Haz click aquí para copiar la URL
España España · Madrid
You must be a loged user to know your affinity with Charles
Críticas 1.065
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
6
16 de noviembre de 2018
20 de 23 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es difícil de creer, pero lo han conseguido.
Temporada a temporada de ‘American Horror Story’ se ha construido una mitología propia, eso por añadido, pero también se ha llegado a un punto en que se favorece el continente, sobre todo cuanto más bello o chocante (o chocantemente bello), muy por encima del escasito contenido.
A Ryan Murphy y Brad Falchuk les da igual, al reparto tres cuartas partes de lo mismo, y que Sarah Paulson o Evan Peters tengan síndrome transformista a lo Mortadelo es lo de menos con tal de que sirva hasta el próximo gran golpe de efecto.

‘Apocalypse’ sigue radicando en todo eso, pero además añade otro factor: tenemos una inmensa caja de arena con la que jugar, ¿cómo no la hemos aprovechado? ¡saca todos los juguetes y vamos a rebozarnos aún más en la jolgoriosa referencia!
Vuelven las brujas de ‘Coven’, vuelve la semilla diabólica de ‘Murder House’ y vuelve cualquier amiguete o amigota que estuviera libre en la fecha de fiesta, perdón, de rodaje. Casi que están a punto de meter una cortinilla cada vez que aparece un cameo celebrado, o que se van a escuchar risas enlatadas si guiñan más a cámara.
Pero bueno, pasando por encima de ese aspecto más rutinario de la temporada (que no deja de ser el que en primer lugar le dió fama), sigue quedando un apañado relato de satánico juicio final bañado con algún brochazo grueso de feminismo y un gusto por lo grotescamente melancólico que se hace de lo más llevadero.

El Apocalipsis supuestamente llega, pero no sabíamos que esto es una temporada extendida de ‘Coven’, y por eso pronto dejamos atrás el búnker nuclear que en primer momento puede prometer en su claustrofobia y supervivientes dispares, para ir con las familiares brujas a intentar evitar que el Anticristo Michael Langdon desate un holocausto nuclear sobre el mundo.
La cuestión es que este último todavía está lejos de la madurez que necesitaría el hijo del diablo, siendo solo un joven asustado, rebelde y conflictivo que acaba de salir de una casa maldita donde nadie nunca le quiso de verdad, por lo que para ganarse el amor de su padre decide que terminará su obra en la Tierra, aunque le pasen todas las hermanas del aquelarre por encima.
Había ahí un vértice interesante de la historia, sobre todo en lo relativo a que un hijo masculino del infierno tenga que enfrentarse a una sororidad femenina con poderes también sobrenaturales pero intenciones divinas, casi como un retrato del cambio que estamos viviendo en que anteriores Anticristos de la ficción lograban imponerse porque nadie les plantaba cara a diferencia de actualmente, pero es algo que se diluye en frases chulescas, guerra de sexos rancieta entre brujas o brujos y una rara estructura argumental que no favorece a nadie.

Murphy & Falchuk parecen haber orquestado la trama en base a cosas que les gustaría poner en vez de verdadera causa-efecto, como Michael emulando al hijo de Dios en sus cuarenta días del desierto, y si no fuera porque otros personajes vienen construidos de antes sería difícil que te importe algo lo que le pase a nadie o se te quite esa sensación de sketches macabros con poco hilado.
No debe ser casualidad que el mejor episodio sea el sexto: un sentido, y a su manera bello, homenaje a todas las almas de ‘Murder House’ que se quedaron atrapadas en la pena y el desconcierto, cerrando sus arcos personales e investigando sus historias con el Anticristo, conformando un epílogo a la primera temporada que deja claro que la vida solo acaba cuando ni en el más allá no perdonamos para seguir adelante.
Fíjate si será bueno, que el argumento principal se queda quieto, y dejó de importarme en todos sus minutos.

Al final eso acaba siendo lo más salvable de una temporada que se quiere mucho a si misma y pasa de movidas porque, jopé qué divertido ver a Frances Conroy gritando “¡gazpacho andaluz!” (que sí, que yo también lo celebro, pero…).
Si al final no se teme por ninguno de los "juguetes" que se podrían cargar, será porque no había nada demasiado grave que perder en primer lugar.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
El último capítulo PARECE que recupera un poco de foco cuando Michael empieza a ser omnipotente y las hermanas lo tienen desesperado para pararle… pero llega demasiado tarde, al final de momentos aislados donde lo que menos me cuadra es la necesidad de convertir a Kathy Bates en la robot de ‘Los Supersónicos’ (¿?).

Aparte de meter a Anastasia y la revolución bolchevique por las risas…. ¿si la clave de la cuestión era el viaje en el tiempo no habría sido más interesante tratar de llevarlo a cabo desde el principio y presentar distintas variables de su fracaso?
Tal como está puesto ese atropello final a Michael, no solo queda idioto, sino apresurado, repentino y cutre: meter un rollo sobre una línea temporal alternativa que todos menos Mallory han olvidado me parece la forma más fácil de ahorrarse consecuencias, disfrazada en caramelo azucarado con todo el mundo sonriendo mucho.

Peeero al final no sirve para nada porque seguirá habiendo Anticristos de vez en cuando.
Pos fale entonces.
13 de marzo de 2017
20 de 23 usuarios han encontrado esta crítica útil
La era de los grandes psicópatas del terror ha terminado.
Freddy Krueger, Jason Voorhees, Michael Myers, el Hombre Alto de 'Phantasm'... son todos hijos de una época que les prestaba absoluta atención, y su mitología ha acabado calando en interminables secuelas de mayor o menor calidad.
Cualquier nueva adición no solo debe superar la propia película en la que se presenta, sino también medirse de alguna manera con la relativa grandeza de esos titanes que hicieron historia en su género.

Por eso resulta simpática 'Nunca digas su Nombre', al presentar la figura del Bye Bye Man, y establecerlo como una especie de parca que te acosa en cuanto tienes la mala suerte de escuchar acerca de él.
Su imagen acompañada de un terrorífico sabueso y la manera en la recolecta sus víctimas, que se creen completamente cuerdas pese a parecer locas, casi parecería digna de esos psicópatas de los que hablaba, y todas sus apariciones se guardan cierta efectividad de la que pocos mitos terroríficos pueden presumir.

El problema viene por parte de sus víctimas: meros trozos de carne adolescente a los que confundir con sus ilusiones, y volver locos mientras les refleja sus frustraciones.
Nancy Thompson y Laurie Strode también eran parte de la mitología de sus respectivos psicópatas, y sin una contrapartida semejante, el Bye Bye Man se diluye en una trama poco inspirada con algunas paranoias interesantes, pero poca chicha en general.
La habitual policía incrédula por aquí (señora Moss, qué me hace usted aquí), la típica "señora/señor que explica cosas" (señora Dunaway, por favor)... los tópicos caen como fichas de dominó y hacen falta mejores personajes para defenderlos.

Aun así, merece la pena ver este relato de un personaje terrorífico que depende de su historia para sobrevivir a las generaciones: no decir ni pensar nada de él es un desafío tan imposible que bien vale un ligero escalofrío.
La lástima sería que, al contrario que Freddy y compañía, el Bye Bye Man no parece que vaya a tener una reputación que le gane hueco en el aterrorizado subconsciente colectivo.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Esa escena del Bye Bye Man exprimiendo al adolescente protagonista como una potente fuerza externa, llamando constantemente al timbre de su propia cordura, da una muestra del mito en el que podría haberse convertido.
27 de julio de 2016
19 de 21 usuarios han encontrado esta crítica útil
Érase una vez un oficinista en el desierto.
Le habían criado para disfrutar del dinero, de su casa, de su mujer, de las cosas sencillas pero banales con las que solemos construirnos algo parecido a una identidad, o un sitio al que llamar "hogar" de vez en cuando, al que volvemos y en el que nos hemos escapado del mundo exterior.
Pero, a veces, estamos tan ocupados construyendo esa identidad tan parecida a la del vecino, que demasiado tarde nos damos cuenta de que no nos satisface.

Por eso viajó a un país lejano, por eso y porque no tenía otra opción, en un mundo cambiante y globalizado en el que cada vez las distancias culturales se vuelven más cortas, mientras que las personales no paran de aumentar.
Allí le dijeron que tendría que esperar a un rey, él, un extraño en camisa y corbata, como si en vez de eso fuera un príncipe de tierras lejanas que viene a ofrecer sus tesoros a un poderoso soberano.
Y es que las fronteras entre realidad y fantasía son muy difíciles de bosquejar cuando en medio del desierto abundan los edificios vacíos y monolíticos, llenos de silencio y oropeles, como templos esperando a creyentes que los habiten.

La maldición de (despertarse a) las 9:30 le hacía faltar a sus labores, pero no importaba: el Rey vendrá mañana, otro día preparándose para algo que nadie sabe si existe.
Y mañana, y mañana, y mañana. El sol no dejaba de salir e igualmente la vida no dejaba de pasar por la ausencia de su majestad, mientras el conductor siempre iba a buscar al oficinista a su hotel, su oasis de intimidad, para llevarle de nuevo al desierto entre melodías añejas.
Cada día era la promesa de una llegada, y cada noche la promesa de una añoranza: la familia del oficinista, agradablemente y desgraciadamente lejana, no dejaba de recordarle un mundo que él mismo destruyó mientras montaba en una montaña rusa sin freno posible. Una hija, un padre, una esposa, todos con su huella en el oficinista y en la pequeña joroba de su espalda, que permanecía allí como una especie de mochila de sueños incumplidos. La intimidad se evapora rápido si nadie la comparte contigo.

No sería porque el oficinista no intentaba compartirla: fracasada la esperanza de una llegada soberana, los días pasaban raudos y veloces entre aventuras insospechadas, las más de las veces hasta desafortunadas.
Las fiestas en la embajada guardaban un encanto de contacto impersonal, quizá demasiado impersonal para lo que el oficinista quería, y las invitaciones a suntuosas habitaciones en medio de la nada se revelaban desalentadoras, cuando revelaban vacías promesas hechas al aire. Eran las víctimas de la globalización sin sentido, atrapadas en la burocracia infinita que les dicta sus destinos, deseosas de buscar a alguien que comprenda entre tanto idioma sin traducción.
El espectro de la modernidad parece colocarnos al azar en donde se supone que se nos necesita, y volcarnos una avalancha de deberes que tape la pregunta esencial: ¿por qué?

La suerte del oficinista fue que el Rey, sin saberlo, le concedió tiempo de meditación.
El oficinista empezó a levantarse cuando se despertaba, sin ninguna maldición pesando sobre él. Empezó a ir a donde quería, sin ningún horario que le atara en cuántos minutos debería comer. Hasta se permitió sonreír porque le apetecía, y no alejarse del lugar donde quería ir.
Todas las obligaciones de su armadura de camisa y corbata se desvanecieron en el momento en que se reconoció a si mismo en otra persona, salvando la distancia personal en un país lejano, algo que para él no parecía tan fácil como cubrir cualquier distancia en avión. Y supo, en su momento de intimidad compartido, que había encontrado lo que había buscado sin apenas intentarlo, quizás porque dejó de preocuparse por ello: un por qué.

Valga este sencillo cuento para recordar, que no debemos esperar a nadie para disfrutar, igual que nadie nos tiene que dar su permiso para triunfar.
El oficinista en el desierto entendió esto, y fue entonces cuando empezó a vivir.
26 de marzo de 2018
28 de 40 usuarios han encontrado esta crítica útil
De niño, gané batallas junto a mi pelotón, a través de cuevas interminables donde monstruos de ojos brillantes nos perseguían sin cesar.
Jugábamos en mi garaje, corriendo de los coches que se acercaban, pero nos era suficiente para ignorar a esos niños mayores del patio con los que no queríamos estar.

Algo parecido le pasa a Barbara cuando habla de los gigantes a los que se tiene que enfrentar.
Su cacería, apasionada y metódica, nos impacta desde la primera escena, y la magnífica interpretación de Madison Wolfe no deja lugar a dudas: vivimos en peligro constante de ser arrasados por esas criaturas a las que ella se enfrenta valientemente.
Parecen tomar forma de tornados o terremotos, pero no nos engañemos, existen y tenemos suerte de que sólo asomen la cabeza de vez en cuando.

En el fondo, tú como espectador te crees que estás viendo un juego infantil, pero… ¿no se ha movido esa figura rozando las copas de los árboles? ¿el mar no se agita revelando una forma colosal entre las olas?
De entre los muchos aciertos que elige esta adaptación, el primero y más importante es plasmar plenamente la misión de su protagonista: vemos gigantes ocultos a plena vista, amenazando a personas sin conocimiento de su existencia, demasiado peligrosos como para que Barbara no diseñe miles de trampas que le llevan más tiempo de preparación que verdadera efectividad.
Sólo así pasamos por alto esa incómoda realidad latente, que se va revelando en pequeños detalles, o en conversaciones con la única adulta con ganas de ayudar, por la cual Barbara es una chica algo solitaria, que se pasa demasiado tiempo en el bosque y responde a sus abusivas compañeras sin miedo alguno.

La cacería pasa a ser entonces violenta y desesperada, mucho más que un simple juego, sino casi una necesidad de supervivencia, un ancla con la cual Barbara se planta ante todas esas personas que la dicen qué hacer o qué sentir, y a la hora de la verdad lloran por tonterías, inconscientes de que se acerca un Titán para hacer trizas el mundo que conocían.
No hay ni una pizca de bonita fantasía en la lucha: la lealtad de su nueva amiga Sophia no resiste la fuerza autoritaria de otra giganta a la que hay que derrotar, la psicóloga Mrs. Mollé habla de familia sin tener en cuenta que todos morirán, y Barbara, aunque nadie se lo vaya a agradecer, se ha empeñado en que a todos va a salvar.

De repente, no parece haber mucha diferencia entre los gigantes y la soledad.
Ambos son amenazas oscuras, colosales, que se acercan sin que nada las pueda parar, y en algún momento hay que enfrentarlas.
Pero Barbara llegó, sin darse cuenta, a esa edad en la que quedan pocas victorias que reclamar, y cualquier arma le parecerá insuficiente ante la lucha que hay por delante.

A veces se pierde.
Ese es el doloroso y calmado mensaje de esta historia, mucho más real de lo que te podrías pensar.
A veces, toda la preparación y todas las armas que podamos reunir no son suficientes, a veces golpeamos y somos nosotros los que nos quedamos inconscientes.
(No parece haber nada de malo en ello)
Si algo nos enseñan las batallas de infancia, es que se puede ganar o perder, y aunque en ningún momento vayamos a perder mientras nos quede el aliento de lo imposible… tarde o temprano nos tocará aprender.

Daremos la mano a todos los gigantes que hemos derrotado, y comprenderemos que no eran tan horribles como los hacíamos ser.
Y, al final, les susurraremos que ya está, que seguiremos adelante, que todo está bien.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
“No he venido por ella. He venido por ti.” eso le dice el imponente Titán a Barbara.
He venido para que me derrotes, para que te quedes tranquila en que algo pudiste hacer. He venido porque necesitabas sentirte fuerte ante la tormenta que arrasará todo lo que conocías.
Pero, al final, yo no te puedo acompañar hasta el cuarto de arriba, donde está deseando verte tu madre moribunda.

Se necesita mucho, mucho, mucho más valor para eso que para matar gigantes.
Y es eso, no otra cosa, lo que es la vida.
6 de abril de 2016
20 de 24 usuarios han encontrado esta crítica útil
O, en su defecto, su pistola.
No es 'La Venganza de Jane'. Natalie Portman no sale a buscar la sangre de nadie, y no hay satisfacción ninguna en todo el camino.
Esto no es el relato glorificado de una mujer que un día dijo basta, sino más bien la historia crepuscular de una esposa/madre/ama de casa que se cansó de huir de los fantasmas que no dejaban de perseguirla.

Ahí es donde está su mayor virtud y a la vez su mayor falla: Jane vive tranquila en su rancho familiar hasta que un buen día el pasado la alcanza, y pudiendo correr esta vez no lo hace. Pero no es mucho más que eso.
La propuesta es tan árida que impide que nos acerquemos a las personas que la pueblan, y en su lugar solo aparecen arquetipos, hombres arrepentidos y una mujer de mirada dura pero doliente, como tantas veces hemos visto en el Lejano Oeste.
Un Oeste despoblado de otras mujeres que no sean prostitutas o índigenas, siervas de hombres, que recalcan la independencia de esta mujer que ha logrado, a su manera, hacerse una vida a la que puede llamar propia.

No se escapa este ángulo de la historia en la visión general: Jane es una superviviente en un entorno que pese a las apariencias nunca la ha dado una mano para sobrevivir. Es la máxima expresión de que una mujer todavía puede vivir como ella quiera, aún cuando muchos no lo piensan así.
Por eso probablemente sean más fuertes, más terroríficos, los momentos en los que dicha independencia se ve amenazada, como cuando un rastrero criminal intenta violarla, queriendo tumbar su fachada de mujer curtida en condiciones adversas. Se trata de un instante de genuino pánico, porque atenta directamente a una muralla cuidadosamente construida, y porque por una vez somos capaces de atisbar en Jane el ser roto que una vez fue.
Es un oasis entre un mar de tiempos muertos, que confunden contención con tranquilidad, y artificio por fuerza. Nunca nos llega a dar miedo la banda del supuestamente temible Bishop que la persigue, porque nunca llega Jane a temerles, y es imposible que Ewan McGregor en traje con sonrisa divertida llegue a caer mal.

Dan Frost se convierte así en la única ancla emocional que permita algo de interés en esta pequeñita historia: un antiguo conocido de Jane, que pasará a desvelarse como algo más a medida que se estrecha el cerco de Bishop.
Es imposible no sentir, primero su gruñona disposición, su seca comprensión, y más tarde su pena callada por las oportunidades perdidas. Si Jane es el símbolo de la mujer independiente en este desierto, él deberá ser la viva imagen del hombre fronterizo acosado por un pasado que se le escapó de las manos.
Sus recuerdos con Jane están llenos de un sol cálido y vegetación paradisíaca: todo lo contrario del yermo secarral que la vida les ha acabado dejando.

Es esa pequeña intrahistoria la que atesora el verdadero punto fuerte de un por otro lado rutinario asedio, que no consigue ser crudo ni salvaje, dejando la sensación de que a nadie le interesaba demasiado.
El final incluso parece dar un paso atrás sobre todo el camino andado: ni sufrimiento ni asunción de errores, más bien todo lo contrario. No seré yo el que niegue el derecho de Jane a llevar la vida que ella quiera... pero me parecía más fascinante cuando la vimos determinada y luchadora que cuando es simple víctima de unas circunstancias contra las que se supone se quería rebelar.
Cancelar
Limpiar
Aplicar
  • Filters & Sorts
    You can change filter options and sorts from here
    arrow
    Bienvenido al nuevo buscador de FA: permite buscar incluso con errores ortográficos
    hacer búsquedas múltiples (Ej: De Niro Pacino) y búsquedas coloquiales (Ej: Spiderman de Tom Holland)
    Se muestran resultados para
    Sin resultados para