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Críticas 170
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
11 de agosto de 2017 Sé el primero en valorar esta crítica
¿Qué se le puede decir a un aficionado al cine que se acerque a leer una reseña sobre esta película? ¿Qué le puedo decir yo?
No sé, salvo que la debe ver.
Si alguien afirma que esta película es mala, no sabría como argumentar que no lo es.
Si alguien afirma que es una buena película, no tendría muy claro que pueda coincidir con él.
Reygadas no respeta ninguna de las convenciones cinematográficas al uso: Malas interpretaciones, por llamarlas de alguna manera; el guion es caótico, a base de empastes; lo de tiempo, espacio, acción… ¿Eso qué es lo que es?; las relaciones sociales de los personajes parecen parte de un sueño, de una pesadilla, de una casa de locos; el recurso fácil de la fealdad y la desproporción…
Por lo tanto cabe decir que la dirección de Reygadas es un desastre.
Pero yo no me atrevo.
No se pueden juzgar los cuadros más famosos de Pollock siguiendo los criterios de la pintura figurativa.
Reygadas trasciende el cine, está cogiendo los límites, y vale también en este caso la semántica argentina del verbo, y estirándolos hasta desdibujarlos y quizás depositar la cinta en un museos de arte-video. Sólo por eso merece la pena ir a ver el film.
Los amantes del arte, de la cultura, siempre andamos buscando algo más.
Reygadas nos lo sirve.
Sospecho que Reygadas grabó y grabó y cuando verdaderamente hizo la película fue en el montaje, que desmontó y desmontó. Que esto normalmente es así, pues lo pongo asá. Hay planos pornográficos hechos más con el fin de escandalizar que de dar contenido a la historia. Tanto regodeo. Hay una intrusión en el mundo religioso mejicano, con un afán escandalizador que es casi infantil. Tanta exageración. Alguien se mea en el portamaletas de un coche y no tengo ni idea de que quiere decir con esa escena y lo peor es que no despierta en mí ninguna sensación, emoción, ni respuesta… es gratuita, innecesaria, buscando la boutade.
A mí me gusta Pollock y no sé por qué.
La película de Reygadas no me ha gustado, pero verla, creo que era necesario.
Ah!, y pienso ver las otras que ha dirigido.
Lamento no poder ser más preciso.
Podía ser una alegoría sobre la rebelión de los humildes contra el poder, pero es que la película puede ser tantas cosas… hasta una absoluta mierda.
En fin.
2 de junio de 2017 Sé el primero en valorar esta crítica
Una vez fuera de la sala me puse a pensar. A ver, para qué puede servir esta película, aparte de para probar que el director es capaz de contar de forma impecable algo que con alguna u otra variación un porcentaje muy elevado de la población hemos experimentado en carne propia. ¡Ya está!, me dije, puede servir para que dentro de mil años, cuando ya la familia sea una herramienta arcaica del pasado más remoto para organizar la sociedad y poder de paso reproducirnos sin tener que recurrir a una berrea cada vez que los ánimos se calienten, la gente, o lo que sea, de aquella época sepan cómo nos las gastábamos.
Y alucinen más o menos como nosotros lo hacemos cuando pensamos en las cavernas y nos imaginamos al cavernícola camino del páramo para cazar comida, pero con la certidumbre de las imágenes que este director francés ha creado.
Cuando reproducirse ya sea una cosa parecida a cargar una batería o cambiarle el filtro a la descalcificadora y el sexo sea una cosa del pasado que no altere la vida de nadie, esta película será un documental de un valor inapreciable por su exacto reflejo de cómo pueden complicarse algunas veces las relaciones de pareja.
De cómo una relación de cariño y deseo se convierte en una relación tóxica.
De cómo nos complicábamos al vida tan gratuitamente.
Yo no sé de dónde le viene a los franceses esa afición por reflejar la vida tal cual pasa, si ya pasa. Como no sea que sufren de impenitente síndrome balzaquiano. Ya con “El juez”, de Christian Vincent, me quejé de lo mismo.
Este cine que empezó siendo neorrealismo italiano y se ha convertido en cine costumbrista francés es aleccionador, didáctico y sirve para destripar las relaciones y cada uno en su interior hace servir aquello que le ataña más.
Los franceses inventaron el cinematógrafo y algunas veces uno piensa que siguen proyectando Salida de la fábrica (1895) y La llegada del tren a la estación (1895).
¿Qué le hubiera costado al director o al guionista ponerle algún incentivo a la historia? Un asesinato, un (o una) amante, un terremoto, una revolución, un niño que es secuestrado, la suegra que aparece con un gigoló, que les toca la lotería y no pueden cobrarla porque metieron el billete en la lavadora y se ha quedado arrugado. No sé, algo que no se la simple y ramplona trasmisión de lo que pasa normalmente.
Porque lo que más rabia te da es lo bien hecha que está, dirigida e interpretada. Por eso decía lo de servir como documental para tiempos venideros.
Porque a mí esta película que no me ha entretenido, ni me ha aburrido, ni me ha gustado ni dejado de gustar, me parece como el agua que si tienes sed, cojonudo, pero si no tienes, mejor otra cosa con sabor o droga. Y sed de lo que pasa en esta película, poca, porque diluvian historias como estás en la vida de casi todos. Así que a esperar que haya sequía en el futuro que dicen que de agua como la conocemos ahora habrá poca y entonces sí, se proyecta. Para que se enteren de cómo nos mojábamos en esta época. De desgracias y llantos.
Si no quieren ir a verla no vayan, miren a su alrededor. Raro es que no se encuentren con la película en versión “in situ”. Con caras conocidas, puede que incluso demasiado conocidas. Aburridas.
2 de noviembre de 2016 Sé el primero en valorar esta crítica
Paradójicamente el hombre será el causante de la desaparición de unas cuantas especies de nuestro planeta y, a la vez, el que lo haya contado de la manera más hermosa. En esta película se narra la desaparición de una de ellas.
El duro rostro, y su indiscutible capacidad interpretativa, de Williem Dafoe junto con las salvajes imágenes de la naturaleza que esta cinta nos brinda sirven para encuadrar esta historia apocalíptica en la que se narran las vicisitudes de un solitario cazador al que le encargan la captura de un animal, parece que el último de su especie, que dispone de unas toxinas para adormecer a sus víctimas y que una diabólica empresa farmacéutica, que las hay, quiere tener para….hacer negocio, como siempre. En esta línea parece que ahora son los burros los que están en peligro debido a la voracidad china por algún producto que sólo existe en su organismo. Es un no parar.
Volviendo a la peli, entre medias de la historia principal, las intrigas de los conservacionistas forestales frente a los locales que viven de la explotación del bosque y una familia que sobrevive tras la desaparición del cabeza de familia, a la que pertenecen dos niños que dan la réplica perfecta a la soledad del implacable cazador. La buena interpretación de los dos jóvenes protagonistas es la responsable de buena parte de la carga emocional de la historia. Sam Neill y Frances O’Connor cumplen con solvencia su papel de secundarios de lujo.
La escena, un tanto absurda, de unos altavoces en un lugar en que sus días estarían contados y una escena final que podía haber sido más contenida se contrarrestan con la acertada escena del arreglo del alternador y la consecuente confusión de la esposa abandonada y la del animal atrapado, rendido, que hace vacilar al cazador.
Una película que se ve con interés sobre como unos, los más débiles, deben morir para que otros, los más fuertes, sobrevivan. En esta película se trata de una especie, en otras, de miembros de nuestra propia especie. Así va el asunto.
Algún día, ¿de aquí a cien o doscientos años?, alguien echándole un vistazo al panorama desértico, un erial infinito, que tenga delante, se preguntará cómo pudo pasar que teniendo lo que teníamos hayamos llegado a esto. Una pregunta que ya hace mucho tiempo se hace cada vez más gente. Se ve que es todo lo que podemos hacer, preguntarnos.
Con la esperanza, quizás, de que algún día hagamos algo más. Sobre todo los que tiene el poder de cambiar la deriva. En fin, la película no sobra.
Por cierto la traducción en castellano como "El ultimo cazador" es simplemente una traducción que no tiene ningún sentido, pero ninguno. Pura ineptitud.
6 de mayo de 2014 Sé el primero en valorar esta crítica
Es muy difícil ver películas de Ulrich Seidl en las salas comerciales. Le dan algún premio en un festival, sale en cuatro noticias especializadas y se vuelve a sumergir. Hasta la próxima.
En las sociedades, en todas, hay lo que se llama la superficie y lo que se podría llamar las cloacas. Superficie y cloacas, en los países del llamado Primer Mundo son muy parecidas. Las diferencias en contenido son anecdóticas. Sin embargo sí hay algo que las diferencia en la forma, y es el grado de separación entre cloacas y superficies en cada uno de los países que pertenecen a ese primer mundo. Entre más distancia, más represión y más hipocresía. Y suele ser en los países del centro/norte de Europa donde esta diferencia es más grande. Esta diferencia trae como resultado que la reacción de determinadas conciencias sea más visceral y más radical. No es una casualidad que la pintura expresionista tenga sus máximos exponentes en pintores del centro/norte de Europa. Sus obras son como gritos de presos que ya no pueden soportar más su encierro. El humor irreverente y cruel de los ingleses se podría decir que es hijo de su contención. O el odio de Thomas Bernhard por Austria, fruto del afán del país por figurar como un país modélico.
En los países del sur esta diferencia es menor, algunas veces mínima. Las prostitutas en las calles y polígonos españoles es habitual, borrachos tirados por las esquinas suele ser común y hasta zurullos entre coche y coche. Contar miserias de España en películas sería aburrir.
Pero la conciencia centroeuropea es más “exquisita”. Lo clasifica todo y todo lo almacena. Siguen un poco aquello de “lo que no ves es cómo si no lo sintieses”. Pero algunos sí que lo ven y muy bien. Y lo vomitan en forma de obra de arte. Sólo hay que leer alguna novela de Bernhard o ver un cuadro de Egon Schiele. Pues esa estela sigue Ulrich Seidl. Y se dedica a contárnoslo.

Viendo la película de Ulrich Seidl a nadie se le ocurriría pensar, de no saberlo, que transcurre en Europa, el import, y en Ucrania, el export, o al revés, porque qué más da a dónde vas y de dónde vienes si huyes de un sitio y el otro no te complace. Uno podía pensar que es un escenario apocalíptico. Todos los exteriores están escogidos para hacer daño, implacablemente. Me imagino haciendo el montaje y cortando donde apareciese algo de vida sana, de alegría, de esperanza. Y no es porque Ulrich Seidl sea sádico si no porque no quiere distracciones. Hay gente que sufre y que sufre mucho. Eso es lo que debe quedar claro. Y vaya si queda.
Vidas desamparadas, sin esperanza que van de un sitio a otro por ir. Una chica huye de los siniestros resultados de un poscomunismo desolador y termina maltratada pero resignada, sin su hija, en Austria. Un joven a merced de todo lo malo del capitalismo huye de esa misma Austria y termina, en una paradoja cruel, haciendo autostop en Ucrania, huyendo hacia un destino incierto y mísero pero con el atractivo de la esperanza por lo desconocido. Una esperanza que ya ha perdido en la modélica Austria.
Todo aderezado con vandalismo urbano, explotación sexual, esclavismo laboral, pobreza extrema, vejez maltratada. Y sin embargo tanta desgracia está bien trabada en estas vidas. La vemos absolutamente posible.
Los temas en Ulrich Seidl lo son todo. Casi no hay dialogo. Los trabajos interpretativos son de un automatismo descarado, los personajes van y vienen, no caminan. Se aparean, no hacen el amor. Cumplen con su trabajo, no son profesionales. La fotografía es una pero podía ser otra, no marca especialmente las escenas. El tema. El tema. ¿Y cuál es el tema?
Para explicar el tema, baste un detalle. Hay escenas en las calles, las casas y los bares de Ucrania. Y hay escenas en las calles, las casas y los bares de Austria. Parece fácilmente aceptable que la miseria y la pobreza inunden las imágenes que transcurren en Ucrania. Ya se sabe, la catástrofe de la sociedad comunista: edificios sin mantenimiento, coches viejos, calles sin asfaltar, casas desangeladas. Pero sorprenden las imágenes que muestran la acción en Austria. Son exactamente igual de frías. La Austria de la Filarmónica de Viena, el Prater y la catedral de San Esteban.
Y es que quizás lo que pase, es que para el joven austriaco que termina caminando por una carretera ucraniana todo el esplendor de Viena es inexistente.
Y da lo mismo dónde vivas si te ha tocado ser de los perdedores, los indefensos, los marginados. Aquí y allí, comunismo o capitalismo, nadie se va a ocupar de ti.
Ulrich Seidl no se pregunta cómo hemos llegado hasta aquí. En esta película nos muestra dónde estamos.
No estaría mal pasar esta película por los Institutos de Bachillerato. Tendría cabida en varias asignaturas.
24 de enero de 2017
5 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esta película se divide claramente en dos partes. Estamos siguiendo, tras ellos, las pesquisas de dos policías harto conflictivos, uno tartamudo y aislado de todo tipo de vida social y el otro violento hasta decir basta, y que trasmite muy bien el actor, que investigan los crímenes cometidos por lo que parece ser un asesino en serie de ancianas, cuando el director, a mitad de película más o menos, nos hace una finta y nos pone delante de los policías. Nos presenta al asesino. Ahora ya sabemos quién es, conocemos su cara. Creo que este es el aspecto más reseñable de la película de Rodrigo Sorogoyen. Es un giro que entabla un dialogo con el espectador- ¡Eh, que sé que estáis ahí!- muy interesante.
Desde ese momento los dos policías pasan a ser más personas que policías y la historia pasa de ser un thriller a ser un drama. Antes dos policías perseguían a un psicópata y desde el momento que nuestra situación como espectadores cambia, se trata de tres personas atormentadas, cada una tratando de sobrevivir de la mejor manera posible.
Ambientada al comienzo de la crisis, 2011, en Madrid, coincidiendo con la vista del Papa, lo que le sirve al guionista para hacer la consabida crítica de que en determinados momentos, que son muchos, las vidas humanas no valen un pimiento, y entablar el clásico enfrentamiento entre el policía trepa y el policía comprometido con su trabajo. Algo tópico y típico pero insoslayable.
Creo que la creación de los tres personajes es muy acertada. Antonio de la Torre y Roberto Álamo cumplen a la perfección su papel de atormentados pero honestos y escrupulosos policías y el papel de joven psicópata, relamido y con complejo de Edipo, que es el más difícil, al ser el más matizable, es resuelto con mucha solvencia por Javier Pereira, que lo mantiene en ese punto en el que al hacerlo cotidiano lo hace más terrible.
Es de agradecer que estos dos policías se queden en esta película y que la tentación de llevarlos a posteriores secuelas, que a buen seguro ha existido, dada la potencialidad de los dos personajes, haya sido desechada.
La ristra de secundarios, policías, forenses y viejitas muy bien, a la altura de ese ejercito de secundarios americanos que en más de una ocasión salvan la película. No sé si porque por fin los directores españoles se dan cuenta de su valor o porque los secundarios empiezan a ser actores muy solventes.
Un pero. Creo que la escena final da para un dialogo más profundo y dramático, se resuelve con mucha prisa. Y muy mecánicamente. Una pena porque la peli merecía esa guinda.
Ahora mismo este film sufre la sombra alargada del monstruo pero con el tiempo ocupara su lugar. De lo más completito que he visto en películas policiacas españolas.
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