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Críticas ordenadas por utilidad
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5,6
2.269
8
20 de abril de 2009
20 de abril de 2009
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Me interesa mucho el mundo interior de David Mamet, un hombre de teatro, guionista y director de cine. Siempre me pareció ver en él un continuador de los Arthur Miller, Tenesse Williams, etc, esa generación que radiografió para el teatro, y desde las claves del realismo, la Norteamérica de mitad del siglo XX, con sus corruptelas, sus inmigrantes y sus conflictos. Ni el país es el mismo, ni los problemas tienen las mismas formas, aunque pueden ser similares. Mamet estudia los comportamientos individuales confrontados con los sociales, e introduce claves propias, obsesiones personales que hacen, en este caso, de su cine, una obra perfectamente distinguible.
Le encanta bucear en los bajos fondos, y en el mundo de la suerte, del azar, de los juegos. Le gusta enseñarnos la parte de atrás, el truco del juguete, lo que no ven las cámaras de la televisión, herramienta preferente para contemplar la realidad manipulada. Esto es lo que ocurre en “Cinturón rojo” que no es una película de artes marciales, sino de la verdad oculta debajo de la impostura.
Efectivamente el protagonista es un luchador que debe luchar impelido por los problemas que, inesperadamente, irrumpen en su vida. El, honesto y cabal, representa exactamente lo contrario de lo que el negocio de la lucha representa. Y debe vencer para convencer, en primer lugar a sí mismo, y, en segundo lugar, a quien a él le interesa. Nada de efectismos, nada de complacencia, nada de imágenes huecas, propias de un género devorado por millones de idiotas en todo el mundo. Que se vayan al médico inmediatamente los que creen que esta es una película más de señores dando saltos inverosímiles. Aunque supongo que estos se sentirán defraudados a los cinco segundos.
A pesar de eso, la película no solo no es aburrida sino que es extraordinariamente interesante y se ve de un plumazo. Nada de moralina, nada de mensaje facilón. El sentido en su justo término, de la mano de alguien que conoce como nadie los mecanismos internos de un guión bien construido.
Le encanta bucear en los bajos fondos, y en el mundo de la suerte, del azar, de los juegos. Le gusta enseñarnos la parte de atrás, el truco del juguete, lo que no ven las cámaras de la televisión, herramienta preferente para contemplar la realidad manipulada. Esto es lo que ocurre en “Cinturón rojo” que no es una película de artes marciales, sino de la verdad oculta debajo de la impostura.
Efectivamente el protagonista es un luchador que debe luchar impelido por los problemas que, inesperadamente, irrumpen en su vida. El, honesto y cabal, representa exactamente lo contrario de lo que el negocio de la lucha representa. Y debe vencer para convencer, en primer lugar a sí mismo, y, en segundo lugar, a quien a él le interesa. Nada de efectismos, nada de complacencia, nada de imágenes huecas, propias de un género devorado por millones de idiotas en todo el mundo. Que se vayan al médico inmediatamente los que creen que esta es una película más de señores dando saltos inverosímiles. Aunque supongo que estos se sentirán defraudados a los cinco segundos.
A pesar de eso, la película no solo no es aburrida sino que es extraordinariamente interesante y se ve de un plumazo. Nada de moralina, nada de mensaje facilón. El sentido en su justo término, de la mano de alguien que conoce como nadie los mecanismos internos de un guión bien construido.
Mediometraje

7,6
8.517
8
7 de marzo de 2009
7 de marzo de 2009
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
“Lorca me hizo descubrir la poesía, en especial la poesía española, que conocía admirablemente, y también otros libros. Por ejemplo, me hizo leer la “Leyenda áurea”, el primer libro en el que encontré algo acerca de Simeón el Estilita, que más adelante devino “Simón del desierto”. Son palabras de Luis Buñuel dictadas a Carrière para sus memorias. Es la mejor información sobre el origen de este proyecto, que debió llevar en la cabeza toda la vida y que se concretó en esta producción mexicana de 1965, la última de las realizadas en ese país, y la tercera colaboración con Gustavo Alatriste.
Bastantes páginas después, y refiriéndose ya a la película, dice que le habló del proyecto a Gerad Philipe, pero que este le escuchó con una cierta displicencia y prefirió protagonizar “La fiebre sube al Pao” (1959). Por último, nos informa de que durante el rodaje, Alatriste tuvo unos problemas financieros que dieron al traste la idea de hacer una película de duración normal. Lo que más se resiente de tener que cortar es el final, que le parece abrupto, algo que ciertamente es así. Porque en ese final empezaba, sin duda, la segunda parte del proyecto.
Sea como sea, “Simón del desierto” es una delicia, una película llena de humor y de ironía, una metáfora sobre ese tema recurrente que hemos encontrado en otras perlas anteriores: la inutilidad social del sufrimiento. Los actores hacen un trabajo óptimo, y el dúo Silvia Pinal/Claudio Brook funciona a la perfección.
A estas alturas de su obra es más que evidente que cuando en una película sale un cura, un predicador, o un santo, aunque no haya ninguna mofa explícita, sus figuras quedan ridiculizadas “per se”. A Buñuel le gustaba disfrazarse de sacerdote en la Residencia de Estudiantes. Todo ello provenía del empacho que el joven Luis recibió en los jesuitas de Zaragoza, lugar donde estudió el bachillerato. En la sotana de aquellos seres Buñuel encuentra un paradigma de la impostura misma, y, de paso, un disfraz absolutamente risible, aunque a esas alturas no sorprendiera a nadie por la calle. “Simón del desierto” es un bromazo, en algunos momentos explícito, y quien la vea desde esta perspectiva se reirá de lo lindo, algo de lo que Buñuel se sentiría enormemente satisfecho.
Como las mejores películas de humor, contiene un mensaje final llamémosle "serio", que, por las causas aludidas, no desarrolla del todo. Cuando el personaje central se integra en la vida “normal” de una gran ciudad, de la mano de la persona que le ha hecho la vida imposible cuando habitaba en las alturas, descubre lo que es sufrir de verdad. Descubre un nuevo tipo de infierno: el de los demás, en palabras de Sartre. Ahí me ha parecido ver siempre un canto a la misantropía, actitud personal que poco a poco va ganando terreno en la vida del director de Calanda.
Bastantes páginas después, y refiriéndose ya a la película, dice que le habló del proyecto a Gerad Philipe, pero que este le escuchó con una cierta displicencia y prefirió protagonizar “La fiebre sube al Pao” (1959). Por último, nos informa de que durante el rodaje, Alatriste tuvo unos problemas financieros que dieron al traste la idea de hacer una película de duración normal. Lo que más se resiente de tener que cortar es el final, que le parece abrupto, algo que ciertamente es así. Porque en ese final empezaba, sin duda, la segunda parte del proyecto.
Sea como sea, “Simón del desierto” es una delicia, una película llena de humor y de ironía, una metáfora sobre ese tema recurrente que hemos encontrado en otras perlas anteriores: la inutilidad social del sufrimiento. Los actores hacen un trabajo óptimo, y el dúo Silvia Pinal/Claudio Brook funciona a la perfección.
A estas alturas de su obra es más que evidente que cuando en una película sale un cura, un predicador, o un santo, aunque no haya ninguna mofa explícita, sus figuras quedan ridiculizadas “per se”. A Buñuel le gustaba disfrazarse de sacerdote en la Residencia de Estudiantes. Todo ello provenía del empacho que el joven Luis recibió en los jesuitas de Zaragoza, lugar donde estudió el bachillerato. En la sotana de aquellos seres Buñuel encuentra un paradigma de la impostura misma, y, de paso, un disfraz absolutamente risible, aunque a esas alturas no sorprendiera a nadie por la calle. “Simón del desierto” es un bromazo, en algunos momentos explícito, y quien la vea desde esta perspectiva se reirá de lo lindo, algo de lo que Buñuel se sentiría enormemente satisfecho.
Como las mejores películas de humor, contiene un mensaje final llamémosle "serio", que, por las causas aludidas, no desarrolla del todo. Cuando el personaje central se integra en la vida “normal” de una gran ciudad, de la mano de la persona que le ha hecho la vida imposible cuando habitaba en las alturas, descubre lo que es sufrir de verdad. Descubre un nuevo tipo de infierno: el de los demás, en palabras de Sartre. Ahí me ha parecido ver siempre un canto a la misantropía, actitud personal que poco a poco va ganando terreno en la vida del director de Calanda.

6,9
10.716
8
6 de marzo de 2009
6 de marzo de 2009
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
A estas alturas, Coppola era ya un maestro consumado en la difícil tarea de contar bien historias complejas, y, en particular, las que se producían en el mundo de la mafia en el Nueva York de principios del siglo XX. “El padrino” en sus diferentes partes es un ejemplo perfecto de esa sabiduría cinematográfica para contar historias paralelas, peripecias individuales sin perder de vista, sino todo contrario, el contexto en que se desarrollaban.
En esta ocasión el epicentro es el conocido local de la parte alta de la gran manzana en donde tocaron los principales músicos de jazz y en donde los gángsters más peligrosos alternaban noche tras noche con artistas, intelectuales y políticos. Y esa mezcla la retrata admirablemente, haciendo a veces una mezcla de planos, el de realidad y el del escenario, que es auténticamente una delicia.
La película es larga y se ve de un tirón, porque todo en ella es correcto. El ritmo es rápido, la fotografía es un prodigio y las interpretaciones de todos los actores están en unos niveles altos de excelencia. Para mí el rostro de Julian Beck, el creador del Living Theatre, en el papel de encargado judío del local, será siempre inolvidable. Pero la verdad es que Richard Gere, Diane Lane, Nicolas Cage, y el resto están magníficos.
Los números coreográficos y musicales del Cotton Club son soberbios, y todo el conjunto transpira ese nivel de excelencia que algunas producciones comerciales desprenden de vez en cuando. Por cierto, la película no tuvo en el estreno el éxito que se merecía, pero el tiempo la ha colocado, sin duda, en el lugar que le corresponde.
En esta ocasión el epicentro es el conocido local de la parte alta de la gran manzana en donde tocaron los principales músicos de jazz y en donde los gángsters más peligrosos alternaban noche tras noche con artistas, intelectuales y políticos. Y esa mezcla la retrata admirablemente, haciendo a veces una mezcla de planos, el de realidad y el del escenario, que es auténticamente una delicia.
La película es larga y se ve de un tirón, porque todo en ella es correcto. El ritmo es rápido, la fotografía es un prodigio y las interpretaciones de todos los actores están en unos niveles altos de excelencia. Para mí el rostro de Julian Beck, el creador del Living Theatre, en el papel de encargado judío del local, será siempre inolvidable. Pero la verdad es que Richard Gere, Diane Lane, Nicolas Cage, y el resto están magníficos.
Los números coreográficos y musicales del Cotton Club son soberbios, y todo el conjunto transpira ese nivel de excelencia que algunas producciones comerciales desprenden de vez en cuando. Por cierto, la película no tuvo en el estreno el éxito que se merecía, pero el tiempo la ha colocado, sin duda, en el lugar que le corresponde.
4 de septiembre de 2012
4 de septiembre de 2012
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es una película bien trazada, basada en una interpretación intensa y excelente por parte de los siete actores que intervienen. Crea un ambiente espeso y claustrofóbico, y, al mismo tiempo, hay un sentido del humor que subyace en el trasfondo dramático. Es decir, hay en toda ella un cierto aroma a Franz Kafka que no llega nunca a molestar porque las dosis son las correctas.
En realidad disecciona con valentía el corazón humano y los comportamientos en momentos especialmente significativos: el de conseguir trabajo. Recuerda en cierta manera El Método Gronholm, pero supera a ésta última en esa contextualización social y sicológica. El guión es un sólido pilar: está concebido muy teatralmente. Su director demuestra talento, oficio y valentía.
En realidad disecciona con valentía el corazón humano y los comportamientos en momentos especialmente significativos: el de conseguir trabajo. Recuerda en cierta manera El Método Gronholm, pero supera a ésta última en esa contextualización social y sicológica. El guión es un sólido pilar: está concebido muy teatralmente. Su director demuestra talento, oficio y valentía.

6,1
27.038
7
2 de junio de 2012
2 de junio de 2012
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Demasiado larga, inutilmente larga, consecuencia de un guión bastante discutible. Una actuación extraordinaria de Leonardo DiCaprio, que sigue su implacable carrera llena de coherencia, y, en general, de todos los demás. Como no podía ser de otro modo, la mano de Clint Eastwood consigue que el conjunto se vea con interés, pero sin entusiasmo. Y qué decir del maquillaje y de la caracterización: horrorosos. Sencillamente horrorosos.
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