto infravalorado, pero que aquí se resarce de una forma soberbia. No sé si el ‘neostyle’ de los Safdie creará escuela pero de lo que sí estaremos de acuerdo es de que esta estética se desmarca por completo de lo anterior visto en cuanto a cine de acción se refiere. Totalmente recomendable.
6 de mayo de 2020
3 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Rodada íntegramente en Paris y escogida para representar al país galo en los premios de la academia de 2019, ‘Les Misérables’ nos traslada a los barrios marginales y decadentes de la ciudad de la luz junto a tres policías, donde recorreremos con ellos, cámara al hombro, las zonas más conflictivas y seremos testigos de todo lo que eso conlleva. Presenciaremos las tensiones que existen entre los diversos grupos que conviven —y compiten— en los suburbios de la ciudad gala, la brutalidad policial ligada a la corrupción y a ese manifiesto permanente de superioridad traducido en cruel desigualdad con tintes racistas y por supuesto también formaremos parte de la rebeldía de los jóvenes marginados, con los que empatizaremos.
Estamos ante un thriller policial frenético que mira con ojos bien abiertos hacia las calles de la Francia moderna, el acoso cometido por quienes están en el poder y la inevitable revolución que liderará la juventud. En este ámbito y haciendo referencia a su título, comparte las ideas básicas de la novela de Victor Hugo...pero hasta ahí. ¿Realmente alguien necesita algo más cuando el mensaje es tan cristalino? Miserables. En su sentido literal.

Si bien todo esto son los típicos clichés del thriller policiaco (o ‘noir’ para los puristas) de toda la vida, Ladj Ly, en su primera gran obra al frente, crea un ambiente singular y conmovedor que hará debatirnos y posicionarnos sobre temas tan trascendentales como son la moralidad o la religión. Sobre la violencia injustificada que acaba por diezmar a la sociedad llevando a éstos a alzarse ante la autoridad.
Con dicho guión tan cuidado, Ladj Ly logra que el filme mantenga un tempo frenético desde su comienzo pero a su vez controlado y, ayudado junto a una buena toma en escena, evitará que nos sobrecargue de estrés deleitándonos con secuencias coreográficas electrizantes junto a otras más pausadas (véase el momento dron), todas brillantemente ejecutadas, manteniéndonos en alerta hasta el desenlace final.

El debut de Ladj Ly no ha podido ser mejor y a pesar de no llevarse el premio de la estatuilla creo que debe estar orgulloso por habernos entretenido con un thriller más que trabajado, todo gracias a un guión y a una puesta en escena muy cuidados, así como también a un elenco de actores de altísimo nivel. Especialmente destaco a Alexis Manenti (Chris) representando al poli malo y Damien Bonnard (Stephane) en el papel de poli bueno y novato de la brigada anticriminal.

Concluyendo con mi reseña, la película, al igual que la novela que la inspiró, es una súplica al cambio, un llamamiento a que el pueblo se alce y reconsidere el estado por el que pasa Francia, abrace la unidad en lugar de permitir que la sociedad quede dividida y diezmada cada vez más, lastrada por una corrupción latente. Lo que Ly propone más allá de la película es lanzar un mensaje muy conciso y para ello ha dispuesto muy bien de esas herramientas, por lo que su película dejará una huella que, espero, inspire a otros productores a seguir esta tendencia, aunque evidentemente sólo el tiempo lo dirá, como ya sucediera con la novela de Víctor Hugo.
Si he de ponerle un ‘pero’, quizá sea su final; algo flojo a mi parecer. El giro que tomó la película los últimos 10 minutos, —no por el movimiento llevado a cabo y el peso de su significado, si no por la forma de haberlo ejecutado— terminó por lastrar y ensombrecer de alguna forma la cinta. Para mí, sobraba.
En definitiva, ‘Les Misérables’ de Ladj Ly ha sido todo un grato descubrimiento, la verdad sea dicha.
Eso sí, queda lejos de ‘La Haine’. Ahí ya hablamos de palabras mayores.
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