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Críticas ordenadas por utilidad
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6
14 de febrero de 2016
14 de febrero de 2016
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Interesante y excesivamente alargada comedia de enredo ambientada en el Japón del siglo XVI, y centrada una reunión-conferencia en el castillo de Kiyosu de los principales generales de Oda Nobunaga para dirimir el sucesor del clan Nobunaga por la muerte de aquél, un hecho histórico que sucedió realmente.
La película tiene un marcado carácter teatral, aunque Mitani le aporta buen ritmo a base de escenas no escesivamente largas y muchas combinaciones del amplio reparto en un buen número de estancias del castillo.
La película me resulta interesante por el conocimiento del hecho histórico, pero el tono de comedia y el histrionismo de algunos intérpretes chirría un poco, sobre todo, estoy seguro de ello, desde este mi punto de vista más occidental.
Tiene dos o tres momentos que sí te hacen reir, pero en general se podría decir que en gran parte es una película de "tono desenfadado". Pero también tiene algunos momentos serios, sobre todo cuando llega el momento de la resolución de la conferencia, aquí la película ciertamente gana interés.
Referencias que particularmente veo muy claras (cosas mías): Kyoka Suzuki en el papel de Oichi, tan manipuladora como Lady Kaede de Ran (1985) y Koji Yakusho en el papel Katsuie Shibata con bastante parecido físico a Toshiro Mifune en sus películas de samuráis.
La película tiene un marcado carácter teatral, aunque Mitani le aporta buen ritmo a base de escenas no escesivamente largas y muchas combinaciones del amplio reparto en un buen número de estancias del castillo.
La película me resulta interesante por el conocimiento del hecho histórico, pero el tono de comedia y el histrionismo de algunos intérpretes chirría un poco, sobre todo, estoy seguro de ello, desde este mi punto de vista más occidental.
Tiene dos o tres momentos que sí te hacen reir, pero en general se podría decir que en gran parte es una película de "tono desenfadado". Pero también tiene algunos momentos serios, sobre todo cuando llega el momento de la resolución de la conferencia, aquí la película ciertamente gana interés.
Referencias que particularmente veo muy claras (cosas mías): Kyoka Suzuki en el papel de Oichi, tan manipuladora como Lady Kaede de Ran (1985) y Koji Yakusho en el papel Katsuie Shibata con bastante parecido físico a Toshiro Mifune en sus películas de samuráis.

6,6
779
6
2 de enero de 2016
2 de enero de 2016
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Bonita historia de amores secretos en una acomodada familia en Japón de 1936-45, sencilla y sin estridencias. Pero, y esto es lo bueno, es una historia contada hoy día por Taki, la que fuera criada de la familia. Es necesario entonces que la historia sea minimalista, lo que ve y vive Taki es lo que Yamada filma con maestría para saber mostrar cualquier gesto y detalle y llevarnos a compender la importancia del final de la historia.
Las dos actrices brillan muy por encima del resto de actores.
Pero, ... el resultado final se queda, en mi opinión, muy lejos del trabajo anterior de Yamada, la notable "Una familia de Tokio". Todo resulta demasiado pausado para que el final resulte tan abrupto. Aunque no se le puede achacar aquello de "no hacían falta alforjas para este viaje" si se llega a comprender la importancia que los japoneses dan (ya son muchas películas con el mismo motivo) a una determinada acción en el pasado que te marca en el resto de tu vida.
En cualquier caso, y aunque no esté a la altura de sus mejores trabajos, siempre es un placer contemplar películas contadas de manera tal que consiguen acercarte a los personajes, que no te importe la demora. En esto Yamada bebe mucho, muchísimo del maestro Ozu.
Las dos actrices brillan muy por encima del resto de actores.
Pero, ... el resultado final se queda, en mi opinión, muy lejos del trabajo anterior de Yamada, la notable "Una familia de Tokio". Todo resulta demasiado pausado para que el final resulte tan abrupto. Aunque no se le puede achacar aquello de "no hacían falta alforjas para este viaje" si se llega a comprender la importancia que los japoneses dan (ya son muchas películas con el mismo motivo) a una determinada acción en el pasado que te marca en el resto de tu vida.
En cualquier caso, y aunque no esté a la altura de sus mejores trabajos, siempre es un placer contemplar películas contadas de manera tal que consiguen acercarte a los personajes, que no te importe la demora. En esto Yamada bebe mucho, muchísimo del maestro Ozu.

4,6
537
Animación
3
26 de mayo de 2019
26 de mayo de 2019
4 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tradicionalmente es conocido que Godzilla es un monstruo atómico de naturaleza tranquila, muy destructivo pero tranquilo. Si alguien tiene narices a terminar esta película lo podrá comprobar. El póster que se muestra parece un poco optimista.
Bromas aparte, “Godzilla: The Planet Eater” es la tercera entrega de Hiroyuki Seshita y Kobun Shizuno para las andanzas del monstruo atómico 20000 años en el futuro de la humanidad. La película dura unos 90 minutos, tiene unos 70 de cháchara interminable, tremendamente aburrida mezcla de filosofía con teología, dioses y cosas de esas. Entre medias lo que importa, Godzilla, pues abre un ojo, bosteza, y cuando viene Ghidorah pues lanza su aliento atómico. Luego más cháchara, controles mentales, …., Godzilla que tiene problemas, más cháchara, etc.
No merece la pena seguir, en la segunda entrega ya se intuía que la trilogía no iba por buen camino y aquí definitivamente se confirma. Por cada película de la trilogía quedan mis reseñas. Solo el afán por completar la historia me ha llevado a terminar, pero lo cierto es que la pérdida de tiempo ha sido más que notable. Las películas de Godzilla, muchas de ellas, son malas o muy malas, pero no aburridas, casi ninguna. Estas tres entregas, sobre todo las dos últimas, sí que son muy aburridas. Gracias a Dios, se han terminado.
Por seguir con el recuento, ésta es la película nº 32 de la productora Toho sobre su monstruo atómico. Los americanos van a meter mano este 2019, pero estas películas yankis no cuentan en el recuento, estén bien o no. Solo espero que la productora japonesa retome el remake que Hideaki Anno y Shinji Higuchi realizaron en 2016, Shin Gojira, que no estuvo nada mal. Era el rejuvenecimiento de la historia en el presente, seguimos esperando la continuación.
Bromas aparte, “Godzilla: The Planet Eater” es la tercera entrega de Hiroyuki Seshita y Kobun Shizuno para las andanzas del monstruo atómico 20000 años en el futuro de la humanidad. La película dura unos 90 minutos, tiene unos 70 de cháchara interminable, tremendamente aburrida mezcla de filosofía con teología, dioses y cosas de esas. Entre medias lo que importa, Godzilla, pues abre un ojo, bosteza, y cuando viene Ghidorah pues lanza su aliento atómico. Luego más cháchara, controles mentales, …., Godzilla que tiene problemas, más cháchara, etc.
No merece la pena seguir, en la segunda entrega ya se intuía que la trilogía no iba por buen camino y aquí definitivamente se confirma. Por cada película de la trilogía quedan mis reseñas. Solo el afán por completar la historia me ha llevado a terminar, pero lo cierto es que la pérdida de tiempo ha sido más que notable. Las películas de Godzilla, muchas de ellas, son malas o muy malas, pero no aburridas, casi ninguna. Estas tres entregas, sobre todo las dos últimas, sí que son muy aburridas. Gracias a Dios, se han terminado.
Por seguir con el recuento, ésta es la película nº 32 de la productora Toho sobre su monstruo atómico. Los americanos van a meter mano este 2019, pero estas películas yankis no cuentan en el recuento, estén bien o no. Solo espero que la productora japonesa retome el remake que Hideaki Anno y Shinji Higuchi realizaron en 2016, Shin Gojira, que no estuvo nada mal. Era el rejuvenecimiento de la historia en el presente, seguimos esperando la continuación.
8
28 de agosto de 2018
28 de agosto de 2018
1 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ordet (La palabra, 1955)
Dir. Carl Theodor Dreyer
Confieso que tenía totalmente olvidada la película de Dreyer, pero vamos que ni acordarme de ella desde que, hará más de veinte años, José Luis Garci la proyectó en “¡Qué grande es el cine!”. El caso es que escuchando hablar de la película hace poco al propio Garci, en los “Cowboys de medianoche”, me picó la curiosidad de volver a visitarla, casi más bien visionarla por primera vez dado el olvido. Considerada como está como una de las películas más importantes y valoradas de la historia del cine, la cuestión de ver Ordet de nuevo era, también, para purgar el pecado.
Cuesta entrar en la película, cuesta bastante si el punto de vista se sitúa muy cercano al agnosticismo y resulta que Ordet es, precisamente, una película eminentemente centrada en explorar la esencia de la fe cristiana, aunque no solamente esto. Cuesta entrar en la película cuando todo es tan teatral, cuando la mayor parte del tiempo los personajes que interactúan lo hacen sin mirarse siquiera unos a los otros, miran y hablan como al infinito, cuando todos los movimientos resultan tan parsimoniosos. Y, sin embargo y a pesar de todo, Ordet es una película que te va envolviendo poco a poco, tanto por las formas como por el fondo.
Al principio son las formas, la puesta en escena, los parsimoniosos movimientos que hacen los actores, los movimientos que va haciendo la cámara mientras las poses, el escenario y la iluminación parecen mostrar una especie de pintura, como si la cámara estuviera recorriendo y mostrando un cuadro. Otras veces la cámara se mueve mientras sigue a un personaje, o sigue la mirada del mismo mientras otros personajes salen o entran en el plano de la cámara en movimiento,…, maneras de filmar que no son para nada habituales, que requieren de poco montaje. Los diálogos no son mostrados con el típico esquema de montaje de plano y contraplano, de hecho es que prácticamente no hay primeros planos, solo los justamente necesarios para la historia.
Después de las formas está la historia que se cuenta, ver cómo las aquellas están supeditadas a lo que se quiere contar. Insisto, incluso para un acercamiento agnóstico de alguien a quien Kierkegaard solo le suena por formar parte de la coletilla que utilizaban Faemino y Cansado en sus actuaciones. Lo siento, pero así es la ignorancia. No importa, cualquier persona se puede acercar a esta película, cada personaje representa una postura y el conflicto religioso es del todo entendible. Tanto por la polémica entre los dos planteamientos religiosos como por la parte alegórica de un par de personajes ajenos las trifulcas, personajes donde la fe es limpia, el papel de la locura (precisamente por leer a Kierkegaard) y la inocencia juvenil. El caso es que, aparte de la religión y de la sempiterna presencia de Dios en todas las conversaciones y motivaciones, también hay componentes muy humanos en esta película. Y sobre todo, un canto a la vida que se desata sobremanera en la fisicidad y carnalidad del plano crucial del final. Una película fascinante por su escenificación y filmación. Especialmente con un par de momentos sobresalientes en este aspecto: el sonido de un coche negro a caballos llegando a la granja y toda la blancura y escenificación del final.
Dir. Carl Theodor Dreyer
Confieso que tenía totalmente olvidada la película de Dreyer, pero vamos que ni acordarme de ella desde que, hará más de veinte años, José Luis Garci la proyectó en “¡Qué grande es el cine!”. El caso es que escuchando hablar de la película hace poco al propio Garci, en los “Cowboys de medianoche”, me picó la curiosidad de volver a visitarla, casi más bien visionarla por primera vez dado el olvido. Considerada como está como una de las películas más importantes y valoradas de la historia del cine, la cuestión de ver Ordet de nuevo era, también, para purgar el pecado.
Cuesta entrar en la película, cuesta bastante si el punto de vista se sitúa muy cercano al agnosticismo y resulta que Ordet es, precisamente, una película eminentemente centrada en explorar la esencia de la fe cristiana, aunque no solamente esto. Cuesta entrar en la película cuando todo es tan teatral, cuando la mayor parte del tiempo los personajes que interactúan lo hacen sin mirarse siquiera unos a los otros, miran y hablan como al infinito, cuando todos los movimientos resultan tan parsimoniosos. Y, sin embargo y a pesar de todo, Ordet es una película que te va envolviendo poco a poco, tanto por las formas como por el fondo.
Al principio son las formas, la puesta en escena, los parsimoniosos movimientos que hacen los actores, los movimientos que va haciendo la cámara mientras las poses, el escenario y la iluminación parecen mostrar una especie de pintura, como si la cámara estuviera recorriendo y mostrando un cuadro. Otras veces la cámara se mueve mientras sigue a un personaje, o sigue la mirada del mismo mientras otros personajes salen o entran en el plano de la cámara en movimiento,…, maneras de filmar que no son para nada habituales, que requieren de poco montaje. Los diálogos no son mostrados con el típico esquema de montaje de plano y contraplano, de hecho es que prácticamente no hay primeros planos, solo los justamente necesarios para la historia.
Después de las formas está la historia que se cuenta, ver cómo las aquellas están supeditadas a lo que se quiere contar. Insisto, incluso para un acercamiento agnóstico de alguien a quien Kierkegaard solo le suena por formar parte de la coletilla que utilizaban Faemino y Cansado en sus actuaciones. Lo siento, pero así es la ignorancia. No importa, cualquier persona se puede acercar a esta película, cada personaje representa una postura y el conflicto religioso es del todo entendible. Tanto por la polémica entre los dos planteamientos religiosos como por la parte alegórica de un par de personajes ajenos las trifulcas, personajes donde la fe es limpia, el papel de la locura (precisamente por leer a Kierkegaard) y la inocencia juvenil. El caso es que, aparte de la religión y de la sempiterna presencia de Dios en todas las conversaciones y motivaciones, también hay componentes muy humanos en esta película. Y sobre todo, un canto a la vida que se desata sobremanera en la fisicidad y carnalidad del plano crucial del final. Una película fascinante por su escenificación y filmación. Especialmente con un par de momentos sobresalientes en este aspecto: el sonido de un coche negro a caballos llegando a la granja y toda la blancura y escenificación del final.

7,2
7.754
8
12 de agosto de 2018
12 de agosto de 2018
1 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
El fotógrafo del pánico (Peeping tom, 1960)
Dir. Michael Powell
Recordaba esta película bastante más perturbadora de lo que en realidad es, vista hoy día. Tenía metida en la cabeza la idea de que la paranoia del protagonista era captar la imagen justa del momento de la muerte en el iris de la víctima, aparte de un mayor grado de perversión de las escenas aunque el modus operandi verdaderamente tiene lo suyo, oro puro para el psicoanálisis. Quizás sea preocupante que mi mente tergiverse con los años el recuerdo de una película y lo haga, precisamente, hacia terrenos más escabrosos. El caso es que la película va envejeciendo y, aunque sigue siendo muy buena, se va notando el peso de los años…., no solo en la película, en el espectador también. Más que nada porque desde que se estrenó hasta ahora ya se ha visto mucho más dentro del género del slasher, un género que casi empezó con esta película.
El fotógrafo del pánico pasa por ser una de las primeras películas con asesino en serie planteadas bajo el punto de vista del propio asesino. Y como el protagonista lleva la cámara a todos sitios y muchas veces vemos lo que está grabando, se plantea la malsanidad de hacernos partícipes, un ejercicio de voyerismo que vas a tener que hacer aunque no quieras. Una película que resultó tremendamente incómoda en la época lo cual se reflejó en malas críticas y fracaso comercial. Hoy día se la considera película de culto e iniciática. Vista así, dentro de este contexto o desde la visión de la época en que está realizada, la película aguanta muy bien.
Dir. Michael Powell
Recordaba esta película bastante más perturbadora de lo que en realidad es, vista hoy día. Tenía metida en la cabeza la idea de que la paranoia del protagonista era captar la imagen justa del momento de la muerte en el iris de la víctima, aparte de un mayor grado de perversión de las escenas aunque el modus operandi verdaderamente tiene lo suyo, oro puro para el psicoanálisis. Quizás sea preocupante que mi mente tergiverse con los años el recuerdo de una película y lo haga, precisamente, hacia terrenos más escabrosos. El caso es que la película va envejeciendo y, aunque sigue siendo muy buena, se va notando el peso de los años…., no solo en la película, en el espectador también. Más que nada porque desde que se estrenó hasta ahora ya se ha visto mucho más dentro del género del slasher, un género que casi empezó con esta película.
El fotógrafo del pánico pasa por ser una de las primeras películas con asesino en serie planteadas bajo el punto de vista del propio asesino. Y como el protagonista lleva la cámara a todos sitios y muchas veces vemos lo que está grabando, se plantea la malsanidad de hacernos partícipes, un ejercicio de voyerismo que vas a tener que hacer aunque no quieras. Una película que resultó tremendamente incómoda en la época lo cual se reflejó en malas críticas y fracaso comercial. Hoy día se la considera película de culto e iniciática. Vista así, dentro de este contexto o desde la visión de la época en que está realizada, la película aguanta muy bien.
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