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Críticas 120
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
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21 de junio de 2019 4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Scarlett Street es otra callle sin salida del cine negro. Año siguiente de "La mujer del cuadro", misma producción y protagonistas, casi en una continuación si cabe más perversa y enrevesada. Se trata de un remake de "La Chienne de Renoir.
La maldad humana no es patrimonio del genero femenino ni las femmes fatales, de hecho nuestra Kitty (Joan Bennet) de la historia es una enamorada abnegada, dispuesta a todo con tal de conseguir agradar su Johnny (Danny Duyrea). La burla atroz y consentida, la va a sufrir el bueno de Criss Cross (E. G. Robinson). Un empleado de banca fiel, invisible y casado con una déspota viuda decide dejarse llevar por lo inalcanzable: ejercer en secreto el amor por una bella mujer y su pasión la pintura. Él sabe mejor que nadie que no es hermoso para la conquista, ni tiene talento para el arte. Pero el destino azaroso le ha dado la moneda para jugar la apuesta y a los hombres con nada que perder toda tentación resulta demasiado hermosa como para no jugarse. Una serpiente anda detrás de una farola de Brooklyn, es el let motiv de uno de los cuadros que aparecen en la película (Lang quería ser pintor)...de nuevo una noche lluviosa y la oportunidad de "ser" alguien defendiendo a Bennet de un indeseable. Pero el "indeseable" es "el deseado". Voy a darle todo, lo que incluso no tengo, voy a vender mi reputación con tal de ponerle un apartamento a Kitty. Voy a volar. El azar sigue creando un mostruo perverso y así asistimos a que se revalorice la pintura que Cross en secreto lleva al apartamento. Sin escrúpulos actúa Johnny que es capaz de vender hasta su alma por unos dólares. No vamos a desvelar ni crímenes ni culpables, pero cuentan que el final fue un gol a la censura de la época.
La culpa la tiene que pagar el culpable, pero también el cómplice. Aquí los malos son los malos y los buenos no llegan a ser tan buenos. En el nazismo había muchos tipos de culpa y no sé si a Lang (de ascendencía judía) a pesar del éxito también le perseguían los fanstasmas. Hay que estar loco y vagar por los parques del mundo para ver que en tus peores pesadillas se cumplen también los mejores sueños...
12 de abril de 2019 4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Desde 1940, década prodigiosa del cine negro, Bogart se convierte en el icono fundamental con un personaje y arquetipo ("El halcón maltés", "High Sierra", "Cayo largo", "Tener y no tener", "La senda tenebrosa",...). Sus partenaires serán diversas (Mary Astor, Ida Lupino...) hasta la llegada de Bacall, que encarnaría desde entonces el tándem perfecto, también en la vida real. Delgada, esbelta y rubia. Ondulada de ojos felinos y pómulos salientes, "La flaca" entallada en sus trajes de chaqueta, también había marcado un punto y a parte de quién y cómo, debía ser la rubia que acompañaba a su marido en la industria. Así, Lisabeth Scott "hace" de Bacall, en Callejón sin salida, en su papel de Coral Chandler.
Que criticado (¿porqué?), no menos efectivo que la original.
Scott, con una carrera corta marcada por el género negro ( "Pitfall", " Ciudad en sombras") se desquita bien en beso, cigarro, y tono grave de voz, tal y cómo lo hacía la contrincante.
Cromwell, director de oficio y melodrama de los treinta, había dirigido a las estrellas de entonces y aquí saca pulmón y bocanada del cigarro noir influido por la demanda y el éxito de Hawks y Huston.
Quien tenga dudas que se pase por esta sesión de hipnosis.
Todo está según los cánones: un principio de posguerra, dos soldados de la segunda (Rip Murdock -Bogart y Johnny Drake, inadaptados como los de "Los mejores años de nuestra vida") en el regreso (¿a qué y adónde?). Paracaidistas con su código de honor, se separan jurándose preocupación mutua. Uno de ellos es acusado de un crimen. Boggie, ahora hay que buscar el arma y ve a descubrir quién fue el culpable. Esto es solo la excusa para partir: encontrar la verdad. Y la verdad no es otra que llegar a un club y conocer a otra flaca cantando, ver que está liada con el Gran Jefe y que los secuaces van a intentar matarte. Esa la aventura.
Aquí nadie sabe nada, ni tampoco nos enteramos – el guión, cuentan, se improvisaba- lo que más se trabajaba es que no nos importe demasiado.
Algo va mal, llueve afuera y es de noche siempre, los coches esperan que huyamos para siempre y ya intuyes quien tiene la culpa. Haré lo que sea para estrellarme. Siempre que tú no lo hagas en una escena final, memorable. Y que con un poético "Gerónimo" valiente y acerado desembarques eternamente en la playa de Omaha sin miedo.
8 de abril de 2019 4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
La tal Silvia Ashton escribiría un novelón voluminoso y sentimental en la época. Como si lo viera. Quisieron llevarlo al cine y el del guión adaptado no estuvo muy inspirado. Pero los otros tampoco lo estuvieron. Aquí solo se salva Shirley MacLaine que mantuvo una larga carrera de fondo demostrando en toda época como Bette Davis que se puede ser inmensa actriz siempre.

Cine de los sesenta haciendo ya una mezcla de caducos ideales con colores y pasiones del Douglas Sirk de la Universal de los cincuenta.
Cine "descolocado" , ya sin sentido, y realizado más para maduros soñadores de entonces que para la juventud del momento. Llegaba a contracultura que iba a aplastar como una apisonadora.

La historia de una maestra (nada que ver con Aldecoa) en Nueva Zelanda solitaria, bondadosa y atractiva en un colegio de nativos. Un chiflado profesor que la acosa, por cierto deleznable personaje que raya en lo incomprensible. Hoy día tendría una orden de alejamiento. Y un maduro y casado inspector que elegantemente la corteja con la sabiduría de la edad y la imposibilidad de su divorcio.
Visiones colonialistas de los blancos amables y respetuosos con los vencidos aborígenes del protectorado. La ingenuidad y belleza del "buen salvaje" encarnado esta vez en una bella ayudante polinésica de la maestra. Los dramas morales que ya eran pasto de las llamas de los hippies. Los sistemas de estudios caían, otro cine llegaba.
Para siesta cinéfila sin pretensiones.
8 de abril de 2019 4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Olvidadísima película, que entre las muchas virtudes que la acompañan, además del reparto, dirección o guión se hallan el metraje exacto. Minusvalorada por la edulcorada visión de un matrimonio en busca del hijo que no pueden tener y el melodrama que supone de la adopción de un bebé abandonado.
La principal virtud es a mi entender tratar el tema de "modo noir", es decir tras el trasfondo principal hacer una investigación casi criminal, que acaba encontrando al culpable. Habrá quien se quede con el pastel, o con lo ácido de la crítica social moral que claramente propone la historia. Yo me quedo con los dos. Muy buena.
William Keighley, tan olvidado como sus películas, algo inmerecido, pero claro yo no soy Truffaut ni Godard, fue un americano, que se codeó con la crême en los años 30 y los 40, Cagney, Bette Davis, Errol Flyn... y con bastantes películas destacables ("La calle sin nombre", "Agente especial", o "El hombre que vino a cenar"), no ha tenido la suerte de otros de ser considerado un genio a reivindicar. Así que dos años antes de retirarse definitivamente y aún en plenitud con su bella esposa en Paris, hizo esta película.
La ternura de Gene, sigo insitiendo cada vez que me pregunta el espejito mágico, en que es para mi gusto, la más bella de entonces. Y aquí me parece real como si no interpretase. Recordemos su triste final y enfermedad mental. "Desnortada", y con la mirada perdida en una dulzura infinita llevará el peso del amor por su hijo deseado y el amor por su marido (Ray Milland) obcecado en la búsqueda de los verdaderos padres , en un equilibrio de dolor. Todo, en su poderosa jaula de bienestar, casa acomodada y auto último modelo. Los ricos también lloran, se llamaba una serie. Tierna de otros mundos, los clásicos, Gene Tierney se erige en campeona del sacrificio y caemos rendidos a sus batas blancas escaleras abajo con el rubio bebé de ocho dientes.
21 de marzo de 2019 4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Se trata de una película clásica de estudios, de corte teatral, donde apenas hay exteriores y uno de los atractivos es la poderosa escalera que domina el gran caserón donde se desarrolla la acción.
Wyler es sin duda alguna uno de mis directores favoritos, tiene para mí tres o cuatro películas entre las 15 mejores de la historia del cine ("Vacaciones en Roma", "Ben Hur", "La Calumnia"...) entre otras capitales ( "Jezabel", "La herencia", "La carta"...). Fundamental en ésta son las colaboraciones de Greg Toland (maravillosa fotografía) y el guión de Lillian Helman (con una historia curiosa por ser perseguida por izquierdista y que se mantuvo sin denunciar a nadie por el Comité de Actividades Antimericanas).
Producida dentro del sistema de estudios por Samuel Goldwin da para una película teatral que se desarrolla en Nueva Orleans.
Los ojos con los que sea vista en la actualidad van a determinar la acepción positiva o negativa de un tipo de cine, cada vez más olvidado en pos de la sobreabundacia de recursos técnicos, lo enrevesado y vacío de las propuestas actuales que desprecian el origen del relato en formato clásico, al igual que los inmovilistas del cine de antaño sobrevaaloran en ciertos momentos su pasion por lo clásico.

Estamos ante una familia formada por Horace Giddens (enfermo), Regina Giddens (Bette Davis) la malvada esposa que solo quiere heredar y su hija Alexandra (Teresa Wright) . En segundo lugar están Benjamin Hubber (Charles Dinge) y Oscar (George Benton) los dos ambiciosos hermanos de Regina, la mujer de uno de ellos Birdie (Patricia Collinge) un personaje pasivo y culpable y su hijo Leo (gran Dan Duyrea en su papel de ladrón cómico),
, también por último cierra el círculo el joven amor de la hija Alexandra, David (Richard Carlson) personaje honesto de otra clase que representa la consciencia.
Una película al servicio del retrato psicológico de dos posiciones vitales en la familia ante la posesión y la gestión de la riqueza y el dinero. La postura honrada y respetuosa del padre moribundo y enfermo (Horace) frente a los tres hermanos (Hubbers y Regina). La grave enfermedad del padre lleva implícito su pronto final, un final que genera que las ambiciones de los vivos muevan piezas para apresar la riqueza incluso antes de abrir el testamento. No hay amor, ni siquera respeto en la ambición, solo interés. Brillantísima actuación de Bette Davis encarnando la podredumbre y sus ardides.
La figura de la hija Teresa Wright se ve inmersa en dicha lucha y tendrá que decidir qué opción tomar en la vida.
El elemento afroamericano da la nota sureña, humorística y tierna, y es representativo de una clase explotada en tiempos de pobreza.
La película comienza con una cita bíblica del Cantar de los Cantares, unos versículos que hacen una alegoría donde hace las zorras (referente a las alimañas que destruyen los campos) deben de ser frenadas.

La traducción al español "La zorra" para el título entonces se entiende que era imposible, tampoco la original "pequeñas zorras" hubiese sido entendida, y la opción "La loba" es la más clarificadora aunque falsamente apunte en la tragedia a un solo responsabe de la maldad al personaje de Bette Daves.
El amor al dinero y la posesión , aparte de la explotación, sin dar pábulo a la consciencia , puede ser un asunto moral -religioso o en su caso político como muchos quieren ver. Lo incuestionable es la verdad de lo que genera, corazones podridos.
Peícula a recuperar siempre.
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