No es el destino, la médula, de True Detective lo que la hace grande, sino los caminos que llevan a la vieja y conocida historia.
Cielos infinitos rien la intrascendencia humana. El terror de los manglares vomita caravanas como dientes torcidos. Y en esa selva, donde la desesperación se respira a cada bocanada, seres humanos vagan como animales. Carne templada buscando a ciegas en el pantano otro cuerpo al que abrazar y así, quizás, olvidar la insoportable inmensidad del cosmos. Y en las aguas, vigilantes, los caimanes aguardan. Y haciendo latir la historia, contra el viento, descomunales actuaciones sobre descomunales líneas nos arrastran en su camino, lejos del cualqueir camino. Es esta serie, al fin y al cabo, un cuento narrado para cantar una desesperación de la que nadie escapa. Y tambien para cantar la vieja esperanza del héroe. Esperanza en un susurro contra el silencio terrible del universo. Pero bien cantado.

"Un héroe real en el mundo real y una banda sonora brutal", me dijeron. Poco más hizo falta para convencerme (aparte de la mano de quien me trajo Valhala Rising). La serenidad humilde del héroe y del plano, hizo el resto. De lo violento a lo lírico apenas hay una línea. Y el héroe, este héroe, es ciego a esa línea. Porque a veces se me olvida que en el mundo más bajo, en el que nos rodea, sin adorno ni aderezo, también hay lugar para la épica. En otro tiempo hubiera dicho que épica e intimismo eran casi antónimos. Hoy no, no tras esta película. Y la ternura, tan alejada de cuanto hoy se vende, me devuelve la fe en el amor. El de los héroes, claro.

Dónde no llega el viento. Allí dónde el sabor a cartón de lo repetido mil veces no llega. Allí nos lleva una historia de amor dónde el cómo es papiroflexia pura. Allí donde el deseo de no olvidar se vuelve tan familiar. Porque ese lugar está hecho de experiencia y sentir. De cine. Y de la mano se nos arrastra. ¡Corre y recuerda conmigo!

Rudyard Kipling sabía lo que era la aventura. Y su cara inocente, de curiosidad infantil y entusiasmo contenido lo dice todo. La aventura es la osadia y la entrega, no es el salto sino la marcha, es la inmoralidad y la risa estruendosa en la montaña, es el egoismo y la más pura amistad, es quemar las naves y a la vez es no cansarse, es tener el mundo a los pies y perderlo. Y claro, la aventura es mujer, una y todas a la vez.
Un consejo para esta época oscura del cine, la aventura no es el ruido y la fanfarria, son las botas del hombre que puedo reinar y reino.

Quien fuese criatura de Woody para ser tan real como un puñado de arena y casi tan etéreo como un sueño. Las relaciones entre hombres y mujeres se vuelven escayola en sus manos: sensuales, impredecibles y plásticas. Bendito el viejo porque en un tarro de miel me ha hecho enamorarme de Vicky, de Cristina y de Barcelona. Y dulce es la miel que no me olvido de la tercera, todas al compás del pintor en una película para rendirse.