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6
20 de julio de 2015
20 de julio de 2015
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Este sexto episodio de la saga cinematográfica tiene mucho de crepuscular y, a la misma vez, deja la puerta abierta a una necesaria renovación.
La jubilación de los tripulantes de la Enterprise clamaba al cielo, y quién mejor que un buen conocedor de la saga como Nicholas Meyer para poner ese punto y aparte en la franquicia. El director ya probó lo que es dirigir a la Enterprise en “Star Trek II: La ira de Khan” (1982) y también elaboró el guion de esa divertida e incomprendida vuelta de tuerca que fue “Star Trek IV: Misión salvar la Tierra” (1986).
El filme de Meyer parece recuperar de cierta manera el espíritu de gran aventura espacial que se iba perdiendo paulatinamente con respecto a la serie ya incluso en el flamante estreno de “Star Trek, la película” (1979). El “leit motiv” se centra en la investigación de una conspiración para sabotear las negociaciones de paz entre el imperio Klingon y la Federación, conspiración en la que se ve envuelto directamente el capitán Kirk (William Shatner, cada vez más mayor y visiblemente más cansado del personaje) y la tripulación de la Enterprise. Condenado al exilio por un juicio Klingon, Kirk tendrá que intentar averiguar la verdad para evitar un nuevo conflicto entre los dos eternos enemigos.
“Star Trek VI” es de las más entretenidas de las películas de la tripulación original, con un guion que la hace más interesante y madura que sus predecesoras, concretamente las tercera, cuarta y quinta, más infantiles en este aspecto. Además, tiene un final emotivo, de gran calado, que supone el mejor puente tendido a una renovación de franquicia que se ha hecho en mucho tiempo.
Nicholas Meyer consigue, con este final de etapa, mantener la dignidad de una serie cinematográfica que se tambaleaba peligrosamente y que no merecía acabar con simples fuegos de artificio. “Star Trek VI” logra que la Enterprise llegue, una vez más, hasta donde ningún hombre ha llegado antes… y con la cabeza bien alta.
La jubilación de los tripulantes de la Enterprise clamaba al cielo, y quién mejor que un buen conocedor de la saga como Nicholas Meyer para poner ese punto y aparte en la franquicia. El director ya probó lo que es dirigir a la Enterprise en “Star Trek II: La ira de Khan” (1982) y también elaboró el guion de esa divertida e incomprendida vuelta de tuerca que fue “Star Trek IV: Misión salvar la Tierra” (1986).
El filme de Meyer parece recuperar de cierta manera el espíritu de gran aventura espacial que se iba perdiendo paulatinamente con respecto a la serie ya incluso en el flamante estreno de “Star Trek, la película” (1979). El “leit motiv” se centra en la investigación de una conspiración para sabotear las negociaciones de paz entre el imperio Klingon y la Federación, conspiración en la que se ve envuelto directamente el capitán Kirk (William Shatner, cada vez más mayor y visiblemente más cansado del personaje) y la tripulación de la Enterprise. Condenado al exilio por un juicio Klingon, Kirk tendrá que intentar averiguar la verdad para evitar un nuevo conflicto entre los dos eternos enemigos.
“Star Trek VI” es de las más entretenidas de las películas de la tripulación original, con un guion que la hace más interesante y madura que sus predecesoras, concretamente las tercera, cuarta y quinta, más infantiles en este aspecto. Además, tiene un final emotivo, de gran calado, que supone el mejor puente tendido a una renovación de franquicia que se ha hecho en mucho tiempo.
Nicholas Meyer consigue, con este final de etapa, mantener la dignidad de una serie cinematográfica que se tambaleaba peligrosamente y que no merecía acabar con simples fuegos de artificio. “Star Trek VI” logra que la Enterprise llegue, una vez más, hasta donde ningún hombre ha llegado antes… y con la cabeza bien alta.

6,0
75.894
5
21 de abril de 2015
21 de abril de 2015
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Taquillazo absoluto que consagró definitivamente a Jim Carrey como el histriónico e indiscutible rey de la comedia.
Chuck Russell fue el encargado de darle chispa a un personaje hecho a medida de Jim Carrey, quien interpreta a un pobre desgraciado al que todo el mundo abusa y se ríe. Un día, encuentra una extraña máscara antigua y, al ponérsela, se transforma en un ser alocado y bromista.
El filme es archiconvencional, tanto la historia como su desarrollo. Su éxito sólo puede deberse a la facilidad de Carrey para la mueca y la sobreactuación, elevada exponencialmente en esta película gracias a unos efectos especiales bastante resultones incluso más de veinte años después de su estreno. El diseño, por lo demás, refleja con acierto el cómic de Dark Horse y el personaje está muy bien adaptado. La máscara de Loki, dios burlón de la mitología nórdica (los seguidores de Thor lo conocerán muy bien), es la mejor excusa para dar rienda suelta a la tremenda plasticidad facial de Jim Carrey y dotarla de un toque caricaturesco que le viene muy al pelo.
Por lo demás, la cinta no interesa en lo más mínimo y se deja ver como lo que es, un mero espectáculo para pasar el rato y entretener, sobre todo a los seguidores de Jim Carrey del que me considero uno de ellos, aunque sigo prefiriendo otras comedias suyas menos “rocambolescas”. También los acérrimos de Cameron Díaz tienen otra escusa para verla en uno de sus primeros papeles, todo un debut deslumbrante.
Vistosa pero muy escasa de contenido.
Chuck Russell fue el encargado de darle chispa a un personaje hecho a medida de Jim Carrey, quien interpreta a un pobre desgraciado al que todo el mundo abusa y se ríe. Un día, encuentra una extraña máscara antigua y, al ponérsela, se transforma en un ser alocado y bromista.
El filme es archiconvencional, tanto la historia como su desarrollo. Su éxito sólo puede deberse a la facilidad de Carrey para la mueca y la sobreactuación, elevada exponencialmente en esta película gracias a unos efectos especiales bastante resultones incluso más de veinte años después de su estreno. El diseño, por lo demás, refleja con acierto el cómic de Dark Horse y el personaje está muy bien adaptado. La máscara de Loki, dios burlón de la mitología nórdica (los seguidores de Thor lo conocerán muy bien), es la mejor excusa para dar rienda suelta a la tremenda plasticidad facial de Jim Carrey y dotarla de un toque caricaturesco que le viene muy al pelo.
Por lo demás, la cinta no interesa en lo más mínimo y se deja ver como lo que es, un mero espectáculo para pasar el rato y entretener, sobre todo a los seguidores de Jim Carrey del que me considero uno de ellos, aunque sigo prefiriendo otras comedias suyas menos “rocambolescas”. También los acérrimos de Cameron Díaz tienen otra escusa para verla en uno de sus primeros papeles, todo un debut deslumbrante.
Vistosa pero muy escasa de contenido.
7
18 de marzo de 2015
18 de marzo de 2015
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
No podía ser otro que el mismo Stallone el encargado de resucitar para el siglo XXI al boina verde solitario que no sentía las piernas que tanto éxito le dio por la década de los ochenta. Rambo vuelve más viejo y más gordo, pero también más sangriento que nunca.
Y qué mejor que Stallone para saber lo que los fans del personaje y los seguidores del género quieren: tiros, explosiones, acción, acción y más acción, al estilo de la vieja escuela y con los medios técnicos actuales. Rambo vuelve a meterse en donde no le llaman y le damos las gracias por ello, por ofrecer un auténtico espectáculo de pura adrenalina, de los que ya no se ven actualmente.
Esta cuarta parte se aleja en el tiempo de las anteriores pero sigue las mismas pautas. Si exceptuamos ese ejercicio de tensión y claustrofobia forestal que fue aquella “caza al hombre” de la primera “Acorralado” (1982), el resto de “Rambos” se han centrado en intentar dar más o menos espectáculo pirotécnico con unas bases de guion muy flojas. En este sentido, “John Rambo” se asemeja más a “Rambo II” (1985) que a la insulsa “Rambo III” (1988), tanto en estructura como en contenidos, y podemos decir sin miedo a equivocarnos que el filme dirigido por Stallone está a la altura de la franquicia.
La cinta se desarrolla con un tempo narrativo creciente, ofreciendo momentos de gran tensión (el ataque a la aldea) y otros de gran potencia visual (toda la parte final). A Stallone le parece importar poco perder taquilla con una película para mayores de 18 años mostrando sin censura escenas realmente crueles y sangrientas, en las que decapitaciones y miembros cercenados campan en una vorágine de violencia que provoca más de 200 muertes en apenas una ajustada hora y media de película. El público pide y Stallone se muestra solícito.
“John Rambo”, viniendo de quien viene, es toda una sorpresa de dirección y montaje que enriquece una película de guion inexistente. Quien vaya a verla ya sabe a lo que se expone, y lo más seguro es que acabe con un buen sabor de boca.
Y qué mejor que Stallone para saber lo que los fans del personaje y los seguidores del género quieren: tiros, explosiones, acción, acción y más acción, al estilo de la vieja escuela y con los medios técnicos actuales. Rambo vuelve a meterse en donde no le llaman y le damos las gracias por ello, por ofrecer un auténtico espectáculo de pura adrenalina, de los que ya no se ven actualmente.
Esta cuarta parte se aleja en el tiempo de las anteriores pero sigue las mismas pautas. Si exceptuamos ese ejercicio de tensión y claustrofobia forestal que fue aquella “caza al hombre” de la primera “Acorralado” (1982), el resto de “Rambos” se han centrado en intentar dar más o menos espectáculo pirotécnico con unas bases de guion muy flojas. En este sentido, “John Rambo” se asemeja más a “Rambo II” (1985) que a la insulsa “Rambo III” (1988), tanto en estructura como en contenidos, y podemos decir sin miedo a equivocarnos que el filme dirigido por Stallone está a la altura de la franquicia.
La cinta se desarrolla con un tempo narrativo creciente, ofreciendo momentos de gran tensión (el ataque a la aldea) y otros de gran potencia visual (toda la parte final). A Stallone le parece importar poco perder taquilla con una película para mayores de 18 años mostrando sin censura escenas realmente crueles y sangrientas, en las que decapitaciones y miembros cercenados campan en una vorágine de violencia que provoca más de 200 muertes en apenas una ajustada hora y media de película. El público pide y Stallone se muestra solícito.
“John Rambo”, viniendo de quien viene, es toda una sorpresa de dirección y montaje que enriquece una película de guion inexistente. Quien vaya a verla ya sabe a lo que se expone, y lo más seguro es que acabe con un buen sabor de boca.

6,4
3.273
7
9 de enero de 2015
9 de enero de 2015
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Primer filme de Nicholas Meyer, director destacado principalmente por su celebrada “El día después” (1983) y por un par de episodios del “Star Trek” cinematográfico. Meyer comenzó su andadura en la ciencia-ficción con esta interesante premisa en la que se aúna la leyenda de Jack el Destripador con la rica imaginería de H.G. Wells, y nada mejor que hacerlos a ambos protagonistas de la función.
El relato cuenta cómo Jack el Destripador (David Warner) se cuela en la casa de H.G. Wells (Malcom McDowell), amigo suyo, huyendo de la policía después de asesinar a una prostituta. En ese momento, Wells está mostrando a sus camaradas su invento más revolucionario: una máquina del tiempo que permite viajar a cualquier época. Jack aprovecha para meterse en ella y viajar al San Francisco de 1979, pero Wells lo sigue con la determinación de detenerlo, ya que se siente culpable de haber soltado a un asesino en el futuro por culpa de su máquina.
El filme aúna thriller, ciencia-ficción y algo de comedia con un ritmo bien marcado, aunque el romance de Wells con una empleada de banco (Mary Steenburgen, quien se casaría con McDowell en la vida real) ralentiza la acción en demasía, centrada ésta en la caza del asesino del siglo XIX. Es destacable el asombro de Wells ante el avance tecnológico de la sociedad del futuro, y su decepción al ver que sus ideas sobre una civilización pacífica y tolerante estaban equivocadas, ya que la condición humana no ha cambiado nada con los años. Tan sólo Jack parece encajar en ese mundo adelantado a su tiempo.
De formato correcto, la cinta no alardea de buenos efectos especiales, algo pobres incluso para la época, pero son escasos y no desentonan en el desarrollo. El buen ritmo impuesto por Meyer resulta suficiente para disfrutar de un relato que causa intriga, emoción y además, ofrece reflexiones acerca del devenir de la sociedad. Las interpretaciones son variadas, con un Malcom McDowell algo soso pero correcto, una Mary Steenburgen poco creíble quizás debido a su innecesario papel, y un David Warner impresionante que les hace sombra a todos.
“Los pasajeros del tiempo” es otra de las cintas de las que guardo un buen recuerdo de mi adolescencia, por lo que tiene un punto más que la hace imprescindible en mi cultura cinematográfica. Quitando la parte nostálgica, el filme de Meyer sigue estando por encima de la media del subgénero de viajes en el tiempo y derivados, por lo que la recomiendo totalmente.
El relato cuenta cómo Jack el Destripador (David Warner) se cuela en la casa de H.G. Wells (Malcom McDowell), amigo suyo, huyendo de la policía después de asesinar a una prostituta. En ese momento, Wells está mostrando a sus camaradas su invento más revolucionario: una máquina del tiempo que permite viajar a cualquier época. Jack aprovecha para meterse en ella y viajar al San Francisco de 1979, pero Wells lo sigue con la determinación de detenerlo, ya que se siente culpable de haber soltado a un asesino en el futuro por culpa de su máquina.
El filme aúna thriller, ciencia-ficción y algo de comedia con un ritmo bien marcado, aunque el romance de Wells con una empleada de banco (Mary Steenburgen, quien se casaría con McDowell en la vida real) ralentiza la acción en demasía, centrada ésta en la caza del asesino del siglo XIX. Es destacable el asombro de Wells ante el avance tecnológico de la sociedad del futuro, y su decepción al ver que sus ideas sobre una civilización pacífica y tolerante estaban equivocadas, ya que la condición humana no ha cambiado nada con los años. Tan sólo Jack parece encajar en ese mundo adelantado a su tiempo.
De formato correcto, la cinta no alardea de buenos efectos especiales, algo pobres incluso para la época, pero son escasos y no desentonan en el desarrollo. El buen ritmo impuesto por Meyer resulta suficiente para disfrutar de un relato que causa intriga, emoción y además, ofrece reflexiones acerca del devenir de la sociedad. Las interpretaciones son variadas, con un Malcom McDowell algo soso pero correcto, una Mary Steenburgen poco creíble quizás debido a su innecesario papel, y un David Warner impresionante que les hace sombra a todos.
“Los pasajeros del tiempo” es otra de las cintas de las que guardo un buen recuerdo de mi adolescencia, por lo que tiene un punto más que la hace imprescindible en mi cultura cinematográfica. Quitando la parte nostálgica, el filme de Meyer sigue estando por encima de la media del subgénero de viajes en el tiempo y derivados, por lo que la recomiendo totalmente.
4 de noviembre de 2014
4 de noviembre de 2014
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Desconocida pequeña joya de la ciencia-ficción de los cincuenta con un desarrollo típico de una producción de serie B, pero con fogonazos de calidad impropios de aquellas producciones.
Se vuelve a retomar la manida premisa de la invasión alienígena en un tranquilo pueblecito norteamericano, pero con un detalle de lo más bizarro: los invasores son meteoritos venidos del espacio, capaces de reproducirse y de solidificar cualquier cosa que tocan. Estos monstruos monolíticos del título serán todo un reto para los habitantes del pueblo, que investigarán el comportamiento del invasor para frenarlo antes de que llegue a petrificar todo el pueblo. Entre ellos se encuentra Grant Williams, en el mismo año en que Jack Arnold (guionista también de la presente cinta) lo transformaría en “El increíble hombre menguante” (1957).
John Sherwood dota al filme de una tensión y un ritmo excepcionales, consiguiendo atraer el interés del espectador durante la escasa hora y cuarto de metraje, una duración más que acertada y ajustada en donde no se desperdicia ni un solo minuto, ni sobra ninguno. Mantiene una sólida cohesión argumental que ayuda a seguir paso a paso y de manera lógica las pruebas y experimentos destinados a dar con el modo de eliminar a los meteoritos, hasta llegar a unos minutos finales sencillamente excepcionales: todo un ejemplo de cómo crear un clímax de tensión y espectáculo.
El aspecto visual también sobresale por encima de la media de la serie B, gracias a un acertadísimo manejo de la perspectiva que hace de las piedras unas monumentales y creíbles amenazas. Sin muchas florituras de efectos especiales y con el buen uso de maquetas, Sherwood logra inquietar al espectador más que con cualquier alienígena con cabeza de alcachofa o con aspecto de amorfo blandiblú.
Casi desconocida en nuestro país, se hace imprescindible su rescate de un injusto olvido. Muy recomendable.
Se vuelve a retomar la manida premisa de la invasión alienígena en un tranquilo pueblecito norteamericano, pero con un detalle de lo más bizarro: los invasores son meteoritos venidos del espacio, capaces de reproducirse y de solidificar cualquier cosa que tocan. Estos monstruos monolíticos del título serán todo un reto para los habitantes del pueblo, que investigarán el comportamiento del invasor para frenarlo antes de que llegue a petrificar todo el pueblo. Entre ellos se encuentra Grant Williams, en el mismo año en que Jack Arnold (guionista también de la presente cinta) lo transformaría en “El increíble hombre menguante” (1957).
John Sherwood dota al filme de una tensión y un ritmo excepcionales, consiguiendo atraer el interés del espectador durante la escasa hora y cuarto de metraje, una duración más que acertada y ajustada en donde no se desperdicia ni un solo minuto, ni sobra ninguno. Mantiene una sólida cohesión argumental que ayuda a seguir paso a paso y de manera lógica las pruebas y experimentos destinados a dar con el modo de eliminar a los meteoritos, hasta llegar a unos minutos finales sencillamente excepcionales: todo un ejemplo de cómo crear un clímax de tensión y espectáculo.
El aspecto visual también sobresale por encima de la media de la serie B, gracias a un acertadísimo manejo de la perspectiva que hace de las piedras unas monumentales y creíbles amenazas. Sin muchas florituras de efectos especiales y con el buen uso de maquetas, Sherwood logra inquietar al espectador más que con cualquier alienígena con cabeza de alcachofa o con aspecto de amorfo blandiblú.
Casi desconocida en nuestro país, se hace imprescindible su rescate de un injusto olvido. Muy recomendable.
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