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Críticas ordenadas por utilidad
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6,1
2.387
8
2 de agosto de 2011
2 de agosto de 2011
4 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Excelente película sobre la vida del poeta norteamericano Allen Ginsberg, considerado junto a Jack Kerouac y algunos otros, como uno de los iconos más visibles y reconocidos de la llamada beat generation.
Es una biografía centrada en hechos reales relacionados con la prohibición de su libro Howl (Aullido), especialmente revelador del ideario personal y poético de su autor, y el juicio posterior en el que el juez Clayton W. Horn dictó una sentencia ejemplar que supuso un relanzamiento extraordinario de la libertad de creación artística en los Estados Unidos y en todo el mundo.
La película adopta en su mayor parte el lenguaje documental, pero ilustra los poemas de Ginsberg con unas imágenes de animación realmente extraordinarias. Como su metraje es breve, el conjunto se ve con un interés que no decrece, a pesar de que exige en el espectador una actitud necesariamente activa, y en gran medida también por la magnífica interpretación de James Franco y, en general, de la totalidad del reparto.
Se incluyen escenas extraídas de las actas del juicio, que están magníficamente dirigidas, y que suponen una inteligente reflexión sobre lo que es la literatura y el papel que debe cumplir en la sociedad en la que nace. Por ello, todo el conjunto transpira inteligencia, ideas, altura intelectual.
Es una biografía centrada en hechos reales relacionados con la prohibición de su libro Howl (Aullido), especialmente revelador del ideario personal y poético de su autor, y el juicio posterior en el que el juez Clayton W. Horn dictó una sentencia ejemplar que supuso un relanzamiento extraordinario de la libertad de creación artística en los Estados Unidos y en todo el mundo.
La película adopta en su mayor parte el lenguaje documental, pero ilustra los poemas de Ginsberg con unas imágenes de animación realmente extraordinarias. Como su metraje es breve, el conjunto se ve con un interés que no decrece, a pesar de que exige en el espectador una actitud necesariamente activa, y en gran medida también por la magnífica interpretación de James Franco y, en general, de la totalidad del reparto.
Se incluyen escenas extraídas de las actas del juicio, que están magníficamente dirigidas, y que suponen una inteligente reflexión sobre lo que es la literatura y el papel que debe cumplir en la sociedad en la que nace. Por ello, todo el conjunto transpira inteligencia, ideas, altura intelectual.

7,3
2.913
8
17 de octubre de 2010
17 de octubre de 2010
4 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Película compleja, profunda, pero también liviana y por momentos divertida. Ingmar Bergman crea un ambiente disparatado, inquietante, en donde subyace un peculiar sentido del humor: el suyo. Los temas que preocupan a Bergman están presentes en ella, aunque a veces se ocultan a nuestra mirada: el miedo a morir, el propio sentido de la vida, la disputa permanente entre la razón, la religión y otras creencias basadas en la fe, en la superstición y en lo irracional. Todo eso lo adivinamos a través de imágenes poderosas, parlamentos de dudoso significado, reflexiones y monólogos de los personajes cargados de la artillería ideológica habitual del maestro.
El cine, las artes escénicas, la magia y el espectáculo de las apariencias adquieren un protagonismo especial.
Bergman en esta ocasión elige a unos estrambóticos personajes –unos cómicos que actúan frente a las autoridades locales, que les admiran y desprecian al mismo tiempo- para hablarnos a su manera de todo eso. Y crea una situación entre lo absurdo y lo real, entre la vigilia y el sueño, que deriva a veces en interpretaciones y encuadres expresionistas. La fotografía y todos los demás elementos son, por supuesto, excelentes.
La película se ve sin entusiasmo, pero con un interés mantenido. En ese interés interviene el hecho de que al director le damos a estas alturas una especie de cheque en blanco. En su momento, sin tantas referencias, la película desconcertó, como no podía ser de otra manera. Nosotros tenemos la oportunidad de verla enmarcándola en unos parámetros cinematográficos que conocemos y admiramos. Por eso nos gusta descubrir en el discurso del director sueco alguna que otra certeza, que proviene más del conjunto que conocemos que de lo que tenemos ante los ojos. No sabemos muy bien lo que nos quiere decir, pero seguro que es algo profundo… y mejor explicado en otra de sus películas.
A Buñuel le parecían ridículos los “cazabuñueles”. A Bergman tal vez le pasaba igual.
El cine, las artes escénicas, la magia y el espectáculo de las apariencias adquieren un protagonismo especial.
Bergman en esta ocasión elige a unos estrambóticos personajes –unos cómicos que actúan frente a las autoridades locales, que les admiran y desprecian al mismo tiempo- para hablarnos a su manera de todo eso. Y crea una situación entre lo absurdo y lo real, entre la vigilia y el sueño, que deriva a veces en interpretaciones y encuadres expresionistas. La fotografía y todos los demás elementos son, por supuesto, excelentes.
La película se ve sin entusiasmo, pero con un interés mantenido. En ese interés interviene el hecho de que al director le damos a estas alturas una especie de cheque en blanco. En su momento, sin tantas referencias, la película desconcertó, como no podía ser de otra manera. Nosotros tenemos la oportunidad de verla enmarcándola en unos parámetros cinematográficos que conocemos y admiramos. Por eso nos gusta descubrir en el discurso del director sueco alguna que otra certeza, que proviene más del conjunto que conocemos que de lo que tenemos ante los ojos. No sabemos muy bien lo que nos quiere decir, pero seguro que es algo profundo… y mejor explicado en otra de sus películas.
A Buñuel le parecían ridículos los “cazabuñueles”. A Bergman tal vez le pasaba igual.

6,8
24.571
9
12 de marzo de 2009
12 de marzo de 2009
4 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Que sí, que sí hay personas así, como la que representa Meryl Streep en esta estupenda película. Siempre se invoca a “la condición humana” cuando se habla mal de alguien, o se habla al menos de un aspecto malo de alguien. Y ese aspecto, o esa forma de ser tienen siempre sus porqués. No existe la bondad en abstracto, ni la maldad. Existen comportamientos que son la consecuencia de cosas, de páginas anteriores, incluso de otras vidas, vividas antes que la nuestra.
Y existe la intolerancia, claro que existe. Pero no hace falta remontarse a Hitler, ni a Herodes. Busque a un intolerante en su oficina, amigo lector. Los hay a decenas, en mayor o menor medida. Pero busquemos en nosotros mismos la parte intolerante, que seguramente también la hay.
La película es un cruce de trenes. El tren de la comprensión que todo lo relativiza y el de la intolerancia que todo lo condena. Chocan y, esta vez, no sabría decir quién gana, porque me niego a pensar que la segunda gana siempre, aunque sea solo a través de daños colaterales. Lo que sí sé es que el duelo está protagonizado por dos actores que lo hacen de maravilla, que expresan con talento, contención y gran fuerza expresiva esas dos miradas con las que se puede ver y estar en el mundo.
Viéndola, pensaba que este año ha habido una excelente cosecha de duelos interpretativos: “Revolutionary Road”, “El lector” y ésta lo son. Películas que recuerdan las bondades de “La Huella”, “El príncipe y la corista”, “¿Qué fue de Baby Jane?”, y tantas otras en las que el peso descansaba en el trabajo de unos magníficos actores. Me parece que al cine le está pasando lo mejor que le podía pasar: que renuncie a los fuegos artificiales de los efectos especiales, de las carreras de coches, y se vuelva a basar en contar historias emocionantes y que nos interesan, de la mano de actores que saben hacer su oficio como, por ejemplo, la Streep y Philip Seymour Hoffman, ganador del Oscar por su interpretación del personaje de Truman Capote.
John Patrick Sinley… ¿Dónde ha estado este tipo todo este tiempo? ¿Porqué no ha hecho más películas? ¿Porqué es tan poco conocido, al menos en España? Está a punto de cumplir los sesenta y debe darse prisa para no privarnos durante más tiempo de su talento y de su sabiduría cinematográfica.
Y existe la intolerancia, claro que existe. Pero no hace falta remontarse a Hitler, ni a Herodes. Busque a un intolerante en su oficina, amigo lector. Los hay a decenas, en mayor o menor medida. Pero busquemos en nosotros mismos la parte intolerante, que seguramente también la hay.
La película es un cruce de trenes. El tren de la comprensión que todo lo relativiza y el de la intolerancia que todo lo condena. Chocan y, esta vez, no sabría decir quién gana, porque me niego a pensar que la segunda gana siempre, aunque sea solo a través de daños colaterales. Lo que sí sé es que el duelo está protagonizado por dos actores que lo hacen de maravilla, que expresan con talento, contención y gran fuerza expresiva esas dos miradas con las que se puede ver y estar en el mundo.
Viéndola, pensaba que este año ha habido una excelente cosecha de duelos interpretativos: “Revolutionary Road”, “El lector” y ésta lo son. Películas que recuerdan las bondades de “La Huella”, “El príncipe y la corista”, “¿Qué fue de Baby Jane?”, y tantas otras en las que el peso descansaba en el trabajo de unos magníficos actores. Me parece que al cine le está pasando lo mejor que le podía pasar: que renuncie a los fuegos artificiales de los efectos especiales, de las carreras de coches, y se vuelva a basar en contar historias emocionantes y que nos interesan, de la mano de actores que saben hacer su oficio como, por ejemplo, la Streep y Philip Seymour Hoffman, ganador del Oscar por su interpretación del personaje de Truman Capote.
John Patrick Sinley… ¿Dónde ha estado este tipo todo este tiempo? ¿Porqué no ha hecho más películas? ¿Porqué es tan poco conocido, al menos en España? Está a punto de cumplir los sesenta y debe darse prisa para no privarnos durante más tiempo de su talento y de su sabiduría cinematográfica.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
A una monja se le mete en la cabeza que el capellán del colegio está teniendo prácticas pecaminosas con un alumno. Ella eleva su sospecha a la categoría de certeza y consigue que el sacerdote se marche. Cuando lo consigue, le entra el remordimiento. Pobre. Lo importante ha sido que en todo momento esta señora se ha sentido reconfortada por su conciencia, aunque ha sembrado el mal por todas partes y ha hecho un daño irreparable, en mayor o menor medida, a todas las personas de su entorno.

8,1
139.444
8
24 de enero de 2009
24 de enero de 2009
4 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
En esta película están las claves de lo que sería la obra cinematográfica posterior de Quentin Tarantino que aquí rozaba los treinta años. Nos podemos quedar con lo más evidente: ese regusto por la violencia, por el color rojo de la sangre, por la creación de situaciones insostenibles que acaban finalmente mal, torturando y matando. Esto, sin duda, ya crea una criba de espectadores a los que no tiene porqué gustarles nada de esto.
A mí tampoco me gusta, y ceo que Tarantino juega siempre al filo de lo aguantable, traspasando en bastantes ocasiones esa sutil frontera. Estoy contra la violencia y sus abusos, y hay algo que me irrita en esa magnificación estética, en este embellecer el horror para goce de un público que sentirá muy dentro el exterminio de las focas en los mares del norte, y que sufre una suerte de amnesia moral y siente, sin embargo, una fascinación profunda cuando un sicópata le corta una oreja a un policía maniatado, mientras baila ritualmente la propia música de sus delirios. Un público que mayoritariamente tendría pánico en acercarse a la calle 91 de Nueva York, lugar en donde Manhattan y Harlem se hermanan y confunden, y los valores, los miedos y la estética cambian por completo.
Sin embargo, Tarantino es algo más que un provocador o un esteta de lo nauseabundo. Construye historias inverosímiles que podrían ser verosímiles. Crea personajes, extraídos de la cloaca, pero de perfiles reconocibles por dentro y por fuera, y en eso es un maestro. Lo es también en crear relaciones entre ellos, en inventarse ambientes densos y que parecen siempre a punto de estallar. Y lo es también para filmar todo eso, con una astucia y una sabiduría que ha ido atesorando empapándose de los grandes directores que le precedieron en su propio país: desde Woody Allen hasta los grandes del cine negro.
Todos los actores están muy bien. Lo está Hatvey Keitel, naturalmente, que a estas alturas del partido le queda poco por demostrar. Y lo están los demás, con especial reconocimiento para Tim Roth, Steve Buscemi y Michael Madsen, que repetirán con Tarantino a partir de ese momento.
El resultado siempre es sorprendente y compacto. Bueno en términos cinematográficos. Y, a veces, como en este caso, muy buenos.
A mí tampoco me gusta, y ceo que Tarantino juega siempre al filo de lo aguantable, traspasando en bastantes ocasiones esa sutil frontera. Estoy contra la violencia y sus abusos, y hay algo que me irrita en esa magnificación estética, en este embellecer el horror para goce de un público que sentirá muy dentro el exterminio de las focas en los mares del norte, y que sufre una suerte de amnesia moral y siente, sin embargo, una fascinación profunda cuando un sicópata le corta una oreja a un policía maniatado, mientras baila ritualmente la propia música de sus delirios. Un público que mayoritariamente tendría pánico en acercarse a la calle 91 de Nueva York, lugar en donde Manhattan y Harlem se hermanan y confunden, y los valores, los miedos y la estética cambian por completo.
Sin embargo, Tarantino es algo más que un provocador o un esteta de lo nauseabundo. Construye historias inverosímiles que podrían ser verosímiles. Crea personajes, extraídos de la cloaca, pero de perfiles reconocibles por dentro y por fuera, y en eso es un maestro. Lo es también en crear relaciones entre ellos, en inventarse ambientes densos y que parecen siempre a punto de estallar. Y lo es también para filmar todo eso, con una astucia y una sabiduría que ha ido atesorando empapándose de los grandes directores que le precedieron en su propio país: desde Woody Allen hasta los grandes del cine negro.
Todos los actores están muy bien. Lo está Hatvey Keitel, naturalmente, que a estas alturas del partido le queda poco por demostrar. Y lo están los demás, con especial reconocimiento para Tim Roth, Steve Buscemi y Michael Madsen, que repetirán con Tarantino a partir de ese momento.
El resultado siempre es sorprendente y compacto. Bueno en términos cinematográficos. Y, a veces, como en este caso, muy buenos.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Una banda de personas que entre sí se desconocen perpetra un robo de una manera chapucera. Todos ellos terminarán o muriendo a manos de las pistolas de la policía o la de sus propios compañeros.

6,9
1.797
5
3 de diciembre de 2008
3 de diciembre de 2008
4 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Si no fuera bastante aburrida, esta película sería genial. Pero es bastante aburrida. No conozco la novela de la que procede, pero me imagino que un cierto afán por parte de Lajos Koltai de ser reverencialmente fiel a la literatura original no ha sido una buena idea visto el resultado final.
El ritmo es lento, a veces tedioso. Los fundidos se suceden creando un continuum narrativo que termina pesando en nuestra atención y creando una fatiga creciente. Qué lastima, porque todo lo demás es excelente.
Lo es la fotografía, lo son los encuadres, las composiciones, la iluminación, la música, la interpretación de todos los actores, con especial mención de los actores secundarios. Se nos cuenta una historia desgarradora en relación a un niño húngaro y sus peripecias en un campo de concentración. Algo que, si no fuera por lo dicho al principio, y gracias a las virtudes expuestas, debería conmovernos y deleitarnos a partes iguales. Pero no es así.
En mi caso incluyo otro factor disuasorio: el doblaje me parece lamentable. Casi siempre me parecen lamentables los doblajes, pero, en esta ocasión, un poco más. Voces y tonos impostados, desconexión entre gestualidad y voces, falsedad acústica en una historia que debería escucharse desde unos parámetros sonoros igualmente sinceros.
El ritmo es lento, a veces tedioso. Los fundidos se suceden creando un continuum narrativo que termina pesando en nuestra atención y creando una fatiga creciente. Qué lastima, porque todo lo demás es excelente.
Lo es la fotografía, lo son los encuadres, las composiciones, la iluminación, la música, la interpretación de todos los actores, con especial mención de los actores secundarios. Se nos cuenta una historia desgarradora en relación a un niño húngaro y sus peripecias en un campo de concentración. Algo que, si no fuera por lo dicho al principio, y gracias a las virtudes expuestas, debería conmovernos y deleitarnos a partes iguales. Pero no es así.
En mi caso incluyo otro factor disuasorio: el doblaje me parece lamentable. Casi siempre me parecen lamentables los doblajes, pero, en esta ocasión, un poco más. Voces y tonos impostados, desconexión entre gestualidad y voces, falsedad acústica en una historia que debería escucharse desde unos parámetros sonoros igualmente sinceros.
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