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Críticas 256
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
9
19 de octubre de 2017
35 de 37 usuarios han encontrado esta crítica útil
'Serión' en mayúsculas donde cabe todo. Nada sobra desde el piloto rodado por Fincher. Puro Fincher. Su universo y pulso narrativo detrás de la cámara es suficiente para sumergirte en la trama. Y sí, hay mucho de Seven y Zodiac en este primer capítulo y los otros tres que llevan la firma del director norteamericano, que además es el productor junto, entre otros, Charlize Theron y el creador Joe Penhall. Una dirección que Fincher también va a compartir con Asif Kapadia, ganador del Oscar por Amy, y Tobias Lindholm, veterano en estas lides tras La Caza. Una carta de presentación, pues, de muchos quilates.

Pero vamos a ir despacito. Mindhunter, de primeras, es todo un viaje en el tiempo. Concretamente 1977, rumbo a varias ciudades de Estados Unidos. Ya la ambientación -como digo, Zodiac es la hermana mayor- es una pasada. Música- 'temazos' de Talking Heads incluidos-, vestuario y fotografía rayan la perfección. Cosa que ayuda a sumergirse aún más en la historia de un grupo del FBI formado por dos agentes -se sumará un tercero- y una doctora a los que les une una inteligencia, sobrehumana por momentos, y una curiosidad y dedicación brutales. Son el cuerpo especial de los federales que emprende un proyecto revolucionario y novedoso. Una especie de ruta del asesinato violento para meterse en la mente de asesinos en serie. Escarbar en la psique de psicópatas de la talla de Jerry Burdos, Edmund Kemper y Richard Speck, que ya tuvo su momento en American Horror History.

Los asesinos en serie atraen. Es una realidad tan cabrona como el hambre en el mundo. El ser humano es morboso, gusta de lo macabro y degenerados como Kemper o Burdos son su máxima expresión. Solo hay que echar un vistazo entre las películas más taquilleras, los libros más vendidos o como la sección de sucesos es la estrella del telediario para darse cuenta de cómo atrapan estos psicópatas. Trastornados que, no hay que olvidar, han dejado muchas víctimas por el camino y familias destrozadas.

Mindhunter es tan buena en su forma y contenido que aún sobresale más por sus pequeños detalles. Esto es, lo que te ataca directamente más allá de los cinco sentidos. Fracciones de segundo, gestos, una palabra, una imagen....Todo tiene importancia en la serie de Netflix. Y todo ello se condensa en los brillantes diálogos durante los eternos viajes en avión o coche, en las prisiones estatales o las comisarías donde imparten el novedoso programa los agentes del FBI.

Cada fragmento de tiempo es válido a lo largo de los diez episodios. También las historias paralelas que surgen de la trama principal. En este punto, la serie de Joe Penhall se eleva por encima de otras que giran en torno a los asesinos en serie. Esa mezcla pura de clasicismo y modernidad está a la altura de muy pocos y mientras llega la segunda temporada, os invito a sumergiros en una primera sobresaliente, casi perfecta. No lo lamentaréis.

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9 de noviembre de 2016
38 de 44 usuarios han encontrado esta crítica útil
Secuela prescindible. Esa es la sensación que deja. Más si se compara, de forma inevitable, con su predecesora. Y en esa comparación, la segunda parte dirigida por Edward Zwick sale perdiendo por goleada.

No hay ninguna novedad con respecto a la primera película. Incluso en el reparto y personajes solo se produce un cambio de cromos muy desfavorable para Jack Reacher: Nunca vuelvas atrás. Muy difícil, sino imposible, superar a los Robert Duvall, Rosamund Pike, Richard Jenkins, Werner Herzog o David Oyelowo. Son valor añadido y aquí, Tom Cruise, se queda absolutamente solo. Me declaro confeso admirador de Cruise. De siempre. Pero ni su talento levantan la película que es una recopilación de muchas otras cintas del género. Ni él mismo parece con ganas.

También la cámara y el guión se resiente con el cambio Christopher McQuarrie por Edwark Zwick. El primero lograba su propósito de entretener y contar algo interesante. El segundo rueda muy videoclipero, con planos fuera de lugar, escenas de acción inverosímiles hasta para la gran pantalla, y dibuja una historia deslucida donde solo destacan cuatro frases de Cruise. El propio título, Nunca vuelvas atrás, es ya una declaración de intenciones. Y es que, a veces, es mejor dejar las cosas como están y no venderse por cuatro duros si el producto que se va ofrecer es solo un sucedáneo refrito de -mala- acción.

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22 de diciembre de 2016
56 de 81 usuarios han encontrado esta crítica útil
La Tierra está masificada. Los recursos escasean. Y la solución está en el espacio. Concretamente en un planeta de características similares llamado Homestead II. De siempre, y en el género de ciencia ficción más, el cine ha proyectado esta posibilidad en un sin fin de películas. Es un tema muy atractivo para captar la atención del público y, por qué no, pudiéramos estar avocados a ello.

Con esa posibilidad juega Passengers, dirigida por Morten Tyldum y protagonizada por Chris Pratt y Jennifer Lawrence -mucha química entre ellos-. Tras Headhunters y, sobre todo, Descifrando Enigma, el cineasta noruego se había puesto un listón muy alto, cambiando esta vez totalmente de registro con una película de ciencia ficción. Es verdad que la película no llega al nivel de las otras dos. Pero también lo es que consigue entretener, más por su despliegue visual y el trasfondo de la historia, que la forma de ejecutar el argumento.

Passengers, a parte de ser una película romántica, habla también de la soledad, la angustia y desasosiego que llega a producir, y la innata necesidad humana de unirse a sus semejantes. También aborda la entrega total de nuestro destino a la tecnología y como esta no es infalible, sino todo lo contrario. Y cuando eso pasa nos sentimos perdidos, incluso vacíos. La comodidad, ya lo estamos viviendo, mata al ser humano.

Y así se va configurando Passengers. Con reflexiones muy interesantes que quedan en un segundo plano por la historia de amor de la pareja protagonista, que eso sí, derrocha química -Chris Pratt y Jennifer Lawrence son la pareja perfecta-.

Por eso, desde ese punto de vista y a pesar de tener unos ingredientes más que sobrados para triunfar a lo grande, se queda en el camino del entretenimiento por la forma de ejecutar cada uno de los temas que aborda. Lo hace de una manera superficial. Y cuando se tienen semejantes elementos en la mano hay que pedir más.

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16 de diciembre de 2016
39 de 49 usuarios han encontrado esta crítica útil
Mel Gibson es uno de los directores más controvertidos de Hollywood. Y todo porque Gibson se moja por defender y predicar en pantalla aquello en lo que cree y siente. Sin disfraces ni artificios, el cineasta australiano sale a pecho descubierto en todas sus películas. No tiene nada de políticamente correcto y claro, eso a un sector pusilánime de la sociedad -generalmente anti todo con lo que tenga que ver con la religión y posicionamientos más conservadores- le molesta.

Por eso esperaban con ganas su último trabajo hasta el momento, Hasta el último hombre, para cargar nuevamente contra Gibson, a quien su vida privada le ha jugado alguna que otra mala pasada. Ese pelotón de fusilamiento 'progre' estaba esperándole para clavar el último clavo en su ataúd mediático. Pero no ha podido ser, a pesar de que llevaba diez años sin dirigir desde Apocalypto.

Hasta el último hombre tiene dos partes bien diferencias y ambas con sus singularidades. En la primera se nos presenta al protagonista, la forja de sus ideales y su entorno. Desde una familia marcada por la Primera Guerra Mundial -brutal y desgarradora la interpretación de Hugo Weaving-, hasta la fase de instrucción en el ejército, pasando por un episodio romántico que nada desentona y que protagonizan un irresistible Garfield y la atractiva Teresa Palmer -una sonrisa angelical que ni la mismísima Scarlett Johansson-

Y en todos estos pequeños episodios que se recomponen en la gran película facturada por Gibson brillan sus actores. Si lo de Garfield y Weaving es de escándalo, no andan distanciados Vince Vaughn, Sam Worthington y Luke Bracey. Cada uno magnífico en su rol y aportando minutos de calidad en secuencias que nos preparan para la tormenta que está a punto de estallar.

Porque la segunda parte de Hasta el último hombre es una de las recreaciones bélicas más reales y salvajes que se han rodado en lo que va de siglo. Mel Gibson con su cámara plasma la crudeza del frente oriental y concretamente de la batalla de Okinawa, donde Desmond Doss se alzó como un héroe titánico.

El trabajo de Gibson no se entiende sin su religión y espiritualidad. Él tiene su visión, su idea y en todo momento este leitmotiv está presente en el ambiente. Como Dios. Y no se le puede reprochar porque lo hace de una forma tan brillante que sucumben hasta sus detractores. El propio Doss es un ejemplo de ello y Andrew Garfield, por su aspecto físico y talento natural sabe captar el mensaje del cineasta australiano, a caballo entre la acción de Salvar al Soldado Ryan y el alma de La delgada línea roja.

La paradoja de Hasta el último hombre radica en este aspecto clave en el cine de Gibson. La cinta es todo un alegato por la recuperación de la espiritualidad, contra la guerra y la violencia del ser humano. Pero esta, a su vez, es inherente e innata, porque el mundo que rodea al hombre es, desgraciadamente, violento y en él tiene que desenvolverse. Sin embargo, de cuando en cuando se manifiesta la bondad divina en un individuo como Doss, que hace posible lo imposible -no convierte el agua en vino, pero es capaz de otros ´milagros', y escenas auténticas hay unas cuantas-.

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12 de junio de 2020
29 de 29 usuarios han encontrado esta crítica útil
"No es perfecto, pero funciona". Cuántas veces no hemos llegado a la misma conclusión, sobre el sistema en el que nos ha tocado vivir. Textualmente, para mi es una de las mejores frases que Hugh Jackman brinda en la notable Bad Education, dirigida por Cory Finley y estrenada directamente en HBO. En tiempos convulsos para el cine, esta suerte de comedia negra es un soplo de aire fresco, y el mejor aperitivo para el verano que está a punto de arrancar.

Una historia real, pues, donde Hugh Jackman borda la interpretación de Tassone. Ante la cámara, la seductora sonrisa de Lobezno te hace ver que hay algo detrás que no funciona. Ese tío no es perfecto, pero como él mismo dice: funciona. Y ¡boom! Rápidamente se destapa el cajón de las esencias. Finley, con guión de Makowsky, entra de lleno en la historia, dando una oportunidad a Jackman de lucirse.

En muchos momentos, el australiano se muestra sombrío, un individuo bipolar y en ocasiones, hasta sórdido. Ofrece una doble cara que, interpretativamente hablando, hay que valorarla y mucho. Salta de un registro a otro sin ningún tipo de rubor. No le cuesta. Domina cada plano, cada secuencia. Y lo que es mejor, se le ve disfrutando de lo que hace, y eso traspasa la pantalla.

Para hacerle más completo, Jackman cuenta con la colaboración de la siempre brillante Allison Janney. Pero aquí voy a ponerle un pero a la película. Y es que no la explota todo lo que debería hacerlo. Me quedo con ganas de más minutos juntos entre él y ella. Todo un duelo de altura.

Eso sí, Janney aprovecha como ninguna, cada una de las escenas en las que aparece. La oscarizada actriz demuestra otra vez un talento vocal y corporal al alcance de muy pocas. Ese rictus suyo, que cambia en función del estado de ánimo que requiere la situación, es una maravilla. Por eso digo, me quedo sabe a poco.

La corrupción sistemática mostrada en Bad Education nos suena mucho, además, por estos lares. Unos los gastan en propiedades y reformas, otros en putas y cocaína. El caso es que, millones de dinero público se pierden en bolsillos ajenos. Mientras las escuelas, hospitales y edificios públicos se caen a pedazos. Esas goteras que alguna vez hayan visto en una sala de espera municipal, son el mejor sinónimo de que el sistema está podrido.

De vez en cuando hace atisbo de salir a la luz. Con los rumores, siempre existe un Frank que lo arreglará. O eso cree la pirámide de parásitos. Solo que a veces, la mierda es tan grande y los plumillas están tan ávidos de exclusivas, que no hay Dios que pare la tormenta, que está a punto de desencadenarse. Luego una vez que los dioses han caído, sus fieles escupirán sobre sus tumbas. No falla (véase recientemente 'El Reino').

Pues todo ese proceso está en la película de HBO. Con una narración muy sencilla. No tiene pérdida. Y la trama es tan interesante, que no tendrás oportunidad de aburrirte. Seguramente eches de menos más apariciones de Janney, ya digo. Incluso te chirríe un poco el periodismo estudiantil. Pero lejos de eso, la vas a disfrutar. Hasta los títulos de crédito, culmen a una música que juega un papel esencial en Bad Education.

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