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7,1
69.919
5
13 de diciembre de 2012
13 de diciembre de 2012
4 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Si a algo nos tiene acostumbrados el señor Lee es a no saber qué esperar de sus películas. No se define en un genero y estilo concretos sino que tanto le da hacer un drama sobre dos vaqueros homosexuales o una película de acción con guerreros que vuelan. He de reconocer que no las tenía todas conmigo al ir a ver su última película…encima estaba el añadido del 3D, algo que de por sí, de momento, me da un poco de alergia (además para los que nos negamos a ver las películas dobladas no tenemos opción).
Con todo esto me decidí a ir a verla, ya que la curiosidad era mayor que las dudas que me generaban y quería ver cómo el señor Lee había conseguido crear una historia de más de dos horas con un bote salvavidas, un chico y un tigre…
No se debería realizar una crítica a esta película apelando al “me lo creo/no me lo creo” ya que, como bien comenta el protagonista nada más empezar su relato al periodista que le acompaña: “te voy a contar mi historia, después tú decides qué parte te crees y cuál no”.
La película comienza con un resumen del joven Pi, con una estética “kitsch” y unos personajes más cercanos a la imaginación de “Big Fish” que a una realidad más creíble: la historia del padre con las piscinas, el origen del nombre del protagonista, su relación con las religiones y otras historias contadas de manera muy imaginativa, tal como hacía el padre moribundo de la preciosa película de Tim Burton.
Tras 40 minutos de historia del joven Pi llegamos al punto clave, el que todo el cine estaba esperando. La familia de Pi, debido a problemas de dinero, se ve obligada a vender los animales del zoo que regentan y emprenden un viaje a Canadá en un barco. Tras una agresiva tormenta (muy logradas las escenas de la tormenta en el barco, toma nota James Cameron) el carguero se hunde y sólo consiguen salvarse Pi y un enorme tigre de Bengala llamado Richard Parker. Alusiones claras al Arca de Noé, el diluvio Universal o incluso a la tierra prometida, en una película de marcado contenido religioso, de hecho el Pi mayor, el que cuenta la historia comenta: “te voy a contar una historia que te hará creer en Dios”.
A partir de aquí, y hasta el final, la película se convierte en una lucha de poderes entre el tigre y el joven Pi que se verán obligados a entenderse para poder sobrevivir. Los miedos, el espíritu de supervivencia, la cercanía de la muerte y la compasión serán los compañeros de viaje del joven protagonista. El film se pierde algunas veces en la tecnología, abusando de ella, aunque en la mayor parte simplemente está al servicio de la historia.
Película muy recomendable, en la que los sentidos de la vista y oído se verán recompensados y que, si no tienes prejuicios contra el doblaje, se debería ver en 3D. Suerte en los oscars!!!
Con todo esto me decidí a ir a verla, ya que la curiosidad era mayor que las dudas que me generaban y quería ver cómo el señor Lee había conseguido crear una historia de más de dos horas con un bote salvavidas, un chico y un tigre…
No se debería realizar una crítica a esta película apelando al “me lo creo/no me lo creo” ya que, como bien comenta el protagonista nada más empezar su relato al periodista que le acompaña: “te voy a contar mi historia, después tú decides qué parte te crees y cuál no”.
La película comienza con un resumen del joven Pi, con una estética “kitsch” y unos personajes más cercanos a la imaginación de “Big Fish” que a una realidad más creíble: la historia del padre con las piscinas, el origen del nombre del protagonista, su relación con las religiones y otras historias contadas de manera muy imaginativa, tal como hacía el padre moribundo de la preciosa película de Tim Burton.
Tras 40 minutos de historia del joven Pi llegamos al punto clave, el que todo el cine estaba esperando. La familia de Pi, debido a problemas de dinero, se ve obligada a vender los animales del zoo que regentan y emprenden un viaje a Canadá en un barco. Tras una agresiva tormenta (muy logradas las escenas de la tormenta en el barco, toma nota James Cameron) el carguero se hunde y sólo consiguen salvarse Pi y un enorme tigre de Bengala llamado Richard Parker. Alusiones claras al Arca de Noé, el diluvio Universal o incluso a la tierra prometida, en una película de marcado contenido religioso, de hecho el Pi mayor, el que cuenta la historia comenta: “te voy a contar una historia que te hará creer en Dios”.
A partir de aquí, y hasta el final, la película se convierte en una lucha de poderes entre el tigre y el joven Pi que se verán obligados a entenderse para poder sobrevivir. Los miedos, el espíritu de supervivencia, la cercanía de la muerte y la compasión serán los compañeros de viaje del joven protagonista. El film se pierde algunas veces en la tecnología, abusando de ella, aunque en la mayor parte simplemente está al servicio de la historia.
Película muy recomendable, en la que los sentidos de la vista y oído se verán recompensados y que, si no tienes prejuicios contra el doblaje, se debería ver en 3D. Suerte en los oscars!!!
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
A modo de SPOILER cabe señalar que no se trata de una película de amistad (cosa que hubiese estropeado de manera significativa el contenido de la película) sino que va mucho más allá, nos intenta explicar que no todas las historias son como nos las cuentan y que, muchas veces optamos por una historia más preciosista para no revelar la verdadera, como pasa con la religión y la búsqueda de Dios, ¿o no? El espectador debe decidir con qué historia se queda. Yo, con la del tigre.

7,3
27.998
8
13 de noviembre de 2012
13 de noviembre de 2012
4 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
El cine francés está de moda en 2012, primero fue Intocable, después vino la comedio El Nombre, poco más tarde Holy Motors arrasó en Sitges y, por último, En la casa (Das la Mâison, 2012) ganó en San Sebastián y Toronto.
La primera escena de En la casa (Das la Mâison, 2012), genialmente concebida, nos hace pensar que estamos ante un instituto cualquiera de una ciudad cualquiera con unos alumnos cualesquiera, con lo que el autor parece querer decir que el contenido de la película se podría extrapolar fácilmente a otras situaciones, a otros personajes, a otras inquietudes.
Germain, un novelista frustrado que ejerce de profesor de literatura en un instituto, está harto de la mediocridad que desprenden sus alumnos (cultura de “pizzas y móviles”), los cuales no muestran ningún interés hacia su asignatura, ni hacia ningún tipo de inquietud en general. Todos excepto un alumno, Claude García, que despierta su curiosidad con intrigantes relatos sobre las incursiones en la casa de un compañero de clase (Rapha) y su familia de clase media aburguesada. El profesor recobra la ilusión por la enseñanza y se empeña en enseñar a Claude todo lo que sabe sobre la composición de un buen relato. El problema vendrá cuando Claude fuerce demasiado la situación en casa de su amigo Rapha para indagar en los personajes de sus relatos, mientras que Germain se va enganchando cada vez más a la necesidad de saber lo que ocurre dentro de la casa.
A veces cómica, a veces turbadora, a veces sensual, la película mezcla de forma muy inteligente la realidad con la ficción, confundiéndola de manera constante durante toda la película. Ya nos avisa Ozon en un plano en el que el profesor y su mujer van al cine, donde da la sensación de que los espectadores son la película que se proyecta y al revés, poniendo de manifiesto que el cine crea una falsa realidad, una ilusión, no una realidad transcendente.
La parte cómica corresponde a una crítica al papanatismo en el arte y, por extensión, al acercamiento banal al arte contemporáneo que se le da en el cine actual. Los diálogos a este respecto, podrían haber sido pensados por el mismo Woody Allen, ya que rebosan buen humor, inteligencia e ironía a partes iguales (fantástico el momento en el que nos presentan la obra de un pintor que no pinta sino que describe sus cuadros). Existe también, ya dentro de la casa y dentro de los relatos de Claude, una reflexión sobre la sociedad burguesa, mediocre, que pasan por sus vidas vacías de puntillas, carentes de algún tipo de interés (el olor de la clase media)y con la necesidad de aparentar ante la sociedad.
La parte turbadora viene del voyerismo al que incita la película, la necesidad de saber qué pasa dentro de la casa, de llevar a sus inquilinos al límite, de inmiscuirse en sus vidas…Germain, su mujer y, por supuesto, los espectadores quedan atrapados por esa necesidad de saber, de escapar de la realidad mediante el conocimiento de las vidas ajenas. Ozon expone provoca un irrefrenable deseo de saber qué pasa en la historia y sus protagonistas, convirtiéndolos en personajes de ficción dentro de una realidad (la del chico y el profesor). Todo esto visto desde los ojos de Claude, mientras su voz (en off) narra los diferentes relatos, con lo que no sabemos en ningún momento si lo que está pasando es real o no.
Por último, el tercer ingrediente de este sabroso cocktail, es la sensualidad que desprende la película en algunas escenas realmente mágicas. Claude, en su deseo de explorar al límite los personajes, acaba sintiendo deseos sexuales hacia la madre de Rapha, probablemente motivados por su obsesión por el personaje creado, más que por impulsos reales (un juego más entre la realidad y ficción), lo que desencadena una serie de desencuentros a un lado y otro de la casa (sin saber a ciencia cierta qué sucede en el plano real y qué en el imaginario). La sensualidad, incluso sexualidad, que arrojan algunas tomas es fantástica, jugando con el espectador, seduciéndolo, pervirtiéndolo y manipulándolo.
En la parte técnica, la cámara da la sensación de estar siempre donde debe estar, planos que muestran exactamente lo que debemos de ver y que dejan intuir lo que pasa fuera de ellos. Los actores, especialmente Fabrice Luchini en el papel del profesor, están muy bien dejando la sensación de que son los perfectos para cada papel. Destacar también la banda sonora de Phillipe Rombi, que forma una perfecta sintonía con la película, funcionando perfectamente como elemento narrativo y encajando como un guante en cada escena.
En resumen, un genial juego entre la historia que narra la película (el alumno y el profesor) mezclada con la ficción (supuesta) de los relatos de Claude. Una película en la que todos los elementos están mezclados de una forma ingeniosa e inteligente, sin despreciar al espectador, y donde el final de la película es un universo abierto, donde también se dan cabida las interpretaciones personales. Ya lo dice Claude en la última escena, en un sabroso guiño a La Ventana Indiscreta de Hitchcock, donde profesor y alumno inventan una historia sobre dos personas que discuten en un balcón (“¿por qué tienen que ser gemelas?, hagamos la historia más interesante”)…todo es susceptible de ser cambiado por el bien de la historia, con el propósito de hacerla más interesante para el espectador.
Una película de esas que duermen varias noches contigo, en la que se anima al espectador a sacar sus propias teorías y conclusiones y que hace necesario más de un visionado para apreciar todos los detalles. Valoración 8,3
La primera escena de En la casa (Das la Mâison, 2012), genialmente concebida, nos hace pensar que estamos ante un instituto cualquiera de una ciudad cualquiera con unos alumnos cualesquiera, con lo que el autor parece querer decir que el contenido de la película se podría extrapolar fácilmente a otras situaciones, a otros personajes, a otras inquietudes.
Germain, un novelista frustrado que ejerce de profesor de literatura en un instituto, está harto de la mediocridad que desprenden sus alumnos (cultura de “pizzas y móviles”), los cuales no muestran ningún interés hacia su asignatura, ni hacia ningún tipo de inquietud en general. Todos excepto un alumno, Claude García, que despierta su curiosidad con intrigantes relatos sobre las incursiones en la casa de un compañero de clase (Rapha) y su familia de clase media aburguesada. El profesor recobra la ilusión por la enseñanza y se empeña en enseñar a Claude todo lo que sabe sobre la composición de un buen relato. El problema vendrá cuando Claude fuerce demasiado la situación en casa de su amigo Rapha para indagar en los personajes de sus relatos, mientras que Germain se va enganchando cada vez más a la necesidad de saber lo que ocurre dentro de la casa.
A veces cómica, a veces turbadora, a veces sensual, la película mezcla de forma muy inteligente la realidad con la ficción, confundiéndola de manera constante durante toda la película. Ya nos avisa Ozon en un plano en el que el profesor y su mujer van al cine, donde da la sensación de que los espectadores son la película que se proyecta y al revés, poniendo de manifiesto que el cine crea una falsa realidad, una ilusión, no una realidad transcendente.
La parte cómica corresponde a una crítica al papanatismo en el arte y, por extensión, al acercamiento banal al arte contemporáneo que se le da en el cine actual. Los diálogos a este respecto, podrían haber sido pensados por el mismo Woody Allen, ya que rebosan buen humor, inteligencia e ironía a partes iguales (fantástico el momento en el que nos presentan la obra de un pintor que no pinta sino que describe sus cuadros). Existe también, ya dentro de la casa y dentro de los relatos de Claude, una reflexión sobre la sociedad burguesa, mediocre, que pasan por sus vidas vacías de puntillas, carentes de algún tipo de interés (el olor de la clase media)y con la necesidad de aparentar ante la sociedad.
La parte turbadora viene del voyerismo al que incita la película, la necesidad de saber qué pasa dentro de la casa, de llevar a sus inquilinos al límite, de inmiscuirse en sus vidas…Germain, su mujer y, por supuesto, los espectadores quedan atrapados por esa necesidad de saber, de escapar de la realidad mediante el conocimiento de las vidas ajenas. Ozon expone provoca un irrefrenable deseo de saber qué pasa en la historia y sus protagonistas, convirtiéndolos en personajes de ficción dentro de una realidad (la del chico y el profesor). Todo esto visto desde los ojos de Claude, mientras su voz (en off) narra los diferentes relatos, con lo que no sabemos en ningún momento si lo que está pasando es real o no.
Por último, el tercer ingrediente de este sabroso cocktail, es la sensualidad que desprende la película en algunas escenas realmente mágicas. Claude, en su deseo de explorar al límite los personajes, acaba sintiendo deseos sexuales hacia la madre de Rapha, probablemente motivados por su obsesión por el personaje creado, más que por impulsos reales (un juego más entre la realidad y ficción), lo que desencadena una serie de desencuentros a un lado y otro de la casa (sin saber a ciencia cierta qué sucede en el plano real y qué en el imaginario). La sensualidad, incluso sexualidad, que arrojan algunas tomas es fantástica, jugando con el espectador, seduciéndolo, pervirtiéndolo y manipulándolo.
En la parte técnica, la cámara da la sensación de estar siempre donde debe estar, planos que muestran exactamente lo que debemos de ver y que dejan intuir lo que pasa fuera de ellos. Los actores, especialmente Fabrice Luchini en el papel del profesor, están muy bien dejando la sensación de que son los perfectos para cada papel. Destacar también la banda sonora de Phillipe Rombi, que forma una perfecta sintonía con la película, funcionando perfectamente como elemento narrativo y encajando como un guante en cada escena.
En resumen, un genial juego entre la historia que narra la película (el alumno y el profesor) mezclada con la ficción (supuesta) de los relatos de Claude. Una película en la que todos los elementos están mezclados de una forma ingeniosa e inteligente, sin despreciar al espectador, y donde el final de la película es un universo abierto, donde también se dan cabida las interpretaciones personales. Ya lo dice Claude en la última escena, en un sabroso guiño a La Ventana Indiscreta de Hitchcock, donde profesor y alumno inventan una historia sobre dos personas que discuten en un balcón (“¿por qué tienen que ser gemelas?, hagamos la historia más interesante”)…todo es susceptible de ser cambiado por el bien de la historia, con el propósito de hacerla más interesante para el espectador.
Una película de esas que duermen varias noches contigo, en la que se anima al espectador a sacar sus propias teorías y conclusiones y que hace necesario más de un visionado para apreciar todos los detalles. Valoración 8,3

8,5
36.613
9
13 de junio de 2013
13 de junio de 2013
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
La duda universal
“Ser o no ser: esa es la cuestión”, planteaba Shakespeare en boca del Príncipe Hamlet en el ultra famoso soliloquio. Hamlet pronuncia estas palabras tras la visión del fantasma de su padre, que le revela que había sido asesinado por su propio tío, en complot con su madre tras haberle sido infiel. Hamlet se cuestiona así el SER, cumplir su venganza y matar a su tío, lo que le convertiría en asesino; o el NO SER, es decir, no hacer nada.
Tras el visionado de la magnífica película dirigida por Ernst Lubitsch, Ser o no ser (To Be or Not to Be, 1942), queda claro que el título no está escogido al azar. En el filme del director berlines tienen cabida las infidelidades, las tramas de asesinato y los engaños. Los personajes, cuidadosamente tratados, también tienen que hacer frente a la duda en sus acciones. El SER implica la toma de decisiones, hacer frente a las adversidades, es el paso que deben dar los valientes. Y en este caso los valientes son una compañía de teatro, la última esperanza de la resistencia para acabar con un respetado profesor polaco (Prof. Siletsky, interpretado por Stanley Ridges) que decide traicionar a su pueblo y colaborar con los nazis, tras la repentina (y sorpresiva) invasión de Polonia por parte de las tropas del Führer.
Hi Myself!
La película, en un brillante inicio cargado de ironía y humor, comienza su narración en la apacible vida de la Polonia pre-invasión, centrándose en los personajes de una compañía de teatro liderada por Joseph y Maria Tura (Jack Benny y Carole Lombard) que, casualmente, están ensayando “Gestapo”, una obra de teatro crítica con el nazismo. Cabe destacar de este inicio el fantástico momento en que el actor que representa el papel de Hitler, grita “Hi Myself!” al responder al saludo convencional nazi de “Hi Hitler”, desvelando el director el tono que va a ir adquiriendo la película.
La invasión polaca y la aparición de un joven piloto enamorado de María Tura y que sospecha de los oscuros planes del Prof. Siletsky, provocará que los actores de la compañía teatral se revelen como parte clave para el éxito de la resistencia polaca. A partir de este momento, la película se articula como una ingeniosa sátira antinazi, en la que el guión fluye como pocas veces se ha visto en el cine. Una maquinaria perfecta donde todas las escenas son necesarias y los chistes se suceden de manera magistral. Lubitsch se atreve con todo: el régimen disciplinario y totalitario, la cadena de mando, la propaganda con mensaje e incluso con la figura del propio Hitler.
La película está repleta de ironías, dobles sentidos y el característico “toque Lubitsch”, utilizando el ingenio para dejar entrever las insinuaciones sexuales de los personajes, esquivando así la tijera de la censura americana.
Arriba el telón
El teatro se convierte aquí en una constante metáfora de la vida, reflejando el día a día e incluso la muerte (el Prof. Siletsky muere en el escenario cuando se levanta el telón). En un continuo juego de repeticiones, el director alemán anticipa las reacciones de los personajes mediante la representación de los actores de la compañía, dejando en el aire la reflexión de que somos actores de nuestra propia vida.
Lubitsch también saca tiempo para satirizar un mundo que conoce bien, el de los egos y excentricidades de los actores y la pérdida de importancia y respeto a la figura del director. El vanidoso Joseph Tura es el conejillo de indias que usa el director para desahogarse y se encarga de dejar claro que el actor es sólo una parte más del engranaje final. Por el contrario, los secundarios se vuelven a erigir en parte importante de las películas de Lubitsch, destacando principalmente Greenberg (Felix Bressart) mediante el cual el director expresa las ambiciones de la clase media, en este caso la representación del monólogo de Shylock.
La escena final (nuevamente en el teatro) arroja una moraleja un tanto pesimista con el ser humano: la vida (el teatro) continúa mientras que las personas raramente cambian. Ernst Lubitsch firma una obra maestra, que parece más fresca cuánto más años tiene y que cada visionado aporta nuevos descubrimientos.
“Ser o no ser: esa es la cuestión”, planteaba Shakespeare en boca del Príncipe Hamlet en el ultra famoso soliloquio. Hamlet pronuncia estas palabras tras la visión del fantasma de su padre, que le revela que había sido asesinado por su propio tío, en complot con su madre tras haberle sido infiel. Hamlet se cuestiona así el SER, cumplir su venganza y matar a su tío, lo que le convertiría en asesino; o el NO SER, es decir, no hacer nada.
Tras el visionado de la magnífica película dirigida por Ernst Lubitsch, Ser o no ser (To Be or Not to Be, 1942), queda claro que el título no está escogido al azar. En el filme del director berlines tienen cabida las infidelidades, las tramas de asesinato y los engaños. Los personajes, cuidadosamente tratados, también tienen que hacer frente a la duda en sus acciones. El SER implica la toma de decisiones, hacer frente a las adversidades, es el paso que deben dar los valientes. Y en este caso los valientes son una compañía de teatro, la última esperanza de la resistencia para acabar con un respetado profesor polaco (Prof. Siletsky, interpretado por Stanley Ridges) que decide traicionar a su pueblo y colaborar con los nazis, tras la repentina (y sorpresiva) invasión de Polonia por parte de las tropas del Führer.
Hi Myself!
La película, en un brillante inicio cargado de ironía y humor, comienza su narración en la apacible vida de la Polonia pre-invasión, centrándose en los personajes de una compañía de teatro liderada por Joseph y Maria Tura (Jack Benny y Carole Lombard) que, casualmente, están ensayando “Gestapo”, una obra de teatro crítica con el nazismo. Cabe destacar de este inicio el fantástico momento en que el actor que representa el papel de Hitler, grita “Hi Myself!” al responder al saludo convencional nazi de “Hi Hitler”, desvelando el director el tono que va a ir adquiriendo la película.
La invasión polaca y la aparición de un joven piloto enamorado de María Tura y que sospecha de los oscuros planes del Prof. Siletsky, provocará que los actores de la compañía teatral se revelen como parte clave para el éxito de la resistencia polaca. A partir de este momento, la película se articula como una ingeniosa sátira antinazi, en la que el guión fluye como pocas veces se ha visto en el cine. Una maquinaria perfecta donde todas las escenas son necesarias y los chistes se suceden de manera magistral. Lubitsch se atreve con todo: el régimen disciplinario y totalitario, la cadena de mando, la propaganda con mensaje e incluso con la figura del propio Hitler.
La película está repleta de ironías, dobles sentidos y el característico “toque Lubitsch”, utilizando el ingenio para dejar entrever las insinuaciones sexuales de los personajes, esquivando así la tijera de la censura americana.
Arriba el telón
El teatro se convierte aquí en una constante metáfora de la vida, reflejando el día a día e incluso la muerte (el Prof. Siletsky muere en el escenario cuando se levanta el telón). En un continuo juego de repeticiones, el director alemán anticipa las reacciones de los personajes mediante la representación de los actores de la compañía, dejando en el aire la reflexión de que somos actores de nuestra propia vida.
Lubitsch también saca tiempo para satirizar un mundo que conoce bien, el de los egos y excentricidades de los actores y la pérdida de importancia y respeto a la figura del director. El vanidoso Joseph Tura es el conejillo de indias que usa el director para desahogarse y se encarga de dejar claro que el actor es sólo una parte más del engranaje final. Por el contrario, los secundarios se vuelven a erigir en parte importante de las películas de Lubitsch, destacando principalmente Greenberg (Felix Bressart) mediante el cual el director expresa las ambiciones de la clase media, en este caso la representación del monólogo de Shylock.
La escena final (nuevamente en el teatro) arroja una moraleja un tanto pesimista con el ser humano: la vida (el teatro) continúa mientras que las personas raramente cambian. Ernst Lubitsch firma una obra maestra, que parece más fresca cuánto más años tiene y que cada visionado aporta nuevos descubrimientos.

6,3
23.892
9
9 de enero de 2013
9 de enero de 2013
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cine prácticamente vacío para uno de los estrenos de año. Esta claro que nos encontramos ante una de esas películas que no consiguen unificar la opinión de crítica y público (ni lo pretenden). Pasa con ciertos directores con talento, arriesgados y con ansias de renovación del lenguaje cinematográfico. Un ejemplo claro es Terrence Malick y su película “El Árbol de la Vida”. Otro claro ejemplo, sin duda, es el director Paul Thomas Anderson.
La expectación por ver esta película del director de las excelentes Pozos de Ambición (There Will Be Blood, 2008), Magnolia (1999) o Boogie Nights (1997) era muy alta y, en mi caso concreto, no ha defraudado. P.T. Anderson ha madurado su lenguaje en este film, realizando una profunda introspección de los estados mentales de sus personajes y exprimiéndolos hasta el agotamiento. Lenguaje visual duro, profundo, preocupado por el entorno social en que viven sus personajes y alejado de las corrientes más comerciales y aceptadas en el panorama visual americano. Se trata de una cinta extraña, cuanto menos, no apta para todos lo públicos por su peculiar rodaje y narrativa, en la que el tema principal, aparte de exponer la historia del fundador de la Cienciología, gira en torno a fragilidad del ser humano, las obsesiones y la necesidad de pertenencia a un grupo. Se trata de una cinta extraña, cuanto menos, no apta para todos lo públicos por su peculiar rodaje y narrativa, en la que el tema principal, aparte de exponer la historia del fundador de la Cienciología, gira en torno a fragilidad del ser humano, las obsesiones y la necesidad de pertenencia a un grupo.
La expectación por ver esta película del director de las excelentes Pozos de Ambición (There Will Be Blood, 2008), Magnolia (1999) o Boogie Nights (1997) era muy alta y, en mi caso concreto, no ha defraudado. P.T. Anderson ha madurado su lenguaje en este film, realizando una profunda introspección de los estados mentales de sus personajes y exprimiéndolos hasta el agotamiento. Lenguaje visual duro, profundo, preocupado por el entorno social en que viven sus personajes y alejado de las corrientes más comerciales y aceptadas en el panorama visual americano. Se trata de una cinta extraña, cuanto menos, no apta para todos lo públicos por su peculiar rodaje y narrativa, en la que el tema principal, aparte de exponer la historia del fundador de la Cienciología, gira en torno a fragilidad del ser humano, las obsesiones y la necesidad de pertenencia a un grupo. Se trata de una cinta extraña, cuanto menos, no apta para todos lo públicos por su peculiar rodaje y narrativa, en la que el tema principal, aparte de exponer la historia del fundador de la Cienciología, gira en torno a fragilidad del ser humano, las obsesiones y la necesidad de pertenencia a un grupo.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Para contarnos esto, P.T. Anderson se nutre de las dificultades de adaptación social de los soldados que combatieron en la Segunda Guerra Mundial -tema tratado con intensidad en otras películas (y otras grandes guerras) como La Escalera de Jacob (Jacob's Ladder, 1990) o, sin ir más lejos, en la serie Homeland (2011)- encarnadas en el personaje de Freddie Quell (excepcionalmente interpretado por Joaquin Phoenix), un marine de personalidad frágil, desequilibrado emocionalmente, que lucha por encontrar su hueco en la sociedad y dejar atrás un pasado tormentoso. Por otro lado tenemos a Lancaster Dodd (magistral Philip Seymour Hoffman), personaje con extrema capacidad de liderazgo, no carente de una (falsa) empatía y necesitado de poder, que verá en Freddie el títere ideal para manejar a su antojo y adherirlo a “La Causa”. La película nos mostrará que lo que podemos ver inicialmente como un enorme distanciamiento (ideológico y personal) de los dos personajes principales no será más que dos maneras distintas de expresar las fragilidades internas, las obsesiones y necesidades. Los dos personajes se parecen más de lo que un principio pueda parecer.
La Cienciología es tan sólo el vehículo para narrar realidades mucho más generalistas, como cualquier tipo de religión o sistema socio-político. Al más puro estilo Buñuel, Anderson en esta película expone a sus personajes a creencias y situaciones surrealistas y absurdas, atendiendo más a la defensa pasional e irracional de éstas que a la explicación racional de las mismas (como ocurre con la religión, la política o las modas en general). La citación a Buñuel no es casual, ya que se pueden encontrar en el film claras similitudes con películas como El Ángel Exterminador (1962), Simón del Desierto (1965) o la etapa surrealista/absurda francesa de mediados de los setenta. Anderson también utiliza técnicas narrativas del cine mudo de los años 20, enfatizando el lenguaje corporal y la expresión facial, consiguiendo imágenes de una notable potencia visual.
La dirección es, probablemente, lo mejor del film junto con las excelentes interpretaciones de los tres actores principales. A través de la cámara, el director nos traspasa parte la sensaciones de fragilidad, inquietud, obsesión, confusión y ansiedad que sufren los personajes principales. El uso del formato de 65mm y la excepcional banda sonora de Jonny Greenwood (artífice principal del sonido de Radiohead) ayudan a incentivar y multiplicar esas sensaciones. El abuso de desenfoques, contraluces, imágenes en segundo plano con elementos en movimiento en primer plano, ángulos incómodos de cámara o sonidos estridentes en una banda sonora cercana a la enfermedad, son elementos constantes en el film y los responsables de la sensación de incomodidad que genera su visionado.
Al salir del cine pude escuchar comentarios de gente indignada y perpleja por lo que había visto. Confirmado, P.T. Anderson no es un director convencional, igual pretendía generar en el espectador la sensación que provoca Dodd en Quell, o que nos planteemos el tipo de decisiones que estamos obligados a tomar.
Película excepcional, no apta para todos los públicos, de la que estoy prácticamente seguro que no triunfará en la gala de los Oscars, que no suele premiar este tipo de filmes pesimistas, desprovistos de un envoltorio comercial y exponentes de la fragilidad del ser humano en general, norteamericano en particular. Referencias al mejor cine de Buñuel, al cine mudo y con imágenes potentes acompañadas de una banda sonora ”enferma”. Un verdadero placer visual. Y para muestra un botón, la fascinante escena del interrogatorio de iniciación a la que somete Dodd a su nuevo pupilo “No parpadees!”.
La Cienciología es tan sólo el vehículo para narrar realidades mucho más generalistas, como cualquier tipo de religión o sistema socio-político. Al más puro estilo Buñuel, Anderson en esta película expone a sus personajes a creencias y situaciones surrealistas y absurdas, atendiendo más a la defensa pasional e irracional de éstas que a la explicación racional de las mismas (como ocurre con la religión, la política o las modas en general). La citación a Buñuel no es casual, ya que se pueden encontrar en el film claras similitudes con películas como El Ángel Exterminador (1962), Simón del Desierto (1965) o la etapa surrealista/absurda francesa de mediados de los setenta. Anderson también utiliza técnicas narrativas del cine mudo de los años 20, enfatizando el lenguaje corporal y la expresión facial, consiguiendo imágenes de una notable potencia visual.
La dirección es, probablemente, lo mejor del film junto con las excelentes interpretaciones de los tres actores principales. A través de la cámara, el director nos traspasa parte la sensaciones de fragilidad, inquietud, obsesión, confusión y ansiedad que sufren los personajes principales. El uso del formato de 65mm y la excepcional banda sonora de Jonny Greenwood (artífice principal del sonido de Radiohead) ayudan a incentivar y multiplicar esas sensaciones. El abuso de desenfoques, contraluces, imágenes en segundo plano con elementos en movimiento en primer plano, ángulos incómodos de cámara o sonidos estridentes en una banda sonora cercana a la enfermedad, son elementos constantes en el film y los responsables de la sensación de incomodidad que genera su visionado.
Al salir del cine pude escuchar comentarios de gente indignada y perpleja por lo que había visto. Confirmado, P.T. Anderson no es un director convencional, igual pretendía generar en el espectador la sensación que provoca Dodd en Quell, o que nos planteemos el tipo de decisiones que estamos obligados a tomar.
Película excepcional, no apta para todos los públicos, de la que estoy prácticamente seguro que no triunfará en la gala de los Oscars, que no suele premiar este tipo de filmes pesimistas, desprovistos de un envoltorio comercial y exponentes de la fragilidad del ser humano en general, norteamericano en particular. Referencias al mejor cine de Buñuel, al cine mudo y con imágenes potentes acompañadas de una banda sonora ”enferma”. Un verdadero placer visual. Y para muestra un botón, la fascinante escena del interrogatorio de iniciación a la que somete Dodd a su nuevo pupilo “No parpadees!”.

6,5
28.349
4
23 de mayo de 2013
23 de mayo de 2013
4 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ya es una costumbre que a los directores de más peso en Europa y Asia se les ofrezca un proyecto ambicioso (me refiero a más dinero) para revitalizar el decadente y sin ideas universo Hollywood, y también es costumbre que estos proyectos fracasen estrepitosamente, sobre todo a nivel de calidad, (no tanto de taquilla), recordemos casos como el de Michael Haneke y su horripilante remake de la inquietante Funny Games. Exceptuando a Ang Lee, reciente ganador del Óscar a mejor director por La Vida de Pi (Life of Pi, 2012), cuyo lenguaje se acerca más a lo demandado por el gran público, sin tener que fallarse a sí mismo.
Tras la repercusión que generó en su día Oldboy (2003), Hollywood se encaprichó de este director que convertía la violencia en un espectáculo de color y buen gusto -no deja de ser curioso que a la vez que el director coreano estrena nuevo proyecto bajo la producción americana, a un director americano (Spike Lee) se lance a hacer un remake de Oldboy-.
Pues Park Chan-wook ha hecho exactamente lo que se esperaba que hiciera (o por lo menos yo), es decir, una buena película en el plano visual (en eso los coreanos son auténticos maestros, no hay más que revisar la filmografía de Kim Ki-duk), pero floja en lo demás.
La película genera un clima muy interesante, atemporal (cuando crees que está ambientada en los años setenta te sorprende con un teléfono móvil), con una desaturación de los colores muy acertada. La potencia de ciertas escenas es arrolladora y la genialidad del director queda patente en algunos cambios de escena absolutamente geniales y realizados con un gusto exquisito. El uso del sonido como narración, muy al estilo de Darren Aronofsky, es una delicia y te mete en las escenas sin darte cuenta. Genial la escena de la cena con su tío mientras beben una copa de vino o la sensual escena de la ducha.
Y hasta aquí las virtudes, ya que el resto flojea por todos los lados, empezando por el guión, muy previsible y mal construido. En este aspecto, el novato Wentworth Miller (más conocido por su papel de hermano guapo de Prison Break) tiene mucha culpa, le falta consistencia y, sobre todo, ritmo. En la película no hay espacio para la imaginación, te lo dan todo masticado y eso es un error gravísimo en una película de este género.
La película no consigue enganchar (por lo menos a mi, ya que estoy leyendo críticas bastante favorables), te deja frío y encima los actores no ayudan demasiado -Nicole Kidman aparte, que después de las miles de operaciones ya no se sabe si ríe o llora-. Una decepción del un director del que se podía esperar más, ya que su lenguaje es muy del estilo del gran público y que tras lo visto en Oldboy podría dar mucho juego en la sosa industria hollywoodiense pero, eso sí, en Oldboy contaba con un guión.
http://momentovosp.blogspot.com.es/
Nota VOSP: 4,0
Tras la repercusión que generó en su día Oldboy (2003), Hollywood se encaprichó de este director que convertía la violencia en un espectáculo de color y buen gusto -no deja de ser curioso que a la vez que el director coreano estrena nuevo proyecto bajo la producción americana, a un director americano (Spike Lee) se lance a hacer un remake de Oldboy-.
Pues Park Chan-wook ha hecho exactamente lo que se esperaba que hiciera (o por lo menos yo), es decir, una buena película en el plano visual (en eso los coreanos son auténticos maestros, no hay más que revisar la filmografía de Kim Ki-duk), pero floja en lo demás.
La película genera un clima muy interesante, atemporal (cuando crees que está ambientada en los años setenta te sorprende con un teléfono móvil), con una desaturación de los colores muy acertada. La potencia de ciertas escenas es arrolladora y la genialidad del director queda patente en algunos cambios de escena absolutamente geniales y realizados con un gusto exquisito. El uso del sonido como narración, muy al estilo de Darren Aronofsky, es una delicia y te mete en las escenas sin darte cuenta. Genial la escena de la cena con su tío mientras beben una copa de vino o la sensual escena de la ducha.
Y hasta aquí las virtudes, ya que el resto flojea por todos los lados, empezando por el guión, muy previsible y mal construido. En este aspecto, el novato Wentworth Miller (más conocido por su papel de hermano guapo de Prison Break) tiene mucha culpa, le falta consistencia y, sobre todo, ritmo. En la película no hay espacio para la imaginación, te lo dan todo masticado y eso es un error gravísimo en una película de este género.
La película no consigue enganchar (por lo menos a mi, ya que estoy leyendo críticas bastante favorables), te deja frío y encima los actores no ayudan demasiado -Nicole Kidman aparte, que después de las miles de operaciones ya no se sabe si ríe o llora-. Una decepción del un director del que se podía esperar más, ya que su lenguaje es muy del estilo del gran público y que tras lo visto en Oldboy podría dar mucho juego en la sosa industria hollywoodiense pero, eso sí, en Oldboy contaba con un guión.
http://momentovosp.blogspot.com.es/
Nota VOSP: 4,0
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