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Críticas 47
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
8
23 de diciembre de 2007
24 de 28 usuarios han encontrado esta crítica útil
Las aventuras colonialistas de Mr. Rudyard Kipling siempre dejaron en sus fervorosos lectores cierto sabor inofensivo, porque, él mismo, creo yo, no sabía cómo rematar los llamados "lazos afectivos" (que nunca existieron) entre ingleses e hindúes (y para muestra el botón más magistral: "Pasaje a la India"- que no era de Mr. K., sino de E. M. Forster. Obviando el tristísimo papel que todo conquistador ejerce sobre sus colonias-, este "Kim de la India" de Victor Saville nos resulta, visto hoy, y como es de cajón, más entrañable que veraz. Pero alguien dijo que la aventura supera a la mentira, o por lo menos la justifica.
Las patrióticas hazañas historicidas (racismo y militarismo incluído), tenían, pues, todos los ases para deslumbrar nuestros ojos infantiles en la vistosa, falsa, casi legendaria, y, ¿por qué no?, casi mística (por ahí anda el lama tibetano a la búsqueda de su fabuloso río de la flecha) irrealidad de un colonialismo, siempre nefasto, pero que contribuía a recargar de atmósfera de leyenda las necesidades de la imagen, provenientes o no de la literatura. "Kim de la India" fue un sendero de luz cargado de falsas pistas y extrañas obsesiones para aquel público infantil que se agolpaba en los anfiteatros de nuestros entrañables cines de barrio, y que no sabía de la misa la media. ¡Dichosa MGM! Visto así, a mí -que todavía me siento niño-, como a tantos otros, nos sobran razones para seguir emocionándonos cinematográficamente con este sencillo, armónico e inolvidable film.
Cine en suma y carne de aventuras imposibles. Tampoco podemos pasar del mito: ¡ay! aquel irrecuperable Dean Stockwell boy, saltando por las atractivas azoteas de Lahore, poniéndonos los dientes así de largos en sus exóticas andanzas entre espías hindúes femeninas "made in Hollywood", "amigo de todo el mundo" y "go-between" del Mahbub Alí, el afgán de barba roja, encarnado por un Errol Flynn de fábula; y el insólito Lama creado por Paul Lukas, iluminado soñador del mito budista, siempre a la búsqueda desesperada del sentido de la vida y de la muerte, capaz de domeñar cobras ante la mirada asombrada y devota de Kim; las magias intrigantes y con su puntito de terror de Lurgan Sahib, el vitriólico y ojisaltón Arnold Moss; los complots y espionajes de un Imperio Inglés que se negaba a admitir que su caudillaje se tambaleaba, y la bien integrada maldad, que parecía arrancada de "Las mil y una noches" del Emissary, impagable gordinflas que fue Thomás Gómez.
¡Cuánta ciencia ficción, que escasa denuncia al uso y abuso del colonialismo inglés, pero qué toque y retoque costumbrista, casi humanista, de este inenarrable "Kim de la India" que nos hacía lanzar gritos como el de los hermanos Marx: "¡más madera!... en aquellas no menos exóticas tardes de cine!... Pues, sí, "Kim" es un clásico, malgré tout, curioso, lujoso, y hasta morboso. ¡Qué tiempos aquellos ...! Y es que los chicos de hoy ya no son los mismos.
17 de noviembre de 2007
22 de 24 usuarios han encontrado esta crítica útil
A Martin Ritt le gusta Faulkner. Y lo adapta, siempre que puede, con pasión. El marco: una familia del Sur en decadencia, ¡Todo un festival! La degradación femenina de una estupenda Margaret Leighton que nos recuerda a Vivien Leigh en "Un tranvía llamado deseo". Yul Brynner, ¡con pelo!, es el patriarca perfecto que sostiene las podridas columnatas sureñas. Joanne Woodward, aniñada y absurda, se pierde magníficamente en su mundo de desamores. La francesa Françoise Rosay nos deleita con su papel de ama despechada. Y Ethel Waters aguanta a todos con esa paciencia de Mammy de "Lo que el viento se llevó". Gran música y "Cinemascope". ¡Se disfruta a tope!
16 de noviembre de 2007
25 de 32 usuarios han encontrado esta crítica útil
Valerio Zurlini :desde lo más hondo de las motivaciones indagatorias que vigorizan y entonan la naturaleza de las emociones, nos dejó en nómina una variedad inaudita de sublimadas pasiones: "Verano Violento" "La primera noche de la quietud", "Crónica Familiar", etc. etc. Pasemos de otros hitos y disfrutemos de esta excelsa "Chica con la maleta". Saborear esta maravilla es como un acto solemne: no renueva la raíz de los amores desdichados, porque todo ello es y ha sido siempre "la carne del cine". Pero Zurlini es un creador, y su técnica exploratoria de esa crisis de sentimientos observa con la agudeza de un entomólogo tan exuberante belleza como la de Claudia Cardinale. Y ella se convierte en ese ser magistral que fue, con sus comportamientos de "talante" frágil y cautivador, y el enternecedor "talento" con que (en este film) aprende a enfrentarse al drama de una nueva alienación ante esa dolorosa conciencia de clase en la que se ve inmersa.

Hay calma y lirismo en sus encuentros con el espléndido actor adolescente que también fue Jacques Perrín. Particularmente, los cuentos de hadas nunca me han gustado, pero sí los ramalazos de cine mágico, y cuando Claudia Cardinale, "ragazza bianco vestita", a los sones cantarines, hoy "demodeés", del "¡¡Mai, mai, piu...!!, observa a Perrín, celoso e infantil, desde aquellas inolvidables terrazas veraniegas de hoteles de 3 estrellas, después de su bailoteo al son trompetero del "Degüello" de "Río Bravo", ¡lamento, con amargo sentido del humor! que tanto energúmeno como el que hoy come palomitas en las salas cinematográficas, saboreando a placer los híbridos bodrios que puede deparar el cine actual, no compartan mi suerte por haber podido llegar a degustar tan irrepetible escalofrío de placer como el que yo sentí frente a la pantalla grande, viendo acercarse hasta mi butaca ese impagable patrimonio cinematográfico que fuera Claudia Cardinale.



¡Y que ustedes, los de hoy, asesinen bien el cine!, porque a mí el celuloide ya me deparó satisfacciones sin cuento. ¡"La chica con la maleta" es una urgencia! "¡¡Es ella!!...





Evaluación: 50 veces 10
6 de enero de 2008
23 de 28 usuarios han encontrado esta crítica útil
Sólo para hombres

De nuevo Fernando Fernán Gómez, que hace del teatro "su lira". Miguel Mihura ataca con su "Sublime Decisión", y nuestro Gómez la disecciona (entre paréntesis), le impone un reparto de castañuelas, refuerza la técnica del proscenio aprovechando la autoridad que le ofrece la cámara, y como mandan los cánones de la genialidad Fernandiana (es irrefutable el monumento que este gran hombre habrá de merecer en el futuro) se ríe de los noviazgos "balconiles", batidos por el cierzo, del tremebundismo de las chulerías ministeriales madrileñas, de la precisión, a veces certera, a veces inconexa, de las palabras, de los retintines y dobles sentidos, del mundo macho y de las limitaciones femeninas, con una reconstrucción de época decimonónica donde los hombres baten records irresistiblemente cómicos y rayanos en la estulticia, y el bello sexo le sigue el juego en sus connotaciones tontas (que formaban la quintaesencia de lo varonil), dialogan como cotorras y perdonan sus vicios, con tal de que, más allá, se alce el altar que habrá de sanearles sus matriarcados absurdos. Tan sólo una de sus hijas no se somete, y dará lugar a la tan cacareada "Sublime decisión". ¡Ah, pero las politiquerías, que suben y bajan como la espuma del tiempo, no perdonan! Se necesita saber mucha historia para comprender los mil detalles graciosos del film. Fernando Fernán Gómez y Analía Gade (valga la redundancia) ¡SUBLIMES!... Pablo García del Pino
17 de noviembre de 2007
24 de 31 usuarios han encontrado esta crítica útil
La razón de la inalterabilidad en aquellas ciudades maldicientes de la España negra bajo la dictadura franquista, era precisamente la existencia de esa generación desvaída y envidiosa, beata y cizañera, aparte de inculta y retrasada mental, merced a la cual tuvo su clientela asegurada la caterva dictatorial de su arbitrario gobierno. En la Iberia de posguerra las únicas campanas culturales que sonaban (especialmente en provincias) eran las del sábado de gloria y otras fiestas de guardar. Todo sabía a leche agria. En la otra Europa, la de los extranjeros, más libres e inmorales, se cantaban las mañanitas del rey David, como un canto a la esperanza de las nuevas libertades. Aquí todo sabia a canto fúnebre, donde (como rezaba el letrero de los bares y que tanto hace reír a la emancipada francesita: "joven, diviértete de otra manera", o séase, ¡nada de bailoteos, ni toqueteos, y ni por asomo pensar en sexo!) los adultos parecían relegados a una guardería infantil en la que la Iglesia pudiera machacarlos a sus anchas, con su estrechez de miras, su represión y sus condenaciones infernales. ¡Nadie como Juan Antonio Bardem! para dar cabida en una hora y media a ese mundo hispano anquilosado, a esas "sisadas" libertades, a ese venenoso yogurt de las beatas féminas españolas con sus misitas matutinas, y que crearon una delegación de Hacienda (¡que apestaba a sotana!) de la murmuración, de la envidia y de la más feroz represión al mundo masculino, y, por descontado, al femenino. "Nunca pasaba nada" gracias a que ellas estaban allí para poner en orden la moral imperante. Y,¡ay de aquél o aquélla que tratase de hallar otros derroteros a esa búsqueda desesperada de nuevos sentidos a la vida! El comunismo loable de Bardem, por fortuna, no se halló "Solo ante el peligro". Pero, después de él (con excepción de Fernando F.Gómez y Picazo con "La tía Tula") las acritudes del género provinciano y burgués que él retrató como nadie, se fueron a la tumba. Mejor para todos, porque eso significaba que en el horizonte español aparecían nuevas brisas de libertad. Pero Bardem, siempre valiente y genial, será para nosotros lo que Salomón al "Cantar de los Cantares". "Nunca pasa nada" es tan entrañable como espléndida. Los franceses, que en esto nos daban ciento y raya, lo comprendieron así, y la apoyaron. Se extasiaron con Julia Gutiérrez Caba, actriz exquisita, y con un Antonio Casas que para ellos fue un caso insólito de la más aplicada psicología interpretativa. En la pacata España de entonces fue muy mal comprendida ¡Qué se podía esperar si no! Pero el film es una verdadera maravilla. Y Georges Delerue la admiró tanto que compuso una banda sonora primorosa e inolvidable.
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